Espacios públicos: Las terrazas de Madrid

En esta serie multimedia, cinco autores en igual número de ciudades escriben y registran en video su relación personal con los espacios públicos. En la última entrega, Sergio Galarza escribe sobre las terrazas de los bares de Madrid. 
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La discusión sobre el espacio público ha tomado, para suerte de todos, especial relevancia en tiempos recientes. En esta serie multimedia, cinco autores en igual número de ciudades escribirán sobre su relación personal con este espacio, entendido como lugares y prácticas cotidianas. Además, han capturado en video lo que les ha llamado la atención, ofreciendo así un breve recorrido visual por esos espacios.

En la quinta y última entrega de la serie, Sergio Galarza escribe sobre las terrazas de los bares de Madrid, "la versión moderna de esos abuelos que sacaban su silla al portal para matar las horas".

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La Lastra

Para quienes no pueden resistir el llamado de la calle, Madrid es su ciudad. En medio de los ríos de gente que inundan las aceras, las terrazas son los puertos para un merecido descanso, la cara pública de los bares, un escaparate para ver y que te vean, el espacio más concurrido en cualquier estación del año, la versión moderna de esos abuelos que sacaban su silla al portal para matar las horas.

Vivo en Legazpi, un barrio de clase obrera, frente a lo que era el matadero, ahora un centro cultural que conserva el nombre y la arquitectura del lugar. En el portal de mi edificio, haciendo esquina, se encuentra La Lastra, el bar más concurrido del barrio, de eso no me queda duda. Su parroquia es fiel y variopinta. Su cara pública tiene cuatro mesas, y como si fuera la pata de una de las mesas, allí siempre está un hombre muy mayor que solo bebe vino tinto. Llega al mediodía y no se marcha hasta la noche. No importa que sea invierno, el hombre permanece sentado en la terreza, empuñando su bastón. Es tan viejo que su cuerpo parece descascararse.

Suelo tomarme allí, en la terraza, un vermú al volver cargado con la compra del mercado. En mi rutina de padre de bebés mellizos, sentarme a mirar cómo pasa el mundo mientras permanezco inmóvil es mi paracetamol contra el vértigo de la paternidad.

La terraza como un refugio para escapar a la velocidad de las cosas. La terraza como un limbo hacia la nada: gran parte de la clientela de La Lastra son jubilados sin otra ocupación que sentarse a jugar a las cartas, o comentar las últimas noticias deportivas o chismes del barrio con las mismas frases hechas que llevan repitiendo desde que eran unos niños. La terraza de La Lastra como puente entre dos culturas: otra parte de su clientela son los dominicanos que han creado un gueto en este bloque de edificios, por ello no es raro ver parejas de ancianos españoles con dominicanas maduras. Una tarde escuché a un señor que llevaba a su padre del brazo, decirle al mirar a una de estas parejas riendo: “Una tía así necesitamos para que te cuide”. La terraza de La Lastra como lugar de exploración urbana para los jóvenes modernos de barrios más limpios, porque hay lugares que nunca sufren los recortes de gasto municipal. Me imagino que después de beber cerveza y comer torreznos y boquerones fritos, estos jóvenes colgarán imágenes de su aventura en Instagram y Facebook, se la contarán a sus amigos como si hubieran ido a comprar droga a unos narcos con metralletas.

Andy Warhol decía que la gente no moría. ¿Entonces? Se iba a los centros comerciales. Esa era su teoría. La Lastra permaneció cerrado un par de semanas durante las vacaciones, dejando huérfanos a sus clientes. La orfandad es otra forma de muerte, pero ninguno de esos clientes se marchó a un centro comercial. Los vi vagando por la calle, tomándose una cerveza sentados en un banco, en otras terrazas. Para su suerte, y la mía, La Lastra ha abierto esta semana. Todos han vuelto. Yo lo haré cuando ponga punto final a esta colaboración y baje a hacer la compra.

 

 

 

 

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