L’age d’or

Buñuel y la aventura surrealista/ IV

Los surrealistas asistieron al estreno de Un perro andaluz dispuestos a sabotearlo, pero la película los entusiasmó y Buñuel y Dalí fueron invitados a formar parte del grupo surrealista.
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El hombre de la navaja que en las imágenes iniciales de los 17 minutos de Un perro andaluz rasga el ojo de una mujer viva (en realidad el de una vaca muerta), era el aragonés Luis Buñuel, de 28 años, exestudiante de entomología, expúgil amateur, amigo del pintor Salvador Dalí, de los poetas Moreno Villa, García Lorca, Prados, Cernuda, Alberti y recientemente asistente del cineasta Jean Epstein en las películas Mauprat yLa caída de la casa Usher.

Los surrealistas, alertas contra las supercherías estetizantes de una avant-garde solamente formal y sin impugnación moral, a veces presentadas bajo la etiqueta de “surrealismo”, asistieron al estreno de Un perro andaluz dispuestos a sabotearlo, pero la película los entusiasmó y Buñuel y Dalí fueron invitados a formar parte del grupo surrealista.

Días después de su estreno la película era ya el dernier cri artístico en París. Así “el apasionado llamado al asesinato” parecía sa una obra de una avant-garde meramente formal y conformista. Eesto se lo reprocharon a Buñuel sus nuevos amigos surrealistas, quienes, tras someterlo a juicio,  lo consideraron culpable de haber hecho “arte puro”, sin valores de subversión, una película grata a la burguesía esnob.

Y Buñuel, dolorido de la sentencia, decidió hacer una película más agresiva. “Hice La Edad de Oro —dijo en 1965 a Silvestre Lanza para la revista Noche/Cine/Día — con el millón de francos que me facilitaron los vizcondes de Noailles, del cual pude devolverle doscientos sesenta mil. (…) Dalí no intervino en la filmación; sólo me sugirió el plano de la estatua con una barra de pan o una piedra oblonga en la cabeza. (…) Fue uno de los primeros filmes franceses hablados. Es una película totalmente leal a la moral y la poesía surrealista. La ‘historia’ (si es que hay una historia) gira alrededor de un hombre y una mujer y despliega el conflicto, que se da en cualquier sociedad humana, entre el sexo y el amor, por un lado, y, por el otro, cualquier moral religiosa, social o política. (…) Es una película romántica, realizada con mi juvenil frenesí surrealista.”

 

En L’age d’Or la violenta imaginación de Buñuel no sólo ataca a la civilización cristiana moderna considerada “el mejor de los mundos posibles”, basado en la explotación y en la represión, sino además afirma la pasión erótica de la pareja humana en combate contra la “razón” y la moral de la sociedad establecida. Alterando la estructura tradicional del relato en un collage narrativo y visual (berve documental sobre escorpiones; vistas turísticas de Roma; “romance” feroz de los clandestinos amantes; party de alcurnia interrumpida por bofetadas, por el fuego, por el asesinato de un niño, por un arado campesino a través de la fiesta de salón; momentos finales y profanatorios basados en una novela de Sade,  etc.), Buñuel no sólo causó el ya famoso escándalo que motivaría la prohibición por décadas de la película y la casi excomunión de los Vizcondes de Noailles (que inocentemente habían creído financiar un mero film d’art para la cinefilia de élite), sino que además logró una obra poética, de violencia visual y de humor cruel de la que Octavio Paz diría en un ensayo de Las peras del olmo (1ª edición de la UNAM en 1957):

         “Las nupcias entre la imagen fílmica y la imagen poética, creadoras de una nueva realidad, tenían que parecer escandalosas y subversivas. Lo eran, en efecto. El carácter subversivo de los primeros films de Buñuel reside en que, tocadas apenas por l a mano de la poesía, se desmoronan las fantasmales covenciones (sociales, morales o artísiticas) de que está hecha nuestra realidad. y de las ruinas surge una nueva verdad, la del hombre y su deseo. Buñuel nos muestra que ese hombre maniatado puede, con sólo cerrar los ojos, hacer saltar al mundo. Es un ataque feroz a la llamada realidad, humillada por la civilización contemporánea. El hombre de la Edad de Oro duerme en cada uno de nosotros, y sólo espara un signo para despertar: el del amor. Esta película es una de las pocas tentativas del arte moderno para revelar el rostro terrible del amor en libertad”.

Y antes, en 1939, Henry Miller  ya escribía exaltado: “El artista debe trascender límites. Se debe voltear al mundo de cabeza, excavarlo a fondo, confundirlo, porque el milagro debe ser proclamado. La Edad de oro nos introduce en un nuevo mundo deslumbrante e inexplorado. ¡Es el unico film de mí conocido que revela las posibilidades del cine!”

(Continuará)

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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