Sí, Elon, la AfD es de extrema derecha

Errores del mainstream son responsables del mortal atentado de Magdeburgo. Eso no es excusa para ignorar los fallos de los extremistas que pretenden suplantarlos.
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El atentado contra un mercado navideño en Magdeburgo es profundamente trágico. Una vez más, decenas de inocentes –incluido un niño de 9 años– han sido asesinados sin sentido. Una vez más, una nación llora y se atemoriza, obligada a preguntarse si es seguro ir a ese concierto, a ese partido de fútbol o a esa tienda de la esquina.

También es cada vez más probable que el ataque al mercado navideño sea, una vez más, un fracaso de las instituciones alemanas. Desde que se produjo un atentado similar en un mercado navideño de Berlín –un crimen que me resultó especialmente personal, ya que está situado a unos cientos de metros del apartamento de mi madre–, el riesgo de este tipo de atentados es bien conocido. Entonces, ¿por qué las medidas de precaución no impidieron que un coche arrollara a una multitud indefensa?

Y lo que es aún más indignante, ahora está claro que Taleb al-Abdulmohsen, el presunto atacante, llevaba mucho tiempo amenazando abiertamente en las redes sociales con perpetrar una atrocidad masiva. Varios de sus conocidos advirtieron proactivamente a las autoridades alemanas sobre él, rogándoles que hicieran algo, y al parecer ni siquiera obtuvieron respuesta. ¿Subestimaron las autoridades alemanas el peligro que representaba? ¿Se molestaron siquiera en investigar estos informes?

Por último, supuestamente Arabia Saudí ha solicitado la extradición de al-Abdulmohsen por delitos graves. Hasta ahora hay poca información fiable sobre la naturaleza o la validez de esas reclamaciones. Es perfectamente posible que fueran un intento de un gobierno autoritario de silenciar a un crítico. Pero también es posible que, como muchos otros, al-Abdulmohsen haya podido abusar de un sistema de asilo disfuncional para eludir su responsabilidad por delitos reales. ¿Debería haber sido expulsado de Alemania hace tiempo?

Las instituciones se ganan la confianza cumpliendo con sus responsabilidades. Proteger a los inocentes de las matanzas masivas es posiblemente la tarea más importante de un Estado moderno. Si fracasa en esa tarea, no es sorprendente –y, sí, correcto– que mucha gente se haga preguntas difíciles. Pero nada de eso es excusa para sacar conclusiones tan simplistas que son sencillamente erróneas.

Al-Abdulmohsen es un solicitante de asilosaudí en Alemania que, al parecer, atacó un mercado que tiene una estrecha relación simbólica con la festividad cristiana más importante; no es de extrañar que mucha gente asumiera inicialmente que, al igual que el atacante del mercado navideño cercano al apartamento de mi madre, era un terrorista inspirado por el islam extremista. Pero a medida que se fueron conociendo más hechos, se hizo evidente que esta versión es demasiado simple.

Al-Abdulmohsen había abandonado el islam hacía tiempo. Participaba activamente en organizaciones que intentaban ayudar a las jóvenes saudíes a encontrar su libertad en Occidente. En las redes sociales, varias personas especularon con que todo se trataba de una treta. Una usuaria afirmó con seguridad, sin aportar pruebas, que al-Abdulmohsen debía de estar practicando la Taqiyya, el arte de ocultar la verdadera fe para mantener o hacer avanzar el islam en condiciones hostiles. Rápidamente fue retuiteada por el hombre más rico del mundo y propietario de la que posiblemente sea la plataforma de medios sociales más influyente en política. “La mayoría de la gente en Europa sigue pensando que la prensa tradicional es fiable cuando es pura propaganda”, tuiteó Elon Musk. “El ángulo ateo fue un engaño para evitar la extradición”. Pero, por mucho que Musk diga lo contrario, no hay indicios serios de que Al-Abdulmohsen utilizara sus convicciones declaradas como tapadera de un deseo secreto de cometer la yihad.

