Camus era un hombre apolรญtico. Eso no significa que no le preocuparan los asuntos pรบblicos, o que fuese indiferente a las decisiones polรญticas. Pero por instinto y temperamento era una persona no afiliada (no menos en su vida sentimental que en la pรบblica), y los encantos del compromiso, que ejercieron una fascinaciรณn enorme entre sus contemporรกneos franceses, tenรญan poco atractivo para รฉl. Si es cierto que, como dijo Hannah Arendt, Camus y su generaciรณn se vieron “tragados por la polรญtica como si los absorbiera la fuerza del vacรญo”, Camus, al menos, siempre intentaba resistir ese impulso. Eso era algo que muchos le recriminaban; no solo por su rechazo a posicionarse en la cuestiรณn de Argelia sino tambiรฉn, y quizรก especialmente, porque sus textos en conjunto parecรญan ir contra la corriente de las pasiones pรบblicas. Pese a ser un hombre que ejerciรณ una influencia intelectual enorme, Camus les parecรญa a sus contemporรกneos casi irresponsable, por su rechazo a investir su obra de una lecciรณn o un mensaje: de la lectura de Camus no se podรญa extraer ningรบn mensaje polรญtico claro, y mucho menos una directiva con respecto al uso adecuado de las energรญas polรญticas personales. En palabras de Alain Peyrefitte, “si eres polรญticamente fiel a Camus, es difรญcil imaginar que puedas comprometerte con ningรบn partido”.1
La respuesta a La peste es caracterรญstica. Simone de Beauvoir reprochรณ a Camus que presentara la peste como una especie de virus “natural”, que no la “situara” histรณrica y polรญticamente; es decir, que no asignara responsabilidad a un grupo o grupos dentro del relato. Sartre hizo la misma crรญtica. Incluso Roland Barthes, a quien podrรญamos haber imaginado como un lector literario mรกs sutil, encontrรณ en la parรกbola de Camus sobre los aรฑos de Vichy un fracaso insatisfactorio a la hora de identificar la culpa. Esa crรญtica todavรญa aparece de vez en cuando entre estudiosos estadounidenses, que carecen incluso de la excusa de la pasiรณn polรฉmica de la รฉpoca.2 Y, sin embargo, aunque quizรก no sea la mejor obra de Camus, La peste no es tan difรญcil de entender.
El problema parece provocarlo el que Camus presente las elecciones y consecuencias polรญticas en una clave decididamente moral e individual: algo que era exactamente lo contrario a la prรกctica de la รฉpoca, donde todos los dilemas personales y รฉticos se reducรญan tรญpicamente a opciones polรญticas o ideolรณgicas. No es que Camus no fuera consciente de las implicaciones polรญticas de las decisiones que hombres y mujeres habรญan afrontado bajo la ocupaciรณn alemana: como algunos de sus crรญticos sabรญan, su propio historial al respecto era bastante mejor que el que ellos tenรญan, lo que ayuda a explicar la dureza de sus ataques. Pero Camus reconociรณ algo que mucha gente de su tiempo no entendรญa: lo que resultaba mรกs interesante y mรกs representativo de la experiencia de la gente durante la guerra (en Francia y en otros lugares) no eran las sencillas divisiones binarias del comportamiento humano entre “colaboraciรณn” y “resistencia”, sino la infinita variedad de concesiones y negaciones que conformaban el asunto de la supervivencia: la “zona gris” en la que los dilemas y responsabilidades morales eran sustituidos por el interรฉs propio y la capacidad cuidadosamente calculada de no ver lo que resultaba demasiado doloroso contemplar.
En efecto, la obra de Camus anticipรณ las reflexiones ahora cรฉlebres de Arendt sobre la “banalidad del mal” (aunque Camus era un moralista demasiado hรกbil como para usar esa expresiรณn). En condiciones extremas es raro encontrar las categorรญas cรณmodas y sencillas del bien y el mal, del culpable y el inocente. Los hombres pueden hacer el bien por una mezcla de motivos y con la misma facilidad pueden cometer errores y crรญmenes terribles con la mejor de las intenciones, o sin la menor intenciรณn. De ahรญ no se deriva que las plagas que la humanidad atrae sobre sรญ sean “naturales” o inevitables. Pero asignar una responsabilidad –y asรญ evitarlas en el futuro– no siempre es una tarea fรกcil. En el mejor de los casos, las etiquetas y las pasiones polรญticas simplifican y hacen tosca y parcial nuestra comprensiรณn del comportamiento humano y sus motivos. En el peor, contribuyen obstinadamente a los males que con tanta confianza pretenden reparar.
Ese no era un punto de vista calculado para que Albert Camus se sintiera cรณmodo en la cultura hiperpolitizada del Parรญs de posguerra, ni para granjearle las simpatรญas de aquellos –la abrumadora mayorรญa– para quienes las etiquetas y pasiones polรญticas eran la materia misma del intercambio intelectual. Tres ejemplos, extraรญdos de los debates y divisiones en los que Camus se vio profundamente involucrado, pueden ayudar a ilustrar esta posiciรณn singular y su movimiento caracterรญstico del compromiso a la distancia, desde una fรกcil (y normalmente popular) convicciรณn a una sensaciรณn de incomodidad y ambivalencia, con toda la pรฉrdida consiguiente de favor pรบblico que esos movimientos entraรฑaban.
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Camus surgiรณ de la Resistencia francesa, en agosto de 1944, como el portavoz confiado de la nueva generaciรณn, con una fe inquebrantable en los grandes cambios que la liberaciรณn llevarรญa al paรญs: “Este terrible alumbramiento es el de una Revoluciรณn.” Francia no habรญa sufrido, y la Resistencia no habรญa hecho tantos sacrificios, para que el paรญs volviera a las malas costumbres del pasado. Se necesitaba algo radical y radicalmente nuevo. Tres dรญas despuรฉs de la liberaciรณn de Parรญs recordรณ a los lectores de Combat que un levantamiento es “la naciรณn en armas” y que “el pueblo” es la parte de la naciรณn que se niega a doblar la rodilla.3
El tono lรญrico –que habรญa alcanzado un punto รกlgido en sus Cartas a un amigo alemรกn, publicadas clandestinamente en 1943 y 1944– ayuda a explicar la influencia de Camus en la รฉpoca. Combinaba una visiรณn tradicional y romรกntica de Francia y sus posibilidades con la reputaciรณn de Camus de integridad personal, llamativa en un hombre que solo tenรญa treinta y un aรฑos cuando se liberรณ Parรญs. Lo que Camus querรญa decir con “Revoluciรณn” resulta todavรญa menos claro de lo que suele resultar ese tรฉrmino. En un artรญculo de septiembre de 1944 la definiรณ como la conversiรณn del “รญmpetu espontรกneo en acciรณn organizada” y parece que pensaba en una combinaciรณn de un elevado objetivo moral con un nuevo contrato “social” entre los franceses. En todo caso, era la autoridad moral de Camus, y no su programa polรญtico, lo que le daba un pรบblico.4
En la atmรณsfera vengativa de aquellos meses, cuando el paรญs estaba ocupado en debates sobre a quiรฉn se debรญa castigar, y con cuรกnta severidad, por colaboraciรณn y crรญmenes durante la guerra, Camus ejerciรณ –en un principio– su influencia a favor de un castigo รกspero y severo a los hombres de Vichy y sus sirvientes. En octubre de 1944 escribiรณ un editorial influyente e inflexible cuyas analogรญas patolรณgicas son instructivas. “Francia –afirmaba– lleva dentro un cuerpo extraรฑo, una minorรญa de hombres que le hicieron daรฑo en el pasado y que le siguen haciendo daรฑo hoy. Son hombres de traiciรณn e injusticia. Su mera existencia plantea un problema de justicia, porque forman parte del cuerpo vivo de la naciรณn y la cuestiรณn es cรณmo destruirlos.” Ni Simone de Beauvoir ni los entusiastas cazadores de cabezas de la prensa comunista lo podrรญan haber expresado mejor.
Y, sin embargo, en unas semanas, Camus empezaba a expresar dudas acerca de la prudencia, e incluso la justicia, de los juicios y ejecuciones sumarios recomendados por el Consejo Nacional de Escritores y otros grupos progresistas: una seรฑal inequรญvoca de su apostasรญa en este asunto era que lo atacara Pierre Hervรฉ, el periodista comunista, por manifestar cierto grado de compasiรณn hacia un resistente que habรญa hablado bajo tortura. Al escritor Camus lo perturbaba especialmente la facilidad con la que los intelectuales del bando vencedor seleccionaban a los colaboradores intelectuales para que sufrieran un castigo especial. Y asรญ, tres meses despuรฉs de su confiada recomendaciรณn de que los culpables fueran expulsados del cuerpo polรญtico y “destruidos”, encontramos a Camus firmando la peticiรณn fracasada que reclamaba a De Gaulle clemencia para Robert Brasillach.
Como sรญmbolo, como representante de la colaboraciรณn intelectual, Brasillach era casi demasiado perfecto. Nacido en 1909, pertenecรญa a la misma generaciรณn que Camus, pero sus orรญgenes eran muy diferentes. Tras una juventud dorada que lo llevรณ de la รcole Normale Supรฉrieure a las pรกginas editoriales de Je Suis Partout, se moviรณ cรณmodamente en los cรญrculos literarios y periodรญsticos de la Francia ocupada, escribiendo, hablando y visitando Alemania en compaรฑรญa de otros colaboracionistas. Nunca se esforzรณ en ocultar sus opiniones, que incluรญan un antisemitismo virulento y frecuentemente expresado. Aunque despuรฉs de su muerte se puso de moda difamar su calidad como escritor, contemporรกneos de todas las ideologรญas le acreditaban un talento importante. Brasillach no era solo un polemista dotado y brillante, sino tambiรฉn un hombre de refinada sensibilidad estรฉtica y de una verdadera destreza literaria.
Brasillach fue juzgado en 1945. Era el cuarto juicio de esas caracterรญsticas de un periodista colaboracionista importante: en diciembre de 1944 se habรญan producido los casos de Paul Chack (un periodista de Aujourd’hui), Lucien Combelle (director de Revolution Nationale) y Henri Bรฉraud (colaborador de Gringoire). Pero el talento de Brasillach excedรญa de lejos el de los otros tres, y su caso resultaba mucho mรกs interesante para sus pares. En el juicio, se estableciรณ desde el principio (con el acuerdo de Brasillach) que habรญa sido partidario de Vichy y era anticomunista, antijudรญo y admirador de Charles Maurras. El asunto, sin embargo, era este: ¿era un traidor? ¿Habรญa buscado una victoria alemana y habรญa ayudado a los alemanes? Sin pruebas materiales de esa acusaciรณn, el fiscal subrayรณ en cambio la responsabilidad de Brasillach como escritor influyente: “¿A cuรกntos jรณvenes incitaron sus artรญculos a luchar contra el maquis? ¿De cuรกntos crรญmenes es usted responsable intelectual?” En un lenguaje que todos comprenderรญan, Brasillach era le clerc qui avait trahi.5
Brasillach fue declarado culpable de traiciรณn, de “inteligencia con el enemigo”, y sentenciado a muerte. Por tanto no lo castigaron por sus opiniones como tales, aunque estas fueron muy citadas en el juicio, especialmente su editorial del 25 de septiembre en Je Suis Partout, donde declaraba: “Debemos echar a todos los judรญos y no quedarnos con los pequeรฑos.” Y sin embargo iba a morir por sus opiniones, porque toda su vida pรบblica consistรญa en la palabra escrita. Con Brasillach, el tribunal proponรญa que el hecho de que un escritor tuviera puntos de vista escandalosos y los defendiera ante los demรกs era tan grave como si รฉl mismo hubiera seguido esas opiniones hasta el final.
En buena medida gracias a los esfuerzos de Franรงois Mauriac, circulรณ una peticiรณn de clemencia para el caso Brasillach. Entre los muchos que la firmaron se encontraban el propio Mauriac, Jean Paulhan, Georges Duhamel, Paul Valรฉry, Louis Madelin, Thierry Maulnier, Paul Claudel y Albert Camus. El apoyo de Camus es instructivo. Aceptรณ aรฑadir su firma despuรฉs de una larga reflexiรณn, y en una carta inรฉdita a Marcel Aymรฉ, fechada el 27 de enero de 1945, explica sus razones. Sencillamente, estaba en contra de la pena de muerte. Pero, en cuanto a Brasillach, “lo despreciaba con todas sus fuerzas”. No concedรญa ningรบn valor a Brasillach como escritor y, textualmente, “nunca le darรญa la mano, por razones que el propio Brasillach no podrรญa entender”.6 Camus, por tanto, tuvo cuidado de no apoyar una solicitud de clemencia basรกndose en otra cosa que no fueran razones de principios generales, y de hecho la peticiรณn solo mencionaba el hecho de que Brasillach era el hijo de un hรฉroe fallecido en la Primera Guerra Mundial, un vรญnculo con su propia vida del que es difรญcil que Camus no fuera consciente.
