¿Quién habla en nombre de Europa?

La potencia franco-alemana ya no habla exclusivamente en nombre de Europa, como ha demostrado sin lugar a dudas la guerra de Ucrania.
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Desde Rumanía, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, proclamó que “Nous les Européens” (nosotros los europeos) participaremos en una eventual negociación entre Ucrania y Rusia. La suya fue una proyección de la autopercepción de los franceses –especialmente de los presidentes franceses–: Francia es “Europa” y Europa un facilitador del poder de Francia, más que un proyecto con su propia lógica, a veces diferente o incluso opuesta a la de L’Élysée.

En Kiev, con los líderes de Alemania, Italia y Rumanía, Macron afirmó que el suyo era un mensaje de “unidad europea para los ucranianos”. Y esto al menos es cierto: la imagen de lo que algunos expertos llaman los Tres Grandes en un tren con destino a Kiev es poderosa, y bienvenida.

Y sin embargo, hace un año, una propuesta de última hora de Macron y la entonces canciller alemana Angela Merkel para reanudar las cumbres UE-Rusia fue rechazada en el Consejo Europeo. Redactada con cuidado, esta iniciativa franco-alemana fue vista como un intento de cambiar por la puerta de atrás una piedra angular de la política de la UE desde la anexión de Crimea en 2014 (la suspensión de las cumbres de alto nivel), poniendo en riesgo la unidad europea. Generó rechazo e incluso desprecio, y no solo de los sospechosos habituales (polacos más bálticos): suecos, holandeses y otros fueron mordaces. Algunos hablaron de “amateurismo diplomático”. Nadie entendió el mal momento de la iniciativa, ni en la forma (presentada apenas 24 horas antes de la cumbre) ni en el fondo, justo después de que Rusia llevara a cabo una masiva postura militar en torno a Ucrania –un ensayo general para la nueva invasión– y prohibiera la organización vinculada al líder opositor encarcelado Alexei Navalny.

De ahí que solo Italia lo apoyara abiertamente, mientras que el presidente español Pedro Sánchez se abstuvo de hacerlo, subrayando en cambio cuidadosamente la necesidad de unidad y de líneas rojas con Rusia.

Esta disputa ilumina el panorama político actual de Europa y debe tenerse en cuenta mientras la guerra se prolonga y su impacto económico aumenta. En primer lugar, si bien el motor franco-alemán sigue siendo el centro de poder de la UE, ya no es suficiente en una Unión fragmentada de coaliciones cambiantes, que ahora dependen de los temas (por ejemplo, la migración, la zona del euro, la agenda verde, etc.). Berlín y París no pueden dar por sentado que sus colegas e instituciones de la UE se limitarán a seguir su ejemplo cuando pretendan europeizar sus posiciones nacionales.

Esto es claramente lo que ocurre cuando tratamos con la Rusia de Vladimir Putin. Aquí, como demostró la disputa del año pasado, el liderazgo franco-alemán es cuestionado, y no solo por quienes ven a Rusia como una amenaza existencial, sino también por otros, que, más discretamente, cuestionan la sensatez de tales intentos de acercamiento al Kremlin. Esta pauta es anterior al 24 de febrero, un acontecimiento que ofreció una trágica reivindicación a quienes, en contra de las crecientes evidencias, fueron considerados “rusófobos” histéricos, una afirmación muy repetida por los propagandistas rusos. (Esos mismos países, en su mayoría del flanco oriental de la OTAN, se organizan ahora en torno a este tema).

Además, Francia y Alemania nunca disfrutaron de la autoridad delegada de la UE en las negociaciones de Minsk para el Donbás. Putin ha matado tanto los acuerdos de Minsk como el formato de Normandía (Ucrania, Rusia, Francia y Alemania), que era su consecuencia. El canciller alemán Olaf Scholz y claramente Macron codician ese papel, pero puede que tengan que volver a solicitar el puesto. Mientras tanto, Ucrania sugiere ampliar la lista de mediadores y, lo que es más importante, de aliados.

Es cierto que, más allá del apoyo a Ucrania y de la ruptura de los vínculos con Rusia, las diferencias sobre hasta dónde apoyar el esfuerzo bélico y abordar las posibles negociaciones podrían ser más sustanciales. Estas diferencias afectan a todas las instituciones y sociedades, y van más allá de la división entre Oriente y Occidente (por ejemplo, los alemanes y los españoles suelen apoyar más el suministro de armas a Ucrania que, por ejemplo, los italianos).

