Hay transformaciones, algunas de gran alcance, que se agazapan esperando el primer paso que las haga algo más que una promesa. El tema del genoma y la genética ha hecho correr ríos de tinta sin que nada que aliente o amenace nuestras vidas tenga aún una forma conocida. Así, entre el anuncio de la catástrofe y la esperanza, nada sucede.
Pero parece que eso está a punto de cambiar. En Estados Unidos dos empresas han iniciado la comercialización de un análisis del genoma sobre una simple prueba de saliva, que no sólo advierte de la presencia de algún gene maligno, como otros que ya existen, sino que arroja información detallada sobre la estructura genómica individual. El test que Navigenics y 23andme ofrecen a 2,500 y 1000 dólares respectivamente, puede ser el primer paso para que la genética invada definitivamente nuestro entorno cotidiano.
La disponibilidad de la información genética –más allá de las discusiones fundamentalistas en defensa de la naturaleza humana– tiene dos caras fácilmente detectables. La primera ha sido explorada por Amy Harmon para el New York Times, tras hacerse ella misma la prueba: ¿el genoma dice en verdad algo de mí? ¿Voy a heredar la artritis de mamá? ¿Tendré cáncer de pecho? Y sobre todo: los resultados del análisis son relevantes para prevenir ¿qué? Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta segura.
La otra cara es la del valor que ya se espera de la información genética y las anticipaciones de su comercialización. Porque no sólo la gran empresa biotecnológica Genentech, sino particularmente Google, que se ha propuesto organizar la información del mundo, están detrás de 23andme. Al final, el asunto no es sólo descifrar el código, sino navegarlo y consultarlo, recurrentemente, quizás cada día hasta la muerte, en internet.
La prueba del genoma –a mitad de camino entre un examen de orina y una consulta al horóscopo– va a traer nuevas formas culturales que van a modificar no sólo costumbres, sino la forma de normar esas costumbres. Primero porque la información que ofrecerán estas empresas no existía previamente y ese solo hecho introducirá una novedad mayúscula. De pronto querremos saber o tendremos que saber qué es lo que dice el genoma. Después, habrá que pensar quiénes serán sus intérpretes. ¿Los médicos, recuperando su tradición de astrólogos, o una nueva casta de médium? En cualquier caso, ¿qué leerán en el genoma? ¿Una condena inevitable, o una condición de la fortuna? Y, ¿qué se desprenderá de eso? Por supuesto, una dietética. Pero es posible imaginar una gimnástica y una terapéutica tendientes a gobernar hábitos, fortalecer tendencias, todo sobre la base de una información que hasta ahora no conocíamos. Los argumentos para no tomar queso o jamón, o no beber vino, serán otros.
Pero en realidad, el atractivo más grande que se desprende de que al fin esté comercialmente disponible una prueba genómica como la que se anuncia, es que mostrará ese otro rostro que la ciencia no alcanza a adivinar cuando produce sus resultados: el medio y el modo de la apropiación cultural de sus éxitos, y su transformación en una forma del mundo que vivimos cotidianamente. Uno no lo sabe en realidad, pero en el espacio cultural, la investigación de vanguardia puede volverse una restauración del pasado, y quizás estemos más que ante un increíble avance de la ciencia, ante una nueva forma de la vieja astrología. Y quién sabe si con sus encantos.
– Ernesto Priani Saisó