Conor Cruise O'Brien, el gran escritor irlandรฉs que representรณ a su paรญs ante las Naciones Unidas en el espinoso caso de la independencia del antiguo Congo Belga, recuerda en sus memorias un epigrama que escuchรณ en los primeros dรญas de su arribo a la organizaciรณn:
Si eres nuevo en esta escuela
aprende esto aunque te duela:
que un proyecto es desatino
si golpea al bloque latino.
"Buen consejo —agregaba O'Brien— por el cual me guiรฉ."1 El bloque latinoamericano, como se le conociรณ desde el principio, habรญa tenido un peso tan notable como benigno en la gestaciรณn de las Naciones Unidas. A partir de la Conferencia de Chapultepec, llevada a cabo en la ciudad de Mรฉxico cuando aรบn estaban abiertos los frente de la guerra (febrero-marzo de 1945), el bloque insistiรณ, por ejemplo, en la necesidad de conformar un organismo regional sin detrimento del proyecto rooseveltiano de las Naciones Unidas. En su obra reciente, el Act of Creation: the Founding of the United Nations, Stephen C. Schlesinger da cuenta de los dolores de cabeza que el bloque latino (apoyado por el subsecretario de Estado Nelson Rockefeller) dio en su momento al secretario de Estado de Truman, Edward Stettinius, quien se oponรญa en principio a la consolidaciรณn de grupos regionales que, a su juicio, socavaban el sentido universal del proyecto. Stettinius se equivocaba. "Los Estados de Latinoamรฉrica le hicieron a Estados Unidos un inmenso favor en San Francisco, no sรณlo al hacer posible la coacciรณn de leyes a nivel hemisfรฉrico, con un mรญnimo de interferencia de las Naciones Unidas, sino al darles una protecciรณn legal en el Artรญculo 51 para la posterior creaciรณn de la OTAN." Al paso de los aรฑos, el mismรญsimo John Foster Dulles confesรณ a Rockefeller: "Te debo una disculpa. Si ustedes no lo hubieran hecho, tal vez nunca hubiรฉramos tenido OTAN."2
El peso del bloque latinoamericano no se debรญa, por supuesto, a su importancia econรณmica o militar, sino al nรบmero de sus integrantes, a la experiencia diplomรกtica nada despreciable del conjunto, y a un factor invisible aรบn para los protagonistas de aquellas jornadas. Me refiero a la muy antigua vocaciรณn jurรญdica internacionalista de los paรญses de raรญz hispรกnica. Aรบn ahora, detrรกs de muchas posturas latinoamericanas en la ONU (y al margen de su acierto o pertinencia), se escuchan ecos de la rica tradiciรณn neoescolรกstica del siglo xvi espaรฑol representada, entre otros, por el fraile dominico Francisco de Vitoria (1486?-1546), cuya idea de la humanidad, concebida como una persona moral que agrupa a todos los Estados sobre la base del derecho natural, es uno de los fundamentos reconocidos del derecho internacional moderno. Los temas que ocuparon a Vitoria son tan cruciales ahora como lo fueron en el momento en que Espaรฑa se debatรญa sobre las responsabilidades morales y las implicaciones teolรณgicas de la Conquista. Es fรกcil descartar estas reminiscencias como muestras de retraso, pero las preguntas que desvelaron a aquellos teรณlogos obsesionados con asegurar el carรกcter cristiano de la Conquista han vuelto a las primeras planas de los periรณdicos: ¿Cuรกndo es lรญcita una guerra? ¿Es legรญtimo el dominio y los tรญtulos de propiedad emanados de ella? Vitoria vindicรณ los derechos originales de las sociedades indรญgenas a sus tierras, pero daba al menos dos razones para justificar una intervenciรณn armada en tรฉrminos humanitarios: los sacrificios humanos y la censura a la predicaciรณn del Evangelio. Traducida libremente al siglo XXI, el genocidio y la opresiรณn polรญtica le habrรญan parecido argumentos para validar una acciรณn armada. Vale la pena releerlo: Vitoria es nuestro contemporรกneo.3
Esa vieja tradiciรณn jurรญdica (que en Nueva Espaรฑa, por ejemplo, llevรณ a dictar leyes y a crear instituciones protectoras que atenuaron la condiciรณn de servidumbre, esclavitud y despojo de los indรญgenas, como no lo hizo la conquista britรกnica en el norte de Amรฉrica y, despuรฉs, la angloamericana en el ancho Oeste), se enriqueciรณ, a partir de la segunda mitad del siglo XIX y a lo largo del XX, con la experiencia histรณrica misma de la regiรณn.
