Cuando llegue la paz tal vez con el tiempo podamos perdonar a los árabes por matar a nuestros hijos, pero nos resultará más difícil perdonarlos por habernos obligado a matar a sus hijos. La paz llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odien a nosotros.
Golda Meir
Es una guerra, atroz. Una guerra que Israel nunca quiso. Ninguna de las muchas guerras que ha debido combatir desde su fundación en 1948 –con inmigrantes expulsados del norte africano, de Yemen y de Irak; que huían del Holocausto y de la vieja Rusia, de América y de Etiopía–, cuando los árabes también tuvieron la oportunidad de fundar un Estado palestino al lado de Israel. Los horrores de la guerra radicalizan las posiciones y cada vez parece más difícil comprender las razones de uno y otro lado. Para los críticos y los judeófobos, los gravísimos errores de Israel son un contrapeso a la intención expresa de Hamás y otras organizaciones terroristas de exterminar a los judíos que viven entre el río Jordán y el Mediterráneo.
¿Ha rebasado Israel los límites de la legítima defensa, como dicen muchos desde distintas posiciones?
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“El ejército de Netanyahu estrena en blancos humanos su oferta bélica: drones suicidas lanzados desde el hombro, sistemas de inteligencia artificial para vehículos blindados, aparatos de visión nocturna tridimensional”. La dialéctica manipulativa se manifiesta desde el inicio del artículo “Israel experimenta en Gaza con las nuevas armas que venderá al mundo”, en el que el autor, Témoris Grecko, no distingue entre los terroristas y los civiles, cuando es sabido que uno de los mitos más difundidos y que es base de los movimientos antisemitas es el del “asesinato colectivo” del que se acusa a Israel, sin mayor fundamento que el del marcado prejuicio respecto del derecho de ese Estado a su legítima y necesaria defensa, de la que depende su existencia. El antisemitismo, de acuerdo con la Declaración de Jerusalén es “la discriminación, el prejuicio, la hostilidad o la violencia contra las personas judías por el hecho de serlo (o contra las instituciones judías por ser judías)”.
En esa misma lógica, otro periodista, Naief Yehya, en su artículo “Tres rehenes entre las ruinas de Gaza”, escribe que “Una incursión bélica, coordinada por varios frentes de milicianos de Hamás y otras organizaciones guerrilleras palestinas, atravesó la barrera de separación desde la franja de Gaza, el 7 de octubre de 2023”. El también escritor prefiere usar las palabras “bélica”, “milicianos” y “guerrilleras” para connotar la idea de que se trata de heroicos combatientes por la libertad y escamotear alegremente las de terroristas y asesinos, y “barrera de separación” en vez de frontera.
La cifra de muertos por Hamás y los civiles que los acompañaron ese 7 de octubre asciende a unos 1,200, entre mujeres, hombres, ancianos, adolescentes y niños, en su mayoría israelíes y varios extranjeros, y más de 300 soldados israelíes: una falla imperdonable de la seguridad israelí. Todos fueron sádicamente torturados o mutilados o calcinados antes de hallar una muerte horrible, y ya sin vida algunos de ellos decapitados. Los terroristas secuestraron a 253 personas, incluyendo niños, unos de pocos meses o años de edad –112 de ellos, incluyendo 24 mujeres y niños, ya fueron liberados; unos treinta habrían muerto y el resto sigue en cautiverio.
Las mujeres, jóvenes en su mayoría –que bailaban poco antes en el Paralello Universo Supernova Sukkot Gathering–, han sido violadas repetidas veces de manera tumultuaria en el cautiverio en Gaza, incluso en casas familiares (una ironía grotesca: varios secuestrados y asesinados eran judíos activistas que abogaban por la coexistencia pacífica de israelíes y palestinos). El ominoso silencio de una parte importante del feminismo mundial es muy elocuente. El cuerpo de una de las víctimas, Shani Louk, fue exhibido semidesnudo y descoyuntado en una camioneta por las calles de Gaza, donde fue escupido, vejado y apaleado por la muchedumbre que festejaba eufóricamente. La fotografía de esta infamia ganó el premio a mejor fotografía del año por la agencia AP.
En tanto, el ejército israelí encontró una laptop perteneciente al periodista de Al–Jazeera Muhammad Wishah; las fotografías en la computadora portátil muestran que era un “periodista” por la mañana y un comandante de una unidad antitanques de Hamás por la tarde.
Muchos de los videos de estas atrocidades de asesinatos en la carretera, en los kibutz –comunas agrícolas– y en el mencionado festival de música fueron grabados por los mismos terroristas y recopilados en el sitio oficial de las Fuerzas de Defensa Israelí. Muchos periodistas y personajes de la política internacional fueron invitados a sesiones de proyección. En un editorial del Wall Street Journal se lee: “Las escenas del 7 de octubre explican por qué esta guerra que Israel libra hoy es diferente de las anteriores. Su objetivo es la supervivencia judía. Nadie que haya visto la película en Nueva York podrá olvidarla jamás”.
