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Hace algunos aรฑos intentรฉ hacer una investigaciรณn en el Perรบ sobre el Movimiento por la Amnistรญa y Derechos Fundamentales (Movadef). Esta agrupaciรณn polรญtica, compuesta fundamentalmente por exmiembros de Sendero Luminoso, busca convertirse en partido polรญtico y sus reivindicaciones principales son la mejora de las condiciones carcelarias de los presos por terrorismo y, en un plano menos prรกctico, empujar alguna forma de amnistรญa que los libere –y que jamรกs llegarรก–. Luego de cuatro entrevistas con militantes de la organizaciรณn, desistรญ en mi intento. Los entrevistados me resultaban muy difรญciles de tolerar. La justificaciรณn de la barbarie senderista, la repeticiรณn machacona y robรณtica de argumentos primarios y, no menos importante, la furia con que observaban el mundo y a su entrevistador me llevaron a abandonar la empresa. Demasiado desagradables para estudiarlos. Quizรก con mucha paciencia era posible atravesar la armadura de ideologรญa y rabia que vestรญan, pero yo carecรญa de tamaรฑo aguante. Hundรญ el proyecto.
Pero en aquella investigaciรณn frustrada resonaba un fracaso mรกs grande. En mi propia imposibilidad de entablar un diรกlogo con ellos, cรณmo negarlo, asomaba la incapacidad de la sociedad peruana para conversar sobre el periodo de violencia brutal que desatรณ la insurrecciรณn senderista entre 1980 y mediados de los aรฑos noventa. Una incapacidad general. Los avatares y disputas de todo signo, por ejemplo, que han acompaรฑado el intento de establecer un museo de la memoria en Lima prueban la disfunciรณn. O, para poner un ejemplo llano y transparente, una investigaciรณn reciente del Instituto de Estudios Peruanos (iep) encontrรณ que los profesores de educaciรณn secundaria, a pesar de estar obligados por los currรญculos estatales a enseรฑar lo sucedido en dicho periodo, deciden obviarlo. No saben cรณmo abordarlo, no encuentran las palabras, temen herir alguna sensibilidad y, en medio de ese trance, optan por barrer bajo la alfombra. Las situaciones de este tipo se multiplican en el Perรบ contemporรกneo. Y nadie podrรญa seรฑalarlo como un acto inmoral o irracional. Segรบn el informe final de la Comisiรณn de la Verdad y Reconciliaciรณn peruana (cvr, 2003), el nรบmero de vรญctimas mortales producto de la violencia de aquel periodo se estima en alrededor de 69,000 personas. Y el nรบmero actualizado y documentado de desaparecidos, segรบn el investigador Ronald Gamarra, supera los quince mil. No abundan las sociedades que espontรกneamente deseen remover legados de ese calibre.
Sin embargo, el silencio mayoritario se quiebra cada tanto y surgen situaciones que obligan a enfrentar lo obviado. Son los momentos en que se hace patente la ausencia de palabras para entablar la conversaciรณn. Cuando irrumpe en la sala un residuo de la violencia emergen los gritos de la derecha, los balbuceos de la izquierda y en la sociedad se consolida la voluntad de mirar hacia otro lado. En los รบltimos aรฑos ha habido intentos valiosos de generar una narrativa nacional sobre lo ocurrido. En especial, el informe final de la cvr ha sido el instrumento empรญricamente mรกs rico y mรกs ambicioso en categorizaciones, explicaciones y periodizaciones del conflicto. Sin embargo, por razones muy diversas, estos esfuerzos no han conseguido involucrar a la sociedad peruana en tales honduras. Las grandes sรญntesis, hay que aceptarlo, no han servido de espejo.
