De niño creía que los personajes que aparecían en la televisión eran eternos: Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Mijaíl Gorvachov, Juan Pablo II, el ayatola Jomeini, entre otros. Supongo que esa idea de perdurabilidad en las cosas, la noción de que hay un orden inexpugnable, es propia de una niñez apacible en una familia medio funcional, a pesar de las dificultades económicas de la época. La mayoría de estos personajes han muerto. Solo nos queda Gorvachov. Leo en internet que actualmente tiene 84 años. Ah, y por supuesto, me olvidaba de Fidel Castro (88), el que nos va a enterrar a todos.
En la ciudad donde crecí no había más que tres canales de televisión, dos eran estatales, y el privado era el Canal de las Estrellas, donde estaba Chespirito, cuyo programa, si mal no recuerdo, duraba una hora y era trasmitido los lunes de 8 a 9 pm. Las tardes de domingo eran insufribles debido al monótono Siempre en domingo de Raúl Velasco. Desde entonces, gracias a él, y a la liga mexicana de futbol, odio este día de la semana; me parece depresivo al grado de que durante años he estado esperando que las farmacéuticas alemanas inventen una pastilla para saltármelo desde el sábado por la noche y despertar el lunes como si nada. Esta misma droga podría usarse también en Navidad y otros días festivos.
Viene a mi mente una mañana de finales de los ochenta, es domingo y estoy dormido en la parte superior de la litera, tal vez saboreando uno de mis primeros sueños húmedos, cuando me despierta la voz chillona de mi hermano, seis años menor que yo:
—¡Daniel! ¡Daniel! —me grita emocionado— ¡Ya sé cómo empieza Chabelo!
Descubrir que En familia con Chabelo tenía una cortinilla de inicio a las siete de la mañana fue tan importante para mi hermano como lo fue el lugar donde nace el Nilo para los exploradores del siglo XIX. Esa sensación de perdurabilidad en la programación televisiva mexicana nos hacía creer que el programa de Chabelo no tenía ni principio ni fin; cuando uno se levantaba de mañana los domingos parecía que siempre había estado ahí, tal vez de la misma manera que los discursos interminables de Castro para los cubanos. El mago Frank, el conejo Blas, las edecanes vestidas de Santa Clos, las catafixias (una palabra que inventó el propio Chabelo y que debería de estar en el diccionario de la RAE) y los horrendos diseños de Muebles Troncoso: la peor pesadilla para un niño entonces era perder la bicicleta Bimex en la catafixia a cambio de una sala, todo esto ante la mirada llorosa de tu emocionada madre. Esos domingos parecían tan interminables que llegué a pensar que Raúl Velasco era Chabelo disfrazado o viceversa.
Pero Chespirito y Raúl Velasco ya pasaron a mejor vida, Chabelo nos enterrará a todos (al parecer no era la misma persona que Velasco), y hoy por la mañana, mientras desayuno, me entero de que Jacobo Zabludovsky ha muerto.
Crecí en una familia de izquierda, y Zabludovsky formaba parte de nuestra galería de supervillanos, junto con Regan, Thatcher, el papa, Televisa, el PRI, la CTM, el FMI, etcétera. Que fue todo un personaje con aspectos positivos ya se encargarán de decirlo las notas necrológicas. No es posible negar la importancia que tuvo 24 horas. Que para muchos es un villano, eso lo dirán todos esos tuiteros sin ideas propias que repiten como pericos toda clase dogmas, porque en Twitter y otras redes sociales, los usuarios son magníficos jueces, grandes pensadores, moralistas impolutos (que no matan ni una mosca), revolucionarios, la voz del pueblo, etcétera. Que Zabludovsky durante años fue el vocero del oficialismo, eso nadie lo niega; que no informó a los televidentes sobre el 68, el 10 de junio, y el fraude electoral en Chihuahua, tampoco se puede negar; que se arrepintió de todo eso hace unos años y que lamentó su papel en varias entrevistas, eso también todo mundo lo sabe. Los pejistas que ahora lo atacan parecen olvidar que apoyó a López Obrador.
Zabludovsky es un personaje mucho más complejo que la caricatura que nos hacemos ahora de él. A mí tan solo me gustaría que los tuiteros y usuarios de Facebook dijeran cosas más interesantes en lugar de repetir lo mismo. ¿Por qué no existe el mismo reclamo para otros presentadores que en su tiempo trabajaron para el noticiero del canal público, también oficialista, y que ahora son héroes en las redes?
Recuerdo el formato de 24 horas de Zabludovsky, sus audífonos, el teléfono rojo, las noticias del espectáculo con Lolita Ayala, y a Perla Moctezuma, al tipo vestido de charro que daba las noticias en rimas, y más tarde, al joven Murrieta, las declaraciones inaudibles de Fidel Velásquez, la vez que García Márquez presentó ahí Los doce cuentos peregrinos. La cobertura que se le daba a las noticias internacionales era mayor que hoy en día, aunque pro Estados Unidos. La guerra del golfo la vimos dictada por CNN. Y cómo olvidar a los corresponsales, a Valentina Alazraki, a Erica Vexler en Israel y al idiosincrático Alberto Peláez, que luego fue corresponsal de guerra. Solo hablo de mis recuerdos, pues ahora leo que 24 horas incluso cubrió la entrada de Castro a la Habana. Gracias a este programa conozco buena parte de la historia reciente del mundo: desde Nicaragua hasta las guerras de los Balcanes. Su carácter oficialista tampoco puede ser negado. ¿Pero, en el contexto histórico, podía ser otra manera?
Los tiempos cambian, y Zabludovsky fue desbancado de su programa, primero por Guillermo Ortega y después por López Dóriga. Llegó la democracia. Nos pusieron cable: 500 canales. Y ahora que supuestamente hay libertad de expresión el resultado es el mismo, o peor, pues los “periodistas” que tienen la opción de informar de una manera más objetiva prefieren no hacerlo (hay excepciones). Los noticieros de las televisoras están llenos de ruido blanco, noticias de supuesto interés humano, de chismorreos de la clase política, del espectáculo, y loas al presidente, como en los años ochenta. ¿Hemos avanzado? Al final Zabludovsky resultó ser un intelectual, un hombre culto, y sus sucesores demostraron estar muy por debajo de su nivel. Es un tema polémico, y no me inclino hacia ningún lado, pero la verdad es que cuando veo a Esteban Arce en la televisión me da por extrañar a Jacobo Zabludovsky. ¿Esto forma parte de lo que hemos construido con la libertad de expresión? ~
Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).