El artículo de Yehya, además de alterar la verdad, es innoble: “La Operación Al-Aqsa tomó por sorpresa al ejército y a las agencias de inteligencia israelíes; fue una humillación sin precedentes”. Una de las peores y más crueles masacres de judíos le parece una humillación, no una incursión bárbara en la que cientos de palestinos entraron a matar, torturar y secuestrar con una saña inconcebible, un crimen contra la humanidad.
Hamás, apoyado por Irán, sabía que esa acción detonaría una dura respuesta militar. Israel está obligado a respetar el derecho internacional, y lo hace en la medida de lo posible, pero eso no significa que su responsabilidad hacia los habitantes de Gaza sea mayor que la del grupo gobernante, Hamás –una organización fundamentalista y autoritaria, misógina y homofóbica, cuyos líderes, Yahya Sinwar, Mohamed Deif, Marwan Issa, Jaled Meshal y otros viven en su mayoría en el exilio dorado, como millonarios, en Qatar y otros países–.
Desde el 7 de octubre los actos violentos de antisemitismo se han incrementado en Estados Unidos y otras partes del mundo, contra estudiantes y personas judías, sinagogas y comercios.
Habría que ver qué piensan Grecko y Yehya de las declaraciones del comentarista inglés Sami Handi en la mezquita londinense Al Muzzammil: “¡Alá nos ha dado una victoria a celebrar!”, “¡No debe mostrarse compasión alguna!”, “Cuando escucharon la noticia de lo ocurrido, ¿cuántos de ustedes sintieron euforia?”, esto en el marco, claro, de una muy occidental libertad de expresión. Arropado por el Consejo Canadiense Musulmán de Asuntos Políticos (CMPAC), Hamdi fue invitado a “disertar” en cuatro universidades canadienses: McGill, Carleton, Western, y Toronto Mississauga.
Después de seis meses en el cargo, la rectora de la Universidad de Harvard, Claudine Gay, renunció por haber respondido a la pregunta de si “llamar al genocidio de los judíos violaba las normas de la institución educativa” que dependía “del contexto”. Otra rectora presente en esa sesión del Congreso, Liz Magill, de la Universidad de Pensilvania, respondió al interrogatorio de los legisladores en términos similares y renunció cuatro días después. Hace unos días un policía inglés le dijo a una manifestante judía que protestaba contra unos neonazis que “portar la bandera nazi no es delito”.
Las manifestaciones antisemitas cunden por el mundo y en distintos ámbitos. Doce asociaciones de fútbol del Medio Oriente buscaron la expulsión de Israel de las competencias internacionales; lideradas por las Federaciones de Fútbol de Asia Occidental (WAFF), la coalición, encabezada por el príncipe Ali bin Al Hussein de Jordania, insta a la FIFA a condenar la violencia en Gaza, y las jugadoras de la selección de básquetbol de Irlanda niegan el saludo a las de Israel antes de un partido. En el mundo del espectáculo lo mismo ha habido declaraciones contra Israel que expresiones de solidaridad. Después de años de intensa campaña antisemita y antiisraelí el cantante Roger Waters fue despedido de la empresa BMG. En hoteles de Argentina y en Uruguay se le negó el hospedaje y en Alemania desde mayo de 2023 se intentó cancelar sus conciertos. En una entrevista con el periodista Glenn Greenwald, Waters dijo que el ataque sorpresa de los terroristas de Hamás el 7 de octubre “fue exagerado fuera de toda proporción por los israelíes, que inventaron historias sobre decapitaciones de bebés”. Durante la entrevista no mencionó a los más de 260 asistentes al festival que fueron perseguidos implacablemente y asesinados en los primeros momentos del ataque sorpresa de Hamás, ni a las familias diezmadas en distintos kibutz. El cantante habló ante las Naciones Unidas el 29 de noviembre de 2012 para conmemorar el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino y acusó a Israel de “crímenes internacionales”, como el “apartheid” y la “limpieza étnica”; dijo también que “el trato que Israel le da al pueblo palestino es similar al que los nazis dieron a los ciudadanos de Francia, Holanda, Polonia o Checoslovaquia durante la Segunda Guerra Mundial”. Waters prefiere ignorar que de los más de 9 millones y medio de habitantes de Israel –una democracia en medio de teocracias y regímenes autoritarios–, casi el 20 por ciento son árabes musulmanes, cristianos o drusos, y que muchos de ellos cuentan con representación en la Knesset (el parlamento); la Liga Árabe Unida, por ejemplo, incluye en su programa propuestas antiisraelíes.