A pesar de que este conjunto de naciones nunca pudo —aunque lo soรฑรณ desde Bolรญvar— concretar el anhelo de una uniรณn similar a la estadounidense, al verse como territorio real o potencial de disputa entre las potencias del siglo XIX (Gran Bretaรฑa, Estados Unidos, Alemania y aun Japรณn), pudo desarrollar doctrinas cuyo carรกcter defensivo se volviรณ mรกs acusado en la zona del Caribe, Centroamรฉrica y Mรฉxico, donde los estadounidenses hicieron sentir innumerables veces su presencia, no sรณlo a travรฉs de sus empresas y representantes diplomรกticos, sino de sus marines. De nueva cuenta, los temas que abundan en la prensa de nuestros dรญas (cuestiones como la soberanรญa de los Estados, o las justificaciones, costos y peligros de las intervenciones militares) resultan familiares para el hispanoamericano mรญnimamente conocedor de la historia. No es casual que la regiรณn haya dado desde el siglo XIX juristas eminentes como los argentinos Carlos Calvo y Luis Drago o el mexicano Genaro Estrada, creadores de sendas doctrinas que llevan sus nombres y que, respectivamente, impidieron la ocupaciรณn militar de un paรญs por motivos de deudas, determinaron la jurisdicciรณn local en las disputas mercantiles y establecieron el principio de la no intervenciรณn en los asuntos internos de otros Estados.4
Aquel remoto debate jurรญdico sobre la Conquista espaรฑola y el cuerpo de doctrina defensiva internacionalista que se fue creando durante los siglos XIX y XX, para contrapesar el poderรญo de la potencia hegemรณnica regional, tuvieron un momento crucial de prueba en el caso cubano. Consumado el paso de Cuba al bloque soviรฉtico —que las voces liberales de Amรฉrica Latina venรญan anticipando desde hacรญa dรฉcadas, sin ser escuchadas por Washington, que apoyaba como siempre a sus "tiranos รบtiles"—, la Organizaciรณn de Estados Americanos relevรณ al Consejo de Seguridad en la tarea de enfrentar el problema (como en el precedente guatemalteco de 1954 y la ocupaciรณn de la Repรบblica Dominicana en 1965) y, con la sola excepciรณn de Mรฉxico, se alineรณ con Estados Unidos. Esta aparente anomalรญa fue, en el fondo, un servicio mรกs de un paรญs del "bloque latino" a Estados Unidos, porque, al mantener relaciones con el rรฉgimen de Castro, ademรกs de evitar el estallido de guerrillas en su territorio, Mรฉxico mantendrรญa abiertos los canales de comunicaciรณn y distensiรณn a lo largo de la Guerra Frรญa.
En la dรฉcada de los setenta y ochenta, el comรบn denominador de la actuaciรณn latinoamericana en la ONU (con diferencias y matices) fue de una pertinaz aunque moderada discrepancia con los lineamientos estadounidenses. En los setenta, el tema de discordia ventilado en la ONU fue (como ahora, de nueva cuenta) el de la distribuciรณn mundial de la riqueza, y la disidencia de algunos paรญses los llevรณ a alinearse con las posturas polรญticas de los paรญses "no alineados" o a presionar a los paรญses desarrollados a travรฉs del Grupo de "Los 77". Los resultados de esa actitud (que tambiรฉn vuelve a repuntar en nuestros dรญas, en las divergencias con Estados Unidos y Europa a propรณsito del comercio internacional) fueron pobres en beneficios prรกcticos pero riquรญsimos en retรณrica populista. En la dรฉcada siguiente, el tema crucial fue la guerrilla centroamericana. Estados Unidos acentuรณ su polรญtica militar (a travรฉs del apoyo a la contrainsurgencia); por contraste, varios paรญses de Amรฉrica Latina se unieron para presionar por la vรญa del diรกlogo entre las guerrillas y los gobiernos. Los protagonistas diplomรกticos de aquel momento —los cancilleres del "Grupo Contadora", por ejemplo— consideran, no sin razรณn, que sus esfuerzos de negociaciรณn, alentados por la ONU, contribuyeron al desenlace democrรกtico en Nicaragua y El Salvador mรกs que la polรญtica bรฉlica