Tampoco tiene mucho sentido la historia oficial presentada por las autoridades alemanas y repetida con credulidad por los principales medios de comunicación, desde la NBC a la BBC. Con inusitada rapidez, Nancy Faeser, ministra alemana del Interior, afirmó haber descubierto la verdadera motivación del atentado: fue, dijo a la prensa, islamófobo. Pero eso es doblemente erróneo. Implica que cualquiera que abandone el islam o critique prácticas como la represión extrema de las mujeres que se practica en Arabia Saudí es presa de una fobia irracional. E insinúa erróneamente que al-Abdulmohsen trató de atacar a los musulmanes y no a un grupo aleatorio de alemanes.

La verdad sobre los motivos del atacante, por lo que podemos suponer, es simplemente que ha estado durante mucho tiempo en las garras de delirios paranoicos, que le hicieron actuar de maneras que tenían alguna lógica interna enrevesada, pero poca conexión con el mundo real. En realidad parece ser un exmusulmán que de alguna manera se convenció a sí mismo de que varias organizaciones exmusulmanas traficaban y explotaban a mujeres jóvenes. Realmente sentía un profundo odio por Alemania, un odio impulsado por fantasías paranoicas sobre autoridades alemanas que secretamente hacían el juego a Arabia Saudí. Parece que de verdad se propuso matar y herir al mayor número posible de alemanes, pero el objetivo no era ni matar cristianos (como cristianos) ni musulmanes (como musulmanes), sino atraer la atención hacia su errática causa.

La esquizofrenia nunca es una respuesta completa a por qué los terroristas hacen lo que hacen. Pero por lo que se sabe públicamente en este momento, parece probable que, en el caso de al-Abdulmohsen, una enfermedad mental grave de algún tipo sea una parte inusualmente grande de la explicación.

Musk también ha llegado a otra conclusión simple pero errónea. Yendo mucho más allá de las comprensibles preguntas sobre los fallos de los partidos e instituciones establecidos, ha tuiteado repetidamente que “Solo la AfD puede salvar Alemania”. Cuando su apoyo a un partido tan extremo suscitó críticas, las rechazó de plano: “Obviamente NO es de extrema derecha”, comentó en un post sobre Alice Weidel, una de las líderes del partido. “Solo políticas de sentido común”. Musk llegó incluso a afirmar que “¡las políticas de la AfD son idénticas a las del Partido Demócrata estadounidense cuando Obama asumió el poder!”. ¿Tiene razón?

Muchos partidos de derechas en Europa se han moderado a lo largo de la última década. Los Demócratas Suecos tienen sus raíces en un movimiento neonazi real. Pero aunque sigo estando en desacuerdo con muchas de sus políticas, está claro que ahora se han moderado y han expulsado a muchos de sus seguidores más radicales; el hecho de que el actual gobierno de centro-derecha del país dependa de los votos del partido para su mayoría no me hace temer que Suecia esté a punto de descender al fascismo.

El caso de Giorgia Meloni es similar. Se inició en la organización juvenil de un movimiento postfascista y ha defendido el legado de Benito Mussolini. Pero aunque no es tan coherente como cabría esperar a la hora de distanciarse de la nostalgia por ciertos aspectos de la Italia fascista, ha rechazado claramente las tendencias antidemocráticas de su juventud. Aunque tengo muchas cosas que criticar de su gobierno, no es ni mucho menos tan extremista como se temía cuando tomó posesión.

Incluso hay razones para pensar que podría ocurrir lo mismo si Marine Le Pen gana las elecciones presidenciales francesas previstas para 2027, como predicen muchos sondeos. Fundado por su padre, Jean-Marie, el Frente Nacional era un partido profundamente racista y antisemita que disculpaba sistemáticamente a los colaboracionistas que dirigieron el Régimen de Vichy. Pero en un intento de “desintoxicar” la imagen del partido, Marine expulsó a su propio padre y lo rebautizó como Agrupación Nacional. Aunque es difícil predecir cómo gobernaría Le Pen, es perfectamente plausible que opte por emular a Meloni.

