Ilustración: José María Lema

¿Bernal o Cortés?

Con magistral eficacia Duverger ha sembrado la duda: La historia verdadera de la Conquista... ¿fue obra de Bernal o de Cortés? Thomas desmonta los argumentos de Duverger y los refuta. Martínez Baracs a su vez valora su aporte: cierta o falsa, su conjetura ya no podrá eludirse.
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“Una nueva historia de una conquista vieja” por Hugh Thomas

La hipótesis de Duverger

Nacido en 1948 Christian Duverger pertenece a una vigorosa generación de estudiosos franceses de México, entre los que menciono a Solange Alberro, Georges Baudot, Danièle Dehouve, Michel Graulich (que es belga), Serge Gruzinski, Jacques Lafaye, Jean Meyer, dignos sucesores de la generación de Marcel Bataillon, Robert Ricard, François Chevalier y Jacques Soustelle. Duverger ha estudiado el México prehispánico y el hispánico del siglo XVI en varios libros sólidos y bien investigados. Pero lo notable es que en todos ellos expone cuando menos una nueva idea interesante y significativa para México. Cada una puede o no resultar enteramente correcta, pero el camino para dilucidarlo propicia un avance y un cuestionamiento de nuestra autoconciencia. Esta audacia ha levantado más críticas negativas o displicentes silencios que respuestas serias a los problemas planteados. Menciono algunos.

Durante mucho tiempo la idea de los sacrificios humanos en las sociedades prehispánicas había sido objeto de rechazo o pudoroso silencio, justificaciones religiosas o comparaciones relativistas. Con La flor letal. Economía del sacrificio azteca (1979), Duverger puso a los sacrificios en el centro de la reproducción ecológica, económica, política y simbólica de las sociedades mesoamericanas, con una amplitud de miras inspirada en la “economía global” que percibió Georges Bataille en La part maudite, de 1949.

Duverger siguió con El origen de los aztecas (1983), que invirtió la idea comúnmente aceptada según la cual la ciudad de México obtuvo ese nombre porque a ella llegaron del norte a poblar los mexitin. Duverger mostró que la ciudad se llamaba Mexico desde antes: los antiguos habitantes otomíes de la isla la llamaron Amadetzana, “en el ombligo de la luna”, y los nahuas de los pueblos aledaños la llamaban Mexico, Metzxicco, que quiere decir lo mismo, pues está compuesto por Metztli, “luna”, xictli, “ombligo”, y el locativo co. Al establecerse en la isla, estos migrantes nahuas azteca, provenientes de Aztlan, se volvieron mexica. Y después de afirmar su supremacía militar, para borrar a los despreciados otomíes de su historia, inventaron que ellos ya eran mexitin en su migración, antes de llegar a Mexico. Duverger ayudó a entender la construcción propagandística de la historia producida no solo por Mexico Tenochtitlan sino por todos los reinos antiguos.

En la traducción al español (1993) de La conversión de los indios de la Nueva España (1987), Duverger presentó una transcripción de los Coloquios de los Doce, escritos en español y náhuatl en 1564 por fray Bernardino de Sahagún y sus colaboradores nahuas, sobre los primeros diálogos en 1524 de los “Doce apóstoles” franciscanos con los tlamatinime, sabios mexicas. Antes se aceptaba que los Coloquios habían sido originalmente escritos en náhuatl, transcripción directa de los diálogos originales de 1524, pero Duverger dio esta presunción por imposible, pues nadie se había puesto a transliterar el náhuatl en fecha tan temprana. Por ello en su libro dio solamente el texto español de los Coloquios, pues según él el texto náhuatl es derivado, traducido del español. Yo acepté la idea por un tiempo, hasta que me di cuenta que el texto original de los Coloquios sí está en náhuatl, pero no se asentó en 1524, sino entre 1550 y 1555 en el Colegio de Tlatelolco, por el mismo Sahagún y sus colaboradores, en el marco de sus investigaciones sobre el México antiguo y la Conquista basadas en testimonios orales de los viejos nahuas. Y en 1564 al retornar a Tlatelolco, Sahagún y su equipo retomaron ese manuscrito, lo retocaron y lo tradujeron al español para tratar de publicarlo en una edición bilingüe, proyecto que nunca se realizó, pues en estos Coloquios predomina ciertamente la voz de los cristianos, pero sí se da voz a los sacerdotes mexicas, que hablan de sus dioses y creencias.