No obstante, de manera reciente tambiรฉn han aparecido diferentes formas de testimonio que, urdidas mรกs desde la urgencia personal que desde el deber republicano, pueden brindar un nuevo aire a la postergada conversaciรณn sobre la violencia en el Perรบ. En este artรญculo voy a centrarme en tres libros y una pelรญcula documental donde se presentan los recuerdos y reflexiones de testigos, personas que estuvieron en el centro del conflicto desde distintas situaciones. Los libros son: Los rendidos (Lima, iep, 2015), un texto valioso y valiente, donde Josรฉ Carlos Agรผero, historiador e hijo de padre y madre senderistas asesinados ilegalmente por el Estado peruano, recuerda y reflexiona a partir de (y sobre) tal condiciรณn; Diario de vida y muerte (Cusco, Centro Bartolomรฉ de la Casas, 2004), la ediciรณn de los detallados diarios de Carlos Flores Lizana mientras sirviรณ como pรกrroco en Ayacucho, en medio de la violencia mรกs atroz; Memorias de un soldado desconocido (Lima, iep, 2012), donde el antropรณlogo Lurgio Gavilรกn, que combatiรณ primero en Sendero Luminoso y luego en el Ejรฉrcito peruano, relata su vida, tan dura como cinematogrรกfica. Finalmente, el documental Aquรญ vamos a morir todos de Andrรฉs Mego, que recorre la vida de Julio Yovera, un senderista sobreviviente a una masacre de presos en una cรกrcel peruana en 1986. Ni todos los testigos despiertan simpatรญas, ni cada una de sus historias y remembranzas son igual de transparentes o legรญtimas. Pero todos nos obligan a reaccionar, a responder o a reflexionar. Nada mรกs necesario para una sociedad mudamente indigesta de su pasado. No es todavรญa el guion de su historia reciente, pero despuntan algunas palabras que podrรญan ayudar a hilarlo mรกs adelante.
“Parecรญa que ahรญ estaba la soluciรณn de todo”, afirma la mujer del senderista Julio Yovera, aludiendo a la doctrina que ambos abrazaron. Aunque la radicalidad ideolรณgica de Sendero Luminoso ha sido subrayada muchas veces, estos testimonios permiten verla menos como un abstracto discurso radical que como un aparato ideolรณgico ya incrustado en hombres y mujeres dispuestos a todo en nombre de esas tesis. Es el universo del fanรกtico que nublรณ el siglo XX. Y en Amรฉrica Latina es posible que el รบnico genuino representante del totalitarismo del siglo XX fuese Sendero Luminoso. Sus objetivos ideolรณgicos eran casi cรณsmicos en comparaciรณn con aquellos que dominaron la multitud de insurrecciones armadas que recorrieron el continente: no buscaban una mejor redistribuciรณn de la tierra, tampoco el fin de alguna dictadura y, menos aรบn, una liberaciรณn de pueblos indรญgenas. Sendero Luminoso mostraba, en primer lugar, una fe marxista primaria en el progreso inevitable de la humanidad hacia el comunismo. Abimael Guzmรกn, lรญder de sl, afirmaba pomposamente que el Partido Comunista del Perรบ-Sendero Luminoso era el desarrollo de quince mil millones de aรฑos de materia. Nada podรญa contra eso. Aunque hoy parezca ridรญculo, miles de personas se adhirieron a ese credo que se pensaba cientรญfico aunque estuviese mรกs cerca de la supercherรญa. “La felicidad de la humanidad, eso es lo que anhelรกbamos”, dice Julio Yovera en Aquรญ vamos a morir todos. En segundo lugar, esta finalidad gigantesca y universalmente marxista debรญa cumplirse siguiendo un plan maoรญsta: por la vรญa de una insurrecciรณn campesina que no se detendrรญa ante nada y donde la glorificaciรณn de la violencia se asemejaba a un nihilismo desbordado. Cuando es enrolado en sl a los doce aรฑos en Ayacucho, Lurgio Gavilรกn aprende pronto que la justicia solo serรก posible a travรฉs de un “baรฑo de sangre”. Abimael Guzmรกn adopta el nombre de Presidente Gonzalo y se designa a sรญ mismo cuarta espada del comunismo (luego de Marx, Lenin y Mao). Los documentos senderistas se refieren a รฉl como “el mรกs grande marxista viviente sobre la Tierra”. La radicalidad de los objetivos senderistas, los medios nihilistas y el liderazgo mรญstico y absoluto de Guzmรกn sobre sus huestes convirtiรณ a sl en una organizaciรณn letal.