El siguiente movimiento de Camus, en el trayecto que lo llevรณ de ser el confiado portavoz de la resistencia victoriosa a convertirse en un reticente peticionario de clemencia en el caso de uno de los mรกs destacados apologistas de Vichy y a transformarse finalmente en un crรญtico arrepentido de los excesos de intolerancia y de la injusticia de las purgas de posguerra, se puede seguir a travรฉs de una serie de intercambios pรบblicos que tuvo con Franรงois Mauriac en los aรฑos de posguerra. Separados por casi todo lo demรกs –edad, clase social, religiรณn, educaciรณn y estatus–, Camus y Mauriac compartieron un papel comรบn en la posguerra como autoridades morales en sus respectivas comunidades posteriores a la Resistencia. Cada uno tenรญa una plataforma formidable para dirigirse a la naciรณn (Mauriac desde su columna en Le Figaro, Camus como director de Combat) y desde el principio los dos mostraron sensibilidades asombrosamente similares (aunque expresadas de manera muy distinta) en sus textos.
Camus, como la mancheta de su periรณdico, creรญa que su tarea era contribuir a que Francia pasara “de la resistencia a la revoluciรณn”, y en los primeros momentos tras la Liberaciรณn desaprovechรณ pocas ocasiones de instar al paรญs a una renovaciรณn radical de sus estructuras sociales y espirituales. Mauriac, en cambio, siguiรณ siendo un hombre esencialmente conservador, que se habรญa unido a la Resistencia por motivos รฉticos y se habรญa separado de muchos miembros de la comunidad catรณlica a causa de esa decisiรณn. Sus textos polรญticos de posguerra, de manera similar a los de Camus, a menudo permiten intuir a un hombre que encuentra desagradable esa clase de polรฉmica y compromiso partisano, que preferirรญa estar por encima de la refriega pero a quien el imperativo de sus lealtades รฉticas (personales) obliga a comprometerse.
A finales de 1944, Mauriac y Camus discutieron pรบblica, y a veces duramente, sobre la conducta de las purgas. Para Camus, como hemos visto, Francia se dividรญa entre “hommes de la Rรฉsistance” y “hommes de la trahison et de l’injustice”. La tarea urgente de los primeros era salvar a Francia del enemigo que moraba dentro de ella, “destruir otra vez una parte de este paรญs para salvar su alma misma”. La purga de los colaboradores debรญa ser despiadada, rรกpida y exhaustiva. Camus contestaba un artรญculo en el que Mauriac sugerรญa que una justicia rรกpida y arbitraria –como la que habรญa emprendido Francia, con tribunales, cortes especiales y varias commissions d’รฉpuration profesionales– no solo era inherentemente inquietante (¿y si los inocentes sufrรญan junto a los culpables?), sino que contaminarรญa el nuevo Estado y sus instituciones antes incluso de que estos se hubieran formado. Para Mauriac, a su vez, la respuesta de Camus parecรญa una apologรญa de la Inquisiciรณn, que salvaba el alma de Francia quemando los cuerpos de ciudadanos seleccionados. La distinciรณn que Camus trazaba entre resistentes y traidores era ilusoria, argumentaba; un inmenso nรบmero de franceses habรญan resistido “por ellos mismos” y formarรญan el “marais” natural de la naciรณn polรญtica.
Mauriac volviรณ al asunto en diciembre de 1944 y en enero de 1945, en la รฉpoca de los juicios a Bรฉraud y Brasillach. Sobre Henri Bรฉraud escribiรณ que sรญ, se podรญa castigar al hombre por sus escritos; dado el peso que sus fanรกticas polรฉmicas habรญan tenido en esa รฉpoca terrible, merecรญa diez aรฑos de prisiรณn y mรกs. Pero acusarlo de amistad o colaboraciรณn con los alemanes era absurdo, una mentira que solo podรญa desacreditar a sus acusadores. Camus no abordรณ el asunto directamente. Pero comentรณ la creciente tendencia de Mauriac a invocar el espรญritu de la caridad en defensa de los acusados de esos juicios.
Cada vez que yo hablo de justicia, escribiรณ, el seรฑor Mauriac habla de caridad. Yo me opongo a los perdones, insistiรณ; el castigo que exigimos ahora es una justicia necesaria, y debemos rechazar una “caridad divina” que, al hacer de nosotros una “naciรณn de traidores y de mediocres”, frustrarรก el deseo de justicia del pรบblico. Es una respuesta curiosa, que mezcla la realpolitik con el fervor moral y sugiere que hay algo frรกgil e indigno en el ejercicio de la caridad o la misericordia en el caso de los colaboradores condenados, una debilidad del alma que amenaza la fibra de la naciรณn.
Hasta ese momento, a comienzos de 1945, Camus no decรญa nada excepcional y otros miembros de la izquierda repetรญan sus puntos de vista. Lo que distinguiรณ a Camus fue que, tras unos meses, la experiencia de las purgas, con su combinaciรณn de violencia verbal, selecciรณn y mala fe, lo llevรณ a cambiar de idea de forma llamativa. Sin admitir nunca que la รฉpuraciรณn (depuraciรณn) hubiera sido innecesaria, a comienzos de 1945 concedรญa que habรญa fracasado. En un editorial muy citado publicado en Combat en agosto de 1945, anunciรณ a sus lectores: “La palabra depuraciรณn ya era bastante desagradable por sรญ misma. El hecho se ha vuelto odioso.”
Camus se daba cuenta de que la รฉpuration se habรญa vuelto contraproducente. Lejos de unir al paรญs en una clara comprensiรณn de la culpa y la inocencia, del crimen y la justicia, habรญa alentado el tipo de cinismo moral e interรฉs personal que รฉl querรญa evitar. Precisamente por las purgas, la soluciรณn ahora exacerbaba el problema que habรญa intentado resolver. La รฉpuration en Francia, concluรญa, “no solo ha fracasado, sino que, ademรกs, estรก desacreditada”. Si la forma en que los franceses expiaban sus errores pasados servรญa de indicador, el anhelado renacimiento espiritual del paรญs quedaba muy lejos.
Camus nunca adoptรณ por completo el punto de vista de Mauriac. Mauriac, por ejemplo, pensaba desde el principio que era preferible que los culpables escaparan a la posibilidad de castigar a los inocentes. Tambiรฉn –y en esto su punto de vista era inusual– rechazaba la idea de que Vichy fuera la obra de una minorรญa o una รฉlite. El “doble juego” y el “regateo” que seรฑalaron el interludio de Vichy era el de los pueblos y las naciones en todas partes, insistรญa, incluidos los franceses. ¿Por quรฉ fingir lo contrario? Y su visiรณn de una Francia nuevamente unida estaba mรกs cerca de la del olรญmpico De Gaulle que del intelectual partisano de la resistencia domรฉstica: “¿Debemos intentar reconstruir la naciรณn con antiguos rivales, con los que cometieron crรญmenes no inexpiables? ¿O deberรญamos eliminarlos de la vida pรบblica, usando mรฉtodos heredados de los jacobinos que actualmente se aplican en paรญses totalitarios?”
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Pero en 1945 los dos hombres se movรญan hacia las mismas conclusiones. De todas las รฉpurations posibles, escribรญa Mauriac, estamos viviendo la peor, que corrompe la misma idea de justicia en los corazones y las mentes de la poblaciรณn. Mรกs tarde, cuando sus polรฉmicas con el Partido Comunista Francรฉs se hicieron mรกs amargas y la lรญnea divisoria entre los dos se hizo mรกs amplia, Mauriac argumentarรญa que la depuraciรณn solo habรญa sido una carta polรญtica en manos de los comunistas. Pero era lo bastante honesto como para admitir que, en la รฉpoca, podrรญa haber sido prematuro pedir perdรณn y amnistรญa; en una Francia desgarrada por el odio y el miedo, quizรก habรญa sido necesario cierto ajuste de cuentas, aunque no el que tuvo lugar. En otras palabras, quizรก Camus no estuviera tan equivocado como habรญa pensado Mauriac.
Sin embargo, en 1948, fue Camus –desengaรฑado hacรญa tiempo de las perspectivas de una revoluciรณn y ya incรณmodo en la comunidad intelectual de la que seguรญa siendo un miembro importante– quien tuvo la รบltima palabra. En una conferencia ante la comunidad de dominicos de Latour-Maubourg, reflexionรณ sobre las esperanzas y las desilusiones de la Liberaciรณn, sobre los rigores de la justicia y los requisitos de la caridad. A la luz de acontecimientos posteriores, declarรณ: “Monsieur Franรงois Mauriac tenรญa razรณn y yo estaba equivocado.”7
En los debates sobre el castigo en la posguerra, atrapado entre la justicia polรญtica y las reclamaciones de equidad y caridad, la transiciรณn de Camus de la certeza a la duda se produjo a lo largo del tiempo, pero rรกpidamente. En las tensiones provocadas por las divisiones de la Guerra Frรญa, se encontrรณ indeciso casi desde el principio. Aquรญ el contraste no estรก en el tiempo sino en el espacio: el espacio entre las opiniones oficiales y pรบblicas de Camus y las que se guardรณ, en su mayorรญa, para sรญ. Como hombre de la izquierda, Camus adoptรณ posturas pรบblicas razonablemente convencionales en la dรฉcada posterior a la derrota de Hitler. Como la mayorรญa de los demรกs “progresistas”, al principio era reacio a distanciarse de los comunistas franceses: en octubre de 1944 reiterรณ firmemente la declaraciรณn que habรญa emitido el grupo de Combat en marzo de ese mismo aรฑo –el anticomunismo es el principio de la dictadura–, aun cuando reconocรญa que apoyar y criticar a los comunistas al mismo tiempo no siempre era fรกcil.
Incluso mรกs tarde, tras el comienzo de la Guerra Frรญa, y mucho despuรฉs de que la actitud de Camus hacia Stalin y sus crรญmenes se hubiera hecho pรบblica, un compartido deseo de “paz” y el anhelo de encontrar una “tercera vรญa” llevaron a Camus a unirse durante unos meses de 1948 a Sartre y otros intelectuales no comunistas de la izquierda en el Rassemblement Dรฉmocratique Rรฉvolutionnaire. Era incluso, como la mayorรญa de ellos, crรญtico con Victor Kravchenko, el autor de Yo escogรญ la libertad y demandante en un cรฉlebre juicio por libelo de 1948 contra el periodista comunista Pierre Daix, que lo habรญa acusado de inventarse el gulag y de escribir el libro siguiendo รณrdenes de los servicios de inteligencia de Estados Unidos. Camus no dudaba de las pruebas de Kravchenko, por supuesto, pero el hombre le parecรญa desagradable e incluso en 1953 podรญa escribir que Kravchenko habรญa pasado “de ser un aprovechado del rรฉgimen soviรฉtico a un aprovechado del rรฉgimen burguรฉs”,8 una frase desafortunada y probablemente inconsciente donde resonaban las acusaciones de los comunistas.
Camus no era un apologista del comunismo. Pero durante muchos aรฑos no pudo despegarse del todo del deseo de preservar su legitimidad pรบblica como intelectual radical, mientras mantenรญa su independencia intelectual y su credibilidad moral. De ahรญ que, al abordar los crรญmenes de las dictaduras de izquierda a finales de los aรฑos cuarenta y comienzos de los cincuenta, se cuidara de equilibrar sus observaciones con alusiones a regรญmenes igualmente poco atractivos pero favorecidos por los aliados occidentales. En una serie de artรญculos publicados en Combat en noviembre de 1948 insistiรณ en la naturaleza indivisible del juicio moral: la privaciรณn de la libertad de expresiรณn bajo Franco y Stalin era una y la misma. Esa bรบsqueda del “equilibrio” lo llevรณ en una ocasiรณn a exculpar a intelectuales como รฉl mismo de la responsabilidad por el asesinato judicial que en ese momento se realizaba en Bulgaria, Hungrรญa y otros lugares: “No fuimos nosotros quienes ahorcamos a Petkov. Fueron los signatarios de los pactos que consagraron el reparto del mundo.”9
Esa posiciรณn distinguรญa a Camus de muchos amigos suyos, para quienes la pรฉrdida de la libertad o un asesinato judicial bajo un rรฉgimen comunista era algo cualitativamente distinto (y no siempre reprensible). Pero la necesidad de equilibrar los crรญmenes de ambas partes, por justa que fuera, podรญa convertirse en un acto de mala fe. Camus lo sabรญa y, como sugieren sus cuadernos, habรญa actuado con cierta incomodidad bajo su carga autoimpuesta de equidad moral. No obstante, continuaba diciendo, y creyendo, que la libertad occidental era una “mistificaciรณn”, por importante que fuera defenderla, y en una fecha tan tardรญa como 1955 podรญa condenar en la misma frase “la sociรฉtรฉ policiรจre” y “la sociรฉtรฉ marchande”.10
Si la balanza de la atenciรณn de Camus empezรณ a inclinarse en 1948 hacia el problema del comunismo, la razรณn –como ocurriรณ con sus reflexiones sobre la รฉpuration– fue una preocupaciรณn por la justicia; la misma preocupaciรณn que de formas distintas se cuela en la mayorรญa de su no ficciรณn y en todas sus obras teatrales y novelas importantes. Los tรญtulos de sus recopilaciones de ensayos, artรญculos y prefacios en los aรฑos entre 1946 y 1951 son una guรญa de sus obsesiones: Ni vรญctimas ni verdugos (ensayos sobre la base moral de un socialismo no dictatorial) y Justicia y odio (artรญculos sobre la injusticia y la persecuciรณn bajo la dictadura). Tenรญa la sensaciรณn constante de que en sus contribuciones a la discusiรณn pรบblica de las dictaduras, farsas judiciales, campos de concentraciรณn, terror polรญtico y otros fenรณmenos no habรญa sido lo bastante sincero –consigo mismo–. Quizรก se hubiera esforzado en decir siempre la verdad tal como รฉl la entendรญa, pero no siempre habรญa comunicado la totalidad de esa verdad, especialmente esas partes que podรญan provocar dolor a sus amigos, a sus lectores y al propio Camus.