de Reagan. El caso particular de El Salvador, la vรญa negociadora cosechรณ frutos tangibles y, llegado el momento de la transiciรณn (como en nuestros dรญas ha ocurrido en el caso de Timor Oriental), la propia ONU tuvo un desempeรฑo destacado: organizรณ las elecciones, proporcionรณ funcionarios de casilla, entrenรณ a la policรญa. Al sobrevenir la dรฉcada de los noventa, la atenciรณn mundial se desviรณ hacia otros polos de conflicto: Iraq, los Balcanes, Ruanda. Pero el viejo bloque latinoamericano podรญa mirar hacia atrรกs con cierta satisfacciรณn: tras medio siglo de participaciรณn en la ONU, los paรญses del รกrea parecรญan haber superado su viejo trasfondo tirรกnico (las dictaduras de derecha e izquierda), y en un marco de paz adoptaban continentalmente la democracia y la liberalizaciรณn econรณmica. Los dos paradigmas que habรญan guiado esa diplomacia —el legalismo y el carรกcter defensivo— habรญan mostrado su utilidad. Pero, ¿serรญan pertinentes para el siglo XXI?
Desde 1965, Daniel Cosรญo Villegas (que habรญa presidido el Consejo Econรณmico y Social de las Naciones Unidas, el ECOSOC) habรญa puesto ambos paradigmas en tela de juicio, al menos en el caso mexicano. En cuanto al primero, el legalismo, opinaba: "El ejercicio continuo de concebir y presentar jurรญdicamente sus intereses y opiniones ha contraรญdo la consecuencia deplorable de una deformaciรณn profesional, o sea la incapacidad para darse cuenta de que ciertos problemas son de tal modo polรญticos, que resulta no ya irreal sino peligroso pretender enfocarlos mediante la exรฉgesis jurรญdica." Por otra parte, en cuanto a la obsesiรณn defensiva, "el mexicano debรญa haberse preguntado hace tiempo, en la soledad de su recogimiento y no en la plaza pรบblica, donde sรณlo se hace demagogia, por quรฉ diablos Estados Unidos tiene que ser por fuerza enemigo de Mรฉxico".5
รste fue, justamente, el dilema de la diplomacia mexicana frente a la guerra de Iraq. Las encuestas de opiniรณn pรบblica y la gran mayorรญa de la clase polรญtica apoyรณ que la postura mexicana se alineara con la francesa. Lo hizo por apego a los dos paradigmas, pero sin reparar —como seรฑalรกbamos algunos crรญticos minoritarios— en las posibles consecuencias prรกcticas que la postura mexicana podrรญa tener para el futuro del Consejo de Seguridad de la ONU y para las complejรญsimas relaciones bilaterales entre Mรฉxico y Estados Unidos. Guiado por el legalismo y los reflejos defensivos y antiestadounidenses que podรญan darle puntos de popularidad, el gobierno de Fox se mostrรณ renuente a apoyar la acciรณn contra Hussein, decisiรณn discutible pero explicable al fin y al cabo por las manifestaciones de repudio que, sin duda, habrรญa tenido que enfrentar. Sin embargo, lo verdaderamente grave fue el acto innecesario y antidiplomรกtico en que revelรณ a posteriori el sentido negativo del voto que eventualmente habrรญa tenido que emitir. Quienes argumentamos a favor del voto no comulgรกbamos, por cierto, con la forma y los tiempos del ataque a Iraq, pero reconocรญamos (como la representaciรณn francesa, en teorรญa) la continua violaciรณn de Hussein a las resoluciones de la ONU, y nos preocupaba que los intereses objetivos de Mรฉxico y hasta la suerte de decenas de millones de migrantes pudiesen salir perjudicados. Los enormes problemas que hoy enfrenta la ocupaciรณn de Iraq y el nuevo acercamiento de Estados Unidos al Consejo de Seguridad (cuando antes de la guerra habรญa funcionarios estadounidenses que consideraban "irrelevante" a la ONU) parecerรญan validar a Francia y Mรฉxico, en el sentido de que habรญa opciones mejores que la que finalmente se adoptรณ, pero el proceso sigue abierto y la discusiรณn estรก lejos de haber culminado. Mientras tanto, las relaciones bilaterales entre Mรฉxico y Estados Unidos se han deteriorado.
