Después de las elecciones de 2016, Donald Trump se convirtió en presidente; y Michael Moore, en profeta.
“No muchas personas pueden decir que predijeron la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales”, escribió Brian Murphy, de McClatchy, el 9 de noviembre. “Son aún menos las que pronosticaron exactamente cómo lo lograría. Michael Moore dio justo en el clavo”. Después, fueron apareciendo muchas historias similares. La mayoría eran reconocimientos interminables de la capacidad de análisis de Moore. Los periodistas corrieron a preguntarle cómo pensaba que sería la presidencia de Trump. Y él respondió con una serie de dramáticas profecías.
La noticia de que Moore había pronosticado correctamente el resultado de la elección no estaba del todo equivocada. En julio de 2016, Moore publicó un breve ensayo en donde aseguraba que Trump sería presidente. Lo que no se mencionaba en estas halagadoras historias era que la victoria de Trump no fue su única predicción. En agosto, cuando la campaña de Trump parecía estar al borde del colapso, Moore escribió que Trump se estaba “autosaboteando” porque tenía terror de perder y, en realidad, tampoco quería ganar. En ese momento, predijo que Trump abandonaría la campaña.
El 9 de octubre, cuando la campaña de Clinton estaba en su mejor momento, Moore publicó en Twitter: “Algunos dicen que mi publicación de julio, con las 5 razones por las que Trump podría ganar, fue lo que despertó y movilizó a millones. De nada”. Victoria de Trump, victoria de Clinton, renuncia de Trump. No importa qué hubiera pasado el 8 de noviembre; Moore podría decir que sabía que eso pasaría. Pero el problema aquí no es Michael Moore. El problema son los medios de comunicación y la manera en que informan sobre estos profetas y sus predicciones.
Después de un evento importante, los periodistas salen en busca de aquellos que lo hayan pronosticado, los declaran oráculos y les ruegan que hagan otra predicción sobre nuestro futuro. Es una respuesta esperable ante una situación de sorpresa e incertidumbre. Pero también es una traición a lo que debería ser la base principal de todo periodista: el escepticismo.
Ante eventos de gran cobertura, como elecciones presidenciales, ataques terroristas o la caída del mercado bursátil, siempre habrá una gran cantidad de observadores haciendo diferentes predicciones. Por eso, casi siempre habrá alguien que haya acertado el resultado. Bajo estas circunstancias, está claro que el simple hecho de haber adivinado correctamente lo que pasaría no tiene casi ningún valor. Pensar que eso prueba que esa persona tiene el conocimiento suficiente como para saber qué pasará después tiene tanto sentido como preguntarle al ganador de la lotería cuáles serán los próximos números ganadores.
Cuando se trata de predicciones y profecías, el desafío está en poder diferenciar a los que realmente entienden del tema de los que solo tuvieron suerte. Como cualquier fanático del béisbol sabe, el secreto está en las estadísticas. Un home run o un mal partido no significan mucho. Para poder juzgar a un bateador, necesitamos conocer su promedio de bateo, un conjunto de estadísticas de desempeño basadas en un gran cantidad de turnos al bat.
Parece sencillo: solo habría que aplicar algo así para las predicciones periodísticas. Parece, pero no lo es. Uno de los principales problemas es que utilizan lenguaje muy vago. Cuando un especialista dice que algo “podría” pasar o que hay “una buena posibilidad” de que algo ocurra, en realidad está diciendo, literalmente, que eso podría o no suceder. Más claro, imposible, ¿no? Incluso una declaración como “Trump va a ganar” sigue siendo ambigua. Si Trump pierde el voto popular, pero gana los votos del Colegio Electoral, ¿la predicción fue correcta? ¿Y si fuera el caso contrario? Es imposible decirlo a ciencia cierta. Desafortunadamente, cuando se trata de predicciones, el lenguaje en los medios es muy ambiguo y no suele utilizar términos precisos o evaluables.
Otro obstáculo importante para crear un registro preciso de las predicciones es la tendencia —tanto de los periodistas como del público— a recordar los aciertos y olvidar los errores.
Durante la primera mitad de 2008, cuando el precio del petróleo y de otros productos subía aceleradamente y la escasez de alimentos causó disturbios en diferentes lugares del mundo, hubo muchísimas historias sobre el “pico petrolero” y la futura “era de la escasez”. Y sí, en la segunda mitad de 2008 la situación empeoró, pero no de esa manera. Años después, las aterradoras predicciones de principios de 2008 claramente no se habían cumplido, ni siquiera en 2015, cuando el precio del petróleo se desplomó. Pero muy pocos periodistas recordaron eso. Casi nunca lo hacen. Por eso, nadie se preguntó qué pasó con esas profecías sobre la sociedad postapocalíptica, estilo Mad Max, donde viviríamos y nadie señaló y criticó a esos falsos profetas. Simplemente, el tiempo pasó y nosotros nos olvidamos.
