Entrevista con Alejandro Katz

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¿Cómo se crea Katz Editores?

La editorial es resultado de tres cuestiones diferentes. Por un lado una muy personal, pero ineludible si se trata de comprender por qué nace la editorial. Cuando yo dejé el Fondo de Cultura Económica, después de casi veinte años, tuve durante algunos instantes la ilusión de que en el futuro podría hacer cualquier cosa, pero rápidamente fue claro que lo único que podía hacer en el mundo eran libros. Cuando comencé a editar libros pensé que había descubierto una vocación; cuando los libros que editaba comenzaron a ser considerados buenos, pensé que era un destino. Y finalmente me di cuenta de que era una condena. Estoy condenado a editar libros y no podía no surgir la nueva editorial, al menos como resultado de mi necesidad de continuar haciendo aquello que en verdad es lo que más satisfacción me da hacer, que es ser editor.

Hay respuestas que son más especulativas: creo que hay lugares vacantes en la edición de calidad. No estoy diciendo que no haya edición de calidad, porque sin duda hay, y mucha, pero hay lugares vacantes. Los procesos de fusión que se iniciaron a mediados de los años ochenta y se desarrollaron durante buena parte de los años noventa, interrumpieron las cadenas de formación de editores al sustituir, en las empresas adquiridas por grandes grupos, a los editores por managers, y eso dejó espacios en blanco muy importantes. Por lo tanto, al deseo se le suma una oportunidad, y yo añadiría –y esto es provisorio, en tanto el público nos lo confirme– que el nacimiento de la editorial también responde a una necesidad. Es decir, creo que hay un público que necesita obras de calidad y pensamiento, y que no estaba lo suficientemente atendido con la oferta disponible. Digo que esta última parte de la respuesta es provisoria, porque yo asumo que ese público existe, pero tenemos que ver que verdaderamente exista.

 

¿Cuáles son los principales rasgos del catálogo de Katz Editores?

Es un catálogo de ciencias sociales, ciencias humanas y ciencia. Una editorial de pensamiento es uno de los modos de propiciar el diálogo y la conversación, y esta conversación debe estimularse desde la editorial hacia sus lectores, pero también en el interior mismo de la editorial: entre los libros, entre los autores y entre los temas que habitan el catálogo. Por tanto, uno de los rasgos fundamentales tiene que ver con la edición de obras que mantienen vínculos fuertes entre sí, aunque muchas veces esos vínculos son contradictorios, polémicos… y lo son porque, en este sentido, creo que Nietzsche acierta cuando afirma que el conocimiento es producto de la lucha de las pasiones entre sí. Una editorial de pensamiento debe construir un ámbito en el que las diversas pasiones que afectan las cuestiones públicas de la vida de los hombres entren en conflicto y en contradicción, para que de esa polémica, surja el conocimiento que amplíe nuestra comprensión del mundo.

Es un catálogo que no está alineado con una ideología, ni con una disciplina, ni con una escuela de pensamiento; que trata de poner en el espacio público obras que dialoguen con sus lectores, que dialoguen entre sí, que creen espacios de conflicto y de discusión. Obras que a la vez se reconocen en dos tradiciones distintas: la académica y la intelectual (distintas porque la tradición intelectual no necesariamente es académica, en la medida en que no se rige por las reglas de enunciación y validación del conocimiento que la academia impone; del mismo modo el conocimiento académico no necesariamente es intelectual, en la medida en que no tiene la pretensión de estar en el espacio público). El catálogo expresa estas dos tradiciones y sus puntos de intersección.

 

Es clara su intención de mantenerse atentos a la sociedad y la cultura actuales…

Sin duda nuestra editorial está francamente orientada a contribuir al mejor conocimiento del hombre y la sociedad en nuestra propia época. Pero creo que una de las condiciones para que podamos hacer ese trabajo es no subordinarnos a la coyuntura. Debemos tratar de darnos a nosotros mismos, como sujetos críticos, respecto de nuestras propias vidas y nuestra vida en sociedad, elementos de pensamiento insertos en una dimensión del tiempo de más largo plazo. Por lo tanto, si bien pretende ser una editorial atenta al mundo contemporáneo, también entiende que para comprenderlo hay que comprender procesos largos, hay que tener en cuenta dimensiones del tiempo y del espacio mucho más amplias de aquellas a las que estamos habituados.

