Comparto con ustedes cinco reflexiones sobre las pasadas elecciones a gobernador en el Estado de México y Coahuila.
Primero, hay que reconocer la enfermedad. Tenemos que reconocer que las campañas políticas en México son una vergüenza. El pobrísimo nivel del debate, la intensa negatividad que bombardea al elector, la baja calidad del discurso, la lluvia de propuestas demagógicas e incosteables, la abundancia de repentinos expertos en campañas que hacen pasar ridículos a sus incautos candidatos… Son innumerables las evidencias de que las campañas en México pasan por una crisis terrible que debe atenderse cuanto antes.
Segundo, los incentivos están en contra del ciudadano. Nuestros partidos políticos tienen dos obsesiones: una, hacerse de la mayor cantidad de recursos públicos y privados posibles para obtener más votos. Y dos, obtener más votos para hacerse de la mayor cantidad de recursos públicos y privados posibles. Los incentivos están construidos a favor de maquinarias partidistas corporativas y clientelares y en contra del empoderamiento individual del ciudadano.
Tercero, no puede haber elecciones libres en entornos de corrupción generalizada. En días recientes se ha dado un debate intenso sobre la legitimidad electoral. Para algunos, el hecho de que las instituciones electorales organizan bien la jornada electoral en sus aspectos logísticos (instalación de casillas, emisión y conteo del voto, vigilancia de partidos, ciudadanos y observadores) y que los ciudadanos pueden votar en paz, basta para decir que hay elecciones libres. Para otros, las prácticas clientelares y corporativistas que desplegó con fuerza inusitada el PRI en las elecciones de Estado de México y Coahuila invalidan la limpieza de la jornada electoral y ponen un manto de duda sobre la legitimidad de todo el proceso. Lo que es claro es que con gobiernos con tan bajos niveles de confianza ciudadana es imposible lograr que el proceso electoral opere en un entorno de credibilidad, indispensable para cualquier democracia. A tomar nota para 2018.
Cuarto, para derrotar a las maquinarias corporativistas, hay que tener mejores candidatos haciendo mejores campañas. Aquí me voy a permitir citar al primer comentarista en deportes y política que escuché en mi vida, mi padre, quien siempre dice al escuchar el “no era penal” y otros pretextos de la Selección Nacional para justificar sus derrotas: “si el árbitro está vendido, entonces tienes que meter más goles”. Lo mismo aplica a las campañas políticas. Claro que indigna que los gobiernos se metan como lo hacen en las campañas con recursos públicos. Desde luego que hay que terminar con las trapacerías de gobernadores que vuelcan todas sus artimañas para meterle el pie a la oposición. Pero del lado de la oposición también tiene que hacerse un esfuerzo mayor para preparar cuadros que se conviertan en candidatos atractivos y competitivos aún en esos contextos adversos. Fox será lo que quieran, pero no ganó en 2000 porque el sistema le dio permiso: ganó porque entendió lo que había que hacer para derrotarlo. Mientras los partidos políticos sigan postulando candidatos mediocres, los “Juanes Zepeda” seguirán siendo la sorpresa y la excepción en las campañas.
Quinto, los partidos no entienden que no entienden. Empezando por el PRI y MORENA, pasando por el PAN y el PRD y por todos los partidos minoritarios, estas elecciones dejaron clara una cosa: nuestra élite política sigue demoliendo los cimientos de la casa en la que viven. Uno de esos cimientos es la confianza de la gente en el proceso democrático. La confianza es un bien precioso, escaso y difícilmente renovable. ¿Qué pasaría si por desconfianza, sólo el 40% de la gente que puede votar se presenta a las urnas? ¿Qué fuerza tendría un presidente o presidenta elegida con poco más del 30% de esos votos? El voto obligatorio y la segunda vuelta son medidas necesarias y urgentes, pero no suficientes, para detener esta tendencia de gobiernos cada vez menos representativos.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.