Habrá que ceder de una vez por todas que en cuanto al mundo de la comida se refiere, los ratings salen sobrando. El lugar atiborrado no siempre es el mejor y el que está vacío no resulta obligadamente el más malo, así como tampoco el sitio de moda garantiza una revelación de vanguardia. Tampoco es verdad que el sitio viejo sólo por sobreviviente conserve el antiguo fulgor de sus comales rodeados de comelones babeantes. Entendemos luego de varios golpes que una valoración certera puede complicarse entre fenomenologías y hermenéuticas palatinas, o simplemente rendirse ante esos caprichos que denominamos como el gusto, la sazón, el estilo de la época; con tal vaivén la cosa de las clasificaciones (y calificaciones) mínimamente se mueve, día con día y, como siempre lo hemos sabido, en gustos se rompen géneros. Cada quien habla como le fue en la feria, y vaya que hay para todos en esta viña del señor.
En todo caso lo que comienza a preocupar (ya no del lado de los establecimientos sino de los comensales), es la capacidad creciente del Comelón Metropolitano de comerse todo lo que se le ponga enfrente sin valorar, distinguir o jerarquizar lo que se lleva al plato (y a la boca que curiosamente hace las veces de entrada a eso que solíamos llamar cuerpo), y que desde hace un cuarto de siglo “da de comer” a un bonche enorme de fondas y restaurantes ramplones, de medio pelo, sin chiste alguno y hasta ciertamente peligrosos que continúan dando servicio gracias a la aportación de las carteras y la abulia tristemente inagotables de la clase media. Y esto no con relación, queda claro, querido lector, a la capacidad adquisitiva de dichas carteras (cada quien come donde quiere y puede), sino al sabor francamente nulo en miles de lugares por toda la urbe.
Ahora bien, a sabiendas que dicha relatividad en el mundo de la comida resulta casi infranqueable (una variable que amalgama desarrollo personal, usos y costumbres, pretextos relacionados con la oferta y la demanda, la propensión a la fiaca o la orgullosa valentía de jambarse todo), es cierto también que, por otro lado, la inevitable acumulación de sitios en los que uno ha comido en su vida conforma una automática comparación de pesos específicos, una especie de memoria culinaria personal que conlleva a fuerza una incómoda pero automática clasificación natural. Ni hablar. Así las cosas, todo comelón que se digne de serlo, no tiene más remedio que “soltar la sopa” de su carnet culinario a su grupo social inmediato, con la intención de platicar de tales universos como gente civilizada: fulminar (los más primitivos), valorar (los más tolerantes) o conocer (los más entrañables), los pesos y medidas de cada una de dichas memorias, compartir los más recientes hallazgos en el terreno de la comida corrida, el changarrito callejero, el centro botanero o el nuevo restaurante de baja o alta cocina.
Pues bien, ese es el rumbo de esta nota. Poner sobre la mesa algunos sitios que a diferencia de otros, guardan desde hace mucho tiempo o por ahora un estilo particular para los comelones de hoy, y que hay que enlistar para su compartición amorosa. Se trata de lugares que aportan algo de nostalgia por lo que ya casi no existe, se fue o está por irse, seguramente para no volver, y que hicieran de puntales o comparsas de nuestra cocina en su largo y bello camino por la historia, que la llevaría sin que lo advirtiéramos a convertirse en las mejores del mundo.
Vayan pues los primeros nombres de mi lista de veintitantos lugares con personalidad en la zona céntrica de la ciudad, que pienso nos fueron dados para comer con los seres queridos y ser felices. La parto en dos para no indigestarlo con tanta propuesta y aligerar el ansia glotona de su servidor. No se trata de un ranking o una exhaustiva y pretenciosa lista de los mejores sino una mera compartición de surtidores de placer en la zona centro-norte de la ciudad por ser la que este servidor más conoce. Va por ustedes pues, cada uno con propuesta de paseíllo incluido ya que debe ir “junto con pegado”. Ojalá y el respetable aumente en algo su acervo de maravillas y tenga el tiempo de responder a ésta lista con la suya, con lo que estoy seguro todos los comelones quedaremos absolutamente satisfechos.
1. Tortería “La Texcocana”. Chiquitas con sabor a tiempo. Desde hace más de 70 años. Camine antes por la Alameda muy temprano. Cánsese de árboles y pájaros. Y tómese luego un trago en la bella barra del “Tío Pepe”. (Independencia 87-A, 5521-78-71).
2. Cantina “Tío Pepe”. En la esquina de Independencia y Dolores. Historia pura. Una fotografía de cantina arquetípica. La mejor barra de la ciudad. Desde 1902.
3. Restaurante Ruso “Kolobok”. Comida rusa de verdad. Por rusos. En Santa María La Ribera. ¡Y frente al Kiosco Morisco de Parque Alameda! Viaje por sus plazas y calles. (5541-70-85) Y de ahí al “Nibelungen Garten”.
4. Restaurante Alemán y Panadería “Nibelungen Garten”. Todas las salchichas y cervezas, habidas y por haber, sobre mesas largas y en terraza libre. Camine por la bella colonia Narvarte, un domingo, con el periódico bajo el brazo. Le recomiendo caminar por todo el camellón de la avenida para hacer ejercicio. (Doctor Vertiz 1024, 5674-77-88).
5. Cafetería “Las Goyas”. Grandiosa. Bella y simple. En la Colonia Obrera. Uno de los mejores desayunadores de mundo culinario metropolitano. Cosa rara, abre de domingo a viernes (José T. Cuellar 15, a una cuadra del Eje Central). O el que ya es consabido patrimonio genético-cultural: “El Popular”. 24 horas de gran antojería mexicana. (5 de Mayo 52, 5518-6-081).
6. Restaurante “El Mesón Taurino” de Azcapotzalco. Ganas de llorar con el filete y la tripa. Y el lugar con carteles y fotos viejas. Visite las viejas casonas de la bella colonia y rememore el Paseo Montejo en México. Brutal sábado de gloria culinaria. Y a un lado, es decir, unos metros, viste la taquería “Los Parados de Pepe”. Atractivos por léperos. (Miguel Lerdo de Tejada 14. 5561-17-11).
7. Restaurante de Comida China “El Dragón”. Como en set de un filme. Pasear por la mítica, otrora glamurosa y cosmopolita Zona Rosa, reducida a escombros por la corrupción y el mal gusto. (Hamburgo 97, Colonia Juárez. 5525-24-66).
8. Restaurante de Barbacoa “La Hidalguense”. 28 años trayéndola desde Tulancingo. Familiar en el mejor sentido porque una familia entera atiende el lugar que lo transportará fuera de la ciudad. ¿Luego de ir al tianguis Cuauhtémoc? Platillos de soberana creación. Pulque. (Campeche 155. Colonia Roma. 55-64-05-38).
9. Restaurante Español “Casa Gallega”. Lugar de sabiduría acumulada. Bondadoso bufete de mariscos y música de tuna y buen vino. Lleno de gente para sentirse en un México saludable. Entre el lindero de la Doctores y la Roma. (Cuauhtémoc 166, esquina con Dr. García Diego. 55-88-17-88).
10. Restaurante Japonés “Mikasa”. Productos orientales arriba en un supermercado, y abajo comida japonesa y frituras para comer en un garaje al aire libre. Picadero de cositas absolutamente Nueva York. Vale la pena para despabilarse y sentirse más joven. Fines de semana. (San Luis Potosí 170, casi esquina con Medellín).
Escritor, editor y promotor cultural. Ha publicado 8 libros, entre ellos Zopencos (2013), Yendo (2014) y Sayonara (2015). Es propietario de Hostería La Bota.