Foto: Ministerio de Relaciones Exteriores from Perú, CC BY-SA 2.0, via Wikimedia Commons

El amigo de la integración latinoamericana

Diplomático de carrera, ex ministro de Relaciones Exteriores del Perú, José Antonio García Belaúnde (1948-2025) estaba convencido de la importancia de la integración latinoamericana e hizo un gran aporte a esa causa.
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La última vez que lo vi fue el 20 de marzo. Conversamos sobre América Latina y Europa, las posibilidades de armar una resistencia diplomática contra el asalto de Trump al multilateralismo, el derecho internacional y la democracia liberal. Y conversamos, como siempre en los casi veinte años que lo conocí, sobre el Perú, el dolor que significa la presidencia inútil de Dina Boluarte y las escasas posibilidades de renovación en la elección presidencial del año que viene. Conversamos mientras comíamos en un restaurante navarro en Madrid que nos gustaba a los dos. Entre muchas otras cosas debo a José Antonio García Belaúnde –Joselo para todos sus amigos– la introducción a media docena de restaurantes madrileños tradicionales. Sentí que su ánimo estaba algo apagado, pero no le presté mucha atención. Aunque no lo sabía, era el presagio del cáncer furibundo del cerebro que lo mató el 4 de julio, a sus 77 años.

Diplomático de carrera, ministro de Relaciones Exteriores del Perú de 2006 a 2011 durante el segundo gobierno de Alan García, Joselo estaba convencido de la importancia de la integración latinoamericana e hizo un gran aporte a esa causa quijotesca. Son muchos los políticos y funcionarios latinoamericanos que se llenan la boca con grandilocuencia sobre la integración. Los que la practican en serio son solo unos cuantos y Joselo era de los mejores.

Nació en una familia de raigambre aristocrática, pero comprometida con la democracia. Su abuelo, Víctor Andrés Belaúnde, fue ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Manuel Prado Ugarteche. Un intelectual ampliamente reconocido, don Víctor Andrés participó como representante del Perú en la asamblea fundadora de la ONU en San Francisco en 1945, algo de lo que Joselo sentía mucho orgullo. Su tío Fernando Belaúnde Terry dirigió una insurgencia ciudadana exitosa contra la dictadura del general Manuel Odría en Arequipa en 1956; luego sería electo presidente del Perú dos veces. Su padre, Domingo García Rada, fue un mártir de la democracia: después de ser presidente de la Corte Suprema, mientras dirigía el Jurado Nacional de Elecciones, fue víctima de un atentado terrorista del grupo sanguinario maoísta Sendero Luminoso; quedó gravemente discapacitado al recibir dos balas en la cabeza y una en el brazo. Cuando surgió el proyecto del Lugar de la Memoria (LUM) en Lima para conmemorar a las víctimas de Sendero y su represión por el ejército, tanto Alan García como Joselo se mostraron escépticos. Pero este se reconcilió con el proyecto y grabó un testimonio conmovedor sobre el martirio de su padre que se puede ver en el LUM.

Joselo forjó una amistad con Alan García cuando los dos eran estudiantes en la Universidad Católica en los años sesenta, antes de que entrara a la carrera diplomática. Él siempre insistió en que no era aprista, sino simplemente un amigo personal de Alan. Cuando llegó a ser ministro estaba muy preparado. Después de varios puestos en el exterior, fue subdirector de asuntos económicos e integración y luego trabajó en la Comunidad Andina (CAN), un amago de mercado común compuesto por Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela (hasta que Hugo Chávez la retiró). A su honra, fue uno de los diplomáticos cesados por Alberto Fujimori debido a que se opuso a su autogolpe en 1992. Pero continuó como director del CAN hasta 2006.

Como canciller trabajó para zurcir las heridas dejadas por Fujimori. Sus cinco años de permanencia como ministro –un lapso inédito en el Perú– serán recordados sobre todo por dos iniciativas. La primera fue llevar el diferendo por la frontera marítima con Chile a la Corte Internacional de Justicia en La Haya en 2008. Joselo dirigió el caso con discreción y profesionalismo, logró evitar que Ecuador interviniera en apoyo de Chile. Finalmente, en 2014 la corte dictó un veredicto salomónico: preservó las aguas territoriales chilenas, pero otorgó al Perú unos cincuenta mil kilómetros cuadrados mar adentro.

Joselo se cuidó de no polemizar con los chilenos; lejos de una bronca entre vecinos, vio el caso como una forma de mejorar las relaciones y enterró una historia envenenada por la memoria de las invasiones chilenas del siglo XIX y la anexión de las provincias peruanas de Arica y Tarapacá. No es casual que en estos días se hayan escuchado varias declaraciones de aprecio hacia él de diplomáticos chilenos.

Ese cuidado facilitó una segunda iniciativa: la declaración de Lima de 2011, que fundó la Alianza del Pacífico, una unión entre Perú, Chile, Colombia y México. En ese momento los cuatro estaban entre las economías latinoamericanas que crecían más rápidamente debido a gobiernos comprometidos con economías abiertas en vez del proteccionismo que suele ser habitual en muchos esquemas integracionistas de la región. Joselo siempre enfatizaba que la Alianza era un proyecto de integración profunda, basado no en contigüidad geográfica, sino en el compromiso compartido con políticas de libre movimiento de bienes, servicios, capitales y personas. Era un proyecto intergubernamental, sin burocracia o parlamento propio. Funcionó: rápidamente sus miembros abolieron casi todos los aranceles entre ellos y los requerimientos de visas para sus ciudadanos. En sus primeros cinco años, otros 49 países pidieron asociarse a la alianza como observadores.

Cayó víctima de la política. Tanto Iván Duque en Colombia, un presidente en deuda con gremios proteccionistas, como Andrés Manuel López Obrador en México, cuyo ideario era muy diferente, la frenaron. Pero sigue siendo un ejemplo de cómo podría funcionar la integración: pragmática y basada en aumentar los intercambios económicos.

En los últimos tiempos, después de ser embajador en Madrid, trabajar para la CAF (un banco de desarrollo) y, finalmente, como presidente honorario de la Fundación Internacional Unión Europea, América Latina y el Caribe (Fundación EU-LAC), Joselo lamentaba la desunión cada vez más profunda de América Latina y su irrelevancia creciente en el mundo. Con Joselo se va una época para Perú y la región, mucho mejor que la actual. Me siento privilegiado de haber sido su amigo. Su muerte deja un vacío grande en mi vida y, sin duda, en la de muchos otros. ~


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