Anima Mundi

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En cuanto se perdรญa por el bosquecillo de Tegel, la mente le hormigueaba, se le agitaba, le hervรญa de ideas. Al lado de su precoz hermano Wilhelm, destinado a convertirse en un eximio hombre de letras, se sentรญa un marmolejo, pero allรญ, dando tumbos entre robles y arces, parecรญa que el mundo se expandiese. Pronto formรณ una colecciรณn de insectos, plantas y piedras que le valiรณ el mote de “el pequeรฑo boticario”. Un dรญa, Federico el Grande le preguntรณ si harรญa honor a su nombre de pila y, como Alejandro Magno, conquistarรญa el mundo. El niรฑo alzรณ la barbilla, opuso una mirada firme y, con una impavidez que sorprendiรณ al rey de Prusia, dijo: “Lo harรฉ, seรฑor, pero con mi cabeza.”

Alexander von Humboldt, protagonista de The Invention of Nature: Alexander von Humboldt’s New World (que publicรณ Knopf en 2015 y saldrรก en espaรฑol en Taurus en septiembre), de Andrea Wulf, naciรณ en 1769, como Napoleรณn, en Berlรญn, cuando aรบn pertenecรญa al Sacro Imperio Romano Germรกnico (aunque, segรบn Voltaire, no era ni sacro, ni imperio, ni romano). Cuando el naturalista Blumenbach, su profesor en Gotinga, enunciรณ su teorรญa de la “fuerza formadora” (Bildungstrieb), Humboldt cayรณ de rodillas. ¿Era posible que una misma energรญa impulsase por igual a animales y plantas? Haciendo, al fin, justicia a Alejandro, sintiรณ que daba con el “nudo gordiano de los procesos de la vida”. Nunca se recuperรณ de la impresiรณn.

La naturaleza se habรญa convertido en un gigantesco reloj, tan magnรญfico como predecible, y desde que Benjamin Franklin inventase el pararrayos a mediados del XVIII, la humanidad le habรญa perdido definitivamente el miedo. El efรญmero รฉxito del galvanismo solo puede explicarse como un rechazo del mecanicismo cartesiano: los animales no podรญan ser meros autรณmatas. El propio Humboldt pasรณ de experimentar con patas de rana a aplicarse electrodos en la lengua, anotando meticulosamente cada convulsiรณn. Llegรณ a robar los cadรกveres de dos granjeros fulminados por un rayo para examinarlos. Pronto se descubriรณ que las ancas de rana no se movรญan por ninguna energรญa interna, sino por el contacto entre metales, lo que apuntalรณ bajo siete sellos la teorรญa de Galvani y, de paso, allanรณ el camino para que Volta descubriese su baterรญa. Pero Humboldt, inasequible al desaliento, se propuso dar con esa misteriosa fuerza.

Fue entonces cuando conociรณ a Goethe. Dos dรฉcadas antes, legiones de jovencitos ataviados con chaleco amarillo, frac azul y sombrero de fieltro, a imitaciรณn de su Werther, se suicidaban en masa. Pero Goethe ya no era un joven poeta del Sturm und Drang, sino una criatura taciturna a la que el alcohol y los amorรญos habรญan conferido mofletes de trompetero, papada doble y una generosa barriga. Era la mรกxima autoridad del paรญs, pero ya nada le interesaba. O casi nada: le quedaba su aficiรณn a la geologรญa. Una interminable colecciรณn de fรณsiles, piedras y plantas se habรญa enseรฑoreado de su enorme casa de Weimar, redoblando en รฉl su fascinaciรณn por la “Gran Madre”.

De sus encuentros con Humboldt en Jena, Goethe saliรณ trastabillado. Dijo que hablar una hora con Humboldt sobre esa misteriosa “sustancia” era mรกs provechoso que tirarse una semana entre libros. Ese mismo aรฑo, Goethe publicรณ un ensayito, Metamorfosis de las plantas, en el que se preguntaba si bajo la variedad de las especies vegetales habรญa una causa formal, una protoforma (Urform). Trabajaba en la primera parte de su Fausto. Como su personaje, Goethe libraba una contienda febril por hacerse con los “poderes secretos de la naturaleza”.

Ni el propio Humboldt imaginaba entonces que Carlos IV le darรญa permiso para visitar las colonias espaรฑolas en el Nuevo Mundo. Lo que sigue es historia. Su pasmo al observar que los indรญgenas usaban excremento de ave como fertilizante permitiรณ importar el guano a Europa; su alucinada travesรญa entre rebaรฑos de capibara, cocodrilos como dragones y tapires como cerdos le hizo descubrir la comunicaciรณn, vedada a los espaรฑoles, entre las cuencas del Orinoco y el Amazonas… Comenzรณ su viaje como un titubeante aficionado y lo terminรณ, cinco aรฑos despuรฉs, como el cientรญfico mรกs importante de su รฉpoca.

Al subir el Chimborazo, el volcรกn ecuatoriano cuya cima nunca habรญa hollado un pie europeo, Humboldt se hace leyenda. Las heridas se le infectan, sufre mareos por la pรฉrdida de oxรญgeno (descubriendo asรญ el mal de altura) y se queda sin vรญveres. Asomado al abismo, vislumbra que todos los fenรณmenos se hallan entretejidos por una red global. “La naturaleza es un todo viviente.” Aรฑos despuรฉs, el idealista Schelling dirรก lo mismo con otras palabras: Anima Mundi. Es cuento largo. Figura en el Timeo platรณnico pero lo han hecho suyo renacentistas, romรกnticos y hippies. De vuelta a las laderas andinas, Humboldt dibuja unas “pinturas de naturaleza” en las que vierte datos climรกticos, geolรณgicos, botรกnicos… La filosofรญa natural, precedente de las ciencias naturales, aรบn no se habรญa separado en disciplinas. Esos mismos dibujos son una prueba inequรญvoca del cambio climรกtico en las regiones ecuatoriales, menos estudiadas a este respecto que las templadas, pues muestran, con profusiรณn de detalles, que ciertas plantas crecen ahora a una mayor altitud.

Andrea Wulf considera que la germanofobia posterior a la Gran Guerra borrรณ a este gran naturalista del mapa cultural anglosajรณn y se ha propuesto recuperarlo. En cualquier caso, Humboldt sigue dando nombre a escuelas y universidades, especies vegetales y animales, planetas y exoplanetas, y es considerado el padre de la geografรญa moderna. Pero es tambiรฉn, y no cabe olvidarlo, el autor de Cosmos, una de las grandes obras de madurez de la historia. No ha habido tentativa mรกs ambiciosa de sistematizar el espรญritu de una รฉpoca. Darwin lo leyรณ con fruiciรณn a bordo del Beagle; inspirรณ Eureka de Poe, Walden de Thoreau y Hojas de hierba de Whitman. En pocas ocasiones la divulgaciรณn cientรญfica ha rayado tan alto. ~

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Jorge Freire (Madrid, 1985) es escritor. Es autor de 'Los extraรฑados' (Libros del Asteroide, 2024).


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