Porque, mientras Camus empezaba a dar forma a los argumentos de lo que se convertirรญa en El hombre rebelde, estaba perdiendo su vinculaciรณn con la parte “progresista” de la vida pรบblica francesa; no solo los fieles a Stalin sino aquellos que creรญan en el progreso y la revoluciรณn (y la Revoluciรณn francesa en particular); aquellos para quienes Stalin podรญa haber sido un monstruo pero que consideraban a Marx un guรญa iluminador; aquellos que veรญan con claridad la injusticia y el racismo de la polรญtica colonial francesa pero estaban ciegos ante los crรญmenes y los defectos de sus opositores “progresistas”, en el norte de รfrica, Oriente Medio o Asia. La incomodidad moral que le producรญan las concesiones que habรญa hecho empezรณ a aparecer en sus cuadernos a finales de los aรฑos cuarenta; en una entrada de marzo de 1950 apunta: “Parece que emerjo de un sueรฑo de diez aรฑos –enredado todavรญa en las vendas de la desgracia y de las morales falsas.”11
En cierto sentido –y eso es sin duda lo que le parecรญa a รฉl mismo una dรฉcada mรกs tarde–, Camus, como Clamence en La caรญda, se estaba castigando por su propia cobardรญa. A Clamence lo atormentaba la voz de la mujer que no habรญa podido salvar del ahogamiento, a Camus todas las ocasiones en las que tenรญa algo que decir pero no lo habรญa dicho, o lo habรญa dicho de una manera silenciosa y socialmente aceptable a causa de las sensibilidades personales y las lealtades polรญticas. Aun asรญ, pocos lectores de Camus en aquella รฉpoca habrรญan pensado en รฉl de ese modo, lo que dice algo de la autocensura del resto de la comunidad intelectual francesa en esos aรฑos de posguerra. Camus era extraordinariamente directo, abierto e imparcial en sus sentimientos: reprochaba a Gabriel Marcel en diciembre de 1948 que no viese en la Espaรฑa de Franco los crรญmenes que veรญa en la Rusia de Stalin, solo dos meses despuรฉs de manifestarse en contra de las presiones que sufrรญan los intelectuales para evitar que hablasen de la purga de artistas en la Uniรณn Soviรฉtica por temor a ofrecer “comodidad” a la derecha.
Pero en la Francia de esos aรฑos la cuidadosa apariencia de equilibrio de Camus, su papel como independiente voz de la justicia, tuvo un costo. No se sentรญa imparcial. A pesar de sus crรญticas al “materialismo” y de que sus simpatรญas por el socialismo democrรกtico eran genuinas, no era neutral entre Oriente y Occidente, como tantos de sus contemporรกneos aseguraban ser. Y en el Parรญs intelectual de 1950, ser “neutral” era estar claramente en un lado y no en otro. Camus lo sabรญa, y tambiรฉn sabรญa que su invocaciรณn de la Espaรฑa de Franco, del colonialismo francรฉs o del racismo estadounidense se acercaba a la mala fe; porque ya no creรญa, como quizรก habรญa hecho antes, que los pecados de Occidente fueran iguales a los de Oriente.
Al sugerir esas comparaciones compraba el derecho de criticar el comunismo, de seรฑalar los campos de concentraciรณn rusos y de mencionar la persecuciรณn de artistas y demรณcratas en Europa del este. Pero el coste en capital moral era elevado. Lo que Camus querรญa hacer de verdad –o tener la libertad de hacer si lo decidรญa– era condenar lo condenable sin recurrir al equilibrio o la comparaciรณn, invocar criterios y medidas de moralidad absolutos, sin mirar con miedo hacia atrรกs para comprobar que su lรญnea de retirada moral estuviese cubierta. Hacรญa mucho que lo sabรญa pero, como confesรณ en sus Cuadernos el 4 de marzo de 1950, “solo tardรญamente se adquiere el valor de sostener lo que se sabe”.
No obstante, llamar a las cosas por su nombre, hablar de lo que querรญas hablar y del modo que necesitabas hacerlo no era cosa fรกcil en la comunidad intelectual de Parรญs en el punto รกlgido de la Guerra Frรญa, especialmente si, como Camus (y a diferencia de Raymond Aron), mantenรญas cierta nostalgia por el abrazo solidario de la izquierda y ademรกs padecรญas cierta inseguridad intelectual. Pero en 1950, como en su anterior evaluaciรณn del dilema moral del castigo en la posguerra, Camus se trasladรณ desde el terreno familiar de la convicciรณn y la “objetividad” hacia el puesto rocoso y solitario de la parcialidad impopular e inoportuna, del portavoz de lo obvio. En sus propias palabras –de nuevo confiadas en sus cuadernos un aรฑo antes de la apariciรณn de El hombre rebelde–, “una de las cosas que lamento es haber sacrificado demasiado a la objetividad. La objetividad, a veces, es una complacencia. Hoy las cosas estรกn claras y hay que llamar concentracionario a lo que es concentracionario, incluso el socialismo. En cierto sentido renunciarรฉ a ser cortรฉs”.12
La guerra de Argelia, que empezรณ en 1954 y no terminarรญa hasta dos aรฑos despuรฉs de la muerte de Camus, cuando De Gaulle abriรณ las negociaciones que conducirรญan a la independencia argelina, tuvo un impacto limitado entre los franceses de la metrรณpoli. Por supuesto, produjo un golpe militar que derribรณ indirectamente la Cuarta Repรบblica, y los problemas morales que crearon los esfuerzos franceses por reprimir el levantamiento รกrabe dividieron las comunidades intelectuales durante aรฑos. Argelia no formaba parte de las preocupaciones cotidianas de la mayorรญa de los franceses (como Irlanda del Norte con respecto a los britรกnicos), en la medida en que no los enviaran a combatir allรญ. Solo cuando la guerra civil llegรณ a Francia, en forma de atentados terroristas y de la ultraderechista Organisation Armรฉe Secrรจte a comienzos de los aรฑos sesenta, la tragedia argelina se desarrollรณ de forma significativa en territorio metropolitano; pero para entonces la guerra estaba prรกcticamente terminada y la independencia de Argelia era inevitable, lo que explica la violenta desesperaciรณn de sus opositores mรกs extremistas.
Para Camus, sin embargo, la cuestiรณn era distinta. Habรญa nacido y crecido en Argel, y habรญa sacado de esa experiencia y de ese tiempo y ese lugar gran parte de sus mejores obras. Hijo de inmigrantes europeos, no podรญa imaginar una Argelia sin europeos, ni concebir a europeos nacidos en Argelia apartados de sus raรญces. La guerra de Argelia, las cuestiones morales y polรญticas que planteaba –todas igual de insatisfactorias para Camus–, lo colocaban en una posiciรณn insostenible. Dispuesto a retirarse del ruido y la furia de la vida pรบblica parisina y con poco mรกs que ofrecer a los grandes debates intelectuales de la รฉpoca, Camus se encontrรณ en un creciente desacuerdo con prรกcticamente todos los bandos del conflicto argelino. La intolerancia de las partes enfrentadas, los errores polรญticos de los franceses y los รกrabes, y la evidencia cada vez mรกs clara de la imposibilidad de un pacto lo llevaron de la razรณn a la emociรณn y de la emociรณn al silencio. Desgarrado entre sus compromisos morales y sus vรญnculos sentimentales, no tenรญa nada que decir y por tanto no dijo nada: un rechazo a “comprometerse” en el gran problema moral de su tiempo que muchos le reprocharon en la รฉpoca y en aรฑos posteriores.
No deberรญa deducirse de eso que Albert Camus no fuera crรญtico con la posiciรณn de Francia en el norte de รfrica, o con el colonialismo en general. Como la mayorรญa de los intelectuales de su tiempo, hacรญa mucho que se oponรญa amargamente a la polรญtica francesa en el Magreb; no solo condenaba el uso de la tortura y el terror en la “guerra sucia” del gobierno contra los nacionalistas argelinos, sino que era un crรญtico sincero y bien informado de la discriminaciรณn colonial contra la poblaciรณn รกrabe desde los aรฑos treinta, en un momento en el que muchos de los intelectuales parisinos que mรกs tarde destacarรญan en la lucha anticolonial sabรญan poco y se preocupaban aรบn menos por la condiciรณn y las necesidades de los sรบbditos franceses en otros continentes.
Camus estaba bien informado sobre la situaciรณn de los รกrabes en Argelia. Hizo periodismo de investigaciรณn para el periรณdico Alger Rรฉpublicain entre las guerras y en junio de 1939 publicรณ una serie de once artรญculos con el tรญtulo colectivo de La miseria de Cabilia. Detestaba a los colons, para quienes los emigrantes empobrecidos como sus padres eran seres tan extraรฑos como los trabajadores รกrabes, y sin duda era sincero cuando escribiรณ, casi veinte aรฑos despuรฉs, “debe hacerse una grande, clamorosa reparaciรณn al pueblo รกrabe”.13 Por supuesto, los รกrabes tienen un papel mรกs importante en el periodismo y los ensayos de Camus que en su ficciรณn; y donde, como en El primer hombre, hay una presencia รกrabe, se le ofrece al lector en una clave bastante mรกs optimista e incluso panglosiana de lo que las circunstancias (o la experiencia de Camus) podrรญan haber sugerido.
Nunca hubo la menor duda de las simpatรญas de Camus. En el nรบmero de Combat fechado el 10 de mayo de 1947, publicรณ un brillante ataque a las polรญticas y tรกcticas militares francesas en el norte de รfrica. La realidad es que, les dijo a sus lectores, utilizamos la tortura: “el hecho estรก allรญ, claro y repelente como la verdad misma: hacemos en estos casos lo mismo que les reprochamos a los alemanes”. Camus sabรญa que algo debรญa cambiar en el norte de รfrica y lamentaba amargamente la oportunidad perdida de 1945, cuando los franceses podรญan haber propuesto reformas polรญticas, un grado de autogobierno y finalmente autonomรญa para una comunidad argelina que todavรญa no estaba polarizada y en la que los europeos progresistas y los รกrabes moderados podรญan trabajar juntos como รฉl habรญa propuesto una dรฉcada antes.
Pero ahรญ estaba el problema de Camus. Su visiรณn de Argelia se habรญa formado en los aรฑos treinta, en una รฉpoca en la que el sentimiento รกrabe era movilizado por hombres como Ferhat Abbas, cuya concepciรณn de una Argelia (en รบltimo tรฉrmino) independiente era al menos en principio compatible con el ideal de Camus de una comunidad integrada y cooperante de รกrabes y europeos. A mediados de la dรฉcada de 1950 la negativa de varios gobiernos franceses a hacer concesiones oportunas o promulgar reformas electorales o econรณmicas serias habรญa desacreditado a Abbas. Ocupaba su lugar una generaciรณn mรกs joven de nacionalistas inflexibles, que pensaba que los europeos (en Francia o en Argelia) nunca podrรญan ser sus socios, y que consideraba a la poblaciรณn europea indรญgena de Argelia, incluyendo a los pobres, su enemiga: un sentimiento que a finales de los aรฑos cincuenta era recรญproco.
Por tanto, la situaciรณn argelina habรญa cambiado mucho desde la partida de Camus al principio de la Segunda Guerra Mundial. Tambiรฉn lo habรญa hecho el contexto internacional mรกs amplio. A mediados de los aรฑos cincuenta los nacionalistas รกrabes argelinos podรญan buscar ejemplos y modelos en Egipto, Iraq y otros lugares, una perspectiva que contribuyรณ adicionalmente a que Camus se sintiera alienado con respecto a ellos. Para รฉl, Nasser o Mossadeq eran meros ecos del espejismo revolucionario europeo, que explotaban y distorsionaban un legรญtimo descontento social para elaborar una mezcla venenosa de nacionalismo e ideologรญa que no guardaba relaciรณn con sus propios ideales o con las necesidades de Argelia.
