Ahora que Trump es historia, hay muchas publicaciones que están haciendo balance de su presidencia, algo que obviamente han hecho también en los últimos cuatro años. Algunas de esas evaluaciones son triviales, pomposas y tediosas. Se critica su insensibilidad, racismo, xenofobia, arrogancia, ineficiencia, inefectividad, ignorancia. Muchos de los que lo defienden lo hacen probablemente por las mismas razones: pero en su opinión la xenofobia, el racismo y la arrogancia se consideran virtudes y no fallos morales profundos.
Mi análisis es completamente diferente. En primer lugar, voy a explicar los aciertos de Trump y, en segundo lugar, lo que nos enseñó. Trump acertó con los principios esenciales de política exterior: America First y un suave aislacionismo. Para ver esto hay que tener en cuenta que solo existen dos políticas exteriores estadounidenses: el excepcionalismo y America First. El excepcionalismo está basado, como su nombre indica, en una ideología de preeminencia estadounidense, justificada y explicada con la virtud de la Nueva República. La preeminencia de Estados Unidos claramente sugiere que existe un sistema jerárquico de países en el que EEUU está en la cima y los demás países juegan un papel subsidiario e inferior. El objetivo último implícito de esta política es el control del mundo. Estados Unidos no es el primer país que ha soñado con esto: Egipto, Roma, el imperio cristiano de Bizantio, el imperio musulmán, Carlomagno, los hunos, Tamerlán, Napoleón, Hitler, el imperio comunista de la URSS, la lista es larga.
Como conseguir ese imperio es poco probable, el camino hacia ese objetivo está marcado por guerras. Por eso la ideología del “país indispensable” casi por definición exige “guerras eternas para una paz eterna”, como dijo Gore Vidal. No es casual que Estados Unidos haya estado prácticamente setenta años en una guerra ininterrumpida.
La ideología de America First al menos formalmente coloca a todos los países en el mismo nivel. Sostiene que Estados Unidos perseguirá sus propios intereses pero no espera menos de los demás. Como dijo Trump, que no es un experto en relaciones internacionales, en su discurso en Naciones Unidas, espera que los demás países, desde Argelia a Zimbabue, apliquen la misma política. En la política de America First, Estados Unidos siempre tendrá más poder que otros, dado su tamaño e importancia, pero no desea ni sueña con gobernar a otros o decirles cómo gestionar sus cuestiones domésticas. Se comporta de manera transaccional, lo que tiene como resultado que la guerra es menos probable. Los intereses pueden negociarse, las ideologías no.
Trump básicamente siguió esta política hasta que se obsesionó con China tras la covid-19, que para él era una especie de plan chino para echarlo de la presidencia. Sin embargo, no comenzó nuevas guerras e hizo, a menudo, esfuerzos por terminar guerras que empezaron hace veinte años y que nadie en Washington podía defender a estas alturas. Eran guerras puramente imperiales como las de El desierto de los tártaros, en las que nadie en el poder sabe ni siquiera dónde están luchando sus soldados y menos aún por qué.
Trump hizo dos contribuciones importantes a nuestro conocimiento de la política y los negocios. A la política trajo toda su experiencia empresarial de casi medio siglo y, como escribí, supuso el triunfo definitivo del neoliberalismo. Trataba a los ciudadanos como a sus empleados, a los que podía usar como quiera e incluso despedir. Vio su presidencia como Bezos ve su puesto en Amazon: puede hacer cualquier cosa, sin molestias de reglas y leyes.
Trump acabó con la brecha que divide a los ciudadanos, los espectadores del juego político, de los que gobiernan, y se dedicó a hacer chanchullos, intercambios de favores y a usar el poder público para la ganancia privada de una manera abierta y sin complejos, a la vista de cualquier espectador de su show. Mientras que los gobiernos del pasado realizaron estas acciones ilegales o semilegales, como recibir dinero de potentados extranjeros, desplazarse de una posición lucrativa a otra, evadir impuestos, con discreción y algo de decoro, con la cortina bajada para que los espectadores no pudieran ver ni participar en las actividades ilícitas, en esta ocasión se hizo abiertamente. Gracias a Trump, por lo tanto, pudimos ver la inmensa corrupción que existe en el seno del proceso político.
Pero hizo más. Llegó con esta actitud corrupta a la presidencia, una actitud perfeccionada durante cincuenta años de acuerdos y negocios basados también en chanchullos legales y semilegales. Pero esto no frenó su ascenso empresarial. De hecho, posibilitó su ascenso, y le permitió disfrutar de una carrera brillante en el mundo de los negocios en Nueva York, hacerse rico y convertirse en un invitado valorado en muchas fiestas, e incluso se convirtió en un contribuyente estimado en campañas políticas, como la de Hillary Clinton para el Senado. El hecho de que su ascenso al poder no se considerase de ninguna manera algo excepcional o inaceptable demuestra que todo el mundo a su alrededor usaba las mismas estrategias para llegar a la cima.
Al conocer a Trump pudimos también conocer cómo funcionaba el mundo de los negocios en Nueva York, e incluso en el mundo, dado que Trump y sus acólitos hacían negocios en Escocia, Rusia, Oriente Medio, China y demás. Sus confidentes más cercanos y familiares que lo traicionaron para obtener contratos multimillonarios exhibieron un comportamiento que el propio Trump habría aprobado, pero también demostraron qué tipo de estándares éticos abundan en esos entornos. Trumps nos dio, por lo tanto, otra lección útil: nos enseñó la corrupción, impunidad y la podredumbre que hay en el seno de muchos negocios importantes.
Su personaje reveló la profundidad de la corrupción que yace en el centro de la política y los negocios. Son pecados imperdonables. Los pecados que se disfrutan en secreto se perdonan o ignoran; los pecados que uno alardea no. Quienes reemplacen a Trump harán todo lo posible para no cambiar, porque se ha convertido en un aspecto sistémico. Pero cuando ves la verdad es difícil hacer como si no hubiera pasado nada.
Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).