Además de la narrativa del “pueblo bueno” luchando contra las “élites malvadas”, hay otra cosa que los líderes populistas comparten: la necesidad imperiosa de llenar el aire con el sonido de su voz. No es raro que Donald Trump tenga intervenciones que superan las dos horas, lo que es mucho comparado con los discursos promedio de sus predecesores, pero muy poco comparado con los mensajes de hasta cuatro horas y media de duración que recetaba el compañero Evo Morales a los bolivianos.
A los presidentes populistas también les gusta que su voz llegue a todos lados. En Ecuador, Rafael Correa usó en un solo año más de 600 veces el recurso de la cadena nacional. Por su parte, Cristina Fernández de Kirchner usó 121 veces esa facultad a lo largo de su mandato, a veces para hablar por más de 3 horas, a pesar de que la ley argentina ordenaba que se usaran solo para emergencias o mensajes de alta trascendencia institucional. Y todos recuerdan a Hugo Chávez y su programa de televisión dominical, Aló presidente, que llegó a durar hasta 7 horas ininterrumpidas.
¿Por qué los políticos populistas hablan tanto? ¿Será que aman el sonido de sus cuerdas vocales? No solo es eso. El populismo es, más que una ideología, una forma de hacer política fuertemente basada en el relato. María Esperanza Casullo considera que el “énfasis en el discurso se justifica por el papel único que la palabra política desempeña en este tipo de movimientos y gobiernos: la naturaleza misma del lazo carismático entre el líder y sus seguidores requiere de un constante ida y vuelta de palabras y sentidos”. Casullo dice, con razón, que para los gobernantes populistas resulta esencial mantener vivo el mito del “ellos” contra “nosotros”, lo que exige una explicación permanente de quiénes son “ellos”, quiénes forman el “nosotros” y cuáles son los agravios que el “nosotros” victimizado debe vengar.
Todo esto viene a cuento porque la conversación pública en México lleva desde julio de 2018 centrada de manera exclusiva en las formas y contenidos de la comunicación del presidente Andrés Manuel López Obrador, especialmente en lo que dice en sus conferencias de prensa matutinas. Esta comunicación –basada en los principios de demagogia, desahogo, división y distracción– le ha resultado muy eficaz para:
- Establecer el marco en el que todos entendemos y discutimos los problemas del país: culpar al pasado y a ciertos grupos de la sociedad de todos los males para excusar los errores y abusos del presente;
- Fortalecer la narrativa demagógica del “ellos” contra “nosotros”, lo que permite al presidente y a su movimiento eludir la rendición de cuentas;
- Reafirmar el arquetipo psicológico del presidente como un “padre severo” (trabajador, guardián de la moral, proveedor y castigador de los “malos hijos”) a diferencia del “padre ausente” (disoluto y derrochador) que tuvimos el sexenio pasado.
- “Gobernar en vivo” para hacer sentir a la gente que participa en una “junta” en la que puede ver cómo el presidente toma ante nuestros ojos decisiones que antes se tomaban “a espaldas del pueblo”;
- Y consolidar, a fuerza de repetición, el mito de AMLO como un hombre honesto y bien intencionado que, aunque no puede cumplir todo lo que promete, hace su mayor esfuerzo por cambiar a México para bien. Esto es crucial para entender la brecha entre resultados del gobierno y aprobación presidencial.
A estas alturas, es público y notorio que las conferencias matutinas son un ejercicio de propaganda y no de comunicación. Mucho se ha escrito sobre el récord de afirmaciones no verdaderas que ahí se realizan, y sobre los ataques y amenazas del presidente a la prensa y a la oposición. También se ha dicho mucho sobre si el las conferencias realmente dictan agenda mediática, la irritante presencia de falsos periodistas que asisten para ganar notoriedad alabando al presidente, así como del efecto distractor de los largos monólogos plagados de ocurrencias que AMLO quiere hace pasar por respuestas dignas de un Jefe de Estado.
Todo eso se sabe. Y nosotros podremos decir misa sobre la “misa mañanera”. Pero viendo las encuestas, las conferencias matutinas son y le seguirán siendo muy útiles al presidente. Por eso, ahora promete –o amenaza, según se vea– extender el espectáculo a sábados y domingos. No sería sorprendente que, a medida que se acerquen las elecciones intermedias, el presidente decida hacer conferencias dos veces al día, de lunes a domingo.
Los populistas hablan mucho porque aman el sonido de su voz, es verdad. Pero también hablan mucho para que estemos descontentos, divididos y distraídos. Hablan mucho para sustituir la realidad con su relato. Y hablan mucho para preservar y acrecentar su influencia y su poder sobre nosotros.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos? De eso escribiré la próxima semana.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.