El verano tras las inundaciones

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Por fin mi padre ha empezado a pasar las cintas de vรญdeo a dvd. Lo ha hecho esta tarde, y la primera ha sido una pelรญcula de 1990 que no veรญamos desde entonces. Aparecรญa mi primo vestido de marinero y un cura decรญa misa y, en los bancos, rezaba mucha gente que ahora estรก muerta, como la tรญa Cati, la tรญa Poli o la tรญa Tiana. Entonces no tenรญan cara de que fueran a morirse, tenรญan cara de concentradas en el padrenuestro, y luego se daban fraternalmente la paz apretรกndose las manos y con un beso en la mejilla muy leve, como si no fueran hermanas del todo, que lo eran.

En los bancos tambiรฉn estaba l’abuelo, que sonreรญa de aquella forma, y la madre de mi primo, que se habรญa puesto un vestido de lunares y un lazo azul en la cabeza que tambiรฉn llevaba lunares estampados, enormes y blancos. Y mi madre, mientras mirรกbamos la cinta, ha exclamado: “¡Cรณmo va vestida Bel, quรฉ hortera!”, y yo he contestado que eran cosas de la รฉpoca, pero tal vez no fueran cosas de la รฉpoca porque luego salรญa el tรญo Tomeu con mostacho de mejicano y no sรฉ si los mostachos de mejicano han estado de moda alguna vez. Creo que no, aunque tampoco lo jurarรญa. En cualquier caso, no lo recuerdo.

Tampoco recuerdo haber ido a aquella comuniรณn en la Porciรบncula, en la que mis primas y yo llevรกbamos el pelo rubio y largo hasta media espalda, y nos pasรกbamos la melena de un lado al otro con un gesto seco de la mano como si estuviรฉramos protagonizando un anuncio de champรบs. Y de repente, en la pelรญcula, ya no รญbamos vestidos de fiesta, sino en baรฑador, y estรกbamos en Portocolom un siete de julio, el aรฑo siguiente a las inundaciones. El mar estaba turbio porque la fuerza del agua habรญa arrastrado los coches hasta los embarcaderos y habรญa removido el fondo de los muelles y habรญa matado a las estrellas marinas. Los vecinos creyeron presenciar un nuevo diluvio universal, y pensaron que el nivel del mar subirรญa hasta sus casas, haciendo que las barcas entraran por las ventanas y encallaran en sus comedores.

En el vรญdeo puede verse cรณmo mi costilla flotante emergรญa igual que un tronco y, muchos aรฑos despuรฉs –de hecho, diez–, Xisco confesarรญa que nos observaba desde la escalera de la playa, bajo un pino gigantesco. “Tu abuela siempre fumaba y tรบ estabas tan flaca y tu madre era tan guapa.” Entonces todavรญa no conocรญa a Xisco, que ahora es mรฉdico y sale con Jaume; รฉl tampoco nos conocรญa. Simplemente nos miraba chapotear en el mar turbio, cada dรญa sobre las diez de la maรฑana, porque luego llegaba todo el mundo y mi madre se ponรญa nerviosa, y los chicos lanzaban pelotas de goma cerca de donde estaba ella para poder acercarse y tocarla fingiendo que lo hacรญan sin querer, y a ella esto le hacรญa gracia al principio, pero despuรฉs ya no, e intentaba evitar a aquellos chicos. A las doce, como muy tarde, tenรญamos que volver a casa.

Mientras mirรกbamos el vรญdeo, me he fijado mucho para ver si Xisco aparecรญa en la escalera de la playa bajo el pino; la escalera estรก ahรญ, pero el pino hace sombra y debajo no se ve nada. Puede que porque no hubiera nada, solo el vacรญo que queda donde รบnicamente ha transcurrido el tiempo. De vez en cuando, se oye la voz de mi padre, que comenta: “Ay, quรฉ contraluz impresionante”, y cuando intentaba grabar la plataforma en la que estaban los trampolines y los toboganes y donde los niรฑos gritaba y saltaban, la imagen se desenfocaba.

Cuando acaba la secuencia en la playa, aparecemos mi prima Magda y yo en la plaza del Corso, justo delante del hotel en el que la riada matรณ a una mujer, el aรฑo de las inundaciones. Sobre un escenario, una banda toca “¡Bamboleo, bambolea!, porque mi vida yo la he aprendido a vivir asรญ”. El hotel estรก abierto, pese a la tragedia del aรฑo anterior, y Magda y yo hacemos el tonto mientras bailamos –ella sin vergรผenza alguna, yo intentando hacerme la graciosa– bamboleo, bambolea.