En estos relatos testimoniales aparece una caracterรญstica adicional en los militantes y combatientes senderistas: la pobreza. Si bien es sabido que la cรบpula estuvo dominada por profesores universitarios de provincias, en especial de Ayacucho, el grueso de la tropa estaba compuesto por los extractos mรกs necesitados de la sociedad peruana. En el libro de Josรฉ Carlos Agรผero es patente la precariedad urbana de esta familia de “senderistas del montรณn”. Viven en chozas de esteras en barrios marginales de Lima. El mismo perfil de pobreza urbana aparece en las tomas de la casa de Julio Yovera. En el mundo rural donde discurre el relato de Lurgio Gavilรกn la dinรกmica no es distinta, los senderistas se hacen fuertes entre los desposeรญdos y olvidados del paรญs, los campesinos quechuahablantes. La carencia urbana y rural, desde luego, ni los exculpa ni los hace simpรกticos –pues la gran mayorรญa de los peruanos mรกs humildes nunca se adhiriรณ a sl–, pero es un elemento que viene a completar la radicalidad ideolรณgica. Como si esta solo pudiera hacer combustiรณn al entrar en contacto con la indigencia. Y la carestรญa se hizo general y gravรญsima durante la dรฉcada de los ochenta. Surgรญa, entonces, el combatiente con el que soรฑaba Abimael Guzmรกn, uno que “lleva la vida en la punta de los dedos”. Es la imagen que nos deja Agรผero sobre su madre. En 1992, cuando decenas de senderistas son capturados y asesinados por el Estado, mucha gente le sugiere que se vaya del paรญs. A pesar de que la madre percibe que su vida estรก en peligro y que la empresa senderista se desploma, no puede abandonar lo รบnico que da sentido a su vida. Y muere de tres balazos anunciados. El tรญtulo del documental sobre Yovera alude exactamente a lo mismo: morir por el partido, matando si es posible, todos prestos a otorgar o generar la “cuota de sangre” que Guzmรกn, en otra de sus frases mรญstico-sanguinarias, reclamaba como requisito para la construcciรณn de su nueva democracia popular.
Ademรกs de ayudarnos a recuperar un perfil de carne y hueso del militante de sl, estos testimonios poseen la virtud de reintroducir la atmรณsfera de caos e incertidumbre propia de la violencia que las grandes explicaciones o sรญntesis, casi por definiciรณn, tienden a obviar. En este sentido el Diario de vida y muerte de Carlos Flores es un documento tristemente rico sobre la inestabilidad e incertidumbre que la barbarie trae consigo. Flores fue pรกrroco en Ayacucho entre 1988 y 1991 y su diario registra las atrocidades mรกs salvajes por parte de sl y de las Fuerzas Armadas (ffaa). Para darnos una idea del tamaรฑo de la tragedia: segรบn la Comisiรณn de la Verdad y Reconciliaciรณn, si el resto del Perรบ hubiese sufrido una violencia proporcional a la ocurrida en Ayacucho los muertos bordearรญan el millรณn. A su llegada al departamento, los apuntes de Flores son de รญndole diversa, pero, conforme transcurre el tiempo, el horror monopoliza su reflexiรณn e indignaciรณn. Todas las periodizaciones de la violencia coinciden en que aquellos no fueron los aรฑos mรกs severos del conflicto sino el momento en el que se establece la alianza entre las ffaa y las comunidades campesinas, que a la larga permitirรก la derrota de sl. Leer los diarios de Flores, sin embargo, nos obliga, si no a negar aquellos brochazos grandes y explicativos, al menos a considerar que no son tan categรณricos como podrรญamos asumir.
