Durante la primera jornada de conferencias del 14 congreso Arquine, en esta ocasión dedicado a explorar los diversos significados del espacio, se escuchó en más de una ocasión la frase “yo no soy arquitecto”. Lo que pareció una excusa, en realidad tuvo dos funciones distintas: primero, advertir de los niveles de complejidad a los que es posible someter el concepto de espacio desde la perspectiva de las ciencias sociales, y segundo, arribar a cuestionamientos críticos y profundos sobre el tema, en contraste con algunas conferencias que simplemente expusieron proyectos arquitectónicos sin indagar o suscitar cuestionamientos cruciales sobre el tema. En un ambiente principalmente estudiantil, en el que no faltaron cuadernos Moleskine autografiados por los arquitectos protagónicos, dos voces me parecieron fundamentales en tanto que lograron marcar un enfoque, presentando propuestas que impactaron y propiciaron un diálogo con el resto de los participantes, me refiero a las conferencias del antropólogo Manuel Delgado (Barcelona, 1956) y de la socióloga Saskia Sassen (La Haya, 1949).
“Un puente es un hombre cruzando un puente” citó Delgado a Cortázar para enfatizar el protagonismo del usuario en la construcción de una idea de espacio desde las ciencias sociales. Para el antropólogo, hablar de espacio es imposible pues a esa entidad no le corresponde más que ser una posibilidad para un usuario, el espacio existe, aseguró Delgado, en tanto que algo en él lo produzca. La ponencia del investigador planteó la posibilidad de hablar de espacio siempre social a pesar del apellido que dicha entidad pudiera tener, a partir de este supuesto se perfiló la idea de un espacio social que ha hecho posible la configuración de nuevas acepciones del término que en ningún sentido son casuales, como el caso de “espacio público”, noción que en Latinoamérica ha tomado fuerza en las últimas décadas en iniciativas urbanísticas y en discursos políticos y que al mismo tiempo ha sido utilizada sin una correcta delimitación de funciones. Delgado propuso a los arquitectos pasar de los análisis descriptivos del término para repasar las connotaciones del mismo y lograr comprender hasta qué punto el espacio público es un concepto ideológico.
Tras un concepto polisémico cargado de ambigüedades, la esfera ideal para la propaganda política y las luchas sociales, permanece una categoría abstracta que define ética y físicamente a un territorio, “la plusvalía simbólica” del término obliga al arquitecto a comprender las connotaciones del mismo para así establecer en sus proyectos correspondencias entre el espacio público concreto (plazas, parques, etc.) y el metafísico. Anclando su idea antropológica y filosóficamente, la construcción de una definición de espacio resultó un ejercicio inteligente y necesario para poder abrir la discusión. Siguiendo las ideas del espacio como objeto político establecidas por el filósofo francés Henri Le Febvre, Delgado desplegó una serie de nociones fundamentales para entender esa entidad, demostrando que es posible definir eso que parece indefinible: el espacio.
Por su parte, Saskia Sassen, planteó la posibilidad de aproximarse a conceptos muy complejos de manera activa, es decir, con el fin de desestabilizar significados fijos de categorías poderosas (ej.: economía, justicia, territorio). A partir de esta “táctica analítica”, Saasen se acerca a su idea espacial: la ciudad, una especie de espacio “complejo pero incompleto”, característica que determina que la ciudad tenga una vida larga al tiempo de ser capaz de generar respuestas frente a “fuerzas que desurbanizan”, es decir, que hacen inestable la idea de ciudad, que provocan que sea menos de los ciudadanos, generando grandes migraciones (desalojos, crisis hipotecarias, privatización del espacio urbano) y otros acontecimientos que fracturan la idea de comunidad.
Para Sassen, entender la ciudad es alcanzar sus componentes más complejos con estrategias más simples: “la ciudad tiene una voz pero aún no hemos entrenado nuestros oídos para captar su lenguaje.” En la medida en que el espacio urbano sea considerado como un actor social, un organismo complejo, es que entenderemos su capacidad de respuesta frente a las fuerzas desurbanizadoras, esos engranes de la globalización que ponen en riesgo cualquier idea de ciudad. Si la globalización ha fracturado nuestros ideales de comunidad y si la urbe ha sido el blanco para atenuar la injerencia del ciudadano en la construcción de su espacio, Saasen propone articular estrategias de resistencia desde la propia ciudad: mientras el espacio sea complejo y permanezca incompleto será más difícil que pueda ser controlado en su totalidad; mientras más comprensión de las lógicas de la ciudad compleja, más predecibles serán las respuestas de estos espacios y podrán usarse a favor del individuo. Las ciudades complejas, aquellas que rebasan la idea de un lugar urbanizado, son espacios de encuentro entre actores de diferentes mundos y realidades, puntos de tránsitos y conexiones, confluencias que hacen posible percibir la complejidad de la ciudad y generar estrategias de resistencia. La propuesta de Saasen coloca a la arquitectura en un terreno interesante, pues su práctica requiere de una postura comprometida, crítica y activa —incluso combativa— que se atreva a liberar analíticamente las categorías que cierran u ocultan los significados del espacio urbano.
Así como Manuel Delgado logró trazar las coordenas políticas y sociales sobre las que puede construirse una idea espacial, Saskia Saasen demostró que un concepto bien desarrollado puede ser tan operativo como un plano. Estas conferencias abrieron un panorama reflexivo relevante sin importar que ambos espacios se construyeran desde la abstracción, a partir de conceptos y/o problemáticas más sociales, sumando a la arquitectura sin ser arquitectos.
Maestra en historiografía e historiadora de la arquitectura.