Aquรญ, como en otras cuestiones, la formaciรณn de Camus en el crisol pedagรณgico de la Tercera Repรบblica Francesa es una clave importante de su perspectiva polรญtica: no era lo bastante ingenuo como para suponer que รฉl o sus anteriores vecinos รกrabes compartรญan “nos ancรชtres les Gaulois”,14 pero creรญa profundamente en las virtudes de la asimilaciรณn republicana. Habรญa que abordar el fracaso de Francia a la hora de convertir a la poblaciรณn argelina en franceses, con todos los derechos y privilegios que eso entraรฑaba. Pero seguรญa siendo un objetivo digno y, aunque Camus desdeรฑaba la Historia “divinizada” que veรญa en la descolonizaciรณn una consecuencia inevitable del proyecto del Progreso, estaba bastante dispuesto a ver algo intrรญnsecamente superior en el ideal republicano francรฉs. Si los รกrabes eran susceptibles a los llamamientos de los demagogos nacionalistas, los franceses eran responsables, y por tanto eran los franceses quienes debรญan reparar sus errores.
Con ese punto de vista algo inocente y cada vez menos informado Albert Camus vio que, tras el estallido de la revoluciรณn nacionalista en Argelia en 1954, le pedรญan que tomara posiciรณn. Su reacciรณn inicial fue buscar de nuevo terreno para un acuerdo, apoyando a Pierre Mendรจs-France, con la esperanza desolada de que consiguiera en Argelia lo que habรญa logrado en Indochina. Pero, como confesรณ en un ensayo publicado en 1947, “yo tengo del mismo modo una larga relaciรณn con Argelia, que sin duda no acabarรก nunca y que me impide ser por completo lรบcido cuando me refiero a ella”. En 1955 escribiรณ a Charles Poncet: “Me siento muy angustiado ante los asuntos de Argelia. Hoy tengo ese paรญs atravesado en la garganta y no puedo pensar en nada mรกs.”15
La รบltima “intervenciรณn” escrita de Camus sobre Argelia llegรณ en la forma de un artรญculo que publicรณ L’Express el 10 de enero de 1956, donde pedรญa una tregua civil en la guerra. En ese momento era una causa sin esperanza y el pรบblico para ese llamamiento apenas existรญa, ni en la Francia metropolitana ni en Argelia, como descubriรณ cuando hablรณ allรญ dos semanas mรกs tarde. Camus nunca podrรญa defender la posiciรณn del gobierno francรฉs, que habรญa criticado de una manera u otra durante dos decenios; la represiรณn militar –y especialmente el uso de la tortura para conseguir confesiones de guerrilleros capturados– era imperdonable en sรญ y no llevaba a ninguna parte.
Pero las tรกcticas terroristas cada vez mรกs violentas del fln (Front de Libรฉration Nationale) tambiรฉn debรญan ser condenadas; no se podรญa ser mรกs selectivo en la condena del mal en este caso que en los debates de la Guerra Frรญa sobre los campos de concentraciรณn soviรฉticos. ¿Quรฉ se debรญa hacer? Camus no tenรญa ni idea, aunque lo asqueaba la posiciรณn segura y despreocupada de sus colegas parisinos biempensantes: “persuadido por fin de que la verdadera causa de nuestras locuras reside en las costumbres y el funcionamiento de nuestra sociedad intelectual y polรญtica, decidรญ dejar de participar en las incesantes polรฉmicas”.16
A Camus no le avergonzaba su retirada en el silencio: “cuando la palabra puede conducir a la eliminaciรณn despiadada de la vida de otras personas, el silencio no es una actitud negativa”. Pero no era una posiciรณn fรกcil de explicar, y lo exponรญa a crรญticas desdeรฑosas que llegaban incluso de comentaristas por lo demรกs desprejuiciados e imparciales. En La tragรฉdie algรฉrienne Raymond Aron reconocรญa que a Camus lo impulsaba un deseo de justicia y una aspiraciรณn a ser generoso y compasivo con todos. Pero por eso, sugerรญa, no habรญa logrado alzarse por encima de la actitud mental de un colonizador bienintencionado. Desde la perspectiva realista de Aron quizรก fuera una observaciรณn acertada, porque la conclusiรณn que se podรญa extraer del silencio de Camus –el mantenimiento del statu quo con las reformas necesarias– era en 1958 un deseo vacรญo. Argelia serรญa independiente bajo los nuevos nacionalistas o se mantendrรญa bajo dominio francรฉs a travรฉs del uso de la fuerza, con costes humanos y sociales cada vez mayores. No habรญa una tercera opciรณn.
Pero Camus no pensaba que su papel fuera aportar respuestas: “en estas cuestiones se espera demasiado de un escritor”. Su actitud en la รฉpoca de la crisis argelina debe entenderse en parte como una seรฑal de su incapacidad de concebir un futuro alternativo para su paรญs de origen, de aceptar que la Argelia francesa habรญa quedado destruida para siempre. Por tanto su visiรณn sobre el futuro de Argelia bajo la independencia era lรบgubre, en un momento en que muchos intelectuales franceses, por sincera que fuera su oposiciรณn a la prรกctica colonial francesa, creรญan en una fantasรญa brillante de la vida en sociedades poscoloniales liberadas de sus seรฑores imperiales. Treinta y cinco aรฑos despuรฉs de obtener su independencia, Argelia tiene problemas de nuevo, dividida y ensangrentada por un movimiento fundamentalista al que contiene de momento una dictadura militar.
Por ingenuo que fuera el llamamiento de Camus a un pacto entre el colonialismo asimilacionista y el nacionalismo militante, su prognosis para un paรญs nacido del terror y la guerra civil era demasiado precisa: “Maรฑana Argelia serรก una tierra de ruinas y muertes que ninguna fuerza, ninguna potencia del mundo, podrรก hacer que se recupere en este siglo.” Lo que Camus comprendรญa quizรก mejor y antes que sus pares (de la metrรณpoli) no era a los รกrabes –aunque ya en 1945 habรญa anticipado que no podรญa esperarse que tolerasen mucho mรกs tiempo las condiciones bajo las que eran gobernados–, sino la peculiar cultura de la poblaciรณn europea de Argelia y el precio que habrรญa que pagar si saltaba en pedazos.17
Pero fue sobre todo como moralista que Camus abandonรณ las filas intelectuales sobre Argelia. Donde nadie tenรญa toda la razรณn y donde los escritores y los filรณsofos eran invitados a prestar su apoyo a posiciones polรญticas sesgadas, el silencio, para Camus, representaba una extensiรณn de su promesa anterior de hablar solo por la verdad, por impopular que fuese. En el caso argelino ya no quedaba ninguna verdad, solo sentimientos. Desde esa perspectiva, la profunda implicaciรณn personal de Camus en Argelia contribuyรณ a su dolor y dio forma a su decisiรณn de no apoyar a ninguno de los dos bandos; y asรญ debรญa ser, puesto que, como hemos visto, Camus se tomaba en serio los imperativos de la experiencia y el sentimiento. Pero era una conclusiรณn a la que podrรญa haber llegado en cualquier caso, o eso creรญa.
Una de las cosas que mรกs le desagradaban de los intelectuales parisinos era su convicciรณn de que tenรญan algo que decir acerca de todo, y de que todo se podรญa reducir al tipo de cosa que les gustaba decir. Tambiรฉn seรฑalaba la relaciรณn inversamente proporcional entre el conocimiento de primera mano y la expresiรณn confiada de una opiniรณn intelectual. En el caso de Argelia, su conocimiento, sus recuerdos y su bรบsqueda de una aplicaciรณn imparcial de la justicia le hicieron verdaderamente ambivalente. En el momento en que uno maldecรญa las dos casas, no quedaba nada que decir. La responsabilidad intelectual no consistรญa en tomar partido, sino en rechazar hacerlo donde esta no existรญa. En esas circunstancias, el silencio parecรญa la expresiรณn mรกs adecuada de sus sentimientos mรกs profundos. ~
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Traducciรณn de Daniel Gascรณn
Fragmento de The burden of responsibility (University of Chicago Press, 1998)
1 Arendt es citada por Isaac, Arendt, Camus, and modern rebellion (New Haven, Yale University Press, 1992), p. 34. Para Peyrefitte, vรฉase Camus et la politique, ediciรณn de Jean Yves Guรฉrin (Parรญs, Harmattan, 1986), donde lo cita Guรฉrin (p. 22).
2 Vรฉase, por ejemplo, Susan Dunn, The deaths of Louis XIV: Regicide and the French political imagination (Princeton, Nueva Jersey, Princeton University Press), especialmente cap. 6, “Camus and Louis XVI: A modern elegy for the martyred king”, donde reprocha a Camus que retrate el fascismo “como una plaga que no es humana y tampoco ideolรณgica”.
3 Vรฉase Combat, 23 y 24 de agosto, 1944. En espaรฑol: Obras (Madrid, Alianza, 1996, ediciรณn de Josรฉ Marรญa Guelbenzu, varios traductores), vol. 2, p. 624.
4 Vรฉase Combat, 19 de septiembre, 1944. Sobre la reputaciรณn de Camus en tiempos de guerra, vรฉase por ejemplo Jean Paulhan a Franรงois Mauriac el 12 de abril de 1943: “Es un hombre valiente y fiable” (Paulhan, Choix de lettres, 1937-1945, Parรญs, Gallimard, 1992), p. 304.
5 Maรฎtre Reboul, commissaire du gouvernement, citado por Jacques Isorni en Le Procรจs Robert Brasillach (Parรญs, Flammarion, 1946), pp. 137, 159. La referencia, por supuesto, es a La traiciรณn de los clรฉrigos de Julien Benda.
6 La carta de Camus estรก incluida en Jacqueline Baldran y Claude Buchurberg, Brasillach ou la cรฉlรฉbration du mรฉpris (Parรญs, A. J. Presse, 1988), pp. 6-7.
7 Para Camus, vรฉase por ejemplo Combat, 20 de octubre de 1944, 11 de enero de 1945, 30 de agosto de 1945, y Actuelles: Chroniques 1944-1948 (Parรญs, Gallimard, 1950) (a partir de aquรญ Actuelles I), pp. 212-13. En espaรฑol, Obras, vol. 2. Para Mauriac, vรฉase Le Figaro, 19, 22-24, 26 de octubre de 1944; 4 de enero de 1945; tambiรฉn Franรงois Mauriac, Journal IV (Parรญs, Grasset, 1950), entrada del 30 de mayo de 1945, y Journal V (Parรญs, 1953), entrada del 9-10 de febrero de 1947.
8 Vรฉase “Le pain et la libertรฉ” (1953) en Actuelles II (Parรญs, Gallimard, 1953), pp. 157-73. Conviene fijarse, aun asรญ, en que Camus hizo esa observaciรณn en una charla que dio en la Bourse du Travail de Saint-รtienne. En espaรฑol: Obras, vol. 3, pp. 450-459.
9 Entrevista en Dรฉfense de l’Homme, julio de 1949, en Actuelles I, p. 233. En espaรฑol: Obras, vol. 2, p. 763.
10 Para “mistificaciรณn”, vรฉase “Le pain et la libertรฉ”; vรฉase tambiรฉn L’Express, 8 de octubre, 1955.
11 Carnets, janvier 1942-mars 1951 (Parรญs, Gallimard, 1964), p. 315. Obras, vol. 4, p. 337.
12 Cahiers, janvier 1942-mars 1951, p. 267. Obras, vol. 4, p. 303.
13 “L’Algรฉrie dรฉchirรฉe”, en Actuelles III, p. 143. Obras, vol. 4, p. 551.
14 “Nuestros antepasados los galos”, como se les hacรญa repetir a los niรฑos en las escuelas de las colonias francesas. (N. del E.)
15 Citado en Oliver Todd, Albert Camus. Une vie (Parรญs, Gallimard, 1996, 1999), p. 615. Hay traducciรณn espaรฑola de Mauro Armiรฑo: Albert Camus. Una vida (Barcelona, Tusquets, 1997), p. 617. Vรฉase tambiรฉn “Petit Guide pour des villes sans passรฉ”, publicado por primera vez en L’รtรฉ (Parรญs, Gallimard, 1954), reimpreso en Essais, ediciรณn de Roger Quilliot (Parรญs, Gallimard, 1965), pp. 845-51. Se puede leer una traducciรณn al espaรฑol en Obras, vol. 3, p. 566.