Pero la graciosa es ella que, cuando ya estรกbamos hartos de la cรกmara de mi padre que grababa cรณmo nos llevรกbamos las hamburguesas a la boca y masticรกbamos y cogรญamos una patata con las manos y bebรญamos Coca-Cola, cuando ya estรกbamos agotados de tanto ojo mecรกnico siguiendo incansablemente cada uno de nuestros movimientos durante todos los dรญas de aquel verano, Magda mira al objetivo sin pudor y dice muy despacio, alargando las vocales: “¿Cรณmo va, Miquelet? ¿Es nuevo, el aparato?” Doce aรฑos y ya era una descarada, eso hemos comentado hace un rato mientras nos reรญamos ante la pantalla. Yo tenรญa trece, los dientes torcidos y unas gafas inmensas de color rosa.

Mรกs tarde se nos ve lamiendo helados de chocolate con las lenguas largas mientras la orquesta toca “Dime cuรกndo tรบ vendrรกs, cuรกndo, cuรกndo, cuรกndo”, y una panorรกmica a mano alzada muestra un puerto que no ha cambiado tanto, con sus coches de choque, la caravana de los churros y las luces de colores y la mรบsica para guiris.

Despuรฉs de la cena en el Corso, salen mis padres y hermanos en el minigolf de Cala d’Or, es diez de julio. No lo he confesado antes porque aรบn me da vergรผenza, pero si yo llevaba la cรกmara es porque no me gusta perder y, en cualquier competiciรณn, mis hermanos me ponรญan nerviosa, siempre se reรญan de mรญ. Por eso filmรฉ la partida, para no tener que jugarla.

Es una partida larga y mi padre parece un actor de cine y mi madre, una presentadora de televisiรณn; tiene tres hijos y solo cuatro aรฑos mรกs de los que tengo ahora. A veces se oye mi voz, que dice: “Mamรก, que te hago un primer plano.”  Y tambiรฉn: “Ahora se os ve borrosos.” Pero en realidad se les ve perfectamente, de una felicidad tan nรญtida que da nostalgia. Mi madre le enseรฑa a mi hermano pequeรฑo cรณmo tiene que agarrar el palo y cรณmo debe tirar. Mi hermano mediano es un poco arrogante, con esa voz estridente que despuรฉs cambiรณ; lleva un reloj negro Casio y una calcomanรญa que venรญa con los Bollycao. Hasta que me canso y enfoco a un extranjero que hace el capullo con el loro de una coctelerรญa, y el loro se cabrea y muerde al extranjero en la nariz.

Diecisรฉis de julio, dรญa del Carmen. Hay procesiรณn en la calle y mi padre comenta que es exactamente igual a la del aรฑo anterior, que no hacรญa falta filmarla. Mi madre contesta que las tradiciones son como los cuentos infantiles que, si se relatan de un modo distinto, los niรฑos se enfadan. Luego, en una toma desde el balcรณn de los abuelos, que da al mar, aparece l’abuelafumando como siempre, l’abuelosonrรญe de aquel modo y, en el agua, a sus pies, las barcas llevan globos y banderines atados a los mรกstiles, y los banderines son de los paรญses del mundo. Mi padre hace un zoom inhasta el bigote de tรญo Tomeu, que conduce el llaรผt; los demรกs saludamos con la mano hacia el balcรณn, hasta que una motora nos pasa cerca y se oye la voz de mi padre tras la cรกmara que grita en primer plano: “Pitufas, quitaos de en medio”, y las pitufas remueven el agua turbia, y el llaรผtse inclina, y en la barca todos ponemos cara de susto, pero al final no pasa nada; quiero decir que no volcamos ni nos hundimos.

Despuรฉs mi padre va con la cรกmara hasta el muelle donde bajan a la Marededรฉudelcarme, y se ve al cura don Pep, y a un gitano que repasa a un policรญa de pies a cabeza con cara de asco, y a un polรญtico de esos que luego fue muy importante, y mรกs tarde fue mรกs famoso que importante porque hizo algo muy grave y lo descubrieron, y ahora ya no es ni famoso ni importante y solo te acuerdas de รฉl cuando sale como por casualidad en un vรญdeo casero.

