¿Podrán las mujeres salvar la causa del Partido Demócrata en el Congreso? ¿Saldrán los latinos a votar en masa? ¿Están motivadas las minorías étnicas y raciales para cambiarle la cara al partido y al Congreso? ¿Se unirán este arcoíris un número suficiente de votantes blancos independientes?
Estos son algunos de los dilemas que los demócratas enfrentan en esta elección intermedia del 6 de noviembre en la que se disputan todas las curules en la Cámara de Representantes, 35 puestos en el Senado, 36 gubernaturas, 87 asambleas estatales y 5 alcaldías.
Las batallas trascendentales, sin embargo, sucederán en unos 70 distritos republicanos donde los demócratas necesitan ganar al menos 23 para obtener la mayoría en la Cámara de Representantes. Mientras que en el Senado, tienen que mantener los 29 escaños que tienen y ganar por lo menos en dos ahora en manos de republicanos.
Del resultado de esta elección depende si en 2020 el Partido Demócrata será un partido de corte progresista capaz de atraer el voto de los independientes o seguirá siendo el tradicional Partido Demócrata que busca triangular hacia el centro del espectro político como predicó con éxito Bill Clinton en la década de los noventa.
La tentación de transformar al Partido Demócrata en una organización política inclusiva data de 1984 cuando el líder de los derechos civiles Jesse Jackson buscó la nominación presidencial de su partido. Le proponía un cambio al añadir a la base de votantes blancos una mayor diversidad que incluyera a negros, latinos, mujeres, sindicalistas, activistas, gays y lesbianas, ambientalistas, estudiantes, y personas de diversos orígenes nacionales en una Coalición Nacional Arcoíris.
La Coalición Nacional Arcoíris reapareció con mayor éxito en 2008 y en 2012 cuando el país eligió y reeligió a Barack Obama. Cuatro años después, los imperdonables errores de cálculo de los estrategas de Hillary Clinton en tres estados, entre otras cosas, anularon el esfuerzo de la Coalición.
A la vanguardia de esta nueva versión del Arcoíris están las mujeres que desde el día posterior a la toma de posesión de Trump se manifestaron contra la misoginia con sus gorros rosa en la multitudinaria Marcha de las Mujeres que reunió entre 1.5 y 2 millones en todo el país. En esta elección hay un número record de mujeres candidatas a la Cámara Baja y al Senado: 256 en total y de ellas 197 son demócratas y 59 republicanas. 70 candidatas demócratas compiten en estados tradicionalmente republicanos, 63 en territorio demócrata y 13 en estados impredecibles. A su favor está que el 58% de las mujeres votantes son demócratas y el 33% republicanas y entre los hombres el 50% son republicanos y el 42% demócratas. La diferencia es grande e importante porque desde 1964, el número de mujeres votantes ha sobrepasado al de los hombres.
En lo referente al voto latino, el análisis del Pew Research Center muestra que más de 29 millones de latinos podrían votar, lo que equivaldría al 12.8% del electorado. Pero también muestra que históricamente en elecciones intermedias baja considerablemente el número de votantes blancos y minoritarios, y en el caso de los latinos apenas votan unos 7 millones. El voto latino podría ser decisivo sobre todo en estados como Nevada, Florida, Texas o Arizona y en algunos distritos de California.
Otro grupo que potencialmente podría contribuir al triunfo del Partido Demócrata es la comunidad LGBTQ que en esta elección presenta un número récord de candidatos, alrededor de 400.
La apuesta del Partido Demócrata es, sin embargo, arriesgada en tanto que enfatiza la identidad como el motor central de su política. Su enfoque es reivindicativo como en el caso de #MeToo, o en la defensa de los migrantes o las minorías sexuales. Pero, generalmente, las elecciones no se ganan abogando por lo que es justo sino ofreciendo soluciones a los problemas locales y mandando un mensaje relevante, contundente y justo sobre el bienestar futuro de la sociedad.
Confío, sin embargo, que esta elección, como acertadamente ha escrito Frank Bruni en el New York Times, “no solo es un referendo sobre el rumbo que tomará el país sino una prueba de donde se fijarán los límites entre la decencia y la desvergüenza”.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.