Un diablito (con comillas o sin ellas, as you like it: diablito o “diablito”), es un pequeño demonio como el que aparecía en el hombro de Popeye para sugerir los malos pensamientos que acometían al personaje de cómic, o es una carretilla de las que usan los trabajadores de la construcción, quienes heroicamente las “manejan” hasta en los altos andamios, o, como en el caso que ahora me ocupa, es un improvisado dispositivo que permite a cualquier individuo un tanto incivil y quizá menesteroso robar una porción de energía eléctrica a la Compañía de Luz y Fuerza del Centro y en consecuencia a los ciudadanos que (por mero prurito de honradez o por mero miedo de sufrir un choque eléctrico en el intento de instalar la cosa) nos resignamos a pagar una muy considerable cantidad de dinero por recibir ese indispensable servicio sin el cual yo ni podría escribir este artículo en la computadora, ni enviárselo a los chicos de la sección Ciudad de MILENIO, ni conservar frías las cervezas para la hora de la comida ni ver por la tele los noticiarios o una película con Cate Blanchett, la bellísima señora de la fascinante mirada.
El problema con los “diablitos”, es decir las tomas eléctricas clandestinas que proliferan en el cableado exterior de Esmógico City, no es sólo que roban tanto a la Compañía proveedora de esa energía como a los que pagamos el servicio (y caro que lo pagamos), sino que además ocasionan fallas y accidentes en las instalaciones eléctricas de hogares, talleres, fábricas, etc, etc. Fallas y accidentes que –dijo no hace mucho el legislador Enrique Vargas– resultan de un fraude que significa la pérdida, para la mencionada Compañía, para el Estado y para nosotros, de nada menos de treinta millones de pesos diarios.
Los “diablitos”, pues, son un género de la gran industria de la piratería que tantos estragos causa al país. Yo, por mi parte, entiendo ahora a qué se debe que la computadora con la que tecleando me gano el sustento se apague de repente y a veces por horas y que ciertos alimentos se echen a perder en mi refrigerador y que no viese yo la fílmica obra maestra con Cate Blanchett (pues cualquier película con la fascinante mirada de Cate resulta una obra maestra) que pasaron anteanoche por la tele.
¡Ah, cabrones “diablitos” ladrones!
[Publicado previamente en Milenio Diario]
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.