En una decisión histórica, el TRIFE ha allanado el camino para la celebración de debates complementarios y distintos de los tres que organizará el INE. De realizarse, permitirán que el votante esté informado y decida con claridad cual es la mejor opción.
El tsunami de spots que tendremos que soportar no contribuye, en absoluto, a ese propósito. Por el contrario: alienta la ignorancia, la confusión, el encono, el ruido, el hartazgo. Si solo dependemos de ellos, no podemos esperar un voto informado. Para lograrlo, hay que ofrecer al ciudadano un medio para contrastar las plataformas de los partidos y el perfil de los candidatos. Ese medio son los debates.
Amartya Sen, el gran filósofo y Premio Nobel de Economía, ha sostenido que la calidad del debate público es el mejor termómetro para medir el desarrollo de la democracia. Siguiendo sus ideas, en mayo de 2004 dedicamos el número de Letras Libres a proponer los debates como una salida natural a la Babel de ruido e incoherencia que vivíamos entonces (y que no ha cesado). Han pasado catorce años y seguimos igual. Todavía no hemos tenido un debate verdadero en la política mexicana. Los supuestos “debates” de los candidatos en 2006 y 2012 fueron largos monólogos punteados por breves e inocuas interpelaciones.
Hace unos años describí los errores de formato. Sostuve que el moderador solo servía como semáforo. Cada candidato defendía su programa como quien repite un spot. No había público en el escenario. Se partía de una lista de temas prefijados sin imaginación, como extraídos de un informe presidencial. No cabía ninguna licencia, sorpresa, emoción, algo que pudiera revelar a la persona detrás de la máscara. Y sobre todo, no había deliberación, confrontación de programas e ideas, información sólida para ayudar al votante.
Insistí que la clave estaba en cambiar el formato. Y hoy, al ver el cataclismo que provoca una votación desinformada, lo creo aún más. Deben alentarse los debates en diversos foros (televisivos, radiofónicos, universitarios, empresariales, obreros, campesinos). Y para dirigirlos sería bueno escoger un grupo plural de periodistas con prestigio público (hay varios excelentes) que preparen libre y secretamente las preguntas.
Urge estar a la altura de ese votante y honrar la responsabilidad e inteligencia con que ha asumido su papel democrático. Hay que darle información y claridad en las opciones. Ojalá las televisoras organicen debates de verdad, donde cada elector encuentre elementos que lo ayuden a votar con la razón.
Una versión más amplia, aunque distinta (por la circunstancia), de este texto, apareció en Reforma en 2016.
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.