Andrés Manuel López Obrador ha sabido usar mejor que nadie el poder del discurso para beneficio de su proyecto político nacional-populista. Ha conseguido adaptar exitosamente la realidad de México a una narrativa demagógica (“buenos vs. malos”) que es simple, emotiva y efectiva. Ni los partidos opositores ni los medios de comunicación, las instituciones expertas, los grupos empresariales, la academia o la sociedad civil organizada han sido capaces todavía de plantear una narrativa mejor y por eso no es sorprendente que, al enfrentarse al presidente, todos obtengan los mismos resultados que tendría un competidor de esgrima olímpica en una pelea de callejón.
Pero hay un movimiento que sí ha logrado plantarle cara a López Obrador: el de las mujeres. Este, desde luego, no está en la misma categoría que los actores antes mencionados. Hablamos de un amplio movimiento espontáneo de protesta, que se ha convertido en una fuerza social que atraviesa regiones y clases sociales y que cuenta con el coraje, la legitimidad y el tamaño suficientes para meter en apuros políticos a AMLO.
Él, en respuesta, ha mostrado una creciente animadversión y abierta burla y desprecio en su contra. Esto pasa porque las mujeres le disputan dos cosas que él cree de su propiedad exclusiva: la calle y la justa indignación. Hoy no existe partido o grupo que movilice voluntaria y libremente a tanta gente como lo hacen los colectivos feministas en las principales ciudades mexicanas, aunque la pandemia ciertamente les quitó impulso. La legitimidad de la indignación de las mujeres contra la violencia machista es incuestionable, y la única respuesta aceptable desde el Estado es una profunda reforma institucional para atender el problema, que difícilmente ocurrirá bajo el populismo retrógrada de López Obrador.
Sin embargo, es de esperarse que el desprecio de AMLO por las mujeres no le traiga ningún costo a su partido en las elecciones de medio término. Es más, la actitud antifeminista del presidente no hará mella en el apoyo que goza de parte de muchas personas que se consideran a sí mismas feministas. ¿Por qué?
Una posible respuesta está en el poder que tiene la narrativa de AMLO para brindar satisfacción emocional a quien cree en ella. El relato sobresimplificado que el presidente usa para describir la realidad política y social de México es muy exitoso porque brinda certezas emocionales a través de una figura que encaja en el arquetipo del “padre severo”, planteado por George Lakoff, gran estudioso del lenguaje político. Lakoff explica que las personas tienden, de manera inconsciente, a ver a la nación como si fuera una gran familia. El país es la casa común que todos habitamos, el gobierno es el “padre o madre” y los ciudadanos son los “hijos”.
Lakoff plantea dos grandes arquetipos políticos que corresponden a dos formas diametralmente distintas de crianza. Por un lado está el modelo del padre/madre protectora (nurturing parent), quien puede ser una mujer, un hombre o una pareja. En este modelo, el padre/madre tiene como misión amar a todos sus hijos por igual, guiarlos y brindarles las herramientas que necesitan para ser adultos plenos. En lo político, esto se traduce en una filosofía progresista-liberal que tiene como pilares la búsqueda del bien común, la solidaridad, la defensa de la dignidad humana y la valoración de la diversidad.
Por otro lado está el arquetipo del “padre severo” (strict father), que corresponde a una familia patriarcal donde el hombre cumple un rol masculino tradicional. Este modelo ve al mundo como un lugar lleno de maldad y peligro, por lo que la familia necesita un padre fuerte que la proteja y que la provea frente a las amenazas externas. El padre estricto es la autoridad moral suprema en la familia, sabe siempre distinguir el bien del mal, y por eso sus decisiones no son debatibles. El arquetipo del “padre severo” se activa en la mente cuando un político comienza a hablar de moral, familia, lealtad, obediencia y disciplina. Lakoff postula que ese marco mental es el dominante en los ciudadanos con visiones sociales y políticas conservadoras.
En el discurso y en los hechos, López Obrador ha demostrado una y otra vez que encaja perfectamente en el arquetipo conservador del “padre severo”. Y si nos guiamos por sus niveles de aprobación, podemos inferir que esa matriz discursiva conservadora goza de enorme aceptación en la sociedad mexicana.
Esto puede parecer extraño para muchas personas que se consideran a sí mismas progresistas, pero que aún así votaron por López Obrador y lo siguen apoyando. ¿Cómo explicar esta contradicción? Lakoff propone como hipótesis que no todos los votantes caen completamente en el terreno progresista o conservador, sino que pueden tener posturas “ambivalentes” (él les llama “biconceptuals”). Por ejemplo, el hecho de que alguien esté racionalmente a favor de la libertad reproductiva, de los matrimonios entre personas del mismo sexo o de la legalización de las drogas no necesariamente cambia su deseo emocional básico: una vida en la que alguien fuerte y con autoridad les diga qué hacer para ser considerados “buenos”, alguien que le brinde validación externa y aprobación moral a su visión del mundo. En otros casos, las personas ambivalentes pueden tener posturas progresistas en los asuntos públicos, pero en sus relaciones interpersonales (como jefes, profesores pareja o padre/madre) adoptan el rol de autoridad del “padre severo”. Apoyar a líderes fuertes como López Obrador les brinda la satisfacción emocional que da ejercer autoridad y poder simbólicos al sentirse parte de un grupo “moralmente superior”, con el derecho de castigar a quienes desobedecen las reglas y piensan o actúan distinto.
Mientras no haya otro movimiento político que ofrezca esa recompensa emocional, muchos progresistas ambivalentes seguirán apoyando a AMLO y encontrarán la justificación racional para seguir tachando “Morena” en la boleta electoral, aunque usen pañuelo verde o pugnen vigorosamente en Twitter por el uso del lenguaje incluyente. De este modo, el populismo machista y atávico de AMLO no pagará un costo político y podrá seguir siendo indiferente, y hasta abiertamente hostil, al feminismo y sus demandas, confirmando, una vez más, que lo que es bueno para López Obrador no es necesariamente bueno para México.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.