En una crisis, un líder tiene que desempeñar con eficacia tres tareas fundamentales:
- Aceptar que se ha presentado una crisis y asumir plenamente su responsabilidad;
- Tomar decisiones adecuadas y oportunas, así como adaptarse permanentemente a nuevas circunstancias;
- Comunicar de manera eficaz, creíble y transparente.
Lejos de cumplir estas tareas, durante varias semanas el presidente López Obrador minimizó la situación y trató de distraer a la sociedad con temas triviales. Ha ignorado deliberadamente las recomendaciones de la autoridad sanitaria. Ha entrado en contradicciones con el vocero científico y con las autoridades locales. Ha politizado la situación, atacado a los medios y llamado “provocadores” a los ciudadanos que le piden acatar las indicaciones sanitarias. Su comunicación no mejora a medida que avanza la crisis. Todo lo contrario. En este video del 29 de marzo, en vez de llamar a la unidad nacional para obedecer la indicación urgente de quedarse en casa, sigue de gira y se pone a hablar de conspiraciones y “vacíos de poder”. Y el video en el que se le ve saludando con familiaridad a la madre de “El Chapo” Guzmán termina de confirmar que las prioridades del presidente son otras.
Las encuestas reflejan descontento social con este manejo de la crisis. México compite con Venezuela y Rusia por el primer lugar mundial en desconfianza ciudadana en sus gobiernos. En América, López Obrador está, junto con Donald Trump y Jair Bolsonaro, en el club de los presidentes populistas que arriesgan la salud de millones de personas con una mezcla de decisiones erráticas y comunicación demagógica. Los tres países más poblados de América –Estados Unidos, Brasil y México– tendremos que navegar por la peor tormenta global en un siglo con esos capitanes que, como bien dice Mario Riorda, se han convertido en “multiplicadores de la incertidumbre”.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos ante ese vacío de liderazgo?
- Gestionar nuestras emociones y mantenernos enfocados. El comportamiento de AMLO, Trump y Bolsonaro puede exacerbar emociones negativas como miedo, impotencia y enojo. Esto es intencional. Lanzan tuits, videos y discursos indignantes para distraer la atención de lo que sucede en la vida real: falta de equipo médico, escasez de pruebas para la enfermedad, respuestas institucionales deficientes. Hay que enfocarnos en lo que importa: quedarnos en casa y cumplir las indicaciones de salud, tratar de apoyar a médicos y enfermeras para que tengan material y equipo, y no dejar de exigir políticas públicas a la altura de la crisis sanitaria y económica.
- Administrar bien nuestra atención. No podemos pasar todo el día en redes sociales leyendo y discutiendo acaloradamente la última barbaridad de nuestro presidente. Pero tampoco se trata de alejarse de toda la información y solo compartir videos de gatitos felices. Hallemos un punto medio: estemos informados y vigilantes. Levantemos la voz cuando haya que hacerlo, pero sin excesos que llevan al desgaste y que solo alimentan la impotencia.
- No contribuir a la polarización. El manual de la comunicación populista se basa en tres pilares: desahogo, distracción y división. Al convertir todos los problemas públicos, incluyendo al Covid-19, en una batalla entre “ellos” (malos) y “nosotros” (buenos), los presidentes populistas eluden la rendición de cuentas. Evitemos caer en ese juego, lo que significa no discutir sobre personas e intenciones, sino centrar la conversación en acciones, problemas y soluciones. No es “ellos” contra “nosotros”: somos todos contra el virus.
- Ayudar en lo que se pueda a quien se pueda. Ayudar al mayor número de personas posible con gestos y actos de generosidad y solidaridad no sólo reduce el estrés y la ansiedad. También nos ayudará a sentir que nuestras sociedades sí pueden hacer algo para sobrellevar mejor la crisis. Algo importante: los populistas le temen a la unión de los ciudadanos en causas en las que ellos no controlan la narrativa, porque eso reduce su poder y se lo regresa a la gente. No nos aislemos, sigamos en contacto frecuente con nuestras redes personales para ayudar.
- Aplaudamos lo que se hace bien. No todo es mal liderazgo. Reconozcamos públicamente a funcionarios, instituciones públicas, empresas, ONGs, iglesias, organismos internacionales y ciudadanos que hacen las cosas bien, que trabajan con generosidad, que donan tiempo y recursos, que ayudan a los más débiles. Esto nos ayudará a alimentar una esperanza fundada en el futuro.
- Recordemos que el antídoto para la demagogia es la decencia. En su afán de eludir la rendición de cuentas y acrecentar su poder, los demagogos pierden la empatía y se vuelven insensibles, o abiertamente crueles. La decencia, es decir, nuestra capacidad para distinguir y reconocer lo que está bien y lo que está mal, sin importar quién lo diga o quién lo haga, es lo único que nos permitirá mantener la brújula moral en estos tiempos de confusión y posverdad.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.