Y el viernes la ciudad colapsó. No como cualquier viernes, este colapso mayor no dependía de las obras del metrobús en Cuauhtémoc o las de metro en Félix Cuevas, ni de las marchas infinitas, sino de un festival olímpico en Reforma. Más bien se debió a la instalación de la infraestructura porque el festival empezó el sábado. En esta ciudad en la que Revolución y Patriotismo van en sentido contrario, cerrar Reforma con canchas de tenis, pistas de carreras y una fosa de clavados que trajeron de Guadalajara, entre otras, el mismo fin de semana de las ferias de libro en el zócalo y en la alameda y del primer aniversario de la disolución de Luz y Fuerza del Centro, solo es una instancia más del surrealismo en el que vive.
Más de 30 disciplinas coronaron el acto. La atracción principal, el multimedallista Michael Phelps, impartió una clínica para niños y se arrojó a la alberca situada entre la Diana y el Ángel. Además Paola Espinosa, Lorena Ochoa, con el permiso de su marido, y Ana Guevara, quien como política ha demostrado ser una espléndida corredora de 400 metros planos, y Jaime García, el nuevo gran lanzador mexicano, participaron también.
Nosotros, que tanta pasión sentimos a la hora de criticar, no pudimos pasar por alto este evento para hacer lo propio. Ana Guevara empezó al puntualizar que no se fomentaba el deporte nacional con actos así (en efecto, incluso nadie dijo que lo haría); otros, algunos diputados incluidos, exigieron muy indignados una auditoría al titular de la CONADE, Bernardo de la Garza –quien por cierto, el sábado no pudo ingresar al festival porque no llevaba su acreditación (en su oficina nadie le había informado que la necesitaría)–, para saber en qué se habían gastado los 40 millones de pesos; y, muchos periodistas, presas del nacionalismo que nos hace creer que Zapata comía chile y frijoles y quien crea lo contrario es un traidor, cuestionaron que “¿qué tenía que ver Phelps con el deporte de México?” (su atletismo, tamaño y medallas demuestran que nada)
Entendamos que lo que sucedió el fin de semana no era la presentación del proyecto de desarrollo deportivo para los próximos años, ni la punta de lanza para administrar las múltiples medallas que ganaremos, ni tampoco un proyecto gubernamental para fomentar la práctica deportiva entre los habitantes de la ciudad. Lo que pasó el fin de semana fue un espectáculo, nada más.
Ahora bien, como espectáculo es necesario considerar diversos elementos fundamentales. Si la máxima estrella del espectáculo es un nadador –el tiburón de Baltimore– coloquemos entonces al público a la altura suficiente para que vea la alberca en picada y no al nivel del agua, porque tal vez, solo tal vez, no advierta a los nadadores. Asimismo, no es la primera vez que el Paseo de la Reforma sirve como escenario: plantones, conciertos de ópera o pista de fórmula 1. Yo entiendo que Reforma es una calle muy hermosa, como un imponente bulevar francés, con arboledas, glorietas, camellones y palacetes del siglo XIX que alternan con rascacielos del XX. Sin duda es el mejor escenario. Pero que a la hora de planear estos actos lo estético no sea lo único que se toma en cuenta: si se atenta contra el público asistente, tal vez, solo tal vez, el público no quiera ir, o llegue predispuesto, y así, del millón de personas que se esperaban, en ambos días no se juntó ni la mitad. ¿Por qué Ana Guevara fue la única en traspasar las constantes vallas de seguridad para tomarse fotos con los asistentes o firmar autógrafos? ¿Porque así respondía a su agenda política?
Yo sé que en nuestra región, como en otras claro está, el deporte es un elemento político fundamental. A nuestros líderes les encanta pisar las canchas (y a los rivales), invitar a los mineros del “rescate bicentenario” a un partido de futbol, o subirse al montículo con la esperanza de lanzar un imposible juego perfecto. Actualicemos nuestra visión del deporte y de los espectáculos y de verdad y entendamos que el público es algo más respetable que una serie de boletas electorales.
– Carlos Azar
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Como escritor, maestro, editor, siempre he sido un gran defensa central. Fanático de la memoria, ama el cine, la música y la cocina de Puebla, el último reducto español en manos de los árabes.