Por otro lado, es importante decir que los países árabes vecinos no quieren recibir a los palestinos. La frontera de 12 kilómetros de Egipto con Gaza es infranqueable, el presidente Abdelfatah Sisi y el rey de Jordania, Abdala II, declararon que no recibirán a ningún refugiado. Aclaremos que hay refugiados en Jordania, Siria, Líbano, Egipto, Irak y otros Estados árabes vecinos, países que nunca los insertaron en sus sociedades ni les brindaron oportunidades de trabajo ni la posibilidad de rehacer su vida en esas tierras.
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La guerra en Gaza es una guerra brutal, trágica, terrorífica, como todas las guerras en curso actualmente en el mundo –Ucrania, Burkina Faso, Somalia, Sudán, Myanmar, Nigeria, Siria y Yemen–, algunas de las cuales no preocupan tanto a la opinión pública occidental. La guerra civil en Yemen ha causado 300 mil muertos desde 2014, además del agravamiento de la situación en Medio Oriente por los ataques hutíes a barcos cargueros en el canal de Suez y la respuesta de Estados Unidos, y la siempre amenazante presencia de Hezbolá en Líbano. No debe olvidarse que el presidente sirio, Bashar al Asad, ha acabado con la vida de más de 400 mil sirios, muchos de ellos niños, con medios crueles, y que el rey de Jordania ejecutó a miles de palestinos durante el “Septiembre negro”, ni que Turquía ha asesinado a miles de kurdos, una etnia que ejerce su derecho a un Estado y a su independencia. No se ven muchas marchas en el mundo por estas atrocidades.
El Ministerio de Salud de Gaza ofrece cada día las cifras de muertos y hace creer al mundo que es víctima indefensa de una invasión. La verdad es que, como anota el excoronel e historiador francés Michel Goya, “Hamás y sus aliados también están llevando a cabo una campaña aérea basada en morteros, qassams” –cohetes de metal rellenos de explosivos– y cohetes más avanzados, lanzados desde Gaza –desde hospitales, escuelas, edificios habitacionales, oficinas de organizaciones extranjeras, y se ocultan en una enorme red de túneles–, Líbano e incluso Yemen contra objetivos civiles en Israel”. Si este país no contara con el sistema antimisiles Cúpula de Hierro desde 2014, habría miles de muertos en las principales ciudades israelíes. En cambio, Hamás no ha puesto en marcha ninguna protección civil “e incluso se contenta con producir mártires e imágenes trágicas que Al Jazeera retransmite inmediatamente”, dice de nuevo Michel Goya, un experto nada complaciente con la ofensiva israelí, por cierto.
Hay miles de muertos en Gaza, pero el Ministerio de Salud omite informar que miles son terroristas y que una gran cantidad de ellos combaten sin uniforme, y peor aún: muchos son adolescentes adiestrados desde niños en el odio a los judíos y en el terrorismo. Es una guerra, por si hace falta repetirlo. Hay también soldados israelíes muertos en combate, casi 600, y casi tres mil heridos, y los ciudadanos desplazados en Israel se cuentan por miles.
Israel no quería esta guerra, pero al poco tiempo muchas voces en el mundo se alzaron para exigirle al único estado judío del mundo que detenga una “respuesta desproporcionada”, que esta debería ser limitada y selectiva, sin explicar qué es lo que entienden por ello. “Como mínimo”, dice el experto militar Ralph S. Cohen en “La incoherente crítica de Occidente a la estrategia israelí en Gaza”, “el derecho a la autodefensa debería permitir que Israel rescatara a los rehenes, impidiera que Hamás lanzara otro ataque como el del 7 de octubre –algo que ha prometido llevar a cabo– y matara o capturara a los responsables de los ataques de ese día”. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, nunca exigió la devolución de los rehenes y dijo que las acciones de Hamás no ocurrieron “de la nada”.
La solidaridad y la simpatía por Israel tras la masacre del 7 de octubre duraron solamente unos días. Al comenzar la guerra provocada por Hamás volvieron los añejos prejuicios y argumentos: Israel bombardea indiscriminadamente, asesina niños –como en la Edad Media, ¿recuerdan los libelos de sangre?–, comete un genocidio… y el consabido sesgo mediático
La de Hamás es “una de las escuelas propagandísticas más estructuradas dentro del panorama islamista, con una estrategia funcional tripartita de las más originales y eficaces en cuanto al objetivo; transmitir su mensaje yihadista al receptor”, escribe Dalila Benrahmoune en “La propaganda gráfico–escritural de Hamás”. “Ganar la batalla mediática es tan importante que ganarla supone lograr la mitad de la victoria”, dice la islamóloga y analista de inteligencia para la seguridad, especialista en propaganda y comunicación yihadista.
