lustración: Emmanuel Peña

Más allá de la globalización: otras causas económicas del auge del populismo

Una explicación habitual del auge del populismo es el resentimiento de los perjudicados por el comercio internacional. Sin embargo, esta teoría es insuficiente para describir un fenómeno global y poliédrico.
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Es evidente que el populismo está en auge. En los últimos años, en las economías más poderosas del mundo algunos de sus abanderados han tocado poder y otros amenazan con hacerlo. No obstante, es tal la variedad de populismos que resulta complejo encuadrarlos a todos en una sola definición. No hay un “populista” estándar como ni siquiera hay una definición universalmente aceptada del fenómeno. Sin embargo, y aunque no me atrevo a ser yo quien ofrezca tal definición, sí existen algunas aproximaciones. Pido prestada la que hasta ahora me resulta más convincente: podríamos decir que el populismo responde al uso de mensajes sencillos basados en hechos falsos o altamente simplificados en busca de una confrontación con un tercero, hombre de paja, y con el objetivo de aunar voluntades con los que alcanzar el poder. En general el populismo se sirve de un antiintelectualismo que invade la esfera de la política y de los medios, de una ignorancia programada para crear ideas simples que permitan a los que las escuchan convertirse en seguidores que planteen pocas dudas y pocas preguntas. Es, según Aurora Nacarino-Brabo, el triunfo de la ignorancia sobre el expertise, que se convierte en algo propio de las élites a las que el populismo desprecia.

¿Existe una explicación común que sirva para entender la razón de la multiplicación de las experiencias populistas? No son pocos los casos que prácticamente coinciden en el tiempo y esto suscita el interés por encontrar un nexo entre ellos. Por ejemplo, el ascenso del Partido por la Libertad de Geert Wilders en Países Bajos o la victoria de la coalición de izquierda radical Syriza en Grecia. La victoria inesperada de un Brexit en el Reino Unido basada en eslóganes cuidadosamente simplificados. La amenazante Le Pen en Francia y su mensaje neofascista. La pugna aún no cerrada por el poder al que optan el Partido de la Libertad de Austria de Norbert Hofer y su propuesta xenófoba, homófoba y ultranacionalista. Hungría y su primer ministro Viktor Orbán, que diseña una política contraria a la inmigración, beligerante contra la llegada de refugiados y abiertamente tradicionalista en lo religioso. La hasta ahora insípida coalición de izquierda gobernada por el “optimista crónico” Antonio Costa en Portugal, que engloba en su paraguas de gobierno al Partido Comunista de Portugal y que, entre otras muchas cosas, se define como marxista leninista y antieuro. Podemos en España todavía se lame las heridas del último golpe electoral, que no consiguió prever, pero aun así goza de una amplia representación en el Congreso de los Diputados, gobiernos municipales y regionales. El Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo en Italia, y sus nuevas y flamantes alcaldesas en Roma y Turín. Y, por último, el candidato republicano Donald Trump que, entre otras muchas lindezas, promete llevar a los Estados Unidos de América por la senda de la felicidad elevando muros y amenazando con abandonar la Organización Mundial de Comercio.

Algunos han señalado el binomio ganadores-perdedores de la globalización como la explicación. La existencia en los países desarrollados de estratos de población cuyas rentas y estilo de vida se han visto afectados por el comercio internacional es una explicación razonable, intuitiva y sugerente por su sencillez. Resumiendo en extremo, esta hipótesis se basa en que con libre comercio los países (sus empresas) no solo compiten en los mercados de bienes, sino además e indirectamente en los mercados de factores: trabajo y capital. Así, una profundización del comercio internacional gracias al abaratamiento del transporte, la firma de acuerdos y tratados internacionales, así como la irrupción de países emergentes que compiten en productos antaño patrimonio de Occidente, iguala la retribución de los factores utilizados para la producción de bienes similares. Una consecuencia es la pérdida de empleos o la reducción de salarios de parte de los trabajadores de las primeras economías mundiales. El comercio, aunque pueda beneficiar al conjunto de la sociedad, crea “perdedores”. Dado que la actual liberalización y expansión comercial no tiene precedentes tanto en volumen como en número de países participantes y en variedad de mercados, estos efectos son mayores que nunca.