Los fines de semana รญbamos a Son Sard a regar las plantas. Son Sard es una posesiรณn de la familia de l’abueladel aรฑo 1790 y, mientras l’abuelafumaba y preparaba pambolis en un banco de piedra,mis hermanos lanzaban dardos a una diana que habรญan clavado en la pared de la fachada. Mi padre llevaba los cubos de agua hasta los mandarinos y mi madre lo seguรญa con la cรกmara y, como no veรญa dรณnde estaba pisando porque tenรญa los ojos puestos en el visor, hemos oรญdo que decรญa: “Menudo trompazo me voy a pegar; soy John Ford en el lejano Oeste y estoy a punto de matarme.” Despuรฉs mi padre poda los mรกrgenes del camino con unas tijeras gigantes y guantes, y mi hermano mediano le dice al pequeรฑo: “Venga, pregรบntale a papรก si este trabajo es muy costoso.” Seguramente querรญa demostrar que sabรญa utilizar esa expresiรณn: costoso. Pero mi hermano pequeรฑo estรก demasiado preocupado por la pรบa de un higo chumbo que se la ha clavado en el dedo.

Por lo visto yo me aburrรญa, porque tras un fundido a negro, cogรญ la cรกmara y no sรฉ quรฉ intentaba capturar. Tal vez el infinito, puesto que recorro la lรญnea de un horizonte de acebuches y algarrobos y pinzas para tender la ropa que se divisa desde la azotea que hay sobre un antiguo horno. O quiรฉn sabe si no serรก el misterio lo que busco, porque me meto en una especie de establo lleno de herramientas para trabajar el campo y hago un barrido en la penumbra que descubre un carro, una hoz, una pala y, de repente, un rostro.

En vez que gritar o salir corriendo, que es lo que suele ocurrir en las pelรญculas de miedo, vuelvo al punto en el que ha aparecido la cara, enfoco y se ve una muรฑeca de plรกstico totalmente desnuda y ensartada en un palo clavado entre sus piernas. Mi voz le dice: “Eh, ¡pero si es Joana! Uep, Joana, ¿cรณmo va?” Mis padres y yo mirรกbamos el vรญdeo y nadie entendรญa quรฉ coรฑo le estaba diciendo a la muรฑeca empalada, ni por quรฉ hablaba con ella, ni por quรฉ la llamaba Joana.

Entonces me he dado cuenta de que tampoco recordaba aquella tarde en la que jugamos a minigolf, hace veintiรบn aรฑos, ni el paseo en la barca el dรญa del Carmen, ni tampoco aquellos pantalones que nos abrochรกbamos por encima del ombligo y nos quedaban cรณmicamente cortos a la altura de los tobillos. Y he pensado que cuando mi padre acabe de pasar todos los vรญdeos a dvd, los colgarรฉ en YouTube. Asรญ no harรก falta que me acuerde nunca de nada porque, siempre que quiera consultar mi memoria, bastarรก con apuntar mi nombre en una ventanita y tendrรฉ aquel verano tras las inundaciones allรญ mismo, a la vista de Xisco y de todos los que son como Xisco, y que observan a la gente desde la sombra de los pinos en la escalera de la playa, o desde la otra sombra, la que queda ante el ordenador.

En eso pensaba cuando, en la pantalla, han aparecido las tรญas Cati, Poli y Tiana, mirรกndonos directamente. Aรบn no tenรญan cara de muertas, pese a que las enterramos hace un montรณn de aรฑos y fuimos a los funerales y los tres fueron un coรฑazo. En realidad, no es que Cati, Tiana y Poli nos estuvieran mirando a nosotros. Lo que pasa es que mi padre, en 1990, las filmรณ justo despuรฉs de que vieran lo mismo que nosotros acabamos de ver, y lo hizo mientras ellas aparecรญan en el televisor simultรกneamente.Estaban sentadas en el sofรก verde de l’abuela, bajo el mapa de Jafudรก Cresques que hay en la sala de estar, y se seรฑalaban a sรญ mismas (nos seรฑalaban, hace un rato) y se  reรญan de un modo extraรฑo, asustaba un poco.

Entonces mi madre ha dicho que tenรญa que preparar la cena y mi padre ha contestado que ya pasarรก las cintas a dvd otro dรญa. Y hemos apagado el vรญdeo. ~

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(Palma de Mallorca, 1977) es escritora y periodista. En 2010 ganรณ el Premio Josep Pla con la novela Egosurfing (Destino).


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