Quince minutos. Eso fue lo que duró la parte sensata del discurso de Donald Trump al aceptar formalmente la candidatura presidencial del Partido Republicano. Quince minutos en los que describió con seriedad el atentado en el que estuvo muy cerca de morir, rindió tributo al simpatizante que falleció, expresó empatía y apoyo por los heridos y agradeció el hecho de seguir vivo. Quince minutos en los que, siguiendo en el teleprompter un texto evidentemente redactado por profesionales, Trump habló como deben hablar los presidentes:
La discordia y la división en nuestra sociedad deben sanar. Como estadounidenses, estamos unidos por un solo destino. Triunfamos juntos o fracasamos juntos. Estoy compitiendo para ser presidente de todo Estados Unidos, no solo de una mitad del país, porque no hay victoria en ganar solo para una mitad.
En esos quince minutos, Trump prometió gobernar para todos:
A ti ciudadano, no importa si eres joven o viejo, hombre o mujer, demócrata o republicano o independiente, negro o blanco, asiático o hispano, te extiendo una mano de lealtad y amistad.
Si Trump no fuera Trump, y hubiera hablado durante diez o quince minutos más en ese tono sobre su visión de futuro, muy probablemente los medios de Estados Unidos y del mundo estarían hablando de un buen discurso y de su inminente triunfo. El fallido atentado, con sus dramáticas imágenes del hombre herido alzando el puño desafiante, sumado al drama de la agonizante candidatura de Joe Biden, le daban un marco perfecto para presentarse como un candidato renovado.
Pero Trump es Trump. Quienes esperaban que un milagro retórico ocurriera no han entendido que la demagogia es, por definición, el uso deliberado y sistemático del conflicto y de las emociones negativas para obtener ganancias políticas. El candidato sorprendió a la audiencia durante quince minutos, para después salirse del discurso que llevaba preparado y volver a ser, una vez más, el mismo demagogo de siempre. Habló sin orden ni lógica durante una hora y cuarto de lo mismo de lo que habla en sus mítines: él ha sido el mejor presidente de la historia, Biden ha sido el peor de los peores, le hicieron fraude electoral en 2020, China abusa de Estados Unidos, Europa también abusa de ellos, Rusia no hubiera invadido Ucrania con él como presidente, la economía de Estados Unidos está peor que nunca, él lo puede resolver todo y un largo, larguísimo etcétera.
Pudiendo evocar a Lincoln o a Reagan, los dos íconos históricos del Partido Republicano, el candidato decidió que una figura más útil para sus propósitos es el psicópata ficticio Hannibal Lecter. Lo describió como “un hombre maravilloso” (como si existiera), para luego hacer un símil retórico, diciendo que los países latinoamericanos “están enviándonos a sus asesinos, a sus psicópatas, a sus dementes, los están liberando de prisiones y manicomios y nos los están mandando en números que nunca se habían visto”, y por eso, “nuestras calles y ciudades están sufriendo olas de crimen violento como nunca en nuestra historia”.
Que nada de esto sea remotamente cierto no importa. Trump, como todos los demagogos populistas, utiliza la mentira como un arma retórica para desinformar, dividir, indignar y confundir a la sociedad. Y mientras sus seguidores, como los seguidores de otros líderes populistas, le sigan brindando apoyo, seguirá exagerando y mintiendo de manera cada vez más grotesca. Lo importante para él es que sus seguidores encuentren motivos para sentir miedo y odio contra esos inmigrantes sin documentos que llegan a Estados Unidos a vivir de sus impuestos, a violar a sus mujeres, a llevarse sus empleos, a invadir sus ciudades con su presencia ajena al “pueblo verdadero”. Mientras Trump hablaba, sus seguidores, extasiados, gritaban “¡mándenlos de regreso!” y agitaban letreros que decían “¡Deportación masiva ya!”.
Para esos seguidores duros, los 90 minutos de ese incoherente discurso son la muestra de que Trump está más fuerte que nunca, por lo que la elección de noviembre será un mero trámite, ante la crisis profunda y grave que se vive en la campaña de Joe Biden y Kamala Harris. Para los demócratas, este discurso demuestra que el movimiento populista MAGA (Make America Great Again) sigue siendo una amenaza real a la democracia y a la República. Como en un test de Roschach, cada quien ve lo que quiere ver en el discurso demagógico de Donald Trump. ~
Especialista en discurso político y manejo de crisis.