Pero el comercio internacional no puede explicar por sí solo el aumento de los damnificados. Existen, además, otras dos razones, vinculadas al propio desarrollo del comercio internacional, que ayudarían a explicar esta dinámica. En primer lugar, los países desarrollados no solo han tenido que aceptar una mayor competencia en los mercados de bienes y servicios, sino que además han tenido que entender que deben competir en condiciones laborales. Muchos de ellos han amoldado su regulación laboral a estas nuevas circunstancias. El comercio no solo homogeneiza precios entre países, sino además condiciones del trabajo. La desregulación a través de reformas laborales ha estado o está prevista en la agenda de muchos de estos países. En algunos casos, esas reformas no solo han elevado la precariedad laboral, en especial la de trabajadores con baja cualificación, sino también la desigualad salarial.

En segundo lugar, la presión de la competencia ha incentivado la inversión en capital impulsada a su vez por los recientes avances tecnológicos. Esta inversión ahorra empleo, en especial entre aquellos que se caracterizaban por ser la clase media de los asalariados (muchos de ellos empleos industriales). La robotización de la actividad productiva ha obligado de este modo a muchos trabajadores de los países desarrollados a desplazarse hacia empleos de menor salario y mayor precariedad, abriendo un hueco en el centro de la distribución de salarios y elevando la polarización en sociedades cada vez más desiguales.

Así pues, la globalización, unida al cambio tecnológico, ha redistribuido empleos y renta hacia los países emergentes a costa de viejos empleos industriales en los países desarrollados. Ha implicado una transferencia de renta desde los segmentos salariales “industriales” situados sobre el tercio superior de la renta mundial en favor de los dos tercios menos favorecidos, gran parte de ellos trabajadores y habitantes de los emergentes. Sin embargo, la gran excepción corresponde a los “ganadores” en los países avanzados: los trabajadores más cualificados o simplemente asociados a actividades ajenas al comercio internacional o al sector financiero. Para estos sus rentas no han dejado de crecer. Esto explicaría el particular gráfico con forma de elefante que muestra Branko Milanovic en un libro reciente que se ha convertido ya en una obra de referencia, Global inequality: a new approach for the age of globalization (Harvard University Press, 2016): un aumento importante de la renta de entre aquellos que menos disponían, explicado en gran parte por la caída de la pobreza global y la creación de clases medias en los emergentes, en especial China, también de los “ganadores” en los países desarrollados, situados en el otro extremo de la distribución de renta global, y todo ello a costa de una clase media en los países avanzados que hasta hace poco se situaba en la élite mundial de los ciudadanos.

Sin embargo, si se analiza detenidamente cada caso particular de populismo, esta hipótesis, por sí sola, resulta excesivamente simple. Deben pues existir otras explicaciones, algunas económicas y otras no, de las causas del auge y variedad del populismo en el mundo. En lo que resta, mi objetivo es matizar la tesis general de la globalización a partir de algunas otras consideraciones, económicas o no, que toman en cuenta las particularidades de los diferentes populismos enumerados. Para ello procedo a agrupar los diferentes casos en cuatro grupos.

Grupo 1. Tipología centroeuropea

No es casualidad que países como Austria y Hungría sean los alumnos aventajados del movimiento nacionalista de derechas, cuando históricamente han sido los guardianes de Occidente frente a fuerzas “invasoras” del este. Recordemos la “presión turca” que hasta 1683, y de forma periódica, llamaba a las puertas de Viena con ira, sangre y fuego. De nuevo y por razones claramente diferentes, Austria y Hungría se erigen en guardianes de frontera frente a un nuevo ejército “invasor”, que esta vez recorre el pasillo balcánico por motivos y razones muy diferentes. Sin embargo, sean cuales fueren las razones de dicha llegada, para los europeos occidentales no dejan de ser extranjeros, con idiomas extraños y religiones que evocan sentimientos encontrados.

Esta tipología “centroeuropea” es quizás la que menos basa su discurso en razones puramente económicas. Aquí no hay perdedores por la globalización. La economía austriaca, por ejemplo, presenta equilibrios envidiados. En este caso se trata de un populismo esencialmente nacionalista: etnicidad y cultura propia para rechazar lo ajeno. Los movimientos migratorios proceden en su mayoría de regiones donde la inestabilidad política y religiosa los expulsa no solo en la búsqueda de un lugar mejor donde vivir, sino especialmente por un anhelo muy primitivo, la simple supervivencia. No es la globalización ni el cambio tecnológico una explicación que encaje en esta tipología.

