Fan Fiction: Una visita al doctor Watson

Con esta entrega sobre la vida futura del compaรฑero de Sherlock Holmes, cerramos la serie de fan fiction.ย 
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El doctor abre la puerta. Extraรฑa, por los amaneramientos en sus comunicaciones y los rรฉditos que uno imagina le habrรก entregado una vida tan como la suya, que no tenga ayudante; un mayordomo o ama de llaves, una persona a su servicio en general. Serรญa, ademรกs, consecuente con ciertos rasgos suyos: el modo de mirar sin convicciรณn, las extraรฑas pantuflas, el gesto afectado pero al mismo tiempo cordial. Pero no lo tiene. ร‰l mismo abre la puerta. ร‰l mismo se presenta, recuerda la cita concertada con anticipaciรณn y, con una impaciencia cordial que porta como distintivo de otra รฉpoca, una de garbo y suficiencia, me hace pasar a la sala de estar de su bรบngalo de retirado.

Como cualquier otro entrevistador en mi lugar, busco en las paredes y en los estantes mementos de aquel tiempo, de sus aรฑos en activo, objetos que recuerden a su famoso asociado, pero no hay nada. Las paredes carecen de ornato; hay dos libreros: uno que aloja dos macetas con enredaderas lรกnguidas, una taza con una cuchara dentro, otra maceta llena de tierra y algunas envolturas plรกsticas. El otro contiene en sus repisas altas varias colecciones de revistas, un vademรฉcum aรฑos desfasado, anuarios, manuales y demรกs parafernalia propia de un doctor en medicina. Pocos efectos mรกs. Papeles, sobres, la utilerรญa de la desidia.  

“No tolero los mosquitos…”, dice mientras camina delante de mรญ. Va directo a la cocina. Obvia, la cocina: platos que parecen pequeรฑas incrustaciones de porcelana en un asteroide de mugre; envases de cartรณn, basura varia, cochambre. “¿Perdรณn?”, respondo. “Los mosquitos, sabe, esos insectos infames. Pues no los tolero”. La disonancia entre la expectativa y el personaje actual se repetirรก a lo largo de toda la tarde. Entrevistador de profesiรณn, pero ante todo fanรกtico: es para mรญ demoledora.  

Ya sale de la cocina y es la primera vez que puedo mirarlo con claridad:

Ha pasado el tiempo, ni como ocultarlo. El famoso doctor no estรก en piyama pero podrรญa estarlo: usa unas bermudas largas y percudidas que pertenecieron seguramente a un viejo atuendo de explorador; las sandalias son al mismo tiempo pantuflas y parecen estar hechas de piel; debajo de la bata, una camisa a cuadros, que no estรก hecha de seda pero el maltrato y la vejez de las fibras la adelgaza y la vuelve casi translรบcida. Una mano alojada entre el resorte de la bermuda y la barriga; la otra sostiene un vaso alto rebosante de gin tonic.

Se queda quieto, como si supiera cuรกl es su funciรณn: mostrarse y ser escrutado por los extraรฑos que le solicitan una audiencia. “Entiendo que vienes a lo mismo que los otros…”, dice, y se desploma en un sillรณn igual de osteoporoso. Su voz, un hรกlito de alcohรณlico. La frase la deja ambigua, no es un final sino una pausa larga.

“Doctor, me gustarรญa preguntarle por el primer encuentro con…”. No puedo terminar porque ya estรก hablando de nuevo de mosquitos, sobre la diferencia entre los mosquitos de Afganistรกn y la India y los mosquitos acรก. Parece tener una teorรญa muy bien pensada sobre la intencionalidad de sus picaduras, sobre lo deliberado de sus molestias. Lo dejo hablar, y aprovecho para tomar nota de los alrededores.

Es lamentable el estado del living de este condominio.  Los muebles bien pudo haberlos hallado en alguna cochera. No guardan, sin embargo, el embrugo vintage de haber sido el mobiliario victoriano de Baker Street: estos simplemente son feos y viejos. El estado de las cortinas se asemeja al de las bermudas: percudidas y manchadas. La humedad del ambiente hace un poco mรกs penetrante el olor a orina que despide algo en el entorno. Huele a jubilaciรณn y a demencia senil. Huele a nostalgia por aquellos tiempos.  

“Doctor, lo interrumpo para considerar con usted la influencia que su cercanรญa con un practicante de la deducciรณn…”

De nuevo, mi pregunta queda inconclusa porque el doctor ha decidido hablar ya no de moscos, sino de abejas. Esta vez, lo escucho con un poco mรกs de atenciรณn, sabedor de que la apicultura fue uno de los pasatiempos finales de su aventajado compaรฑero. Ante tan evidentes muestras de desorden mental es necio fingir interรฉs y atenciรณn: divaga y balbucea. El vaso de ginebra suda sobre la mesa, calculo que habrรก tomado unos tres o cuatro tragos breves, no mรกs. Quizรก estรก cansado, el doctor. No tiene sentido lo que dice. No me estรก dando nada. “Las abejas son partรญculas elementales… son propiedades curativas… carajo… abejas”, dijo en algรบn momento. Es el doctor, el famoso doctor Watson, sobreviviente y cercano, pero aรบn asรญ, es desesperante escuchar incoherencias en una sala olor a meados cuando se supone que tendrรญa que estar atestiguando las confidencias de los mรกs cรฉlebres equipos de detectives de la historia.

Despuรฉs de varias frases y silencios, de mirar los dos como la tarde borra los detalles del paisaje; despuรฉs de un vaso mรกs de ginebra que vuelve a quedar sudando sobre la mesa de centro, el doctor por fin dijo lo รบnico aprovechable de toda la tarde.

Sin que mediara pregunta –ya habรญa yo perdido la esperanza, y ademรกs la garganta se me fue secando nomรกs de ver esa ginebra ahรญ aguandose y el doctor que no ofreciรณ nada– รฉl sรณlo comenzรณ a decir.

“Siempre supo que yo era el brillante, el verdadero detective, el articulado de los dos. Brillante, pero dejado. Su gran habilidad era la manipulaciรณn, el muy cabrรณn. Si entiendo bien, eso es a lo que vienes. A lo que vienen tus amigos, tus colegas, eso quieren saber. Echar una piedra al pozo de mi resentimiento y escuchar quรฉ tanto tarda en tocar fondo. Pues eso. Siempre supo. Lo sabรญamos los dos. Lo saben tus amigos que vienen a estar zumbando en las orejas, esos mosquitos. Esos mosquitos de piedra… Elemental esto, elemental esto otro… La petulancia… la condescendencia…” Este monรณlogo durรณ mรกs o menos quince minutos. Quince minutos de incoherencia creciente. Quince minutos de palabrotas y manoteos. Terminรณ hablando, nuevamente, de abejas.

Anochecรญa, la visita habรญa servido de muy poco. Tenรญa el pรกrrafo anterior, el ridรญculo, el desvalijado presente de un hรฉroe del pasado, nada mรกs. Es regla tรกcita que en este periodismo nada se desperdicie, pero francamente me parece que este fue un plato muy pellejudo. No se callaba, el doctor. Finalmente, a manera de despedida, no pude evitar intervenir.

“Doctor, usted era un caballero, un figurรญn, ¿quรฉ le pasรณ?”

Detuvo su soliloquio salivante, me mirรณ y no queda duda que el tren dejรณ esta estaciรณn hace mucho tiempo. 

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(ciudad de Mรฉxico, 1980) es ensayista y traductor.


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