Debes saber que llevo años, meses,
sin atreverme a que el milagro ocurra;
temerosa, mi mano estuvo en vilo,
acaso detenida por el miedo
a errar, a no encontrar esas palabras
que pudieran decir lo que yo ignoro;
no obstante era mi excusa repetir
que a nadie importa un poema más,
y así pasaron ¿sabes? muchos años,
días iguales sin seña ni santo,
hasta esta noche gélida en que supe
que estabas tú, impávido, escuchándome
en esta duermevela madrileña.
Así que a duras penas me rehice,
busqué papel y pluma en la maleta
para, a la brevedad, poder decírtelo
sin tener otra vez que errar callando,
y para recordarnos asimismo
lo que los dos sabemos bien de sobra:
no importa, en el fondo, nada más
que este momento, y ni siquiera eso
cuando la eternidad es la medida
de las cosas, la vida y del tiempo. ~