Más adelante Duverger publicó Mesoamérica (2000), gran síntesis de la historia prehispánica, que enfatiza la presencia fuerte y estimulante de los nahuas desde tiempos antiguos y obliga a ver con nuevos ojos los desarrollos arqueológicos regionales. Esta visión permitió a Duverger afirmar su pensamiento y concebir a estos migrantes norteños como protagonistas de El primer mestizaje (2007) de México, que prefigura el mestizaje que trajo la Conquista española.

Este mestizaje es el tema central de su libro Agua y fuego (2002), sobre el arte indio y cristiano del siglo XVI. Y es el punto de vista que permite a Duverger dar una visión de Cortés, como fundador, plenamente intencional, del México mestizo. Mi padre José Luis Martínez escribió un prólogo para la traducción al español del Cortés (2005) de Duverger y aceptó buena parte de su idea de un Cortés creador de la nación mestiza, desestimó con indulgencia su “espíritu apologético” y concluyó: “Es esta una de las biografías cortesianas mejor escritas. Su visión de Cortés, positiva a toda costa, sorprenderá o encantará a sus lectores.” Y Christopher Domínguez Michael vio en el Cortés de Duverger “el último tlatoani”, “un político extremadamente original, una especie de príncipe del Renacimiento con características culturales e intelectuales que de alguna manera ya lo hacen mexicano”.

Pero la obra no despertó el mismo entusiasmo en el medio académico. Bernard Grunberg lo atacó alineando una larga lista de errores y llamó a “olvidar rápidamente este libro”. Duverger corrigió algunos de estos errores, profundizó sus estudios cortesianos e hizo una segunda edición aumentada de su Cortés (2010). Dos años más tarde ha publicado –con el poco afortunado título de Crónica de la eternidad– lo que podría considerarse un segundo volumen de su Cortés. El subtítulo, aunque publicitario, es más preciso: ¿Quién escribió la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España? Y la respuesta es, precisamente, Hernán Cortés.

De todos los libros de Duverger este cayó con mayor fuerza entre los historiadores y los amantes de la lectura. Muchos aún no lo leen, pero se muestran airosamente opuestos a la idea. Sin embargo, hay que reconocer que existen también quienes se dan cuenta de las consecuencias de la hipótesis de Duverger tanto para la historia como para la literatura mexicana. Si la metáfora borgesiana se mostraba pertinente al aproximarse a Bernal el Memorioso, acaso dueño de un Aleph para ver mágicamente todo y ser tan culto, ahora nos acordamos de “Pierre Menard, autor del Quijote”, en tanto un libro se vuelve otro por el solo hecho de poder haber sido escrito por un autor diferente. Con la posible autoría cortesiana de la Historia verdadera se profundiza toda nuestra comprensión de la Conquista, que es el acto de fundación de México. Y al mismo tiempo adquiere un nuevo inicio la literatura hispanoamericana, con un autor dotado de la fuerza literaria de Cortés. En realidad ya sabíamos que era un gran escritor, por sus Cartas de relación y otros documentos cortesianos. Pero concebir a Cortés como autor también de la Historia verdadera lo transforma en un escritor portentoso, capaz de escribir una obra que reafirma su lugar entre el Cid y Don Quijote, como la ve Duverger.

Ahora vemos que la calidad literaria de la Historia verdadera no estriba solo en que narra una gran historia con gracia y mil detalles significativos, sino en que Cortés creó una voz narrativa, un narrador que es también un personaje literario de gran atractivo, un conquistador de a pie, que representa la voz de los otros conquistadores, que ve a Cortés con una mezcla de crítica ironía y de admiración total. Aunque, es cierto, también la voz narrativa de la Historia verdadera tuvo que ser inventada por Bernal Díaz, en caso de ser el autor.

La argumentación de Duverger se divide en dos partes, “Los contornos del enigma” y “La resolución del misterio”. En la primera muestra mucho de lo que ya sabíamos: que Bernal estuvo en todos los episodios de la Conquista, siempre al lado de Cortés y a cientos de sus hombres, y sin embargo nadie, absolutamente nadie lo menciona en la amplia documentación conocida de la época de la Conquista (aunque a Duverger se le fue una petición firmada en Veracruz por los hombres de Cortés el 20 de junio de 1519 que incluye su firma, publicada en 2005 en la revista Historias). Duverger destaca también el contraste entre el conquistador iletrado y la riqueza de la cultura que muestra la Historia verdadera. Subraya lo difícil que pudo haber sido para Bernal leer en Guatemala las prohibidas cartas de relación de Cortés y exagera la dificultad para leer la también prohibida Historia de la conquista de México de Francisco López de Gómara, publicada en 1552, supuesto detonador de la memoria de Bernal, que le critica que solo mencione a Cortés y no diga nada de sus hombres.

