Después de Vicente Llorens (que en 1971 publicó una Antología de la obra de José María Blanco White), Juan Goytisolo es referencia obligada en la tarea de rescate y divulgación de la obra del controvertido escritor liberal para los lectores contemporáneos, con una selección de sus escritos periodísticos (aparecida primero en Buenos Aires, en 1972, debido a la prohibición de la censura franquista): Obra inglesa, Seix Barral, 1974.
Ahora, Juan Goytisolo nos entrega el volumen Blanco White, El Español y la independencia de Hispanoamérica, que recoge una selección de las crónicas que el escritor sevillano editó en El Español (publicación mensual fundada con la ayuda de los amigos ingleses y cuyo primer número salió el 30 de abril de 1810), sobre los acontecimientos que sacudieron a España y a la América hispana entre 1808 y 1826, y cuya actitud –valiente, honesta y lúcida– le valió al exiliado español el linchamiento moral de sus compatriotas, según documenta Juan Goytisolo en la amplia introducción que precede a los textos seleccionados: expatriado atrabiliario, monstruo, corruptor de la moral pública, venal y traidor, perro desleal, español desnaturalizado, pluma sanguinaria y atrevida, anglo-criollo, infame e indigno español, enemigo descarado de su patria… son algunos de los calificativos que le dedicaron(al lado de los cuales, por cierto, los que en su día le dedicó Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles resultan moderados).
Mientras El Español se convertía en lectura imprescindible y obligado punto de referencia de los escritores y periodistas de Venezuela, México y Buenos Aires, la opinión pública del sector liberal de los españoles acusaba y aislaba a Blanco White, hasta el punto de que en el otoño de 1811 resultara impensable cualquier posibilidad de retorno. Y así escribía a sus padres en carta fechada el 24 de septiembre de 1812 (y reproducida por Vicente Llorens en su Antología): “La injusticia con que me han tratado mis paisanos me causó un dolor intolerable al principio; pero la han repetido tanto, y tan sin razón alguna, y estoy tan seguro de que mi proceder aparece en su verdadera luz a los ojos de los imparciales, que en el día estoy insensible a sus ataques. Pero éste es asunto de que no se debe hablar con los que uno bien quiere. El mundo político no conoce ni amistad, ni amor, ni virtudes de ninguna clase; y los que poseen estas cualidades nada pueden hacer mejor que separar de él los ojos y los oídos, a no ser que la necesidad los obligue a entrar en tal laberinto.”
Y es que en torno a la política colonial, la posición de Blanco White iría variando considerablemente, desde la defensa inicial de la asimilación (fundada en el decreto que proclamaba la igualdad entre peninsulares y americanos), pasando luego por la defensa de una confederación de Estados independientes –si bien vinculados al monarca–, para concluir (cuando, primero las Cortes de Cádiz, y luego Fernando VII, se decantan por una feroz política represiva, nombrando a capitanes generales y virreyes como Cortabarría, Elío y Venegas, partidarios de la línea dura) resignándose a lo inevitable de una separación total y a la independencia de Hispanoamérica:“He hecho cuanto ha estado a mi corto alcance para persuadir a los Americanos a la conciliación; mas, ya no está en su mano ni en la mía. El gobierno español la ha rehusado a la amistad, a la humanidad, a la justicia, y aun a su propio interés. ¿Qué les resta que hacer a los Americanos?¿Se han de entregar a discreción de semejantes señores, fiados en la defensa de una tercera parte de representantes en el Congreso, a esperar justicia de él, contra la que sumariamente le administren sus virreyes y audiencias? Antes me cortara la mano con que escribo que recomendar tan funesto abatimiento.” ~