El Bloomsday de James Joyce

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Las 1, 664 páginas de The Concise Encyclopedia of World History, de Rodney Castleden (The Parragon Press, Londres, 1996), ofrecen miles de fechas desde el año 38,000 aC., en el que habría aparecido sobre la tierra el Homo Sapiens, hasta el año 1993 dC., en que unos muy evolucionados descendientes de éste fundaron en Ginebra la Organización Mundial del Comercio. Entre esos dos momentos del curso de la Historia hay fechas de todas las categorías, desde las propiamente históricas, digamos la caída de Constantinopla en 1453, hasta las microhistóricas, digamos el navajazo que en Hamburgo y el 30 de abril de 1993 asestó a Monica Seles un fan insatisfecho por el decepcionante desempeño de la bella muchacha en un juego de tenis.

Entre las fechas de la pequeña historia hay de todo, desde el día en que Luis XVI probó los tomates a la provenzal, receta popular llevada a París por la misma tropa que, cantando ya “La Marsellesa”, acudía a derrocarlo, hasta el día en que Marilyn Monroe posó para una foto en colores sin tener puesta otra cosa que Chanel nº 5 (aunque respecto a la cuestión de si ese momento es fecha no histórica… dejemos que cada quien juzgue según su propia biografía interior).

Así, por ejemplo, si nos limitamos al año 1904, el librote de Castleden nos dice que el 1º de enero se botó el Baltic, el mayor buque de pasajeros hasta entonces construido; que el 3 de febrero nació en Pisino el futuro compositor Luigi Dallapiccola; que el 8 de febrero las fuerzas navales japonesas vencieron a las fuerzas navales rusas en Port Arthur; que el 8 de marzo se completó el primer nivel del túnel bajo el río Hudson; que el 1º de mayo el compositor Antonin Dorvjak moría en Praga; que el 28 de julio el torvo ministro zarista Vyaskeslav Piehve era asesinado en Moscú…, etc.

Pero si las enciclopedias cronológicas como la de Castleden están muy bien nutridas con fechas de la Historia, de la Política, de la Cultura, etc., etc., también tienen sus puntos ciegos. Por ejemplo: se echa a faltar en ellas la fecha del 16 de junio de 1904 dC., día en el que el joven dublinense Stephen Dedalus (profesor de Artes en escuela privada y aspirante a escritor) se cruzó más de una vez a lo largo de la jornada con el maduro judeoirlandés Leopold Bloom, (corredor de ventas de papelería) en los recorridos de ambos por el laberinto callejero de la ciudad de Dublin.

Y tal recorrido de Dedalus y Bloom por la ciudad multihabitada por vivos, muertos y fantasmas, culminó en una orgía burdelera, en una riña con borrachos, en la despedida y el retorno de cada uno de ellos hacia sus respectivos hogares, y finalmente, pero como para nunca finalizar, en el insomne monólogo de la bella y madura Molly, irlandesa esposa de Bloom, en el lecho matrimonial y adúltero. Ese ardiente río verbal ese monólogo de un coño anhelante y soñador, fluye en varias terminales páginas sin puntos ni comas de un libro y en él están Dedalus y Bloom y Boylan y, claro, la misma Molly, y un sinnúmero de dublinenses y diríamos toda Dublin. Con ese discurso lujurioso, febril y a la vez muy preciso, brutal y poético, llega al grand finale la novela o el poema narrativo en prosa titulado Ulises (Ulysses), imaginado por un dublinés autoexiliado en Trieste y Zurich: James Joyce.

El Ulises, que James Joyce escribió de 1914 a 1921, fue publicado en 1922 y ya desde antes de su aparición en forma de libro era famoso en élites culturales europeas pues escritores como el francés Valéry Larbaud y los angloamericanos Ezra Pound y T. S. Eliot, quienes lo conocían por los fragmentos anteriormente publicados en revistas o por caseras lecturas dadas por su autor, lo anunciaban como la insólita obra maestra que venía a sacudir y revolucionar las letras del siglo. (Y vaya que no se equivocaban.)

Entonces, ese 16 de junio de 1904 ¿es sólo una fecha de mera fábula, puesto que sólo habrá existido en el fantasmal espacio/tiempo de la literatura?

Pero el 16 de junio de 1904 fue la fecha en que Joyce paseó por primera vez con Nora Barclay, quien sería su esposa y la mujer de su vida; y todos los años desde el 16 de junio de 1954, en la muy concreta, muy realmente existente ciudad de Dublin, ciudadanos muy concretos y realmente existentes celebran la fecha en que el joven Stephen Dedalus y el maduro Leopold Bloom vivieron un día y una noche inmortales, buscándose, encontrándose, perdiéndose y reencontrándose como en una cosmogonía deseosa, aturdida, regida por una sabia geometría literaria como por un destino y giratoria en torno al terminal ardiente lecho de la señora Molly Bloom. Y la fecha (que se repitio ritualmente el pasado martes 6 de junio de 2009) realmente existe y está en los calendarios de los dublinenses: es el Bloomsday, el día de Bloom, y se celebra en calles, en tabernas, en clubs y ateneos de la ciudad irlandesa. Para los dublinenses como para los irlandeses, para los ingleses y, de paso, para todos los lectores del Ulises de Joyce, el Bloomsday es la confirmación de la existencia de ese trío de personajes mayores de lo natural aunque en principio sólo tengan una carne verbal. Y si el visitante de la ciudad joyciana por excelencia aguza el oído en la alta noche dublinesa quizá oiga el triunfal himno erótico (en prosa) de Molly: ese llameante fluir verbal que finaliza como aspirando a lo infinito mediante el yes con que se inició:

“… and then I asked him with my eyes to ask to ask again yes then he asked me would I yes to say yes my mountain flower and first I put my arms around him yes and drew him down to me so he could feel my breast all perfume yes and his heart was going like mad and yes I said yes I will Yes.”

(En traducción de J. M. Valverde:“… y luego le pedí con los ojos que lo volviera a pedir sí y entonces me pidió si quería yo decir sí mi flor de la montaña y primero lo rodeé con los brazos y sí y le atraje sobre mí para que él pudiera sentir mis pechos todo aroma sí y el corazón le corría como loco y sí dije quiero Sí.”)

(Publicado previamente en Milenio Diario)

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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