Caperucita Roja y el Lobo Feroz

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Para cuando se publiquen estas lรญneas, los periรณdicos ya habrรกn encontrado mรกs carnaza que ofrecer. En aras del interรฉs pรบblico, claro estรก, de la decencia, la correcciรณn polรญtica o ideolรณgica, o de cualquier otra excusa que sirva para distraernos. Porque a eso parece haberse orientado el periodismo, al entretenimiento vocinglero y la amplificaciรณn de opiniones.

Una vez pasado el momento de declaraciones y manifiestos a favor y en contra (de todo ha habido), merece la pena detenerse a pensar sobre lo ocurrido con el joven escritor Hernรกn Migoya y su libro Todas putas. En primer lugar, porque el caso tuvo mรกs de fabricaciรณn mediรกtica con ramificaciones polรญticas que de polรฉmica literaria acerca de la "moralidad" de los relatos del libro o ideolรณgica sobre la "sensibilidad" hacia las mujeres maltratadas de quien lo editรณ. En segundo, porque sirviรณ para que pudiรฉramos presenciar —entre la clase polรญtica, y la periodรญstica con intereses— el asomo de actitudes y declaraciones de principios que para sรญ hubieran querido los inquisidores medievales o los camaradas revolucionarios encargados de vigilar la correcta adecuaciรณn de las producciones artรญsticas y literarias a los dictรกmenes ideolรณgicos del Partido.
     Y, aunque fuera de tiempo, hay que decirlo y tenerlo en cuenta. Para no confundirnos. Y para que no ocurra que ciertas actitudes acaben convirtiรฉndose en esas costumbres que, a la chita callando, como dijo Montaigne (¿o no deberรญa citarlo por su misoginia?), acaban por ponernos encima su bota de autoridad.
     Una simple ojeada a la prensa de la semana del 19 al 25 de mayo (¿habrรก que recordar que las elecciones municipales y algunas autonรณmicas se celebraron, precisamente, el domingo 25?) sirve para comprender que el objetivo a derribar no era el autor, sino Miriam Tey, una de las directoras de la editorial El Cobre, donde Hernรกn Migoya habรญa publicado. Y no precisamente por su calidad de editora, algo que, en principio, nadie cuestionรณ, sino porque se daba la circunstancia de que la seรฑora Miriam Tey era, ademรกs, directora del Instituto de la Mujer.
     ¿Un Prestige de la literatura? Si no conseguido, al menos intentado. Para que el cuestionamiento de Miriam Tey tuviera justificaciรณn, un libro que pretendรญa llamar la atenciรณn por la extravagancia de los tรญtulos que incluรญa ("El violador" y "Porno del bueno", que ya habรญan sido colgados en Internet, pero tambiรฉn "A por el mirรณn", "Un dรญa de mierda", "El tรญmido" o "La hormona masculina", entre otros) se convirtiรณ, gracias a la intervenciรณn mediรกtica, en "una apologรญa de la violaciรณn y la violencia contra las mujeres […] y un atentado a la dignidad, al honor y los derechos fundamentales". Un caramelo electoral, como quien dice, puesto que un asunto como รฉste, ademรกs de cuestionar la polรญtica social del gobierno en relaciรณn con la mujer (seรฑalando indirectamente al seรฑor Zaplana, ministro de Trabajo y Asuntos Sociales), podrรญa incidir en la orientaciรณn del voto femenino.
     Los vigilantes de la correcciรณn aprovecharon el envite. Desde la derecha, aunque con bastante discreciรณn, se seรฑalรณ la necesidad de marcar los lรญmites entre las responsabilidades pรบblicas (directora del Instituto de la Mujer) y las privadas (directora de El Cobre) de la seรฑora Tey. Y a pesar de que en ciertos medios no faltaron voces que trataron de explicar quiรฉn era y de dรณnde venรญa (ademรกs de cuรฑada de un dirigente del Partido Popular, en Libertad Digital se la calificรณ de blasรณn progre que, junto a casos como los de Luis Racionero, Jon Juaristi y Sรกnchez Dragรณ, "el PP incorporรณ a su escuderรญa para lastrar la mayorรญa absoluta y mitigar el olor a incienso de alguno de sus lรญderes"), cabe sospechar que las declaraciones hubieran ido mรกs allรก en caso de que la directora institucional hubiera sido nombrada por un ministro socialista. Algunos cargos femeninos electos o a punto de ser elegidos no perdieron la oportunidad de denigrar el libro. Sin haberlo leรญdo. ¿Para quรฉ, si la bola de nieve ya habรญa empezado a rodar?
     En la izquierda, sin implicaciones institucionales o privadas directas, tuvo lugar la orgรญa de despropรณsitos de raigambre estalinista. Los sindicatos instaron a los trabajadores del Instituto de la Mujer a recoger firmas para pedir la destituciรณn de la directora, amรฉn de acusarla —en una "Nota a la opiniรณn pรบblica", por supuesto— de "falta de sensibilidad para ocupar el puesto". Las organizaciones feministas y militantes de Izquierda Unida y del PSOE tampoco fueron a la zaga. Aquรฉllas pidieron el cese inmediato de la directora y anunciaron la presentaciรณn de acciones judiciales contra el autor y la editorial, asรญ como el secuestro judicial de la obra. El PSOE pidiรณ la comparecencia urgente en el Congreso de Zaplana y amenazรณ con plantear la denuncia del caso en Bruselas. Dirigentes nacionalistas catalanes y vascos no se privaron de aรฑadir alguna que otra guinda.