Grupo 2. Brexit

En el otro extremo del continente europeo, el Reino Unido evoca una mezcla de razones para el auge del populismo de derechas y xenófobo austrohúngaro con elementos más definidamente económicos. Aunque de nuevo es la migración la que ha alimentado el discurso demagogo del Leave, en este caso, el “otro”, el hombre de paja contra el que focalizar el discurso es alguien muy concreto: tiene nombre y bandera.

Los promotores del Leave supieron aprovechar esta confrontación, asociando los males económicos británicos al mercado único europeo. Se trata de un mercado que exige para su correcto funcionamiento la plena libertad de movimiento de bienes, servicios, capital y, en especial, personas. Este mercado único ofrece beneficios amplios a quienes participan en él, pues eleva la eficiencia de las empresas al disponer de mercados más amplios, reduce costes de producción y aumenta la variedad de productos disponibles, pero exige a cambio cierta pérdida de soberanía. En particular exige la homogeneización de reglas y normas que eliminen barreras comerciales y económicas, la apertura a una mayor competencia internacional y fronteras permeables para el movimiento de personas. Si esto último no fuera posible, los desequilibrios comerciales se verían intensificados, poniendo en peligro la estabilidad del propio mercado porque las migraciones actuarían como una suerte de válvulas de presión para los países miembros cuando sufren desequilibrios asimétricos.

No cabe duda de que la globalización, asociada en este particular caso a un mercado único, podría funcionar como una explicación aceptable del auge del populismo xenófobo británico. Sin embargo, la economía británica tiene otros males de origen interno que no responden a esta explicación. Así, por ejemplo, la reforma laboral de hace una década elevó, según numerosos estudios,

((Véase, por ejemplo, Paul Gregg, Stephen J. Machin y Mariña Fernández Salgado, “Real wages and unemployment in the Big Squeeze”, The Economic Journal, vol. 124, 576, pp. 408-432, mayo de 2014.
))

las diferencias salariales entre aquellos que poseen mejor cualificación y preparación frente al resto de trabajadores de baja cualificación y en sectores con una elevada competencia internacional o de ciertos servicios básicos, creando una dualidad entre los que algunos consideran una élite egoísta de chicos “londinenses” y el resto que se siente marginado. A estos últimos se les unen otros grupos poblacionales que por otros motivos ajenos a la economía desean un Reino Unido más autónomo y dueño de su destino. No es por lo tanto solo la inmigración la causa de una desigualdad que se asocia al mercado único. Existen otras razones más complejas y no necesariamente externas a Gran Bretaña.

Grupo 3. Sur de Europa

El sur de Europa representa la tercera variedad de populismo y difícilmente se puede encuadrar de nuevo bajo el prisma de la globalización, sino más bien en los efectos de una moneda única que para algunos se ha convertido en una corona de espinas. Aunque la constitución del euro supuso enormes ventajas para los países del sur de Europa, desde que se iniciara la crisis en 2008 implicó una gran variedad de costes difíciles de asumir. Concretamente, la imposibilidad de usar unapolítica monetaria que se amoldara a los problemas idiosincrásicos de cada uno de ellos, así como los probables errores de política económica asumidos al dictamen de una Comisión Europea claramente influida por preceptos germánicos, llevaron al Mediterráneo europeo, junto con Irlanda, a un sufrimiento quizás mayor del que correspondía.

Se creó un campo perfecto para el crecimiento de ideas radicales de izquierdas. La sensación, de nuevo, de que son otros los que gobiernan, de que son los mercados quienes definen las políticas a seguir, de que son los financieros los causantes y las élites extractivas de recursos públicos del pueblo, etc., originó el ascenso de partidos de izquierdas populistas, para los cuales no es la inmigración el hombre de paja, sino el capital opresor. Son las instituciones europeas las que oprimen al pueblo del sur europeo. Las ayudas al sistema bancario exacerbaron aún más los sentimientos de confrontación. Es un poder asociado al dinero, corrupto y desvergonzado.

Este auge populista en el sur de Europa tiene por lo tanto una pátina diferente a la del norte, quizás antagonista. Esto puede llevar en un futuro cercano a tensiones que deriven, si no en la ruptura, sí en la necesaria redefinición de una Europa que enferma por días. No es de nuevo una lucha entre perdedores y ganadores de la globalización. Es una lucha que surge desde aquellos a quienes la probablemente innecesaria crisis del euro enervó o despreció.

