Alexandria Ocasio-Cortez es la nueva esperanza del partido Demócrata estadounidense. Su victoria en las primarias demócratas al Congreso en el distrito 14 de Nueva York, a finales de junio, tras vencer al congresista Joe Crowley (que llevaba 20 años como representante en los distritos 14 y 7) ha sacudido la política progresista de Estados Unidos. La nueva candidata al Congreso (que se enfrentará a un republicano en noviembre y posiblemente ganará, ya que está en distrito históricamente progresista) representa un viraje izquierdista en el partido Demócrata. Forma parte de los Democratic Socialists of America, de tendencia izquierdista e incluso marxista, y ha recibido el apoyo de organizaciones como Brand New Congress o Justice Democrats, que financian a candidatos a la izquierda del establishment del Partido Demócrata.
Una parte de la izquierda ha interpretado su victoria como un triunfo de las políticas de la identidad, simplemente porque es de origen puertorriqueño, es mujer y joven. Es una visión limitada y quizá incluso esencialista. No toda mujer de color, por el hecho de serlo, hace políticas de la identidad. Su plataforma se basa más en la clase que en la identidad. Sus propuestas no buscan exclusivamente la representación y el reconocimiento de minorías sino que tienen unos pilares claros redistributivos: Medicare para todos (cobertura sanitaria), universidad gratuita, salarios mínimos, abolir ICE, la agencia de inmigración. Son quizá excesivamente voluntaristas, y ya hay críticos en el partido Demócrata que hablan de lo difícil que es ganar votos con ese discurso en el Medio Oeste y en zonas no tan progresistas como Nueva York. Pero plantean una agenda clara y clásicamente progresista.
En Kansas, junto a Bernie Sanders y ante un público de clase trabajadora blanca, Ocasio-Cortez hizo un discurso que buscaba una unión de la izquierda más allá de la identidad: “Lo que me habéis demostrado, y lo que vamos a demostrar en el Bronx, es que la gente trabajadora de Kansas comparte los mismos valores –los mismos valores– que la gente trabajadora de cualquier sitio.” Luego dijo que hacía falta un Congreso con gente “de la sal de la tierra”, una referencia a las clases bajas y los oprimidos. Sanders hizo hincapié en eso: “Sea en Vermont, en el Bronx o en Kansas, tenemos esperanzas y aspiraciones comunes que son mucho mayores que las diferencias superficiales que pueden separarnos.” Es un discurso que busca claramente trascender la identidad.
En un perfil en New Yorker, David Remnick explica que Ocasio-Cortez venció probablemente porque fue a donde su contrincante no fue. En vez de acudir a por el votante demócrata seguro, los llamados “prime voters”, fue en busca de los descontentos, los abstencionistas, y a aquellas zonas donde más difícil es que te abran la puerta. “En un año de campaña, Ocasio-Cortez y sus voluntarios hicieron 170.000 llamadas de teléfono, llamaron a 120.000 puertas, y enviaron 120.000 mensajes de texto.” En un tuit, la candidata mostraba una foto de sus zapatos de campaña, completamente destrozados. En él decía que no había ganado por demografía sino porque había trabajado más que su contrincante. “Respect the hustle”, escribió, algo así como “respeta el trabajo duro”.
Es obvio que su origen étnico y su juventud tienen un gran componente simbólico. Pero no es lo mismo ser de una minoría o que en tu coalición o tus simpatizantes sean de minorías que segregar la representación política en términos identitarios, como a menudo realizan los partidarios de las políticas de la identidad: solo una mujer puede representar los intereses de las mujeres y solo las personas de color pueden representar los intereses de las personas de color.
Es algo en lo que ha insistido Ocasio-Cortez desde que venció: que aunque su distrito es mayoritariamente latino y de color, atribuir a esto su victoria es limitado. En su anuncio electoral dice: “No nací en una familia rica o poderosa: mi madre es de Puerto Rico, mi padre del sur del Bronx. Nací en un lugar donde su código postal determina tu destino.” Ha hecho, incluso, una crítica izquierdista o de clase a las políticas de la identidad, sugiriendo, en la línea de los Berniecrats más izquierdistas, que a menudo los candidatos que hablan de identidad son “caballos de Troya” de otros intereses. Es la crítica que medios como Dissent o Jacobin hicieron a Hillary Clinton, a la que acusaron de ocultar, tras su defensa de minorías y un discurso de la diversidad, una agenda neoliberal.