Cuando Flores viaja fuera de la capital ayacuchana encuentra comarcas arrasadas por la guerra, pueblos donde solo quedan niรฑos y mujeres. Los prelados no se dan abasto para la demanda de misas de difuntos. Condena con igual รญmpetu los asesinatos de sl y de las ffaa contra la sociedad civil y vemos la dinรกmica que permite que ambos bandos abusen de la poblaciรณn: se trata de campesinos alejados, sin recursos y quechuahablantes. Lo mรกs excluido de la sociedad peruana. Como dice un militar en algรบn momento respecto de unos detenidos, “solo hay cholitos de ojota”. Flores percibe pronto lo que serรก mรกs tarde una constataciรณn recurrente: que, a diferencia de Argentina, Chile o Uruguay, en el Perรบ la violencia mรกs brutal no la sufren los ciudadanos de clase media con voz y representaciรณn sino, en una dinรกmica cercana a la centroamericana, individuos que, por estar al margen de la vida pรบblica, pueden esfumarse sin dejar mayor rastro. Poco a poco Flores parece convertirse en el notario de una gigantesca fosa comรบn. Los cadรกveres son lanzados a la selva desde helicรณpteros, otros son echados a los cerdos, se amputan dedos para que los cuerpos sean irreconocibles, funcionan hornos donde se quema vivos a los senderistas o sospechosos de serlo (el relato de Gavilรกn tambiรฉn alude a estos hornos) y, en pรกginas desoladoras, sabemos que las enfermas mentales de la calle son recurrentemente violadas y deambulan luego embarazadas. Ante la situaciรณn, un desesperado Flores describe la actuaciรณn de los militares como una “depravaciรณn diabรณlica”. A los senderistas los llama “hijos de puta”. Ambos bandos, sabe, podrรญan matarlo.
Sin embargo, Flores constata tambiรฉn que la sociedad en muchos casos no solo sufre la violencia sino que la practica desde lรณgicas ajenas al conflicto principal. Aparecen en estos diarios situaciones que investigaciones antropolรณgicas recientes han subrayado: comunidades campesinas que aprovechan el conflicto para prolongar o resucitar viejas riรฑas, o que se acusan entre ellas ante los militares y ante sl. Los narcotraficantes, asimismo, sacan provecho para establecer negocios con insurrectos y militares. Y en la ciudad, delincuentes comunes pescan en ese rรญo revuelto, extorsionando en nombre de sl o de las ffaa. En algรบn pasaje, Flores anota la muerte de una comerciante de la cual se ignora si muriรณ por vender carne a los militares o por tener dos hijos senderistas. Quiรฉn sabe. La guerra adopta una furia sin lรณgica (o con demasiadas lรณgicas) que produce una violencia general y caรณtica. Como afirma Arno Mayer en Las Furias (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2014), su estupendo libro sobre la violencia en las Revoluciones francesa y rusa, si bien la ideologรญa es clave para desatar la violencia, una vez generada se despliega con su propio caos.
Ante la ferocidad de un conflicto que durante los aรฑos ochenta se expandiรณ gradualmente sobre los Andes peruanos y tambiรฉn hacia Lima, los diagnรณsticos eran sombrรญos. La mayorรญa de los cientรญficos sociales vislumbraba una guerra prolongada entre sl y el Estado; una violencia que, fortalecida por la pobreza, las desigualdades y el รกnimo milenarista del Ande, darรญa lugar a una guerra interminable en la que ningรบn bando doblegarรญa al otro. Otros, mรกs pesimistas, consideraban una posible victoria senderista. Y, sin embargo, de manera inesperada y rรกpida, sin entablar pelea con esas supuestas fuentes tectรณnicas de la violencia, sl fue derrotado. Los tres libros tambiรฉn nos dan una imagen de este proceso. De un lado, ponen de manifiesto la pobreza y precariedad de sl como fuerza militar, y del otro, hacen patente la debilidad del Estado peruano, que se dejรณ avasallar por dicha insubordinaciรณn. En el relato de Lurgio Gavilรกn sobre su paso por sl, el lector queda pasmado ante la miseria de esos senderistas. Ademรกs de morir a manos de autodefensas organizadas y de las ffaa, caen producto del cansancio y el frรญo, la tuberculosis y el hambre. Se alimentan de raรญces y beben nieve de las montaรฑas. ¿Cuรกn precario debe ser un Estado para trastabillar ante una guerrilla de famรฉlicos? ¿O, mรกs bien, nunca trastabillรณ y los senderรณlogos imaginaron un enemigo formidable donde no lo habรญa? Un poco de ambas, seguramente. A los quince aรฑos Lurgio Gavilรกn es capturado por los militares, le perdonan la vida y pasa a pelear con el ejรฉrcito. Y aunque ya no vive en la necesidad radical y permanentemente, cuando patrulla por largo tiempo en las alturas de Ayacucho vuelve a sufrir hambre. Es una guerra entre hambrientos, soldados necesitados en uno y otro lado.