16 Prefacio a Actuelles III (Parรญs, Gallimard, 1958). Obras, vol. 3, p. 456.
17 Vรฉase “Lettre ร un militant Algรฉrien” (octubre de 1955), en Actuelles III, p. 128. Obras, vol. 4, p. 541.Camus era un hombre apolรญtico. Eso no significa que no le preocuparan los asuntos pรบblicos, o que fuese indiferente a las decisiones polรญticas. Pero por instinto y temperamento era una persona no afiliada (no menos en su vida sentimental que en la pรบblica), y los encantos del compromiso, que ejercieron una fascinaciรณn enorme entre sus contemporรกneos franceses, tenรญan poco atractivo para รฉl. Si es cierto que, como dijo Hannah Arendt, Camus y su generaciรณn se vieron “tragados por la polรญtica como si los absorbiera la fuerza del vacรญo”, Camus, al menos, siempre intentaba resistir ese impulso. Eso era algo que muchos le recriminaban; no solo por su rechazo a posicionarse en la cuestiรณn de Argelia sino tambiรฉn, y quizรก especialmente, porque sus textos en conjunto parecรญan ir contra la corriente de las pasiones pรบblicas. Pese a ser un hombre que ejerciรณ una influencia intelectual enorme, Camus les parecรญa a sus contemporรกneos casi irresponsable, por su rechazo a investir su obra de una lecciรณn o un mensaje: de la lectura de Camus no se podรญa extraer ningรบn mensaje polรญtico claro, y mucho menos una directiva con respecto al uso adecuado de las energรญas polรญticas personales. En palabras de Alain Peyrefitte, “si eres polรญticamente fiel a Camus, es difรญcil imaginar que puedas comprometerte con ningรบn partido”.1
La respuesta a La peste es caracterรญstica. Simone de Beauvoir reprochรณ a Camus que presentara la peste como una especie de virus “natural”, que no la “situara” histรณrica y polรญticamente; es decir, que no asignara responsabilidad a un grupo o grupos dentro del relato. Sartre hizo la misma crรญtica. Incluso Roland Barthes, a quien podrรญamos haber imaginado como un lector literario mรกs sutil, encontrรณ en la parรกbola de Camus sobre los aรฑos de Vichy un fracaso insatisfactorio a la hora de identificar la culpa. Esa crรญtica todavรญa aparece de vez en cuando entre estudiosos estadounidenses, que carecen incluso de la excusa de la pasiรณn polรฉmica de la รฉpoca.2 Y, sin embargo, aunque quizรก no sea la mejor obra de Camus, La peste no es tan difรญcil de entender.
El problema parece provocarlo el que Camus presente las elecciones y consecuencias polรญticas en una clave decididamente moral e individual: algo que era exactamente lo contrario a la prรกctica de la รฉpoca, donde todos los dilemas personales y รฉticos se reducรญan tรญpicamente a opciones polรญticas o ideolรณgicas. No es que Camus no fuera consciente de las implicaciones polรญticas de las decisiones que hombres y mujeres habรญan afrontado bajo la ocupaciรณn alemana: como algunos de sus crรญticos sabรญan, su propio historial al respecto era bastante mejor que el que ellos tenรญan, lo que ayuda a explicar la dureza de sus ataques. Pero Camus reconociรณ algo que mucha gente de su tiempo no entendรญa: lo que resultaba mรกs interesante y mรกs representativo de la experiencia de la gente durante la guerra (en Francia y en otros lugares) no eran las sencillas divisiones binarias del comportamiento humano entre “colaboraciรณn” y “resistencia”, sino la infinita variedad de concesiones y negaciones que conformaban el asunto de la supervivencia: la “zona gris” en la que los dilemas y responsabilidades morales eran sustituidos por el interรฉs propio y la capacidad cuidadosamente calculada de no ver lo que resultaba demasiado doloroso contemplar.
En efecto, la obra de Camus anticipรณ las reflexiones ahora cรฉlebres de Arendt sobre la “banalidad del mal” (aunque Camus era un moralista demasiado hรกbil como para usar esa expresiรณn). En condiciones extremas es raro encontrar las categorรญas cรณmodas y sencillas del bien y el mal, del culpable y el inocente. Los hombres pueden hacer el bien por una mezcla de motivos y con la misma facilidad pueden cometer errores y crรญmenes terribles con la mejor de las intenciones, o sin la menor intenciรณn. De ahรญ no se deriva que las plagas que la humanidad atrae sobre sรญ sean “naturales” o inevitables. Pero asignar una responsabilidad –y asรญ evitarlas en el futuro– no siempre es una tarea fรกcil. En el mejor de los casos, las etiquetas y las pasiones polรญticas simplifican y hacen tosca y parcial nuestra comprensiรณn del comportamiento humano y sus motivos. En el peor, contribuyen obstinadamente a los males que con tanta confianza pretenden reparar.
Ese no era un punto de vista calculado para que Albert Camus se sintiera cรณmodo en la cultura hiperpolitizada del Parรญs de posguerra, ni para granjearle las simpatรญas de aquellos –la abrumadora mayorรญa– para quienes las etiquetas y pasiones polรญticas eran la materia misma del intercambio intelectual. Tres ejemplos, extraรญdos de los debates y divisiones en los que Camus se vio profundamente involucrado, pueden ayudar a ilustrar esta posiciรณn singular y su movimiento caracterรญstico del compromiso a la distancia, desde una fรกcil (y normalmente popular) convicciรณn a una sensaciรณn de incomodidad y ambivalencia, con toda la pรฉrdida consiguiente de favor pรบblico que esos movimientos entraรฑaban.
Camus surgiรณ de la Resistencia francesa, en agosto de 1944, como el portavoz confiado de la nueva generaciรณn, con una fe inquebrantable en los grandes cambios que la liberaciรณn llevarรญa al paรญs: “Este terrible alumbramiento es el de una Revoluciรณn.” Francia no habรญa sufrido, y la Resistencia no habรญa hecho tantos sacrificios, para que el paรญs volviera a las malas costumbres del pasado. Se necesitaba algo radical y radicalmente nuevo. Tres dรญas despuรฉs de la liberaciรณn de Parรญs recordรณ a los lectores de Combat que un levantamiento es “la naciรณn en armas” y que “el pueblo” es la parte de la naciรณn que se niega a doblar la rodilla.3
El tono lรญrico –que habรญa alcanzado un punto รกlgido en sus Cartas a un amigo alemรกn, publicadas clandestinamente en 1943 y 1944– ayuda a explicar la influencia de Camus en la รฉpoca. Combinaba una visiรณn tradicional y romรกntica de Francia y sus posibilidades con la reputaciรณn de Camus de integridad personal, llamativa en un hombre que solo tenรญa treinta y un aรฑos cuando se liberรณ Parรญs. Lo que Camus querรญa decir con “Revoluciรณn” resulta todavรญa menos claro de lo que suele resultar ese tรฉrmino. En un artรญculo de septiembre de 1944 la definiรณ como la conversiรณn del “รญmpetu espontรกneo en acciรณn organizada” y parece que pensaba en una combinaciรณn de un elevado objetivo moral con un nuevo contrato “social” entre los franceses. En todo caso, era la autoridad moral de Camus, y no su programa polรญtico, lo que le daba un pรบblico.4
En la atmรณsfera vengativa de aquellos meses, cuando el paรญs estaba ocupado en debates sobre a quiรฉn se debรญa castigar, y con cuรกnta severidad, por colaboraciรณn y crรญmenes durante la guerra, Camus ejerciรณ –en un principio– su influencia a favor de un castigo รกspero y severo a los hombres de Vichy y sus sirvientes. En octubre de 1944 escribiรณ un editorial influyente e inflexible cuyas analogรญas patolรณgicas son instructivas. “Francia –afirmaba– lleva dentro un cuerpo extraรฑo, una minorรญa de hombres que le hicieron daรฑo en el pasado y que le siguen haciendo daรฑo hoy. Son hombres de traiciรณn e injusticia. Su mera existencia plantea un problema de justicia, porque forman parte del cuerpo vivo de la naciรณn y la cuestiรณn es cรณmo destruirlos.” Ni Simone de Beauvoir ni los entusiastas cazadores de cabezas de la prensa comunista lo podrรญan haber expresado mejor.
Y, sin embargo, en unas semanas, Camus empezaba a expresar dudas acerca de la prudencia, e incluso la justicia, de los juicios y ejecuciones sumarios recomendados por el Consejo Nacional de Escritores y otros grupos progresistas: una seรฑal inequรญvoca de su apostasรญa en este asunto era que lo atacara Pierre Hervรฉ, el periodista comunista, por manifestar cierto grado de compasiรณn hacia un resistente que habรญa hablado bajo tortura. Al escritor Camus lo perturbaba especialmente la facilidad con la que los intelectuales del bando vencedor seleccionaban a los colaboradores intelectuales para que sufrieran un castigo especial. Y asรญ, tres meses despuรฉs de su confiada recomendaciรณn de que los culpables fueran expulsados del cuerpo polรญtico y “destruidos”, encontramos a Camus firmando la peticiรณn fracasada que reclamaba a De Gaulle clemencia para Robert Brasillach.
Como sรญmbolo, como representante de la colaboraciรณn intelectual, Brasillach era casi demasiado perfecto. Nacido en 1909, pertenecรญa a la misma generaciรณn que Camus, pero sus orรญgenes eran muy diferentes. Tras una juventud dorada que lo llevรณ de la รcole Normale Supรฉrieure a las pรกginas editoriales de Je Suis Partout, se moviรณ cรณmodamente en los cรญrculos literarios y periodรญsticos de la Francia ocupada, escribiendo, hablando y visitando Alemania en compaรฑรญa de otros colaboracionistas. Nunca se esforzรณ en ocultar sus opiniones, que incluรญan un antisemitismo virulento y frecuentemente expresado. Aunque despuรฉs de su muerte se puso de moda difamar su calidad como escritor, contemporรกneos de todas las ideologรญas le acreditaban un talento importante. Brasillach no era solo un polemista dotado y brillante, sino tambiรฉn un hombre de refinada sensibilidad estรฉtica y de una verdadera destreza literaria.
Brasillach fue juzgado en 1945. Era el cuarto juicio de esas caracterรญsticas de un periodista colaboracionista importante: en diciembre de 1944 se habรญan producido los casos de Paul Chack (un periodista de Aujourd’hui), Lucien Combelle (director de Revolution Nationale) y Henri Bรฉraud (colaborador de Gringoire). Pero el talento de Brasillach excedรญa de lejos el de los otros tres, y su caso resultaba mucho mรกs interesante para sus pares. En el juicio, se estableciรณ desde el principio (con el acuerdo de Brasillach) que habรญa sido partidario de Vichy y era anticomunista, antijudรญo y admirador de Charles Maurras. El asunto, sin embargo, era este: ¿era un traidor? ¿Habรญa buscado una victoria alemana y habรญa ayudado a los alemanes? Sin pruebas materiales de esa acusaciรณn, el fiscal subrayรณ en cambio la responsabilidad de Brasillach como escritor influyente: “¿A cuรกntos jรณvenes incitaron sus artรญculos a luchar contra el maquis? ¿De cuรกntos crรญmenes es usted responsable intelectual?” En un lenguaje que todos comprenderรญan, Brasillach era le clerc qui avait trahi.5
Brasillach fue declarado culpable de traiciรณn, de “inteligencia con el enemigo”, y sentenciado a muerte. Por tanto no lo castigaron por sus opiniones como tales, aunque estas fueron muy citadas en el juicio, especialmente su editorial del 25 de septiembre en Je Suis Partout, donde declaraba: “Debemos echar a todos los judรญos y no quedarnos con los pequeรฑos.” Y sin embargo iba a morir por sus opiniones, porque toda su vida pรบblica consistรญa en la palabra escrita. Con Brasillach, el tribunal proponรญa que el hecho de que un escritor tuviera puntos de vista escandalosos y los defendiera ante los demรกs era tan grave como si รฉl mismo hubiera seguido esas opiniones hasta el final.
En buena medida gracias a los esfuerzos de Franรงois Mauriac, circulรณ una peticiรณn de clemencia para el caso Brasillach. Entre los muchos que la firmaron se encontraban el propio Mauriac, Jean Paulhan, Georges Duhamel, Paul Valรฉry, Louis Madelin, Thierry Maulnier, Paul Claudel y Albert Camus. El apoyo de Camus es instructivo. Aceptรณ aรฑadir su firma despuรฉs de una larga reflexiรณn, y en una carta inรฉdita a Marcel Aymรฉ, fechada el 27 de enero de 1945, explica sus razones. Sencillamente, estaba en contra de la pena de muerte. Pero, en cuanto a Brasillach, “lo despreciaba con todas sus fuerzas”. No concedรญa ningรบn valor a Brasillach como escritor y, textualmente, “nunca le darรญa la mano, por razones que el propio Brasillach no podrรญa entender”.6 Camus, por tanto, tuvo cuidado de no apoyar una solicitud de clemencia basรกndose en otra cosa que no fueran razones de principios generales, y de hecho la peticiรณn solo mencionaba el hecho de que Brasillach era el hijo de un hรฉroe fallecido en la Primera Guerra Mundial, un vรญnculo con su propia vida del que es difรญcil que Camus no fuera consciente.
