Desconocido, no identificado, fallecido en su intento. Apuntes desde Arizona (5)

A partir de finales de los noventa en vez de líneas rectas de tumbas empiezan a verse agrupaciones de Johns y Janes Doe.
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En la esquina más apartada del enorme cementerio de Evergreen en Tucson, Arizona, en vez de pasto y flores artificiales adornando las tumbas, hay tierra seca y algunos cactus. Entre las cuatro mil tumbas de esta sección destinada a personas que no pueden pagar por un espacio en el cementerio principal, hay cientos de “desconocidos”, que han sido enterrados con el nombre John Doe, Jane Doe o simplemente con la marca Unidentified o Unknown.

Recorriendo este lugar desolado, queda clara la cronología de una historia que ya no es sólo de ciudadanos indigentes. Hasta mediados de los noventas, había uno que otro John Doe, pero lo único que distinguía estas de otras tumbas era el nombre. A partir de finales de los noventa en vez de líneas rectas de tumbas empiezan a verse agrupaciones de Johns y Janes Doe. Cada año a partir de entonces hay cada vez más tumbas de desconocidos, lo cual coincide con el aumento de migrantes fallecidos en el intento de cruzar la frontera de Arizona (de 21 en 1997 a 143 en 2002 y 225 en 2010).

En algún momento el cementerio empezó a sustituir las lozas con marcadores de plástico. Ya no hay un orden claro, ni en las fechas ni en la forma en que están acomodados en la tierra. Algunas marcas están casi pegadas a la banqueta, otras están chuecas, rotas y los datos de identificación completamente borrados.

Ante la falta de espacio y los altos costos de entierros o de preservación de los cuerpos, recientemente el condado de Pima ha optado por cremar los restos de las personas que no logran identificar dentro cierto periodo de tiempo (aunque guardan muestras para poder hacer pruebas de ADN en caso necesario). Al borde de este espacio del cementerio hay tres bloques de nichos. Ahí están guardadas las cenizas de los “no identificados” que han muerto en los últimos años. ¿Quién los llora en su entierro? ¿Quién los visita?

Los pocos que saben de este espacio (en su mayoría organizaciones de derechos humanos y defensoras de migrantes), generalmente sólo van al cementerio en el Día de Muertos. Por un lado, temen que hacer este espacio más visible llevará a que grupos anti inmigrantes lo destruyan. “Si no lo quieres ver, no lo ves”, dice Juanita Molina, directora Ejecutiva de Humane Borders.

Pero para Kat Rodríguez, coordinadora del programa de migrantes desaparecidos de la Coalición de Derechos Humanos de Arizona, la memoria de los migrantes no está en el cementerio; su voz está en las calles, en la comunidad: “Los muertos no quieren ser silenciados. Parte del problema es el silencio”. La Coalición toma nota de cada uno de los muertos en el condado y los representa con una cruz que sacan a las calles una vez al año en una peregrinación. “En algunas otras ocasiones invitamos a las cruces a salir con nosotros. Es mejor que vengan con nosotros en lugar de ponerlas en el cementerio. Sólo así podemos hacer que la gente vea lo que queremos que vea.” El resto del año, los migrantes muertos, unos con nombre, otros esperando que alguien los identifique, reposan junto a un altar en la bodega de sus oficinas. “Es su capilla”.

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es profesora de estudios globales en The New School en Nueva York. Su trabajo se enfoca en las políticas migratorias de México y Estados Unidos.


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