El proyecto de escoger a media docena de autores entre los centenares de novelistas que alcanzan el objetivo de verse impresos es una tarea arriesgada e ingrata. Arriesgada, porque no existen criterios imparciales para realizar dicha selección, y el antólogo debe elegir en función de su sensibilidad literaria y de una escala de valores no exenta de cierto subjetivismo. Ingrata, porque entre los que no figuran en ella puede haber escritores de fuste, pero que no ha leído.
Existe además otro problema, de orden cronológico. Como observó Manuel Azaña, el novelista joven piensa que todo comienza a partir de él, de su irrupción en el mundo de las letras. El autor de edad avanzada tiende a creer que todo termina con él. Ambos se equivocan y tienen a un tiempo un punto de razón. El joven, en su necesidad de abrirse paso, trata de deshacerse de los obstáculos que, según cree, estorban su carrera: así, optará por ignorar la obra de sus mayores, ejecutar el parricidio ritual, buscar antecesores muertos o a punto de finar. El ya decano o en lista de espera, escogerá a su vez a aquellos jóvenes en quienes ve una posible continuidad creadora. Hay en ambos casos unas consideraciones estratégicas a la postre inanes. Nadie puede prever lo que será un autor veinte o treinta años más tarde, empezando por los propios interesados: si sus promesas se cumplirán, si tomará un nuevo rumbo o cederá a los halagos de la vanidad y a la tentación de la fama y el dinero fácil.
Digo esto para señalar de antemano mis limitaciones y posibles apriorismos. Se me ha reprochado en alguna ocasión mi ignorancia de los escritores de las generaciones posteriores a la mía por el hecho de que no suelo escribir opiniones favorables o contrarias a ellos. Pero si eso es cierto, lo hago por razones de honestidad. No soy opiniómano ni me gusta elogiar o atacar lo que no conozco o conozco superficialmente. El lapso de lectura de que dispongo es corto y no puedo estar al tanto de la actualidad. ¿Cómo leer la miríada de novelas que se publican anualmente? Mi propio trabajo, la relectura de los clásicos españoles y de los autores que más aprecio de otras culturas y lenguas, reducen mis posibilidades de estar al día. Por otra parte, no confundo la contemporaneidad acrónica con la actualidad periodística o televisiva. No incurro en las lecturas distraídas. Si leo libros nuevos, lo hago con la esperanza de que me inviten a releerlos, y eso no es pan de todos los días.
Conozco desde luego a los autores de mi edad o que comenzaron a escribir en la década de los cincuenta del pasado siglo y que tienen en su haber excelentes novelas: la admirable labor creadora de Sánchez Ferlosio, la Ana María Matute que va de Pequeño teatro a Los hijos muertos, el Luis Goytisolo de Las afueras, Antagonía y Diario de 3600, el Marsé de Si te dicen que caí (y también a escritores posteriores injustamente olvidados, como Espinosa y Ángel Vázquez). Entre quienes nos sucedieron, destaca la extraordinaria empresa de Julián Ríos, vergonzosamente ninguneado en España; la prosa revulsiva y bella de Julio Llamazares, además de media docena de novelistas que he citado a veces y sobre los que he escrito algunas cuartillas. Pero sería temerario juzgar a otros muchos a partir de sus colaboraciones en la prensa o revistas culturales: si los artículos de Rafael Argullol, Luis Landero o el de Enrique Vila-Matas sobre Gaudí, por citar unos pocos ejemplos recientes, me impresionaron muy favorablemente, no puedo extender ese aprecio a una obra creadora que por desgracia no conozco. Y lo mismo me ocurre con los artículos o colaboraciones desaliñadas y zafias de otros colegas, a los que no juzgaré a partir de tan lamentable muestrario.
En la selección que presento en este número de Letras Libres incluyo a autores que empezaron a publicar en los últimos quince años. Algunos han ganado ya un reconocimiento por parte de la crítica y de los lectores atentos, como es el caso de Nuria Amat, José María Ridao y Antonio Pérez-Ramos; otros son autores de un libro único, como Javier Pastor, o semidesconocidos, como Juan Francisco Ferré o José María Pérez Álvarez. Pero todos ellos apuestan por el texto literario frente al producto editorial, y por ello tan sólo, merecen ya ser leídos y, en la medida de lo posible, releídos. –
Juan Goytisolo
(Barcelona, 1931) es escritor, uno de los miembros más relevantes de la llamada Generación del 50 española. La editorial Galaxia Gutenberg publicó sus Obras completas.