Para tirar a Peña

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Los malquerientes de Enrique Peña Nieto deben estar muy frustrados. Desde que el gobernador mexiquense comenzó a alejarse en las encuestas presidenciales rumbo al 2012, todos sus antagonistas han estado rezando por la aparición de un deus ex machina, un imprevisto providencial que “tire” a Peña Nieto y lo haga, al menos, un puntero alcanzable y no un presidente de facto a dos años de la elección. Contra todo pronóstico, el evento esperado finalmente ocurrió. Hasta hace unos días, el escandaloso desenlace de la investigación sobre la muerte de Paulette Gebara parecía ser el respiro que habían buscado los rivales de Peña: era imposible, suponían, que el gobernador emergiera ileso de semejante pantano. La incredulidad de la opinión pública le pasaría factura; las encuestas reflejarían una erosión inocultable. La sorpresa, entonces, debe haber sido mayúscula. En al menos dos sondeos publicados a finales de la semana pasada, la imagen de Peña Nieto demostró ser, de nuevo, prácticamente invulnerable por la vía del escándalo. Ni Paulette ni Lizette Farah ni la renuncia de Alberto Bazbaz… nada minó la popularidad de Peña: sigue encabezando las encuestas, en algunos casos hasta por 20 puntos.

Evidentemente, la oposición a Peña Nieto guarda todavía varios disparos mediáticos en la canana, varios dignos de seria discusión. El alarmante número de feminicidios en la entidad podría dar de qué hablar. Lo mismo la no menos vergonzosa presencia de capos del narco en la frontera entre la tierra mexiquense y la capital. La relación simbiótica del gobernador con el oscuro Arturo Montiel podría aún rendir frutos. En otro tono, se puede intentar recurrir a la extraña historia de la muerte de la esposa de Peña Nieto, Mónica Pretelini (los rumores que escuché en Toluca en una comida durante el fin de semana harían ruborizar a Poe). En plena desesperación, hay algunos que incluso aseguran contar con expedientes enteros sobre las relaciones extramaritales del gobernador —hijos ilegítimos, mujeres despechadas y un largo etcétera. Cualquiera de esos cartuchos podría hacer el milagro y tirar de su pedestal al hijo pródigo del PRI.

Pero, más que cualquier esqueleto en el clóset, lo que realmente se necesita para darle la vuelta a la inevitabilidad de Peña es conseguirle, pronto, un auténtico rival. Peña Nieto ha aprovechado la confusión de la izquierda, que sigue retrasando y retrasando el momento de la verdad en el que Marcelo Ebrard opta por romper con Andrés Manuel López Obrador o si éste decide, a pesar de sus casi incontables desventajas, aventarse al ruedo por segunda vez. El limbo del PAN tampoco ha ayudado a detener el crecimiento de Peña. Haga usted un ejercicio: pregúntele a un panista quién será el candidato presidencial del partido. La respuesta, le aseguro, será un silencio que esconde un temor comprensible: la caballada panista ha dejado de ser escasa pero sigue siendo insulsa. Hay quien piensa que, en el PAN, los que podrían ser buenos candidatos serían malos presidentes y (crucialmente) viceversa. El resultado es un desgano que ha retrasado incluso la formación de grupos de apoyo para los diversos aspirantes. Mala cosa.

Enrique Peña Nieto se ha beneficiado de la confusión de sus rivales. Sin nadie que le plante cara con gallardía intelectual y valor cívico, el gobernador mexiquense puede ir contratando la mudanza para el rumbo de Los Pinos. Pero si ocurre lo contrario, si el PAN o el PRD se sacuden cacicazgos y perlesías, la historia podría ser muy diferente. Como a cualquier otro candidato al que se la da por hecho, a Peña se le puede derrotar no confiando en la providencia sino en la virtud política. Basta preguntarle a Juan Manuel Santos, el candidato oficialista en Colombia que ya se imaginaba sentado en la Casa de Nariño como el delfín de Álvaro Uribe. Ni Santos ni Uribe contaban con Antanas Mockus y su talento para la organización proselitista. Lo que tres meses antes de la elección parecía la crónica de un triunfo anunciado se transformó en una segunda vuelta que, aunque termine con el triunfo final de Santos, reivindicará la oposición creativa y decidida. En México faltan no tres sino 24 meses para la presidencial. Pero también falta un aspirante al papel que ha jugado tan dignamente Mockus. Habrá que ver si se decide uno de estos días.

– León Krauze

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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