No es suficiente querer ser un país, hay que aprender cómo serlo. Hacia dentro, cuando todo sigue fracturado y los intentos por juntar las partes coinciden con nuevas rupturas, hermanas del horror. Hacia afuera, a pesar de quienes harán lo imposible para dificultarlo y deciden aprovechar una mala realidad para sus intereses, en lugar de marcar distancia o permitir la solución y contención de urgencias con beneficios compartidos.
Más de trescientos muertos y arriba de cuatrocientos heridos en una semana de violencia en Sueida, al sur de Siria. La reciente semana drusa comenzó con el asalto a un camión de verduras, de ahí un toma y daca de secuestros hasta perder el control. Los pretextos siempre exhiben profundidades.
Al inicio se confrontaron tribus beduinas y drusos de distintas facciones; más tarde se incorporaron miembros de grupos afines al gobierno interino y luego fuerzas enviadas por el gobierno en Damasco. No solo es el número; importan los métodos, remembranza de la espantosa crueldad de la dictadura. Las agresiones sectarias de marzo, en la zona alauita, aún se encuentran muy cerca como para evitar pensar los asesinatos en la región drusa bajo los mismos códigos, pendientes y vergüenzas.
A tres hombres drusos, simpatizantes de Damasco, les hicieron saltar de sus balcones, luego les dispararon. Décadas de Assad hicieron escuela. Así mataban a estudiantes opositores al régimen en la universidad de Alepo. Soldados de las autoridades interinas fueron obligados a caminar desnudos o ejecutados por una facción drusa, y una más cometió abusos y violaciones contra tribus beduinas, quienes también participaron en la secuencia de aberraciones. Sabemos cómo evolucionan y terminan los ciclos de balcanización. Por eso no hay nada más importante que detenerlos.
La Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, OCHA, reportó que, desde el inicio de las tensiones hasta la fecha, más de 93 mil personas han sido desplazadas de la región de Sueida a causa de la violencia.
La reconstrucción y estabilidad de Siria, como el futuro del proyecto de las autoridades interinas, no así su posición inmediata, no tienen mayor amenaza local que la sectarización, siempre asesina, en un Estado cuyo gobierno no tiene gran espacio para exigirle paciencia a su sociedad frente a la muerte y el barbarismo.
En medio, tres muertos y más de treinta heridos, el saldo del bombardeo de Israel sobre el ministerio de Defensa en Damasco. Uno entre varios ataques simultáneos de Tel Aviv contra el nuevo país, a metros de la plaza Omayad, lugar de múltiples celebraciones públicas tras la caída del régimen. Ministros en Israel y quienes les defienden sin consideración alguna pronunciaron el nombre de los drusos, no los pensaron. En demasiadas ocasiones, especialmente lejos de la región, se invocó su nombre sin siquiera saber de ellos.
Ojalá Medio Oriente fuera simple y Siria, hoy, lo fuese más. Aunque sea un poco. No por una intención de reducir lo complejo, sino para evitar el desgastante maniqueísmo de quienes, en medio de un universo de verdades simultáneas, eligen aquella aparentemente útil para las menos respetables conveniencias.
Ni Siria es homogénea ni los son los diferentes credos, comunidades, clanes, tribus o etnias a su interior. Hubo un tiempo en el que bajo ideas como el panarabismo se buscó suponer cierta unicidad en la identidad, hecha política junto al territorio. Fantasía exigua. Gobiernos dictatoriales se escudaron en una falsa secularidad y con ella impusieron dosis de control, que en no pocas ocasiones construyeron alianzas como rezagos. En Siria, entre las fracturas más evidentes está la condición de los kurdos al norte o los drusos al sur. Por su disputa con Turquía y su relación con Estados Unidos como fuerza contra el Estado Islámico, de la población kurda se ha escrito con relativa abundancia en Occidente. Los drusos, en cambio, parecen ser un universo un tanto desconocido en esta parte del mundo.
En su tradición, el número de almas drusas es finito. Reencarnan en ellos mismos. El cuerpo religioso, monoteísta, conjunta elementos ismailíes, de vertiente chía, también del cristianismo, el hinduismo, aspectos esotéricos e influencia de la filosofía griega. La lengua es el árabe. Su texto sagrado es la Epístola de la sabiduría. Rechazan la conversión en sus dos vías. Entre sus personajes están los profetas del judaísmo, el cristianismo, el islam y Platón.