Pero no fue solo la escasez de recursos de sl lo que permitiรณ su derrota. De un lado, como asoma en algunos pasajes de Diario de vida y muerte y en Memorias de un soldado desconocido, las Fuerzas Armadas comprendieron finalmente contra quiรฉn luchaban. Aunque no se tornase una actividad contrasubversiva propia de un Estado de derecho, se hizo selectiva y se martirizรณ menos a la poblaciรณn civil. En 1990, Flores Lizana anota en su diario que los senderistas estรกn sufriendo muchas capturas. En Lima, Josรฉ Carlos Agรผero describe la misma situaciรณn. A partir de 1991 se produce una cascada de capturas y asesinatos de senderistas. Con mรกs paciencia que fuerza indiscriminada, las ffaa desbaratan rรกpidamente al grupo terrorista. Esta sucesiรณn de detenciones desemboca en la captura del lรญder en septiembre de 1992. Ante el mesianismo de la organizaciรณn, el cuerpo senderista colapsa al ser decapitado. Julio Yovera lo afirma frente a la cรฉlebre foto de Guzmรกn detenido y enjaulado: “era imposible de creer”. De manera similar, Josรฉ Carlos Agรผero confiesa una suerte de determinaciรณn existencial senderista, pues ante la captura de Guzmรกn (ocurrida luego de los asesinatos de sus padres) confiesa que, en varios sentidos, su vida se habรญa extinguido. Transitan de la militancia radical al desamparo radical. El mundo sigue ahรญ, pero ahora es completamente ajeno. Y el futuro, como en la frase de Valรฉry, no era ya lo que habรญa sido antes. Guzmรกn, quien durante aรฑos exigiรณ de parte de todo el mundo sacrificio y sangre, le ofreciรณ al presidente Fujimori la rendiciรณn total, unas semanas despuรฉs de ser capturado y a cambio de unas pocas prebendas.
Estos testimonios brindan a los peruanos la posibilidad de reencontrarse con su pasado, y no solo con las imรกgenes que desde esos aรฑos les han llegado. Les permiten tambiรฉn asomarse a las motivaciones, barbarie e incertidumbre que sufrieron pero que tambiรฉn, en muchos casos, engendraron. Sin embargo, estos documentos no son fuentes primarias para un historiador lejano, han sido producidos y publicados para hablarle al Perรบ contemporรกneo. En el fondo, el tema, mรกs o menos explรญcito, de todos ellos es el de la responsabilidad: ¿cรณmo respondo y respondemos ante lo sucedido? Sobre dicha cuestiรณn el libro de Josรฉ Carlos Agรผero es el mรกs sรณlido y complejo. La postura de Julio Yovera, por lo pronto, es la de los senderistas derrotados pero satisfechos de la barbarie desatada. Comentando el tormento al que sometieron a distintas poblaciones en los Andes del Perรบ, seรฑala: “Algunos dicen que se aniquilรณ campesinos, pero hay campesinos con una mente reaccionaria, aburguesados […] ellos necesariamente son obstรกculo a la revoluciรณn.” Es decir, no niega lo ocurrido, en realidad les niega la condiciรณn de campesinos por carecer del tipo de mentalidad que, segรบn el senderismo, deberรญan poseer. Y concluye, “algunos mandos se han excedido, pero la guerra es asรญ”. No aparece aquรญ ninguna responsabilidad y mucho menos culpa. Todo fue producto de la historia, la guerra, la revoluciรณn. Una postura contraria aparece en los diarios de Carlos Flores. En tanto pรกrroco testigo de numerosas atrocidades de cada