Soy sensato y estoy decepcionado, y ya no sé qué más
podría ser. Las manos se me están reblandeciendo. Corro peligro de
cumplir cuarenta y tres. Soy terco y, además, inteligente;
me paso todo el día acá sentado, quieto; planto eucaliptos
[en macetas,
y casi como un chiste, siempre crecen.
Aprendo rápido. Ahora mismo estoy aprendiendo francés. Creo que
[me enamoro
una vez por semana, por lo menos, y aun así me paso el día
[acá sentado.
Cada vez más, pongo la cafetera pero me olvido de cargarle el agua.
A la noche me duele la espalda al admitirlo.
Quiero desaprender a manejar. Tendría mucho que decir acerca
de mi casa a las tres de la mañana. Abrazo fuerte a mi hijo
hasta que al fin se duerme, y él me ciega, me para el corazón.
Esto no es una broma, tampoco una amenaza, amar de esta manera.
Quisiera irme, pero ¿cómo podría hacerlo? Tardo en desaprender.
Ahora estoy aprendiendo que mi vida
va a parpadear, apenas, como una llama al viento,
y que no habrá un calor abrasador ni una helada aplastante,
sino que la tibieza que pude conseguir o absorbí de algún lado
o fabriqué yo mismo o entregué seguirá su camino por sí sola,
sin importar si yo lo quiero o no. Lo quiero menos y lo quiero más
[que nunca.
Voy a seguir diciendo estas cosas por siempre. ~
Versión de Ezequiel Zaidenwerg
(Nueva York, 1987) es poeta y traductora.