Todo esto ha convencido a algunos politólogos muy eminentes de que el peligro de los movimientos de extrema derecha en Europa ha disminuido. Como ha escrito Sheri Berman, catedrática de Ciencias Políticas del Barnard College de la Universidad de Columbia, en las páginas de Persuasion:

Lejos de ser una señal de que la democracia está en peligro en Europa Occidental, la evolución de los Hermanos de Italia, los Demócratas Suecos y la Agrupación Nacional Francesa debería hacernos ser cautelosamente optimistas. Estos partidos han llegado a reconocer que para ganar votos y poder político tenían que alejarse de sus raíces de extrema derecha, moderar sus llamamientos y plataformas políticas y comprometerse a jugar con las reglas democráticas del juego.

Cuando se trata de gran parte de Europa occidental, el argumento de Berman es al menos verosímil. Pero el problema –como ella misma reconoce explícitamente– es que la AfD no encaja en esa historia.

La trayectoria típica de los partidos de éxito de la derecha populista es que empiezan siendo extremos y se moderan con el tiempo. Eso convierte a la AfD, cuya trayectoria ha sido la contraria, en un caso atípico. El partido comenzó en 2013 como un movimiento moderadamente euroescéptico animado por profesores de economía que querían abolir el euro. Desde entonces, sus líderes comparativamente moderados han sido una y otra vez expulsados por aspirantes más extremistas. En el proceso, Der Flügel, el ala más extremista del partido, ha pasado de ser una pequeña facción dentro del movimiento a su voz dominante.

El primer líder de facto de la AfD fue Bernd Lucke, un economista conservador que había sido miembro de los democristianos alemanes antes de abandonar el partido de Angela Merkel por su oposición al euro. Tras dos años en el cargo marcados por las crecientes tensiones con los reclutas más radicales del partido, Lucke fue desplazado por su adjunta, Frauke Petry, en 2015. Pronto abandonó el partido, advirtiendo de que quienes querían poner en duda la propia legitimidad de la democracia parlamentaria y favorecían a Rusia frente a Estados Unidos tenían ahora la sartén por el mango. La AfD, advirtió, ha “caído irremediablemente en las manos equivocadas”.

Durante el breve mandato de Petry como líder del partido, el representante más famoso de Der Flügel arrastró al partido aún más a la derecha. En un discurso pronunciado en Dresde, Björn Höcke atacó un famoso discurso de un antiguo presidente alemán que calificaba la derrota de los nazis el 8 de mayo de 1945 de liberación nacional y no de catástrofe para el pueblo alemán. Höcke se explayó sobre los crímenes de guerra perpetrados por Estados Unidos y los grandes logros históricos del pueblo alemán, todo ello sin decir una sola mala palabra sobre el Tercer Reich. Criticó un destacado monumento conmemorativo del Holocausto en Berlín como un equivocado “monumento de la vergüenza”. Y concluyó su discurso pidiendo un “giro de 180 grados en cómo recordamos nuestra historia”.

Incluso para Petry, el escándalo posterior fue demasiado. Intentó expulsar a Höcke del partido. Pero, al igual que su predecesor, estaba destinada a perder la lucha contra el ala extrema de su propio partido. En una conferencia del partido en septiembre de 2017, Petry fue expulsada por Jörg Meuthen y Alexander Gauland. Al igual que Lucke, terminó abandonando el partido, quejándose de que demostró no estar dispuesto a rechazar “declaraciones extravagantes”.

¿Adivinas qué pasó después? Aunque a Meuthen se le consideraba muy a la derecha de Petry, sus intentos de limitar la influencia del ala más extrema de la AfD pronto hicieron insostenible su posición. Al igual que sus predecesores, abandonó el partido que había dirigido, quejándose de que se había vuelto hostil a la Constitución alemana y abierto a tentaciones totalitarias. El verdadero líder del partido, dijo en 2023, era ahora Björn Höcke.