En el rรญspido debate sobre la postura mexicana en la guerra de Iraq, resaltรณ una convergencia: todos otorgaban a la ONU un papel preponderante en la vida internacional. ¿Cuรกl serรญa su postura ahora? Segรบn el Pew Global Attitudes Project, en los meses posteriores a la guerra de Iraq las Naciones Unidas sufrieron una pรฉrdida sustantiva de credibilidad a nivel mundial, al grado de que una muestra representativa de todas las regiones duda que la organizaciรณn ejerza una "buena influencia". La caรญda es vertical en cuatro de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (en Estados Unidos, de 72% a 43; Gran Bretaรฑa de 78 a 41, Francia de 75 a 47, Rusia de 45 a 31), y es notable tambiรฉn en Italia, Alemania, Paquistรกn y el Brasil (que bajรณ del 45 al 33), y la opiniรณn se mantuvo en "zona de desastre" respecto de Israel (24) y la Autoridad Nacional Palestina (18). Con todo, es improbable que en Mรฉxico los porcentajes hayan variado desde 2002, cuando un 63% de los encuestados manifestaba que la ONU ejercรญa una influencia "muy buena" o "buena".6
Al menos en Mรฉxico, y seguramente en varios otros paรญses del antiguo "bloque latino", la ONU no sรณlo conserva su legitimidad sino que goza de buenos รญndices de credibilidad debido a los trabajos de sus agencias: el combate de la FAO a las hambrunas en รfrica, el apoyo a la niรฑez en la UNICEF, la prevenciรณn y detecciรณn de epidemias globales por la OMS, los trabajos de la Comisiรณn para Refugiados, el juicio al genocida Milosevic en el Tribunal Internacional para Crรญmenes de Guerra, las detecciones de la Agencia Internacional de Energรญa Atรณmica en Irรกn son, todos ellos, logros que no pasan inadvertidos en Latinoamรฉrica, regiรณn que —significativamente— cumpliรณ desde un principio con los tratados de no proliferaciรณn de armas nucleares y de la cual han salido un secretario general de la ONU (el peruano Javier Pรฉrez de Cuรฉllar) y al menos dos Premios Nobel de la Paz (el argentino Adolfo Pรฉrez Esquivel y el mexicano Alfonso Garcรญa Robles). Las dudas no ataรฑen tanto a la credibilidad como a la eficacia de la ONU (y en particular, del Consejo de Seguridad) para enfrentar los problemas del mundo actual.
La corriente legalista tiene sus propuestas: ampliar el Consejo de Seguridad, crear posiciones "semipermanentes" para paรญses miembros que, sin tener poderรญo nuclear, dispongan de probada autoridad moral, y reglamentar el veto. Pero, ante los conflictos de hoy, el discurso legalista suena a veces insustancial. En las circunstancias actuales, por ejemplo, ha quedado claro el carรกcter relativo de la soberanรญa de los Estados, sobre todo de los que ejercen el genocidio contra sus propias poblaciones, atropellan los derechos humanos, no cumplen las resoluciones de la ONU o ponen en peligro el orden internacional. Frente a รฉsas y otras situaciones de riesgo, el propio Kofi Annan admitiรณ recientemente la debilidad intrรญnseca de la ONU y propuso un fortalecimiento del Consejo en dos sentidos:
Es el papel del Consejo ponerle lรญmites al uso de la fuerza. Nadie estรก autorizado para arrogarse el derecho de usarla unilateral y preventivamente […] De manera inversa, frente a amenazas crecientes, los Estados deben tener la seguridad de que el Consejo tiene los medios de evaluaciรณn apropiados, de que puede emprender una acciรณn colectiva y de que estรก dispuesto a actuar… 7
En tรฉrminos concretos, como apunta recientemente Madeleine Albright, la ONU podrรญa organizar misiones de pacificaciรณn y resoluciรณn de conflictos mediante la contrataciรณn de fuerzas o coaliciones que impongan la voluntad colectiva (como ocurriรณ con la OTAN y Estados Unidos en Kosovo).8 Y quizรก podrรญa ir aรบn mรกs lejos, como argumentรณ —en el debate reciente sobre la guerra de Iraq— un respetado escritor mexicano, Gabriel Zaid considera que "Las Naciones Unidas pueden ser el embriรณn de un gobierno mundial":