sector de la sociedad, se siente รญntima y cristianamente responsable ante su comunidad y sus fieles. Se duele ante las vรญctimas inocentes de la violencia y รฉl mismo es permanentemente una potencial nueva vรญctima. Y, sin embargo, asume su labor con tal responsabilidad frente a los individuos arrasados por la arbitrariedad de la guerra que uno alcanza a distinguir en estos diarios los ocultos filamentos cristianos que ayudaron a incubar el liberalismo. Lurgio Gavilรกn, por su parte, escribe con un sentido de responsabilidad social (“para que nunca vuelva a ocurrir algo asรญ en el Perรบ”), pero no llega a convertirse en el personaje, el actor, de una guerra que peleรณ tanto con sl como con el ejรฉrcito. Si en la visiรณn de Yovera los verdaderos actores de la guerra son inmensas categorรญas sociales (la historia, la guerra, la revoluciรณn), en la de Gavilรกn son organizaciones sociales: sl y el ejรฉrcito. รl parece mรกs un cronista que acompaรฑรณ a la tropa y hoy nos cuenta lo que observรณ. Aunque podemos suponer que haber participado en aquella violencia salvaje de uno y otro bando deja huellas traumรกticas, remordimientos, culpas, lo cierto es que resulta difรญcil distinguirlas en la narraciรณn.
En Los rendidos, Josรฉ Carlos Agรผero desarrolla a la vez un sentido de responsabilidad social y la tarea de pensar su propio papel en medio del conflicto. La fuerza del libro descansa en la legitimidad de una subjetividad inteligente, capaz de plantear las preguntas –no las respuestas– que la mayorรญa de los peruanos no podemos expresar ni deseamos oรญr. ¿El senderista aniquilado a punta de lanzallamas hasta convertirse en una mancha de grasa en la pared de una cรกrcel tenรญa derecho a no morir de esa manera? ¿Un senderista o familiar de senderista puede ser vรญctima de una arbitrariedad o es una bacteria infecciosa a la que mal harรญamos en reconocerle ningรบn derecho? La situaciรณn familiar de Agรผero y la honestidad de su relato le permiten plantear con seriedad y profundidad estas preguntas. En boca de un polรญtico o de un intelectual las descartarรญamos con facilidad. Aquรญ no se puede, no hay manera.
Progresivamente, hacia las รบltimas pรกginas del libro, Agรผero adopta un tono implรญcitamente cristiano, asediando a la nociรณn de perdรณn, dialogando con Levinas y Ricลur, para terminar brindando un perdรณn general a los individuos y a no se sabe quรฉ mรกs. Asoma en esas รบltimas pรกginas una grandilocuencia que traiciona al perdรณn humilde. ¿A quiรฉn quiere perdonar Agรผero? ¿Quiere y cree poder limpiar de pecado a un paรญs completo con sus reflexiones? Y concluye: “Pero sรฉ, mi perdรณn no vale nada. No ayudarรก a la paz.” Es cierto, su perdรณn genรฉrico, mรกs voluntarioso y altivo que expresiรณn de una necesidad, no servirรก de gran cosa. Y, sin embargo, el libro que ha escrito servirรก enormemente a los peruanos. Porque su รฉxito no debe medirse desde esa tarea espiritual y comรบn que se plantea hacia el final, sino desde las dudas y preguntas que Los rendidos siembra en cada lector y que, si bien no lo inducirรก a “completarse en los demรกs”, es seguro que lo inducirรก a pensar. Y eso ya es mucho ante un tema que a menudo nos empuja a no hacerlo. ~