Comenzó hoy el Primer Simposio Internacional del Libro Electrónico en el Museo Nacional de Antropología, bajo el auspicio del Conaculta y con una lista de editores, escritores y pensadores invitados que se reúnen a debatir el futuro del libro electrónico en México y, en general, en el mundo de habla hispana. Todo bien hasta ahí, excepto por un detalle: es sintomático que se hable, precisamente, del futuro del libro electrónico y no, como sería natural, el presente del mismo. Se mira el libro electrónico como una realidad que llegará eventualmente a nuestras vidas, y no como una realidad que ya existe y a la cual, por desgracia, las editoriales y librerías mexicanas se están tardando en llegar.
Guillermo Quijas-Corzo López, presidente de la Asociación de Libreros Mexicanos, ha declarado, y es una declaración reproducida en muchos de los artículos que tratan del asunto, que en México pasarán diez años antes de que la comercialización del libro electrónico sea una realidad más o menos extendida; alude a diversas causas: derechos de autor, modelos de negocio, piratería. Diez años durante los cuales, seguramente, se seguirá discutiendo en foros, simposios y congresos, organizados por instituciones públicas, el futuro del libro electrónico, mientras una creciente demanda, sin encontrar alternativas legales, funcionales y accesibles, se vuelca en la piratería (que sí ofrece, desde ya, soluciones y diversidad de contenidos, sin haber discutido el estado de la cuestión exhaustivamente) o se decanta, cada vez más, por la lectura de libros en inglés, comprados a través de las plataformas legales que ya existen para ello en otros países, con la consecuente pérdida de lectores, ganancias y presencia de la literatura escrita en español.
Esta no es, por cierto, una predicción, sino una descripción del presente. Entre las personas que conozco que tienen un lector electrónico, es cada vez más usual recurrir a las páginas de piratería que ya proliferan o al catálogo de Amazon, de manera que su contacto con el e-book es, fundamentalmente, a través de publicaciones poco cuidadas (entre las ediciones electrónicas pirata son mucho más frecuentes las erratas y las pifias en el traslado de un formato a otro) y de novedades editoriales del mercado anglosajón. Mientras tanto, los editores y libreros mexicanos, ajenos a la velocidad y la adaptabilidad del mercado virtual, discuten sobre el futuro del libro electrónico en el país, pensando en un periodo de aquí a ¡diez años!
El primer día del congreso presentó intervenciones desiguales. No escuché la conferencia de Bob Stein, que al parecer fue de lo más interesante (en Hermano Cerdo publicaron, a propósito, un breve perfil suyo). Fernando Escalante Gonzalbo tocó un par de puntos clave: la industria de los best-sellers y la literatura basura, vaticinó, será la principal afectada por la piratería electrónica, mientras que la edición literaria puede aprovechar el valor añadido de la tecnología y editar material de calidad a bajo precio, ahorrándose costos y problemas de distribución y almacenamiento. Con el desorden resultante del cambio de modelo editorial, además, adquirirán una renovada importancia los mediadores (libreros digitales, editores, revistas, críticos), lo que podría revitalizar notablemente el debate cultural.
Hugo Setzer, vicepresidente del Sector de Libros de la CANIEM y miembro del comité ejecutivo de la Unión Internacional de Editores, leyó una ponencia optimista pero sosa, aderezada con paupérrimas presentaciones de Power Point que parecían contradecir su entusiasmo por las posibilidades del mundo electrónico. Rescato una idea de su participación: en vez de seguir defendiendo o atacando los distintos soportes (papel o electrónico) desde posturas ideológicas, los editores deberían ponerse prácticos y buscar la manera de sacar provecho de las nuevas tecnologías. Si no aprovechan ellos esas posibilidades, alguien más (Amazon, presumiblemente) lo hará.
Alejandro Zekner leyó una ponencia afilada y muy completa que no gloso porque puede leerse en su blog. Y luego vino la participación de Federico Álvarez Arregui, en la que predominó lo que los organizadores quisieron presentar como “el enfoque humanista” y que no fue otra cosa que un gemido apocalíptico que insistía en la maldad intrínseca de todo lo que tiene pilas. Es inevitable, al parecer, la presencia en estos encuentros de alguien que dedique sus minutos a regañarnos a todos por caer en las garras de la reprobable tecnología. Álvarez Arregui empleó su tiempo sobre todo en lamentar que los niños se la pasen con sus “juegos electrónicos” (intuyo que se refería a los videojuegos, pero en su discurso se mezclaban indistintamente cosas tan disímbolas como los videojuegos, la televisión, los lectores electrónicos y las tabletas). Lo triste de esta participación no es la postura desde la que fue enunciada, sino el absoluto desprecio y la consecuente ignorancia en torno al tema. El libro electrónico es producto, dijo el doctor, de “algo tan vergonzoso y encanallado como la industria del entretenimiento de los Estados Unidos”: el mal encarnado. “A los niños hay que enseñarles de memoria, como en nuestro tiempo”, remató con voz quebrada. Y hubo un aplauso entusiasta. El señor Álvarez Arregui, es claro, no ha tenido un lector de libros electrónicos en sus manos en toda su vida, lo cual debería ser, creo yo, un requisito indispensable para participar en el simposio. Es decir, que la crítica es siempre saludable, pero no la sorda condena.
Habrá que ver qué nos deparan las mesas de los próximos días. Por lo pronto, una queja más: los organizadores del encuentro podrían haber recurrido a editores, escritores y pensadores jóvenes, nacidos o crecidos en la era digital, familiarizados en su labor diaria con la edición electrónica; estoy seguro de que su visión hubiera enriquecido el diálogo.
Los catálogos de libros electrónicos mexicanos, o al menos los que, gracias a la publicidad y la presencia en redes sociales, he podido conocer, son todavía bastante pobres. El Fondo de Cultura Económica ofrece 136 libros electrónicos. Gandhi, que tiene más, coló muchos libros en inglés en su lista, me imagino que por la falta de acuerdos con las editoriales mexicanas. Biblits, empresa de heroica independencia que ha buscado a las pequeñas editoriales, tiene hasta ahora un frondoso catálogo de 19 títulos (de entre los cuales, milagrosamente, tres son de poesía). La página web de Random House Mondadori México es tan confusa que es imposible saber si tienen, tuvieron o tendrán libros electrónicos en venta en algún momento en su propia página o a través de terceros.
Hace un par de días Heriberto Yépez criticaba, con acierto, el rechazo de los editores independientes mexicanos a internet. Estoy de acuerdo con él, y además de diagnosticar el problema hay que señalar la actitud que casi siempre le subyace: internet es cosa mala; los libros buenos tienen que oler rico y ocupar muchísimo espacio. Pero claro: los nuevos lectores no tienen muchísimo espacio para libros, ni dinero para pagar ediciones rascahuele, ni tiempo para ir a la Condesa a buscar la novedad de una editorial independiente en una librería-boutique. Son lectores que pasan buena parte del día en internet, conocen a los autores a través de redes sociales o de revistas virtuales de variado signo y quieren satisfacer el impulso de compra en el instante mismo en que leen una nota sobre el libro. Si los editores y los libreros mexicanos no son capaces de ofrecer el contenido que esos lectores buscan, la piratería, la autopublicación y la oferta editorial de otros países les comerán el mandado.
(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).