Estos debates irán en aumento. A medida que Putin, como es previsible, doble su apuesta de agresión (por ejemplo, en el exclave de Kaliningrado, en la guerra energética, incluso amenazando con una crisis alimentaria mundial y una hambruna a través de su bloqueo del grano de Ucrania, etc.), existe el riesgo de que se desaprendan las lecciones. Macron repite dos argumentos, de los que se hacen eco facciones del establishment europeo: la necesidad de evitar humillar a Rusia, más la geografía (Rusia siempre estará ahí). Sin embargo, los rusos son las mayores víctimas de Putin: al negarles elecciones libres y justas durante 20 años, él y su camarilla muestran cómo no ven a su propio pueblo como ciudadanos, sino como vasallos.

El propio Macron y los dirigentes alemanes también han provocado esta humillación al tragarse una mentira de Putin tras otra. El restablecimiento de Macron con Putin no dio ningún resultado, salvo el de alienar a los socios de la UE. En febrero, en el período previo a la nueva invasión, entre una de estas llamadas de Macron y Scholz con Putin, este autor se reunió en Kiev con el Premio Sájarov de la UE y antiguo preso de la cárcel de Siberia Oleg Sentsov. Sentsov, que sabe muy bien de qué va el putinismo, contó que había advertido al presidente francés que él, como muchos antes, acabaría siendo engañado por el autócrata ruso. Además, hablar de geografía es algo hueco; hace una abstracción del régimen irredentista de Putin y, lo que es peor, lo asocia indefinidamente al país. Un poco como decir que porque el sol sale todos los días y quema constantemente la tierra es inútil luchar contra el cambio climático.

El liderazgo en política exterior depende en gran medida de la influencia y la confianza. Hasta su visita a Kiev, Francia y Alemania gastaron capital político mediante su asociación con políticas –como Nord Stream II y los acuerdos de Minsk– que fracasaron estrepitosamente. Las preocupaciones prematuras de Francia por humillar al ocupante ensangrentado del Kremlin y la percepción de la dilación alemana en el suministro de armas a Ucrania han erosionado aún más ese liderazgo. Su claro apoyo en Kiev al estatus de candidato a la UE de Ucrania y Moldavia –un paso que tiene sentido histórico, político, de seguridad y democrático– contribuye a restaurar la confianza y a crear una posición verdaderamente europea, que no habría sido posible sin el giro franco-alemán sobre la candidatura de Ucrania. Pero siguen existiendo recelos muy arraigados, alimentados además por mensajes como los pronunciados el 21 de junio por el asesor de política exterior de Scholz, en un momento en que Ucrania lucha por su supervivencia y muchos temen los próximos pasos de Rusia.

Hay buenas razones para preocuparse. Rusia, cuya cúpula directiva no prevé una Ucrania independiente, prevé una guerra prolongada, y espera que Occidente se canse. El llamado campo de la paz no comprende que una paz mal concebida ahora –digamos una Minsk III– significa una guerra aún peor mañana. En resumen: a menos que se ayude a Ucrania a recuperar el terreno perdido, las fuerzas rusas se reagruparán y atacarán de nuevo, incluida Kiev, y podrían entonces buscar hazañas imperialistas más allá de Ucrania. Las nuevas garantías de Francia van en la dirección correcta: apoyo a la victoria “completa” de Ucrania, que definirá el presidente Zelenskyy, y restablecimiento de la integridad territorial, seguido de un diálogo entre Rusia y Ucrania que incluya garantías de seguridad para esta última.

Pero las palabras deben ir acompañadas de recursos para que se conviertan en estrategia. El apoyo militar de Occidente sigue siendo insuficiente para que Ucrania pueda hacer frente a los bombardeos masivos y a los avances sigilosos de Rusia, sobre todo en el Donbás. Con el tiempo, esto podría impedir cualquier camino europeo real para Ucrania.

Escribo esto desde Ucrania horas después de los lamentos de otra alarma antiaérea, sentado en el parque de una ciudad abarrotada de niños desplazados del este y del sur. En cualquier momento, los misiles rusos podrían destruir esta apariencia de normalidad e incluso de alegría, como hicieron ayer, a solo 50 km de aquí. 

Ahora está más claro que nunca que un excomediante ucraniano vestido de camuflaje e innumerables ucranianos anónimos, vivos y muertos, se han ganado el derecho, a través de luchas lejos de las salas de reuniones de la sede de la UE en Bruselas, a hablar en nombre de Europa. La Comisión, al menos, ha demostrado que escucha su voz y, al hacerlo, habla también por Europa. Otras capitales nacionales deberían tenerlo en cuenta si quieren liderar de verdad a los europeos en otra de las horas más oscuras.

Publicado originalmente en el Center for European Policy Analysis.

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Borja Lasheras es Senior Fellow del Center for European Policy Analysis (CEPA).


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