El siguiente movimiento de Camus, en el trayecto que lo llevรณ de ser el confiado portavoz de la resistencia victoriosa a convertirse en un reticente peticionario de clemencia en el caso de uno de los mรกs destacados apologistas de Vichy y a transformarse finalmente en un crรญtico arrepentido de los excesos de intolerancia y de la injusticia de las purgas de posguerra, se puede seguir a travรฉs de una serie de intercambios pรบblicos que tuvo con Franรงois Mauriac en los aรฑos de posguerra. Separados por casi todo lo demรกs –edad, clase social, religiรณn, educaciรณn y estatus–, Camus y Mauriac compartieron un papel comรบn en la posguerra como autoridades morales en sus respectivas comunidades posteriores a la Resistencia. Cada uno tenรญa una plataforma formidable para dirigirse a la naciรณn (Mauriac desde su columna en Le Figaro, Camus como director de Combat) y desde el principio los dos mostraron sensibilidades asombrosamente similares (aunque expresadas de manera muy distinta) en sus textos.
Camus, como la mancheta de su periรณdico, creรญa que su tarea era contribuir a que Francia pasara “de la resistencia a la revoluciรณn”, y en los primeros momentos tras la Liberaciรณn desaprovechรณ pocas ocasiones de instar al paรญs a una renovaciรณn radical de sus estructuras sociales y espirituales. Mauriac, en cambio, siguiรณ siendo un hombre esencialmente conservador, que se habรญa unido a la Resistencia por motivos รฉticos y se habรญa separado de muchos miembros de la comunidad catรณlica a causa de esa decisiรณn. Sus textos polรญticos de posguerra, de manera similar a los de Camus, a menudo permiten intuir a un hombre que encuentra desagradable esa clase de polรฉmica y compromiso partisano, que preferirรญa estar por encima de la refriega pero a quien el imperativo de sus lealtades รฉticas (personales) obliga a comprometerse.
A finales de 1944, Mauriac y Camus discutieron pรบblica, y a veces duramente, sobre la conducta de las purgas. Para Camus, como hemos visto, Francia se dividรญa entre “hommes de la Rรฉsistance” y “hommes de la trahison et de l’injustice”. La tarea urgente de los primeros era salvar a Francia del enemigo que moraba dentro de ella, “destruir otra vez una parte de este paรญs para salvar su alma misma”. La purga de los colaboradores debรญa ser despiadada, rรกpida y exhaustiva. Camus contestaba un artรญculo en el que Mauriac sugerรญa que una justicia rรกpida y arbitraria –como la que habรญa emprendido Francia, con tribunales, cortes especiales y varias commissions d’รฉpuration profesionales– no solo era inherentemente inquietante (¿y si los inocentes sufrรญan junto a los culpables?), sino que contaminarรญa el nuevo Estado y sus instituciones antes incluso de que estos se hubieran formado. Para Mauriac, a su vez, la respuesta de Camus parecรญa una apologรญa de la Inquisiciรณn, que salvaba el alma de Francia quemando los cuerpos de ciudadanos seleccionados. La distinciรณn que Camus trazaba entre resistentes y traidores era ilusoria, argumentaba; un inmenso nรบmero de franceses habรญan resistido “por ellos mismos” y formarรญan el “marais” natural de la naciรณn polรญtica.
Mauriac volviรณ al asunto en diciembre de 1944 y en enero de 1945, en la รฉpoca de los juicios a Bรฉraud y Brasillach. Sobre Henri Bรฉraud escribiรณ que sรญ, se podรญa castigar al hombre por sus escritos; dado el peso que sus fanรกticas polรฉmicas habรญan tenido en esa รฉpoca terrible, merecรญa diez aรฑos de prisiรณn y mรกs. Pero acusarlo de amistad o colaboraciรณn con los alemanes era absurdo, una mentira que solo podรญa desacreditar a sus acusadores. Camus no abordรณ el asunto directamente. Pero comentรณ la creciente tendencia de Mauriac a invocar el espรญritu de la caridad en defensa de los acusados de esos juicios.
Cada vez que yo hablo de justicia, escribiรณ, el seรฑor Mauriac habla de caridad. Yo me opongo a los perdones, insistiรณ; el castigo que exigimos ahora es una justicia necesaria, y debemos rechazar una “caridad divina” que, al hacer de nosotros una “naciรณn de traidores y de mediocres”, frustrarรก el deseo de justicia del pรบblico. Es una respuesta curiosa, que mezcla la realpolitik con el fervor moral y sugiere que hay algo frรกgil e indigno en el ejercicio de la caridad o la misericordia en el caso de los colaboradores condenados, una debilidad del alma que amenaza la fibra de la naciรณn.
Hasta ese momento, a comienzos de 1945, Camus no decรญa nada excepcional y otros miembros de la izquierda repetรญan sus puntos de vista. Lo que distinguiรณ a Camus fue que, tras unos meses, la experiencia de las purgas, con su combinaciรณn de violencia verbal, selecciรณn y mala fe, lo llevรณ a cambiar de idea de forma llamativa. Sin admitir nunca que la รฉpuraciรณn (depuraciรณn) hubiera sido innecesaria, a comienzos de 1945 concedรญa que habรญa fracasado. En un editorial muy citado publicado en Combat en agosto de 1945, anunciรณ a sus lectores: “La palabra depuraciรณn ya era bastante desagradable por sรญ misma. El hecho se ha vuelto odioso.”
Camus se daba cuenta de que la รฉpuration se habรญa vuelto contraproducente. Lejos de unir al paรญs en una clara comprensiรณn de la culpa y la inocencia, del crimen y la justicia, habรญa alentado el tipo de cinismo moral e interรฉs personal que รฉl querรญa evitar. Precisamente por las purgas, la soluciรณn ahora exacerbaba el problema que habรญa intentado resolver. La รฉpuration en Francia, concluรญa, “no solo ha fracasado, sino que, ademรกs, estรก desacreditada”. Si la forma en que los franceses expiaban sus errores pasados servรญa de indicador, el anhelado renacimiento espiritual del paรญs quedaba muy lejos.
Camus nunca adoptรณ por completo el punto de vista de Mauriac. Mauriac, por ejemplo, pensaba desde el principio que era preferible que los culpables escaparan a la posibilidad de castigar a los inocentes. Tambiรฉn –y en esto su punto de vista era inusual– rechazaba la idea de que Vichy fuera la obra de una minorรญa o una รฉlite. El “doble juego” y el “regateo” que seรฑalaron el interludio de Vichy era el de los pueblos y las naciones en todas partes, insistรญa, incluidos los franceses. ¿Por quรฉ fingir lo contrario? Y su visiรณn de una Francia nuevamente unida estaba mรกs cerca de la del olรญmpico De Gaulle que del intelectual partisano de la resistencia domรฉstica: “¿Debemos intentar reconstruir la naciรณn con antiguos rivales, con los que cometieron crรญmenes no inexpiables? ¿O deberรญamos eliminarlos de la vida pรบblica, usando mรฉtodos heredados de los jacobinos que actualmente se aplican en paรญses totalitarios?”
Pero en 1945 los dos hombres se movรญan hacia las mismas conclusiones. De todas las รฉpurations posibles, escribรญa Mauriac, estamos viviendo la peor, que corrompe la misma idea de justicia en los corazones y las mentes de la poblaciรณn. Mรกs tarde, cuando sus polรฉmicas con el Partido Comunista Francรฉs se hicieron mรกs amargas y la lรญnea divisoria entre los dos se hizo mรกs amplia, Mauriac argumentarรญa que la depuraciรณn solo habรญa sido una carta polรญtica en manos de los comunistas. Pero era lo bastante honesto como para admitir que, en la รฉpoca, podrรญa haber sido prematuro pedir perdรณn y amnistรญa; en una Francia desgarrada por el odio y el miedo, quizรก habรญa sido necesario cierto ajuste de cuentas, aunque no el que tuvo lugar. En otras palabras, quizรก Camus no estuviera tan equivocado como habรญa pensado Mauriac.
Sin embargo, en 1948, fue Camus –desengaรฑado hacรญa tiempo de las perspectivas de una revoluciรณn y ya incรณmodo en la comunidad intelectual de la que seguรญa siendo un miembro importante– quien tuvo la รบltima palabra. En una conferencia ante la comunidad de dominicos de Latour-Maubourg, reflexionรณ sobre las esperanzas y las desilusiones de la Liberaciรณn, sobre los rigores de la justicia y los requisitos de la caridad. A la luz de acontecimientos posteriores, declarรณ: “Monsieur Franรงois Mauriac tenรญa razรณn y yo estaba equivocado.”7
En los debates sobre el castigo en la posguerra, atrapado entre la justicia polรญtica y las reclamaciones de equidad y caridad, la transiciรณn de Camus de la certeza a la duda se produjo a lo largo del tiempo, pero rรกpidamente. En las tensiones provocadas por las divisiones de la Guerra Frรญa, se encontrรณ indeciso casi desde el principio. Aquรญ el contraste no estรก en el tiempo sino en el espacio: el espacio entre las opiniones oficiales y pรบblicas de Camus y las que se guardรณ, en su mayorรญa, para sรญ. Como hombre de la izquierda, Camus adoptรณ posturas pรบblicas razonablemente convencionales en la dรฉcada posterior a la derrota de Hitler. Como la mayorรญa de los demรกs “progresistas”, al principio era reacio a distanciarse de los comunistas franceses: en octubre de 1944 reiterรณ firmemente la declaraciรณn que habรญa emitido el grupo de Combat en marzo de ese mismo aรฑo –el anticomunismo es el principio de la dictadura–, aun cuando reconocรญa que apoyar y criticar a los comunistas al mismo tiempo no siempre era fรกcil.
Incluso mรกs tarde, tras el comienzo de la Guerra Frรญa, y mucho despuรฉs de que la actitud de Camus hacia Stalin y sus crรญmenes se hubiera hecho pรบblica, un compartido deseo de “paz” y el anhelo de encontrar una “tercera vรญa” llevaron a Camus a unirse durante unos meses de 1948 a Sartre y otros intelectuales no comunistas de la izquierda en el Rassemblement Dรฉmocratique Rรฉvolutionnaire. Era incluso, como la mayorรญa de ellos, crรญtico con Victor Kravchenko, el autor de Yo escogรญ la libertad y demandante en un cรฉlebre juicio por libelo de 1948 contra el periodista comunista Pierre Daix, que lo habรญa acusado de inventarse el gulag y de escribir el libro siguiendo รณrdenes de los servicios de inteligencia de Estados Unidos. Camus no dudaba de las pruebas de Kravchenko, por supuesto, pero el hombre le parecรญa desagradable e incluso en 1953 podรญa escribir que Kravchenko habรญa pasado “de ser un aprovechado del rรฉgimen soviรฉtico a un aprovechado del rรฉgimen burguรฉs”,8 una frase desafortunada y probablemente inconsciente donde resonaban las acusaciones de los comunistas.
Camus no era un apologista del comunismo. Pero durante muchos aรฑos no pudo despegarse del todo del deseo de preservar su legitimidad pรบblica como intelectual radical, mientras mantenรญa su independencia intelectual y su credibilidad moral. De ahรญ que, al abordar los crรญmenes de las dictaduras de izquierda a finales de los aรฑos cuarenta y comienzos de los cincuenta, se cuidara de equilibrar sus observaciones con alusiones a regรญmenes igualmente poco atractivos pero favorecidos por los aliados occidentales. En una serie de artรญculos publicados en Combat en noviembre de 1948 insistiรณ en la naturaleza indivisible del juicio moral: la privaciรณn de la libertad de expresiรณn bajo Franco y Stalin era una y la misma. Esa bรบsqueda del “equilibrio” lo llevรณ en una ocasiรณn a exculpar a intelectuales como รฉl mismo de la responsabilidad por el asesinato judicial que en ese momento se realizaba en Bulgaria, Hungrรญa y otros lugares: “No fuimos nosotros quienes ahorcamos a Petkov. Fueron los signatarios de los pactos que consagraron el reparto del mundo.”9
Esa posiciรณn distinguรญa a Camus de muchos amigos suyos, para quienes la pรฉrdida de la libertad o un asesinato judicial bajo un rรฉgimen comunista era algo cualitativamente distinto (y no siempre reprensible). Pero la necesidad de equilibrar los crรญmenes de ambas partes, por justa que fuera, podรญa convertirse en un acto de mala fe. Camus lo sabรญa y, como sugieren sus cuadernos, habรญa actuado con cierta incomodidad bajo su carga autoimpuesta de equidad moral. No obstante, continuaba diciendo, y creyendo, que la libertad occidental era una “mistificaciรณn”, por importante que fuera defenderla, y en una fecha tan tardรญa como 1955 podรญa condenar en la misma frase “la sociรฉtรฉ policiรจre” y “la sociรฉtรฉ marchande”.10
Si la balanza de la atenciรณn de Camus empezรณ a inclinarse en 1948 hacia el problema del comunismo, la razรณn –como ocurriรณ con sus reflexiones sobre la รฉpuration– fue una preocupaciรณn por la justicia; la misma preocupaciรณn que de formas distintas se cuela en la mayorรญa de su no ficciรณn y en todas sus obras teatrales y novelas importantes. Los tรญtulos de sus recopilaciones de ensayos, artรญculos y prefacios en los aรฑos entre 1946 y 1951 son una guรญa de sus obsesiones: Ni vรญctimas ni verdugos (ensayos sobre la base moral de un socialismo no dictatorial) y Justicia y odio (artรญculos sobre la injusticia y la persecuciรณn bajo la dictadura). Tenรญa la sensaciรณn constante de que en sus contribuciones a la discusiรณn pรบblica de las dictaduras, farsas judiciales, campos de concentraciรณn, terror polรญtico y otros fenรณmenos no habรญa sido lo bastante sincero –consigo mismo–. Quizรก se hubiera esforzado en decir siempre la verdad tal como รฉl la entendรญa, pero no siempre habรญa comunicado la totalidad de esa verdad, especialmente esas partes que podรญan provocar dolor a sus amigos, a sus lectores y al propio Camus.
