Cuando coinciden el primer día de la Cuaresma y el día de San Valentín, seguidos –como si fuera poco– por un viernes de quincena se puede producir tal confusión ética y estética que, de no atenderse debidamente, resulta en profundo desconcierto crónico y males respiratorios de tipo enamoradizo. El primer síntoma es sentirse culpable por no ser una de las víctimas de un asteroide que estalló del otro lado del mundo.
Quizá no sea más que un paliativo, pero sugiero como remedio la provocación y el consuelo, igualmente confusos, de dos versiones de Don Pat(t)erson. Primero, el poeta escocés, Don Paterson, galardonado con el premio T.S. Eliot, compositor y jazzero. También es profesor de la universidad de St. Andrews y probablemente esté tomándose un whisky en este mismo instante, haciendo gala de su legendario sentido del humor. Aquí una versión de su poema, "The Wreck", del libro, Landing Light:
La zozobra
Pero qué amantes que éramos, qué amantes,
aún cuando todo terminó —
el peso muerto, negro-toro los vinos
que nos blandimos tañían y tañían
como campanas de sangre, nuestros grandes corazones.
Deslizamos el barco ebrio fuera de puerto
y miramos nuestra inverosímil vida sobria
despojar de sus amarras, un continente de dolor;
la luz de vela extraña en nuestros rostros
como las pequeñas ráfagas silenciosas
y los chispazos de sus guerras.
Las apagamos y tomamos las escaleras
noche adentro por la noche y sus labores,
desnudos en la arbolada oscuridad,
suavemente nos enganchamos el uno al otro
como escafandras, y descendimos
a minar nuestro hermoso naufragio secreto.
Emergimos después, sin aliento, espalda
contra espalda, y emprendimos el camino
solos por la playa minada del alba.
Después, Don Patterson, mulato pionero del órgano de Hammond, proveniente del Oeste Medio norteamericano, fallecido en Filadelfia, en 1988, después de una larga batalla contra la heroína y el amor.
Antropólogo. Doctorando en Letras Modernas. Autor de dos libros de poesía. Bongocero. Nace en 1976. Pudo ser un gran torero pero...