Y esto ocurre todo el tiempo. ¿Recuerdan cuando se decía que la Unión Europea estaba al borde del colapso y que eso traería consecuencias catastróficas? ¿O cuando dijeron que la burbuja de activos de China estaba a punto de reventar? ¿O cuando prometieron que la expansión cuantitativa causaría una hiperinflación? Todos esos profetas tuvieron sus cinco minutos de fama durante ese periodo, pero cuando el tiempo no les dio la razón, permitimos que se esfumaran lentamente de nuestra memoria.
¿Ah, pero un profeta que sí atina? Entonces no cabe duda de que esa persona es un oráculo. Y a los periodistas les encanta indagar sobre el futuro con la ayuda de estos adivinos. Es una situación que se repite todos los días en la televisión. Se presenta a un panelista como la persona que predijo correctamente X evento para luego preguntarle qué pasará en nuestro futuro. Si en algún momento esa persona se equivocó en sus predicciones, ni nos enteramos. En 2010, vi uno de los ejemplos más descarados de esto en CNBC: invitaron a un experto en finanzas porque había pronosticado correctamente la gran crisis de 1987. Sí, de 1987. Pero no se hizo ningún comentario sobre el hecho de que esta persona había tenido problemas después de 1987 y, en realidad, había sido despedida en 1994. Michael Moore es otro excelente ejemplo. “Creo que nos tenemos que empezar a acostumbrar a decir ‘presidente Romney’”, dijo en 2012. Creo que, hasta al día de hoy, jamás he dicho “presidente Romney”, pero eso qué importa. Después de esas elecciones, nadie habló sobre la fallida profecía del señor Moore.
Si en el volado sale águila, yo gano. Si sale sol, nos olvidamos de la apuesta. Aparentemente, esas son las reglas que rigen los pronósticos de este estilo en los medios de comunicación. Incluso si recordáramos los aciertos y los desaciertos por igual, seguiríamos sin tener suficiente información como para llevar un registro preciso y poder darle un valor real a estas predicciones. Seamos generosos: en 2016, Moore tuvo razón, pero no en 2012. No pude encontrar otra predicción suya sobre elecciones presidenciales. Entonces, solo tenemos un total de dos predicciones, que, por supuesto, no son suficiente como para definir un “promedio de bateo”. No podemos saber con certeza si Moore es mejor o peor que el observador promedio.
Para poder calcular estadísticas de desempeño, necesitamos muchas más predicciones. Además, deben venir acompañadas de términos y cifras precisos, por ejemplo, “existe un 30 % de probabilidad de que Corea del Norte desarrolle tecnología de misiles balísticos intercontinentales con capacidad nuclear”, en lugar de un básico “existe una buena probabilidad de que Corea del Norte refuerce su arsenal nuclear”. Y, para poder hacer comparaciones, necesitamos que las predicciones sean acerca de lo mismo. De esta manera, podremos saber cuánto podemos confiar en cierta predicción.
Philip Tetlock, un destacado psicólogo de la Universidad de Pensilvania, desarrolló una metodología de medición y creó la investigación más completa sobre predicciones políticas de expertos jamás realizada. La comunidad de inteligencia quedó tan sorprendida que decidió financiar su investigación posterior. Y fue durante ese trabajo que descubrió a un reducido grupo de personas que hacen excelentes predicciones; incluso mejores que las de profesionales de inteligencia con acceso a información clasificada. El tema del libro de Tetlock, Superforecasting (del que sí, confieso, soy coautor), es justamente ese: descubrir por qué estos “superpronosticadores” son tan hábiles.
Con los resultados de la investigación de Tetlock, la comunidad de inteligencia está comenzando a cambiar su forma de operar. El sector financiero también: Goldman Sachs revisó cómo elabora uno de sus pronósticos clave para adaptarlo a las recomendaciones de Tetlock.
Pero eso a los medios no les interesa. Sus noticias sobre los profetas y sus pronósticos siguen igual que siempre. Claro, esto solo representa un problema para las personas que piensan que se trata de historias serias creadas para ayudarnos a comprender eventos actuales y a saber qué podemos esperar. Claramente, para algunos periodistas, los pronósticos son una forma de entretenimiento, como los horóscopos. En ese caso, así como los horóscopos, estas noticias deberían estar en la sección de Estilo de Vida y Entretenimiento.
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
es autor de The Science of Fear, Future Babble y Superforecasting, este último en coautoría con Philip E. Tetlock.