     Por suerte, llegaron los escritores (no todos), que, seรฑalando obviedades —la diferencia entre ficciรณn y realidad, la no identificaciรณn entre autor y narrador, las referencias a escรกndalos literarios anteriores— mรกs allรก de reacciones corporativistas, indirectamente denunciaban tanto la falta de hรกbitos de lectura de muchos de nuestros representantes polรญticos como el uso instrumental de un hecho que, de no haber sido magnificado por las circunstancias electorales, no hubiera constituido mรกs que una anรฉcdota. Me temo que, tambiรฉn como en las reacciones desfavorables, sin haber leรญdo el libro o, en el mejor de los casos, habiendo leรญdo los cuentos mรกs llamativos.
     ¿Y del libro quรฉ? Pues poco que decir, la verdad. En Todas putas se reรบnen cuentos de todo tipo, relacionados entre sรญ por el interรฉs de mostrar el punto de vista de los criminales —es decir, de los violadores, en dos de ellos—, pero tambiรฉn el de una pija de Pedralbes en unos muy rabelesianos apuros escatolรณgicos o el de una escritora en trance de seducciรณn, sin cortapisas y sin intervenciones ni de autor ni de narrador. Puede ser que, a los lectores acostumbrados a la mediatizaciรณn moral del narrador (aquellos que podrรญan disfrutar con las hagiografรญas o las tramas de "personajes positivos" al estilo Gorki), una escritura como รฉsta no guste, pero la mayorรญa de los cuentos se sostiene, y en muchos de ellos el lector llega al final sin demasiados esfuerzos. Con extraรฑeza, repugnancia o risa. Y no porque abunden en descripciones pornogrรกficas, sino porque Hernรกn Migoya consigue mantener la tensiรณn narrativa y porque, en los dos cuentos mรกs polรฉmicos, "El violador" y "Porno del bueno", la situaciรณn representada es tan terrible y dramรกtica que uno se asusta de hasta dรณnde puede llegar (¿puedo adoptar ahora la expresiรณn de Hanna Arendt?) la banalidad del mal.
     Hay parodia y realidad descarnada y descarada, y la voluntad provocadora de una escritura primeriza que deja entrever la procedencia underground de su autor, asรญ como los referentes de la cultura popular ("Spice up your life") y del cรณmic de los que se nutre, que se caracterizan, es bien sabido, por escasas sutilezas. Pero hay cuentos bien escritos, aunque pavorosos, a pesar de la parodia. ¿Habrรก entonces que seรฑalar, una vez mรกs, que adoptar el punto de vista del personaje no implica la identificaciรณn con el mismo, ni del autor ni de los lectores? ¿Subrayar que un relato escrito en primera persona no es sinรณnimo de autobiografรญa ni de, muchรญsimo menos, apologรญa de nada? ¿O tal vez aรฑadir que, aunque no nos guste, es preciso conocer la existencia del mal y que la literatura es uno de nuestros medios mรกs preciados?
     Libros asรญ ayudan a comprender que a veces el mal tiene cara de buena persona, o viene disfrazado de joven papรก postizo o de ancianito bonachรณn, capaces de seducir a las niรฑas con una bolsa de caramelos y dispuestos a abrirse la gabardina o la bragueta a la vuelta de la esquina y de reรญrse, ademรกs, y hacer escarnio, de sus vรญctimas. Asรญ como que los lobitos buenos y el mundo al revรฉs no existen mรกs que en nuestros deseos y en cierta literatura de fantasรญas ideolรณgico-polรญticas. Y que, como se encargรณ de argumentar Bruno Bettelheim en relaciรณn con los cuentos de hadas, el lobo no es รบnicamente el seductor masculino, sino que representa las tendencias asociales y primitivas que hay dentro de cada uno de nosotros, hombres y mujeres. Y que caperucita roja no siempre resucita, junto a su abuelita. Y que a veces, demasiadas, el lobo no es castigado por sus fechorรญas.
     Y no digo todo esto porque quiera apuntarme al carro de la consigna de la libertad de expresiรณn, ni porque crea que las obras literarias estรกn exentas de retos รฉticos y morales, sino todo lo contrario. Porque los beneficios รฉticos de una obra no vienen determinados por la explicitaciรณn de la "bondad" o "maldad" de los protagonistas, del narrador o del autor, ni por la categorizaciรณn doctrinaria de una obra como "moral" o "รฉtica", ni por el valor ejemplar que se da, desde fuera del texto, a determinadas obras. Como ha tratado de explicar el ensayista Adam Zachary Newton en Narrative Ethics, en toda narraciรณn o poema hay un componente รฉtico interno que se confronta y se revitaliza a travรฉs del compromiso interpretativo del lector. Y por eso hay que dejar que รฉste, que tiene derecho a no ser subestimado, se enfrente al texto, lo juzgue y lo valore. –

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