Si las Naciones Unidas no pueden recurrir a las armas para imponer el cumplimiento de un acuerdo entre Estados, los acuerdos no comprometen sino la buena voluntad, mientras se tenga. Llamar a esto derecho internacional es un eufemismo, porque no hay fuerza pรบblica mundial que obligue al cumplimiento de los acuerdos. Si no hay mรกs disuasivo que el temor a las represalias de las otras partes contratantes, de hecho cada Estado se hace justicia por propia mano […] [A menos de que] las Naciones Unidas intervengan con sus propias manos o le encarguen la intervenciรณn a las fuerzas de otros paรญses que acepten el encargo.9
Zaid propone empezar con una intervenciรณn directa en Oriente Medio, y apunta incluso la posible destrucciรณn global de las armas de destrucciรณn masiva bajo la autoridad y vigilancia permanente de la ONU. Detrรกs de sus ideas estรก nada menos que la "Federaciรณn de Estados Libres" prevista por Emmanuel Kant en su famoso ensayo sobre "La paz perpetua" (1795). Kant, como se sabe, creรญa en la posibilidad del progreso moral de la humanidad, teorรญa que puede parecer no sรณlo utรณpica sino ingenua a la luz de las atrocidades del siglo XIX y XX, y de los atisbos destructivos del siglo que ha comenzado con los ataques de 11 del septiembre. Pero reelaborar la idea kantiana para nuestro tiempo puede no ser tan utรณpico como parece, si se toman en cuenta otros datos menos sombrรญos de la realidad internacional: la guerra —que todavรญa en 1914 enamoraba romรกnticamente a toda la juventud europea— ha pasado de moda como ideal de vida no sรณlo en Europa sino en buena parte del planeta; salvo en amplias zonas y sectores del mundo islรกmico, y en ciertos enclaves africanos y asiรกticos, el pacifismo y el respeto a los derechos humanos parecen hoy una vocaciรณn universal; cualquiera que conozca el pasado remoto y reciente de Europa, concederรก que la propia Uniรณn Europea es una novedad histรณrica impensable hace apenas medio siglo; lo mismo cabe afirmar del Tratado de Libre Comercio entre los dos vecinos distantes (Estados Unidos y Mรฉxico). Si a estos hechos se aรบna el fin de la bipolaridad y el bajo riesgo de una confrontaciรณn atรณmica entre potencias, la idea kantiana comienza a parecer menos utรณpica. Se dirรก que China es, como siempre, un misterio. Pero China ha contraรญdo un virus benigno que Kant consideraba incompatible con la guerra: "el espรญritu comercial se apodera tarde o temprano de los hombres" y es uno de los muchos factores que "la Naturaleza", astuta y sutilmente, emplea para alcanzar a la larga "la paz perpetua".10
Todos estos datos son alentadores, pero recuerdan la anรฉcdota, del propio Kant, sobre un mรฉdico que no hacรญa sino consolar a su enfermo con el anuncio de prรณxima curaciรณn y el recuento diario de sus avances, a lo cual el enfermo responde: "¡Me estoy muriendo de mejorรญa!"11 Cada quien sacarรก sus conclusiones, pero no es necesario compartir el optimismo kantiano para reconocer la voluntad de paz en amplias zonas del planeta, voluntad que la ONU puede no sรณlo salvaguardar simbรณlicamente sino imponer. Y si faltaran argumentos para la cooperaciรณn internacional, basta pensar que el combate al nuevo y temible virus del terrorismo fundamentalista requiere, por definiciรณn, de una estrategia planetaria.
"A la paz perpetua". El tรญtulo de su famoso ensayo —advierte Kant— proviene de una inscripciรณn satรญrica que un hostelero holandรฉs habรญa puesto en su casa debajo de una pintura que representaba un cementerio.12 Aquel "filรณsofo entretenido en soรฑar el dulce sueรฑo de la paz" creรญa de verdad en una paz que no fuera la de los sepulcros. Nosotros no tenemos mรกs alternativa que creerlo tambiรฉn. Creerlo y trabajar para alcanzarlo. ~
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.