Se desmoronan las tinieblas,
es el de siempre el viejo Tiempo druida,
pero en mi mano hay una cosa viva,
rara rata sardónica,
cuando arranco al talud una amapola
para ponerla tras mi oreja.
Qué tiro te darían si advirtieran
tu veleidad cosmopolita, rata.
Ya tocaste esta mano inglesa y pronto
sin duda tocarás una alemana,
con solo que te animes a cruzar
la verdura dormida entre nosotros.
Sonríes para ti cuando rebasas
los ojos claros y los miembros finos
de los atletas arrogantes
menos dados que tú para la vida,
atados al capricho de la muerte,
que yacen en la entraña de la tierra,
en los campos de Francia desgarrados.
¿Qué ves en nuestros ojos
ante el hierro y la llama y su chillido
que atraviesa los cielos impasibles?
¿Qué temblor, qué espantado corazón?
No dejan de caer las amapolas,
en las venas del hombre sus raíces.
Pero aunque un poco blanca por el polvo,
la mía está segura tras mi oreja. ~
Versión del inglés de Aurelio Asiain.
(Bristol, Inglaterra, 1890-Somme, Francia, 1918) fue poeta y pintor. El historiador y especialista la Gran Guerra Paul Fussell considera "El alba en las trincheras" como el mayor poema de la guerra.