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Israel no ha necesitado nunca de ninguna guerra para desarrollar su armamento o para probarlo, pues ha debido defenderse de los constantes ataques de Hamás y Hezbolá.
Volvamos al artículo de Grecko. El autor no menciona que todo ese armamento ha sido desarrollado por la necesidad que Israel tiene de defenderse de los cada vez más sofisticados sistemas de ataque iraníes, que son entregados cual caramelos a los grupos terroristas del área, los que buscan explícitamente destruir a Israel.
El periodista menciona que durante 2008 y 2009 hubo civiles muertos, de acuerdo con Drone Wars UK. Sin embargo, ni el reporte ni el autor aclaran, como se ha hecho costumbre, que los terroristas de Hamás utilizan colegios, lugares de culto, hospitales, calles en áreas densamente pobladas, oficinas, fábricas, etc., como zonas de lanzamiento y almacenes de armas, por lo que hay, por desgracia, víctimas civiles. Lo que Israel hace para reducir los daños colaterales es algo que tampoco se menciona y que regularmente se omite para demonizar al “Estado sionista”, a pesar de estar plenamente documentado, como avisar por miles de volantes y por medio de la intervención de medios, incluyendo llamadas telefónicas, el tiempo y lugar donde ocurrirá un ataque, lo que no hace ningún otro país en guerra.
Los casos que vimos, y el de no pocos periodistas locales y del mundo, no son diferentes a cualquier otro antisemita que, bajo el estandarte de la denuncia y la retórica, promueven la animadversión contra Israel y su legítimo derecho a defenderse; contribuyen a la demonización y prolongación del mito de que Israel mata civiles de manera intencional, y utilizan como soporte de su discurso a las víctimas y al capitalismo, incapaces de reconocer y declarar que Hamás es un grupo terrorista y lo que es el significado de una guerra, con todas las funestas consecuencias que ésta conlleva, y que preferiría ver la destrucción de Israel –“desde el río hasta el mar…”– antes que atreverse a reconocer que su crítica desparrama falsedades, prejuicios y odio, cuando no hace mención –o no hemos leído ninguna en artículos anteriores– a la guerra en Siria, o más recientemente en Ucrania.
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Durante esta guerra de Israel contra el grupo terrorista que gobierna la Franja de Gaza, el Estado judío –el único en el mundo entre 21 países árabes y musulmanes, unos 1,500 millones– ha sido acusado desde robar órganos de palestinos hasta de genocidio. Nunca se menciona que entre 1948 y 1972 desde Marruecos hasta Irán fueron expulsados 850 mil judíos… ¿a dónde se fueron? La mayoría a Israel.
En México, por desgracia, no se busca terminar con mitos ancestrales. Por el contrario: desde diferentes ámbitos se busca no sólo prolongarlos, sino legitimizarlos. Incluso en la omisión hay manipulación; no en vano el presidente, amparándose en su política de no intervención en conflictos extranjeros, se ha negado a reconocer que Hamás es un grupo terrorista y que lo que hizo el día 7 de octubre de 2023 fue un crimen aberrante a todas luces. Mientras tanto, con una mano en la espalda ordena votar en la ONU resoluciones por demás difamatorias para condenar a Israel.
Israel, una democracia del Medio Oriente, no quería esta guerra ni ninguna de las anteriores desde 1948, cuando los árabes se negaron a fundar un Estado propio. La paradoja es que si Hamás baja las armas, se acaba la guerra, y si Israel lo hace, se acaba Israel. ¿Cómo conseguir un gobierno democrático en Gaza y Cisjordania que realmente quiera la paz? Acaso es una de las tareas más complicadas de la comunidad internacional, una obligación
Israel, asimismo, enfrenta en su seno graves problemas que ponen en riesgo su democracia –lo mismo que en México y muchos países que enfrentan la ola populista y autoritaria–. El gobierno de Netanyahu debe rendir cuentas claras y ofrecer una investigación exhaustiva sobre lo que pasó el nefasto 7 de octubre, cuando las negociaciones por la normalización de relaciones con algunos países árabes seguían un curso esperanzador: los Acuerdos de Abraham.
El muy lamentable ataque de Israel a una camioneta de la organización humanitaria World Central Kitchen solo acrecentará el odio y la radicalización. Nunca debió de haber ocurrido, pero algo es cierto: como hace Hamás con frecuencia, Israel pudo haber negado ese trágico acontecimiento. Pero no: Daniel Hagari, vocero de las Fuerzas de Defensa, lo reconoce con pesar: ese espantoso error fue nuestro. ~