Porque, mientras Camus empezaba a dar forma a los argumentos de lo que se convertirรญa en El hombre rebelde, estaba perdiendo su vinculaciรณn con la parte “progresista” de la vida pรบblica francesa; no solo los fieles a Stalin sino aquellos que creรญan en el progreso y la revoluciรณn (y la Revoluciรณn francesa en particular); aquellos para quienes Stalin podรญa haber sido un monstruo pero que consideraban a Marx un guรญa iluminador; aquellos que veรญan con claridad la injusticia y el racismo de la polรญtica colonial francesa pero estaban ciegos ante los crรญmenes y los defectos de sus opositores “progresistas”, en el norte de รfrica, Oriente Medio o Asia. La incomodidad moral que le producรญan las concesiones que habรญa hecho empezรณ a aparecer en sus cuadernos a finales de los aรฑos cuarenta; en una entrada de marzo de 1950 apunta: “Parece que emerjo de un sueรฑo de diez aรฑos –enredado todavรญa en las vendas de la desgracia y de las morales falsas.”11
En cierto sentido –y eso es sin duda lo que le parecรญa a รฉl mismo una dรฉcada mรกs tarde–, Camus, como Clamence en La caรญda, se estaba castigando por su propia cobardรญa. A Clamence lo atormentaba la voz de la mujer que no habรญa podido salvar del ahogamiento, a Camus todas las ocasiones en las que tenรญa algo que decir pero no lo habรญa dicho, o lo habรญa dicho de una manera silenciosa y socialmente aceptable a causa de las sensibilidades personales y las lealtades polรญticas. Aun asรญ, pocos lectores de Camus en aquella รฉpoca habrรญan pensado en รฉl de ese modo, lo que dice algo de la autocensura del resto de la comunidad intelectual francesa en esos aรฑos de posguerra. Camus era extraordinariamente directo, abierto e imparcial en sus sentimientos: reprochaba a Gabriel Marcel en diciembre de 1948 que no viese en la Espaรฑa de Franco los crรญmenes que veรญa en la Rusia de Stalin, solo dos meses despuรฉs de manifestarse en contra de las presiones que sufrรญan los intelectuales para evitar que hablasen de la purga de artistas en la Uniรณn Soviรฉtica por temor a ofrecer “comodidad” a la derecha.
Pero en la Francia de esos aรฑos la cuidadosa apariencia de equilibrio de Camus, su papel como independiente voz de la justicia, tuvo un costo. No se sentรญa imparcial. A pesar de sus crรญticas al “materialismo” y de que sus simpatรญas por el socialismo democrรกtico eran genuinas, no era neutral entre Oriente y Occidente, como tantos de sus contemporรกneos aseguraban ser. Y en el Parรญs intelectual de 1950, ser “neutral” era estar claramente en un lado y no en otro. Camus lo sabรญa, y tambiรฉn sabรญa que su invocaciรณn de la Espaรฑa de Franco, del colonialismo francรฉs o del racismo estadounidense se acercaba a la mala fe; porque ya no creรญa, como quizรก habรญa hecho antes, que los pecados de Occidente fueran iguales a los de Oriente.
Al sugerir esas comparaciones compraba el derecho de criticar el comunismo, de seรฑalar los campos de concentraciรณn rusos y de mencionar la persecuciรณn de artistas y demรณcratas en Europa del este. Pero el coste en capital moral era elevado. Lo que Camus querรญa hacer de verdad –o tener la libertad de hacer si lo decidรญa– era condenar lo condenable sin recurrir al equilibrio o la comparaciรณn, invocar criterios y medidas de moralidad absolutos, sin mirar con miedo hacia atrรกs para comprobar que su lรญnea de retirada moral estuviese cubierta. Hacรญa mucho que lo sabรญa pero, como confesรณ en sus Cuadernos el 4 de marzo de 1950, “solo tardรญamente se adquiere el valor de sostener lo que se sabe”.
No obstante, llamar a las cosas por su nombre, hablar de lo que querรญas hablar y del modo que necesitabas hacerlo no era cosa fรกcil en la comunidad intelectual de Parรญs en el punto รกlgido de la Guerra Frรญa, especialmente si, como Camus (y a diferencia de Raymond Aron), mantenรญas cierta nostalgia por el abrazo solidario de la izquierda y ademรกs padecรญas cierta inseguridad intelectual. Pero en 1950, como en su anterior evaluaciรณn del dilema moral del castigo en la posguerra, Camus se trasladรณ desde el terreno familiar de la convicciรณn y la “objetividad” hacia el puesto rocoso y solitario de la parcialidad impopular e inoportuna, del portavoz de lo obvio. En sus propias palabras –de nuevo confiadas en sus cuadernos un aรฑo antes de la apariciรณn de El hombre rebelde–, “una de las cosas que lamento es haber sacrificado demasiado a la objetividad. La objetividad, a veces, es una complacencia. Hoy las cosas estรกn claras y hay que llamar concentracionario a lo que es concentracionario, incluso el socialismo. En cierto sentido renunciarรฉ a ser cortรฉs”.12
La guerra de Argelia, que empezรณ en 1954 y no terminarรญa hasta dos aรฑos despuรฉs de la muerte de Camus, cuando De Gaulle abriรณ las negociaciones que conducirรญan a la independencia argelina, tuvo un impacto limitado entre los franceses de la metrรณpoli. Por supuesto, produjo un golpe militar que derribรณ indirectamente la Cuarta Repรบblica, y los problemas morales que crearon los esfuerzos franceses por reprimir el levantamiento รกrabe dividieron las comunidades intelectuales durante aรฑos. Argelia no formaba parte de las preocupaciones cotidianas de la mayorรญa de los franceses (como Irlanda del Norte con respecto a los britรกnicos), en la medida en que no los enviaran a combatir allรญ. Solo cuando la guerra civil llegรณ a Francia, en forma de atentados terroristas y de la ultraderechista Organisation Armรฉe Secrรจte a comienzos de los aรฑos sesenta, la tragedia argelina se desarrollรณ de forma significativa en territorio metropolitano; pero para entonces la guerra estaba prรกcticamente terminada y la independencia de Argelia era inevitable, lo que explica la violenta desesperaciรณn de sus opositores mรกs extremistas.
Para Camus, sin embargo, la cuestiรณn era distinta. Habรญa nacido y crecido en Argel, y habรญa sacado de esa experiencia y de ese tiempo y ese lugar gran parte de sus mejores obras. Hijo de inmigrantes europeos, no podรญa imaginar una Argelia sin europeos, ni concebir a europeos nacidos en Argelia apartados de sus raรญces. La guerra de Argelia, las cuestiones morales y polรญticas que planteaba –todas igual de insatisfactorias para Camus–, lo colocaban en una posiciรณn insostenible. Dispuesto a retirarse del ruido y la furia de la vida pรบblica parisina y con poco mรกs que ofrecer a los grandes debates intelectuales de la รฉpoca, Camus se encontrรณ en un creciente desacuerdo con prรกcticamente todos los bandos del conflicto argelino. La intolerancia de las partes enfrentadas, los errores polรญticos de los franceses y los รกrabes, y la evidencia cada vez mรกs clara de la imposibilidad de un pacto lo llevaron de la razรณn a la emociรณn y de la emociรณn al silencio. Desgarrado entre sus compromisos morales y sus vรญnculos sentimentales, no tenรญa nada que decir y por tanto no dijo nada: un rechazo a “comprometerse” en el gran problema moral de su tiempo que muchos le reprocharon en la รฉpoca y en aรฑos posteriores.
No deberรญa deducirse de eso que Albert Camus no fuera crรญtico con la posiciรณn de Francia en el norte de รfrica, o con el colonialismo en general. Como la mayorรญa de los intelectuales de su tiempo, hacรญa mucho que se oponรญa amargamente a la polรญtica francesa en el Magreb; no solo condenaba el uso de la tortura y el terror en la “guerra sucia” del gobierno contra los nacionalistas argelinos, sino que era un crรญtico sincero y bien informado de la discriminaciรณn colonial contra la poblaciรณn รกrabe desde los aรฑos treinta, en un momento en el que muchos de los intelectuales parisinos que mรกs tarde destacarรญan en la lucha anticolonial sabรญan poco y se preocupaban aรบn menos por la condiciรณn y las necesidades de los sรบbditos franceses en otros continentes.
Camus estaba bien informado sobre la situaciรณn de los รกrabes en Argelia. Hizo periodismo de investigaciรณn para el periรณdico Alger Rรฉpublicain entre las guerras y en junio de 1939 publicรณ una serie de once artรญculos con el tรญtulo colectivo de La miseria de Cabilia. Detestaba a los colons, para quienes los emigrantes empobrecidos como sus padres eran seres tan extraรฑos como los trabajadores รกrabes, y sin duda era sincero cuando escribiรณ, casi veinte aรฑos despuรฉs, “debe hacerse una grande, clamorosa reparaciรณn al pueblo รกrabe”.13 Por supuesto, los รกrabes tienen un papel mรกs importante en el periodismo y los ensayos de Camus que en su ficciรณn; y donde, como en El primer hombre, hay una presencia รกrabe, se le ofrece al lector en una clave bastante mรกs optimista e incluso panglosiana de lo que las circunstancias (o la experiencia de Camus) podrรญan haber sugerido.
Nunca hubo la menor duda de las simpatรญas de Camus. En el nรบmero de Combat fechado el 10 de mayo de 1947, publicรณ un brillante ataque a las polรญticas y tรกcticas militares francesas en el norte de รfrica. La realidad es que, les dijo a sus lectores, utilizamos la tortura: “el hecho estรก allรญ, claro y repelente como la verdad misma: hacemos en estos casos lo mismo que les reprochamos a los alemanes”. Camus sabรญa que algo debรญa cambiar en el norte de รfrica y lamentaba amargamente la oportunidad perdida de 1945, cuando los franceses podรญan haber propuesto reformas polรญticas, un grado de autogobierno y finalmente autonomรญa para una comunidad argelina que todavรญa no estaba polarizada y en la que los europeos progresistas y los รกrabes moderados podรญan trabajar juntos como รฉl habรญa propuesto una dรฉcada antes.
Pero ahรญ estaba el problema de Camus. Su visiรณn de Argelia se habรญa formado en los aรฑos treinta, en una รฉpoca en la que el sentimiento รกrabe era movilizado por hombres como Ferhat Abbas, cuya concepciรณn de una Argelia (en รบltimo tรฉrmino) independiente era al menos en principio compatible con el ideal de Camus de una comunidad integrada y cooperante de รกrabes y europeos. A mediados de la dรฉcada de 1950 la negativa de varios gobiernos franceses a hacer concesiones oportunas o promulgar reformas electorales o econรณmicas serias habรญa desacreditado a Abbas. Ocupaba su lugar una generaciรณn mรกs joven de nacionalistas inflexibles, que pensaba que los europeos (en Francia o en Argelia) nunca podrรญan ser sus socios, y que consideraba a la poblaciรณn europea indรญgena de Argelia, incluyendo a los pobres, su enemiga: un sentimiento que a finales de los aรฑos cincuenta era recรญproco.
Por tanto, la situaciรณn argelina habรญa cambiado mucho desde la partida de Camus al principio de la Segunda Guerra Mundial. Tambiรฉn lo habรญa hecho el contexto internacional mรกs amplio. A mediados de los aรฑos cincuenta los nacionalistas รกrabes argelinos podรญan buscar ejemplos y modelos en Egipto, Iraq y otros lugares, una perspectiva que contribuyรณ adicionalmente a que Camus se sintiera alienado con respecto a ellos. Para รฉl, Nasser o Mossadeq eran meros ecos del espejismo revolucionario europeo, que explotaban y distorsionaban un legรญtimo descontento social para elaborar una mezcla venenosa de nacionalismo e ideologรญa que no guardaba relaciรณn con sus propios ideales o con las necesidades de Argelia.