Alrededor de un millón componen su población, distribuida sobre todo en el Levante: 700 mil en Siria, 250 mil en Líbano, cerca de 150 mil en Israel. Están concentrados en su mayoría en Sueida. En los territorios ocupados de los Altos del Golán, la población mayoritaria se identifica siria e históricamente han rechazado la ciudadanía israelí.
Del lado de Israel, con menos del 2% de la población tienen un papel relevante en su ejército, pero no son considerados ciudadanos con igualdad de derechos. Según la ley de Estado-nación de 2018, Israel es un Estado del pueblo judío. Todos los demás son de segunda clase. El documento de identidad de los árabes israelíes señala su nacionalidad árabe; el de los drusos, drusa. No son pocas las reflexiones que a lo largo del tiempo toman la participación del grupo en el ejército israelí como una apuesta por el reconocimiento que no llega ni se asoma. En parte, ese papel en las fuerzas armadas está detrás de la retórica de protección a la minoría con la que el gobierno de Netanyahu ha justificado sus ataques a territorio sirio desde la caída de Bashar, incluyendo el reciente bombardeo sobre el ministerio de Defensa. La diferencia de derechos a los que está sujeta la comunidad drusa hace insostenible la contradicción.
A raíz de ese ataque, medios de comunicación voltearon momentáneamente la mirada a Siria. Como es común, redes sociales comenzaron a difundir imágenes alrededor de la situación en Sueida. Algunas actuales, pero también muchas de años previos y distintas regiones del país. He insistido, en varias ocasiones, que eso solo es posible gracias al desinterés a los casi catorce años de guerra, en los que el retrato de las brutalidades se documentó hasta hacerse costumbre que cae en el olvido.
El día del ataque contra el ministerio de Defensa, luego de la intervención de fuerzas de Damasco, liderazgos drusos anunciaron el cese al fuego. Poco después, Siria e Israel dieron a conocer un compromiso similar y la atención no especializada pasó de forma natural a otros asuntos, pero siguieron horas de confrontaciones con las tribus beduinas.
Al irse disipando el humo ha sido más sencillo visualizar las divisiones entre facciones drusas. La estabilidad sigue reclamando nociones de emergencia.
En Siria, son tres los principales liderazgos espirituales de la comunidad drusa. Uno de ellos, Hikmat al-Hijri, cercano a Assad y vinculado con el gobierno israelí, ha jugado a servir como una especie de proxy de Tel Aviv. Si bien en esa relación y las acciones de al-Hijri se traza mucha de la peor violencia en la zona –si algunos afines a Damasco repitieron actos que recuerdan a Assad, cercanos a al-Hijri repitieron métodos del Daesh–, tampoco es este el único elemento de preocupación.
Quienes buscan relacionar los hechos de Sueida con el pasado yihadista del grupo que derrocó a Assad estarán ignorando los últimos años del mismo grupo y excluyendo un proceso, casi experimental e increíblemente frágil, que aún no se termina de ver. En ese proceso sirio lo que ya se puede analizar son varias fallas.
La no homogeneidad incluye a las comunidades drusas. Facciones dentro de facciones cometen atrocidades, otras se disponen al diálogo y no hay una definición conjunta de cuál papel quieren tomar en la conformación siria. Las tribus beduinas, a quienes se les ha restado importancia en la composición de un país en proceso, también merecen mayor atención.
El gobierno encabezado por Sharaa ha destinado la mayor parte de su energía en el restablecimiento de relaciones con otros países y el levantamiento de sanciones europeas o estadounidenses. Sin esos pasos no había posibilidad de nada, pero ha desestimado la importancia de la entrega de resultados locales más allá de infraestructura, imprescindible sin la menor duda, y la conformación de instituciones que mantienen un estado embrionario. Instituciones con la capacidad de despresurizar los brotes de violencia, que se seguirán dando: acciones de rendición de cuentas para los años del régimen de Assad, acciones de justicia, ejercicios de justicia transicional, etcétera. Sobre todo, porque aquel levantamiento de sanciones, realmente imprescindible, está sujeto a que no ocurran más Sueidas.
No hay receta para rehacer países, escribí en febrero pasado. Lo que hay es quienes siempre encontrarán cómo hacer redituable el desorden. Y demasiada política exterior, muy ordenada, no ha encontrado cómo ordenar políticamente lo local. Es pronto, pero nunca hay que dejar de tener conciencia del tiempo. ~