En un panorama literario como el nacional, que en ocasiones es difícil distinguir del desierto del Gobi, debe agradecerse —así sea con las reservas del caso— un proyecto como Caza de Letras, el concurso literario en línea de la UNAM. Miles de internautas interesados en lo que escriben o dejan de escribir un grupo de literatos jóvenes resultan mucho más alentadores que la contemplación ritual de las cinco o seis personas que se aburren en una presentación literaria común y corriente.
La crisis de la literatura nacional no es solamente de talentos, sino, antes que nada, de lectores. Ya se ha repetido en todos los tonos que nuestro índice de lectura mueve a la pena (andamos en México sobre medio libro al año, contando los de texto gratuito) pero los planes oficiales para enfrentarse al asunto han sido a lo largo de la historia insuficientes, cándidos o de plano imbéciles. Así que un aplauso para el hipotético semillero de narradores y lectores que será Caza de Letras, porque lo que sigue haciendo falta es un cambio en la educación que prepare y proporcione los lectores necesarios para que lean a los nuevos autores y las repercusiones del concurso podrían ayudar a conseguirlo.
¿Por qué los lectores necesitan un mecanismo estruendoso como un concurso en línea y no son capaces de meterse de cabeza a una librería? Porque con seguridad ni sus padres ni sus abuelos lo hicieron y porque la mayor parte de la gente encuentra más entretenida la tele o la Internet que un libro. Los programas televisivos sobre literatura han sido tradicionalmente unos monumentos al tedio, pero la última palabra sobre la relación de las letras con la red no está dicha. A fin de cuentas la adicción a la red no es solamente otra manifestación de la predominante cultura audiovisual, sino también un retorno a la lectura. En Internet se leen todos los días toneladas de textos, bien o mal escritos, y en sectores sociales, educativos y de edad a donde la letra impresa no llegó jamás. Dentro de unos pocos años será raro el iletrado que no mande o reciba un e-mail. Si el libro parece ser, al menos a escala popular, un caso perdido, apostemos por lo que sigue.
– Antonio Ortuño