Aquรญ, como en otras cuestiones, la formaciรณn de Camus en el crisol pedagรณgico de la Tercera Repรบblica Francesa es una clave importante de su perspectiva polรญtica: no era lo bastante ingenuo como para suponer que รฉl o sus anteriores vecinos รกrabes compartรญan “nos ancรชtres les Gaulois”,14 pero creรญa profundamente en las virtudes de la asimilaciรณn republicana. Habรญa que abordar el fracaso de Francia a la hora de convertir a la poblaciรณn argelina en franceses, con todos los derechos y privilegios que eso entraรฑaba. Pero seguรญa siendo un objetivo digno y, aunque Camus desdeรฑaba la Historia “divinizada” que veรญa en la descolonizaciรณn una consecuencia inevitable del proyecto del Progreso, estaba bastante dispuesto a ver algo intrรญnsecamente superior en el ideal republicano francรฉs. Si los รกrabes eran susceptibles a los llamamientos de los demagogos nacionalistas, los franceses eran responsables, y por tanto eran los franceses quienes debรญan reparar sus errores.
Con ese punto de vista algo inocente y cada vez menos informado Albert Camus vio que, tras el estallido de la revoluciรณn nacionalista en Argelia en 1954, le pedรญan que tomara posiciรณn. Su reacciรณn inicial fue buscar de nuevo terreno para un acuerdo, apoyando a Pierre Mendรจs-France, con la esperanza desolada de que consiguiera en Argelia lo que habรญa logrado en Indochina. Pero, como confesรณ en un ensayo publicado en 1947, “yo tengo del mismo modo una larga relaciรณn con Argelia, que sin duda no acabarรก nunca y que me impide ser por completo lรบcido cuando me refiero a ella”. En 1955 escribiรณ a Charles Poncet: “Me siento muy angustiado ante los asuntos de Argelia. Hoy tengo ese paรญs atravesado en la garganta y no puedo pensar en nada mรกs.”15
La รบltima “intervenciรณn” escrita de Camus sobre Argelia llegรณ en la forma de un artรญculo que publicรณ L’Express el 10 de enero de 1956, donde pedรญa una tregua civil en la guerra. En ese momento era una causa sin esperanza y el pรบblico para ese llamamiento apenas existรญa, ni en la Francia metropolitana ni en Argelia, como descubriรณ cuando hablรณ allรญ dos semanas mรกs tarde. Camus nunca podrรญa defender la posiciรณn del gobierno francรฉs, que habรญa criticado de una manera u otra durante dos decenios; la represiรณn militar –y especialmente el uso de la tortura para conseguir confesiones de guerrilleros capturados– era imperdonable en sรญ y no llevaba a ninguna parte.
Pero las tรกcticas terroristas cada vez mรกs violentas del fln (Front de Libรฉration Nationale) tambiรฉn debรญan ser condenadas; no se podรญa ser mรกs selectivo en la condena del mal en este caso que en los debates de la Guerra Frรญa sobre los campos de concentraciรณn soviรฉticos. ¿Quรฉ se debรญa hacer? Camus no tenรญa ni idea, aunque lo asqueaba la posiciรณn segura y despreocupada de sus colegas parisinos biempensantes: “persuadido por fin de que la verdadera causa de nuestras locuras reside en las costumbres y el funcionamiento de nuestra sociedad intelectual y polรญtica, decidรญ dejar de participar en las incesantes polรฉmicas”.16
A Camus no le avergonzaba su retirada en el silencio: “cuando la palabra puede conducir a la eliminaciรณn despiadada de la vida de otras personas, el silencio no es una actitud negativa”. Pero no era una posiciรณn fรกcil de explicar, y lo exponรญa a crรญticas desdeรฑosas que llegaban incluso de comentaristas por lo demรกs desprejuiciados e imparciales. En La tragรฉdie algรฉrienne Raymond Aron reconocรญa que a Camus lo impulsaba un deseo de justicia y una aspiraciรณn a ser generoso y compasivo con todos. Pero por eso, sugerรญa, no habรญa logrado alzarse por encima de la actitud mental de un colonizador bienintencionado. Desde la perspectiva realista de Aron quizรก fuera una observaciรณn acertada, porque la conclusiรณn que se podรญa extraer del silencio de Camus –el mantenimiento del statu quo con las reformas necesarias– era en 1958 un deseo vacรญo. Argelia serรญa independiente bajo los nuevos nacionalistas o se mantendrรญa bajo dominio francรฉs a travรฉs del uso de la fuerza, con costes humanos y sociales cada vez mayores. No habรญa una tercera opciรณn.
Pero Camus no pensaba que su papel fuera aportar respuestas: “en estas cuestiones se espera demasiado de un escritor”. Su actitud en la รฉpoca de la crisis argelina debe entenderse en parte como una seรฑal de su incapacidad de concebir un futuro alternativo para su paรญs de origen, de aceptar que la Argelia francesa habรญa quedado destruida para siempre. Por tanto su visiรณn sobre el futuro de Argelia bajo la independencia era lรบgubre, en un momento en que muchos intelectuales franceses, por sincera que fuera su oposiciรณn a la prรกctica colonial francesa, creรญan en una fantasรญa brillante de la vida en sociedades poscoloniales liberadas de sus seรฑores imperiales. Treinta y cinco aรฑos despuรฉs de obtener su independencia, Argelia tiene problemas de nuevo, dividida y ensangrentada por un movimiento fundamentalista al que contiene de momento una dictadura militar.
Por ingenuo que fuera el llamamiento de Camus a un pacto entre el colonialismo asimilacionista y el nacionalismo militante, su prognosis para un paรญs nacido del terror y la guerra civil era demasiado precisa: “Maรฑana Argelia serรก una tierra de ruinas y muertes que ninguna fuerza, ninguna potencia del mundo, podrรก hacer que se recupere en este siglo.” Lo que Camus comprendรญa quizรก mejor y antes que sus pares (de la metrรณpoli) no era a los รกrabes –aunque ya en 1945 habรญa anticipado que no podรญa esperarse que tolerasen mucho mรกs tiempo las condiciones bajo las que eran gobernados–, sino la peculiar cultura de la poblaciรณn europea de Argelia y el precio que habrรญa que pagar si saltaba en pedazos.17
Pero fue sobre todo como moralista que Camus abandonรณ las filas intelectuales sobre Argelia. Donde nadie tenรญa toda la razรณn y donde los escritores y los filรณsofos eran invitados a prestar su apoyo a posiciones polรญticas sesgadas, el silencio, para Camus, representaba una extensiรณn de su promesa anterior de hablar solo por la verdad, por impopular que fuese. En el caso argelino ya no quedaba ninguna verdad, solo sentimientos. Desde esa perspectiva, la profunda implicaciรณn personal de Camus en Argelia contribuyรณ a su dolor y dio forma a su decisiรณn de no apoyar a ninguno de los dos bandos; y asรญ debรญa ser, puesto que, como hemos visto, Camus se tomaba en serio los imperativos de la experiencia y el sentimiento. Pero era una conclusiรณn a la que podrรญa haber llegado en cualquier caso, o eso creรญa.
Una de las cosas que mรกs le desagradaban de los intelectuales parisinos era su convicciรณn de que tenรญan algo que decir acerca de todo, y de que todo se podรญa reducir al tipo de cosa que les gustaba decir. Tambiรฉn seรฑalaba la relaciรณn inversamente proporcional entre el conocimiento de primera mano y la expresiรณn confiada de una opiniรณn intelectual. En el caso de Argelia, su conocimiento, sus recuerdos y su bรบsqueda de una aplicaciรณn imparcial de la justicia le hicieron verdaderamente ambivalente. En el momento en que uno maldecรญa las dos casas, no quedaba nada que decir. La responsabilidad intelectual no consistรญa en tomar partido, sino en rechazar hacerlo donde esta no existรญa. En esas circunstancias, el silencio parecรญa la expresiรณn mรกs adecuada de sus sentimientos mรกs profundos. ~
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Traducciรณn de Daniel Gascรณn
Fragmento de The burden of responsibility (University of Chicago Press, 1998)
1 Arendt es citada por Isaac, Arendt, Camus, and modern rebellion (New Haven, Yale University Press, 1992), p. 34. Para Peyrefitte, vรฉase Camus et la politique, ediciรณn de Jean Yves Guรฉrin (Parรญs, Harmattan, 1986), donde lo cita Guรฉrin (p. 22).
2 Vรฉase, por ejemplo, Susan Dunn, The deaths of Louis XIV: Regicide and the French political imagination (Princeton, Nueva Jersey, Princeton University Press), especialmente cap. 6, “Camus and Louis XVI: A modern elegy for the martyred king”, donde reprocha a Camus que retrate el fascismo “como una plaga que no es humana y tampoco ideolรณgica”.
3 Vรฉase Combat, 23 y 24 de agosto, 1944. En espaรฑol: Obras (Madrid, Alianza, 1996, ediciรณn de Josรฉ Marรญa Guelbenzu, varios traductores), vol. 2, p. 624.
4 Vรฉase Combat, 19 de septiembre, 1944. Sobre la reputaciรณn de Camus en tiempos de guerra, vรฉase por ejemplo Jean Paulhan a Franรงois Mauriac el 12 de abril de 1943: “Es un hombre valiente y fiable” (Paulhan, Choix de lettres, 1937-1945, Parรญs, Gallimard, 1992), p. 304.
5 Maรฎtre Reboul, commissaire du gouvernement, citado por Jacques Isorni en Le Procรจs Robert Brasillach (Parรญs, Flammarion, 1946), pp. 137, 159. La referencia, por supuesto, es a La traiciรณn de los clรฉrigos de Julien Benda.
6 La carta de Camus estรก incluida en Jacqueline Baldran y Claude Buchurberg, Brasillach ou la cรฉlรฉbration du mรฉpris (Parรญs, A. J. Presse, 1988), pp. 6-7.
7 Para Camus, vรฉase por ejemplo Combat, 20 de octubre de 1944, 11 de enero de 1945, 30 de agosto de 1945, y Actuelles: Chroniques 1944-1948 (Parรญs, Gallimard, 1950) (a partir de aquรญ Actuelles I), pp. 212-13. En espaรฑol, Obras, vol. 2. Para Mauriac, vรฉase Le Figaro, 19, 22-24, 26 de octubre de 1944; 4 de enero de 1945; tambiรฉn Franรงois Mauriac, Journal IV (Parรญs, Grasset, 1950), entrada del 30 de mayo de 1945, y Journal V (Parรญs, 1953), entrada del 9-10 de febrero de 1947.
8 Vรฉase “Le pain et la libertรฉ” (1953) en Actuelles II (Parรญs, Gallimard, 1953), pp. 157-73. Conviene fijarse, aun asรญ, en que Camus hizo esa observaciรณn en una charla que dio en la Bourse du Travail de Saint-รtienne. En espaรฑol: Obras, vol. 3, pp. 450-459.
9 Entrevista en Dรฉfense de l’Homme, julio de 1949, en Actuelles I, p. 233. En espaรฑol: Obras, vol. 2, p. 763.
10 Para “mistificaciรณn”, vรฉase “Le pain et la libertรฉ”; vรฉase tambiรฉn L’Express, 8 de octubre, 1955.
11 Carnets, janvier 1942-mars 1951 (Parรญs, Gallimard, 1964), p. 315. Obras, vol. 4, p. 337.
12 Cahiers, janvier 1942-mars 1951, p. 267. Obras, vol. 4, p. 303.
13 “L’Algรฉrie dรฉchirรฉe”, en Actuelles III, p. 143. Obras, vol. 4, p. 551.
14 “Nuestros antepasados los galos”, como se les hacรญa repetir a los niรฑos en las escuelas de las colonias francesas. (N. del E.)
15 Citado en Oliver Todd, Albert Camus. Une vie (Parรญs, Gallimard, 1996, 1999), p. 615. Hay traducciรณn espaรฑola de Mauro Armiรฑo: Albert Camus. Una vida (Barcelona, Tusquets, 1997), p. 617. Vรฉase tambiรฉn “Petit Guide pour des villes sans passรฉ”, publicado por primera vez en L’รtรฉ (Parรญs, Gallimard, 1954), reimpreso en Essais, ediciรณn de Roger Quilliot (Parรญs, Gallimard, 1965), pp. 845-51. Se puede leer una traducciรณn al espaรฑol en Obras, vol. 3, p. 566.
16 Prefacio a Actuelles III (Parรญs, Gallimard, 1958). Obras, vol. 3, p. 456.
17 Vรฉase “Lettre ร un militant Algรฉrien” (octubre de 1955), en Actuelles III, p. 128. Obras, vol. 4, p. 541.