En La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora, el periodista Daniel Bernabé hace este mismo análisis crítico de las políticas de la identidad. Habla de un “mercado competitivo de la diversidad”, “una serie de identidades individualistas y competitivas que impiden nuestra acción colectiva y nuestra percepción como clase trabajadora para sí misma”. Bernabé piensa que al centrarnos en identidades sexuales o raciales olvidamos la clase y la ideología. Según él, esto ha permitido al neoliberalismo penetrar mejor en la sociedad: puede ser muy diverso y respetuoso con minorías en el plano simbólico a la vez que sigue siendo opresivo en términos económicos y materiales. Bernabé ha sufrido últimamente, a partir de la publicación del libro, un acoso en redes que muestra el pánico moral que provoca a menudo en la izquierda la crítica a determinadas estrategias que tienen que ver con las minorías. Ha sido acusado de señoro y cuñado de izquierdas (una caricatura de hombre blanco heterosexual que se queja de los veganos, las feministas, los gais y demás minorías), de ser casi de ultraderecha y de solo querer defender a una clase trabajadora masculina y blanca. Pero sus ideas, aunque a menudo caen en la nostalgia y en el idealismo de una clase trabajadora unida y vanguardia de las luchas sociales, merecen ser debatidas.
El debate sobre las políticas de la identidad a menudo se reduce a la identidad del emisor. Pero no siempre la crítica proviene de señoros viejos blancos. En el interesante Mistaken Identity. Race and class in the age of Trump, Asad Haider, cercano a los Democratic Socialists of America, de clara formación marxista y de origen pakistaní, es muy crítico con las políticas de la identidad, especialmente en los campus y en el activismo. Haider sufrió discriminación durante su infancia. Tras el atentado de las Torres Gemelas en 2001 empezaron a llamarle Osama en el instituto, y a sus padres “terroristas de Iraq”. “Mi identidad se transformó en un asunto de seguridad nacional.” Se formó con teóricos marxistas como W. E. Dubois y se convirtió en un defensor del universalismo frente al particularismo. Es también muy crítico con el islam, que considera reaccionario, y con quienes usan solo la religión para definirle a él y a su comunidad. En el libro critica la segregación que provocan las políticas de la identidad en la izquierda: describe cómo el activismo de izquierdas divide a menudo entre temas de “negros”, como la brutalidad policial, y temas de “blancos”, como la sanidad o los recortes. Y hace la crítica izquierdista-marxista:
[Las políticas de la identidad] Están basadas en la demanda individual por el reconocimiento, y usan esa identidad individual como punto de inicio. Asumen esa identidad y suprimen el hecho de que todas las identidades son constructos sociales. Y como todos nosotros necesariamente tenemos una identidad que es diferente a la de los demás, reducen la posibilidad de la autoorganización colectiva.
El partido Demócrata, al igual que buena parte de la prensa progresista estadounidense, está obsesionado con encontrar un nuevo liderazgo. La victoria de Ocasio-Cortez es mínima: ha vencido en un distrito pequeño de Nueva York que siempre vota demócrata. Lo que se ha reconocido es que ha destronado a un demócrata del establishment. Pero si Ocasio-Cortez es una oferta arriesgada no es porque sea mujer y latina, sino porque es demasiado de izquierdas para el establishment del Partido Demócrata (y para muchos votantes en zonas rurales o más allá de Nueva York, Oregon o California). El surgimiento de una izquierda pseudorradical (que sin embargo plantea cosas sensatas desde una perspectiva europea, como sanidad pública, carreras universitarias asequibles o un Estado del bienestar más solidario) en el seno del Partido Demócrata, y la aparición de los llamados “millennials socialistas” abren una brecha en la izquierda estadounidense que va más allá de la identidad y la representación étnica o sexual.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).