Grupo 4. Y Trump

Para los Estados Unidos el diagnóstico es todavía más complejo. ¿Puede la globalización estar moldeando la conciencia social del país? No son pocos los trabajos sobre los Estados Unidos que evidencian los claros efectos del comercio internacional en su empleo y en la distribución de los salarios. Concretamente se conoce el efecto del mismo en la polarización del empleo hacia ambos extremos de la distribución de salarios. Buena parte de los damnificados se concentra entre los de más baja remuneración, mientras que se observa cómo los salarios de los “ganadores” no han dejado de aumentar. También se conoce el efecto del comercio con China en ciertas economías locales, donde el nivel de renta media claramente ha caído, dejando a familias enteras sin apenas ingresos laborales.

((David H. Dorn y Gordon H. Hanson, “The China syndrome: Local labor market effects of import competition in the United States”, The American Economic Review, vol. 103, núm. 6, octubre de 2013, pp. 2121-2168(48).
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Además, el Tratado del Atlántico Norte (nafta) afectó a los procesos productivos en Estados Unidos frente a sus socios comerciales, Canadá y especialmente México. La deslocalización de actividades industriales desde el norte hacia el sur ha sido intensa, elevando el rencor hacia el vecino del sur. Un rencor económico mutado en xenofobia. Y Trump sabe utilizarlo.

Sin embargo, esta explicación sigue siendo parcial. A Trump no solo le apoyan los que han perdido su empleo por los embates del comercio internacional o los que han tenido que aceptar empleos de más baja remuneración. No solo lo hacen aquellos norteamericanos de baja cualificación cuyos salarios llevan más de tres décadas estancados. Aunque el apoyo a tesis aislacionistas, nacionalistas y etnocéntricas aumenta cuanto menor es el nivel educativo del entrevistado, como demuestran Mandsfield y Mutz,

((Edward D. Mansfield y Diana C. Mutz, “Support for free trade: Self-interest, sociotropic politics, and out-group anxiety. International Organization”, 63(03), 2009, pp. 425-457, y “us versus them: Mass attitudes toward offshore outsourcing”, World Politics, 65(04), 2013, pp. 571-608.
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existe además una gran base de trabajadores de elevados ingresos cuya economía no se ha visto amenazada que lo votarán. Para ellos, al igual que en Gran Bretaña, son otras las razones, de carácter económico, pero con una profundo componente social. Algunos detestan que Estados Unidos se convierta en una socialdemocracia europea, y creen que es lo que hará Hillary Clinton. Otros simplemente no quieren ver a la candidata demócrata en el despacho oval. Y otros ven como una amenaza al estilo de vida estadounidense la apertura comercial que ha moldeado su economía, aunque a ellos no les haya afectado. No son personas sin educación y de ingresos bajos. No son solo los perdedores de la globalización. No son el cuello del elefante de Milanovic. Son gente educada de altos ingresos, pero que comparten los ideales de Trump.

Si queremos explicar el auge del populismo en países tan diferentes y alejados unos de otros no podemos limitarnos a una sola razón. El populismo se manifiesta como la confrontación de un“ellos” contra “nosotros”, y en cada caso, ese “ellos” se encarna en una forma diferente. Es la lucha contra el inmigrante, contra el capital, contra los socialistas o contra los mexicanos o socios irresponsables del sur. Contra las instituciones que nos gobiernan y se quedan con nuestra soberanía. Da igual. Puede haber factores económicos que lo expliquen. O puede haber factores no económicos como guerras, hambre y mafias más allá de nuestros mares. Lo que les une a todos en una sola fuerza emergente similar en numerosos países es que tratan de dar respuestas simples y sencillas buscando una culpabilidad estereotipada y canalizando el esfuerzo hacia un solo objetivo: alcanzar el poder, que es de lo que finalmente se trata. ~

1 Véase, por ejemplo, Paul Gregg, Stephen J. Machin y Mariña Fernández Salgado, “Real wages and unemployment in the Big Squeeze”, The Economic Journal, vol. 124, 576, pp. 408-432, mayo de 2014.

2 David H. Dorn y Gordon H. Hanson, “The China syndrome: Local labor market effects of import competition in the United States”, The American Economic Review, vol. 103, núm. 6, octubre de 2013, pp. 2121-2168(48).

3 Edward D. Mansfield y Diana C. Mutz, “Support for free trade: Self-interest, sociotropic politics, and out-group anxiety. International Organization”, 63(03), 2009, pp. 425-457, y “us versus them: Mass attitudes toward offshore outsourcing”, World Politics, 65(04), 2013, pp. 571-608.

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Es profesor de economía aplicada en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, columnista de Vozpopuli y editor de Agenda Pública.


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