 

Proviene usted de una larga experiencia al frente del Fondo de Cultura Económica en Argentina. ¿Qué ventajas encuentra ahora al encabezar un proyecto propio, al margen de las editoriales públicas?

Hay ventajas que tienen que ver con el contexto actual, ventajas que trascienden lo contextual, y hay cosas que no son ventajosas. No es ventajoso no contar con los recursos, la infraestructura y el prestigio ya ganado de hace décadas del Fondo de Cultura Económica.

El Fondo es una empresa muy grande, con inercias muy fuertes desde el punto de vista de la organización y de los objetivos, en la cual a veces es difícil tener una tarea exitosa más allá de ciertos límites. Y liderar un proyecto con grados de autonomía mayores de los que existían dirigiendo una parte del proyecto del Fondo me permitirá obtener los objetivos cuya imposibilidad de obtención atribuía a la estructura. Del otro lado hay una cuestión coyuntural que tiene que ver con la actual dirección del Fondo de Cultura Económica, con la cual ha habido diferencias de criterio, de pensamiento y de estilo personal e intelectual demasiado fuertes como para que la cohabitación en el mismo espacio organizacional fuera posible.

 

¿Cuáles son sus planes de publicación para el resto del año?

Nuestro programa de trabajo consiste en la edición de cuarenta novedades este año y cuarenta el año próximo. Este año ya hemos puesto en el mercado entre diez y quince novedades, según el país. Y diría que hay algunos títulos emblemáticos: hemos editado un libro de Chartier que es muy importante. Chartier, como todo productor de conocimiento, tiene algunos hitos, entre los cuales hay ensayos que son los que llevan de uno al siguiente; y éste es uno de los mejores en su producción intelectual. Estamos publicando a Leo Strauss; es importante publicarlo para que sea leído y deje de ser concebido torpemente como el ideólogo de la invasión de Iraq por parte de Bush, que es como cierto pensamiento de izquierda ha querido ubicarlo y condenarlo. Estamos publicando también a Karl Löwith, un filósofo que no ha sido adecuadamente atendido. Sus reflexiones tienen que ver con el análisis riguroso del carácter secular o no secular de nuestra sociedad y nuestra política. Publicaremos pronto a Roberto Esposito, que es un filósofo político italiano relevante que recién ahora está siendo traducido al español. Publicamos un libro que es quizá uno de los hitos en su pensamiento: Categorías de lo impolítico. También tenemos algunos títulos de ciencia…

 

¿Podría contarme un poco de lo que fue su relación con Octavio Paz y Vuelta?

Yo viví en México siete años, durante los cuales tuve una actividad como crítico y ensayista bastante intensa; siempre evité instalarme en los modos de búsqueda de prestigio que un escritor joven puede ensayar a través de la vinculación directa con grandes figuras. Nunca me había acercado a Octavio personalmente, no había buscado su protección ni la de nadie. Pero no mucho tiempo antes de que yo viajara a Argentina, publiqué un artículo, en el suplemento de Pepe de la Colina, sobre la posmodernidad. Era una respuesta a un ensayo de Eduardo Milán. No es que fuera una polémica, fue más bien un juego intelectual. Antes de irme yo de México, Octavio me llamó y me pidió que lo fuera a visitar. Fui a su casa, hablé con él muchas horas y luego mantuvimos el contacto, pero yo ya me estaba yendo. Poco tiempo después, en Vuelta, se hizo un dossier sobre criterios de la modernidad con introducción de Octavio; dice allí que en México la modernidad fue muy poco discutida en el mundo intelectual y señala dos excepciones, los artículos de Eduardo Milán y el mío, como dos intervenciones valiosas. Para mí eso fue muy emocionante, porque que Octavio hubiera tenido presente ese ensayo y hubiera visto su valor cuando no había habido una relación personal de amistad, fue un gesto de estímulo. Luego colaboré en Vuelta con artículos, en una sección de cartas que desde el extranjero mandábamos algunos colaboradores con regularidad. Y después, lentamente, me fui dejando ganar por la actividad editorial a tiempo completo, con lo cual mis intervenciones empezaron a ralear y finalmente dejaron de existir. Los ensayos que he seguido publicando han versado sobre problemáticas de la industria editorial, de la lectura, del libro, etc., y no he vuelto a intervenir en otros espacios de discusión y pensamiento. Esa es la historia, muy sintéticamente, claro. ~

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(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).


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