Este rodeo a través de los diversos líderes fracasados y golpes de palacio de la AfD puede parecer arcano. Pero habla de la verdadera naturaleza del partido. La mayoría de los partidos populistas de derecha en Europa han reconocido que necesitan hacer algún intento serio de distanciarse de la extrema derecha para aumentar su porcentaje de votos y tener una perspectiva realista de entrar en el gobierno. En el caso de la AfD, las voces que rechazan con orgullo esa estrategia han demostrado, una y otra vez, tener las de ganar. La decisión de Le Pen de desvincularse de la AfD en el periodo previo a las elecciones europeas de este año –durante las cuales el principal candidato del partido, un aliado clave de Höcke, había defendido a miembros de las SS– no era más que la consecuencia lógica.

Sin duda, no todos los políticos de la AfD encajan en el estereotipo de reaccionario bocazas que excusa a los nazis. Weidel, lal relativamente moderada líder del partido que alaba Musk, por ejemplo, es una doctora en economía que trabajó para Goldman Sachs y el Banco de China, habla mandarín con fluidez y está casada con una suiza con raíces en Sri Lanka. Algunas de las posturas del partido, desde las peticiones de limitación de mandatos para los políticos hasta la prohibición de que países autoritarios como Turquía financien mezquitas alemanas, son perfectamente razonables. Aún es imaginable que la AfD siga algún día los pasos de otros partidos populistas de derechas de toda Europa, en parte porque hacerlo probablemente redundaría en su interés electoral: aunque la AfD cuenta ahora con un 18% en las encuestas, lo que le da buenas posibilidades de convertirse en el segundo partido más fuerte en las elecciones al Bundestag previstas para febrero de 2025, su porcentaje de votos sigue siendo bajo en comparación con las fuerzas populistas de derechas de gran parte de Europa.

Pero lo que pueda ocurrir en el futuro aún no se ha materializado. Por ahora, el centro de gravedad dentro del partido reside en quienes coquetean persistentemente con el racismo, el antisemitismo y la nostalgia del Tercer Reich. Mientras tanto, los “moderados” del partido han aprendido la lección del destino compartido por Lucke, Petry y Meuthen: a menos que quieran ser expulsados, no deben criticar a los extremistas y fanáticos de sus propias filas.

Así que, sí, Elon: la AfD es definitivamente de extrema derecha.

A Musk le encanta afirmar que “X son los medios de comunicación ahora”. Pero tanto en el caso de los medios de comunicación como en el de los partidos políticos dos cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo: Los titulares son profunda y exasperantemente defectuosos. Y sus adversarios suelen ser aún peores.

En general, lo que yo saco de todo esto es que hay que hacer el duro trabajo de reformar las instituciones en el poder. No deberíamos aplaudir la caída de los partidos políticos moderados ni la quiebra de los principales medios de comunicación. Más bien deberíamos exigir a los partidos políticos moderados que se esfuercen más por solucionar los problemas graves y responder a las opiniones de los votantes. Del mismo modo, deberíamos presionar a publicaciones como el New York Times hasta que sus periodistas vuelvan a estar a la altura de las virtudes a las que tradicionalmente han aspirado los miembros de su gremio.

No es la única estrategia legítima. También hay buenas razones para dedicar energías a crear alternativas políticas y periodísticas a la corriente dominante. Tal vez, nuevas y mejores instituciones puedan suplantar a las antiguas, o tal vez las nuevas alternativas puedan al menos crear la competencia que obligue a los titulares a corregir el rumbo. (Esto, por cierto, formaba parte de la misión fundacional de Persuasion).

Pero todos estos esfuerzos fracasarán si no se basan en la realidad. Dar credibilidad a afirmaciones falsas sobre la verdadera motivación de terroristas asesinos no va a arreglar nada. Ni tampoco fingir que uno de los partidos políticos más extremistas de Europa occidental comparte su ideología con Barack Obama.

Publicado originalmente en el Substack del autor.

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Yascha Mounk es director de Persuasion.


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