Si Bernal no puede ser el autor de la Historia verdadera, según Duverger, en la segunda parte entrega su solución del enigma. Presenta primero un retrato hablado del posible autor, a partir de una lectura atenta de la Historia verdadera. Duverger procede por eliminación y llega a la conclusión de que tuvo que haber sido Cortés. La dificultad consiste en elucidar las circunstancias de su escritura, del traslado del texto y las interpolaciones y cambios que sufrió la Historia verdadera desde la muerte de Cortés en 1547 hasta su publicación en 1632. Duverger concatena una serie de hipótesis, más o menos factibles, para resolver estos problemas.

Un documento decisivo resulta ser un libro, los Diálogos muy subtiles y notables publicados en Zaragoza en 1567 por Pedro de Navarra, que menciona una Academia fundada por Cortés, que debió funcionar entre 1543 y 1546 en la ciudad española de Valladolid y acaso en Madrid , donde se reunían varios intelectuales cercanos a la corte. En su Academia, Cortés organizó, según Duverger, dos redacciones. En una de ellas, el historiador Francisco López de Gómara tomó de boca de Cortés su relato de la Conquista. Se ha objetado que no se documenta que Gómara haya sido contratado por Cortés para escribir su Historia de la conquista de México, pero este paso es innecesario, pues ningún historiador verdadero se resistiría a aprovechar una fuente de información tan única sobre un acontecimiento tan importante. Y, en otras sesiones, Cortés habría dictado a uno o varios escribientes una historia paralela más rica, atribuida a un conquistador anónimo, para eludir la censura. Y en esta historia el conquistador se da el lujo de criticar lo dicho por Gómara en la historia que paralelamente está escribiendo. Así se resuelve la dificultad de que Cortés critique la Historia de Gómara que aparecerá cinco años después de su muerte, y el enigma de episodios que Cortés le critica a Gómara que no están en su Historia (y tal vez se aclaren las múltiples referencias de Gómara a unos textos inexistentes de un supuesto “Motolinea”). Del mismo modo se resuelve también la dificultad de la portentosa memoria del autor de la Historia verdadera, pues Cortés, además de haber encabezado la Conquista, contaba con los archivos de sus muchos pleitos judiciales, ordenados por sus procuradores, particularmente el extenso Juicio de Residencia, cuyo interrogatorio de descargos presenta, como lo vio José Luis Martínez, el orden de los episodios canónicos de la Conquista. Pero habrá que ver si el conjunto de testimonios registrados en el Juicio de Residencia de Cortés coincide, así sea en parte, con las historias que registra la Historia verdadera.

Uno de los capítulos más convincentes del libro de Duverger se titula “La firma de Cortés en la Historia verdadera”, e incluye un notable pasaje en el que Cortés se delata como autor al compararse a sí mismo con Mitrídates, Aníbal y Gonzalo Hernández de Córdoba, y otros reyes y capitanes que se sabían los nombres de sus soldados y las tierras de donde eran naturales.

No resumiré la argumentación de un libro muy legible y lleno de sorpresas (como el grabado con un supuesto retrato de Bernal Díaz, que resultó ser el rey de Francia Enrique IV). Sin duda los historiadores le encontrarán muchos errores y dificultades, que yo también he encontrado y que habrá que precisar y valorar, uno por uno y en sus interrelaciones. Pero lo peculiar es que, pese a los múltiples errores, la hipótesis de Duverger se mantiene… como hipótesis.

Ciertamente no queda demostrada la autoría de Cortés, pero la conjetura queda a partir de ahora como una posibilidad que no puede ya eludirse. Una hipótesis trae un programa de trabajo. La de Duverger obliga a los historiadores a considerar con cuidado cada una de las historias de la riquísima Historia verdadera y ver cómo se entienden de otra manera según las haya escrito Bernal o Cortés u otros autores. También se abre la difícil tarea de estudiar de cerca el texto para tratar de detectar las interpolaciones y los cambios que fue sufriendo hasta su primera publicación. La tarea se advierte larga y exaltante, como lo es también que México haya tenido una fundación tan fuerte y llena de sorpresas. Nos imaginamos ahora a Cortés riéndose feliz del éxito de su gozosa burla literaria. ~

 

 

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(ciudad de México, 1954) es historiador. Autor, entre otros títulos, de Convivencia y utopía.


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