Hispanoamérica. Alfonso Reyes sobrevivirá al estereotipo. Nadie que lea a Reyes con mirada limpia mantendrá, como hizo Mario Vargas Llosa en febrero de 2005, que el grandioso Reyes es “prescindible” porque no entró “en conflicto con el establecimiento” político y cultural de su época. Si alguien quiere descubrir la falsedad de ese reproche, políticamente correcto, y repetido en los últimos cincuenta años por los intelectuales del pri mexicano, le bastará con leer la primera narración de Alfonso Reyes, “La silueta del indio Jesús”, escrita en 1910, para comprender no sólo su compromiso con la defensa de la libertad sino también la crítica más temprana y certera al totalitarismo que trajo la Revolución. Pero con ser grave ese tipo de prejuicios lanzados contra Reyes, ninguno de ellos es comparable en perversidad con el argumento central de quienes intentan rebajar a Reyes de la categoría de gran creador. También Vargas Llosa es paradigmático en esta operación de desmontaje del gran escritor, del gran hombre de letras que se expresa civilmente a través de su literatura, y lo deja reducido a un mero gacetillero que escribe con musiquilla. La voluntad de eliminar la calidad literaria de Reyes, desde el patio de butacas, convierte el reproche del hispano-peruano en casi una impostura. ¿Por qué este ajuste de cuentas tan descabellado con Reyes? No sabría contestar, pero digo que es ridículo, entre otros motivos porque no arriesga nada; y, sobre todo, porque desconoce la filosofía de Reyes acerca de una cultura universal en español, que está fundamentada en una valiosa “concepción del mundo” (José Gaos y Juan D. García Bacca), una precisa actualización de la civilización clásica para el siglo XX (Werner Jaeger), una grandiosa teoría literaria (Gregorio Salvador) y una sutil y poética aportación a la tragedia contemporánea (Octavio Paz).
Aquí “expongo” un par de rasgos –pocos, en verdad, pero espero que sea suficiente para hacerse cargo poéticamente, es decir, vitalmente– de ese modelo de cultura Hispanoamérica para el resto de Occidente que surge de ese afán de “escribir por escribir” que, lejos de convertirse en una obsesión por el estilo, define un tipo de hombre íntegro, una “síntesis sui generis de ficción e ideación”, dice Gaos, capaz de mostrarnos que el pensamiento sólo surge del propio proceso de la escritura. El pensamiento que emana de la escritura es, según Zaid, el gran descubrimiento de Reyes. El pensamiento vivo, el pensamiento que no claudica ante la “norma”, es meditación, genuina forma literaria de la “filosofía” en lengua española, que el genio de Reyes convierte en ensayo, examen recurrente sobre la complejidad de lo real, descripción abierta y plural de la escisión entre arte y pensamiento, vida y filosofía, provocada por la modernidad.
La reivindicación de Reyes a estas alturas no es sino una bandera a favor de un estilo ético y, sobre todo, de una escritura cívica que apuesta, según Zaid, por la “cultura libre (frente a la cultura asalariada), la cultura de autor (frente a la cultura autorizada por los trámites y el credencialismo), y la creación de ideas, metáforas, perspectivas, formas de ver las cosas”. La especialización sin universo, sin horizonte ético, es un disparate: “¡Ay de la ciencia que olvida la integración de sus destinos humanos, y particularmente si ella es la ciencia social! Esta integración se llama ética” (Reyes). Se trata de hallar criterios de racionalidad capaces de alcanzar un equilibrio, según la terminología de Scheler, entre el saber de salvación, el saber culto y el saber práctico. Una sabiduría que es, además, inseparable de nuestra intervención sobre el mundo. Pensar es observar y protagonizar. “No basta saber: hay que aplicar. No basta querer: hay que obrar.” He ahí la clave del hombre integral de Goethe, todo un hallazgo, una alternativa, felizmente sintetizada por la cultura hispanoamericana para el resto del mundo y, obviamente, para el fracasado modelo del hombre “moderno”. Nadie como Reyes ha visto que Goethe todavía es imprescindible para hacer no sólo un correcto diagnóstico de los fracasos de la modernidad, sino también un genuino pronóstico para superar sus escisiones culturales.
La recuperación del hombre integral goethiano para la América española, labor ejemplar de toda la vida y obra de Reyes, abre un horizonte para desarrollar las infinitas posibilidades humanistas contenidas en la propia cultura hispanoamericana. Para empezar esta cultura no empieza, como el positivismo pretende, en 1492 sino antes, muchos siglos antes, pues “América”, aunque con otros nombres, ya había sido inventada o, mejor, presagiada por la cultura occidental. Por otro lado, la reivindicación de una cultura integral nada tiene que ver con la “reiterativa” crítica romántica a uno de los soportes de la modernidad, la ciencia y la técnica, menos todavía con los intentos eclécticos de acercar las llamadas humanidades a las ciencias, sino de descubrir el valor de la “efectividad poética” o, expresado con el título de un libro de Zaid, de “la poesía en la práctica”. Lo decisivo es reconocer que la “vida” es lo determinante, y acaso la principal categoría cultural: “La cuestión de la vida es más importante que la cuestión de los versos, los negocios, la política, la ciencia o la filosofía. La cuestión de los versos, como todas, importa al convertirse en una cuestión vital” (Zaid).
Cuestión vital es también para Reyes la idea de “inteligencia americana”, en cuanto conocimiento mutuo de las diferentes expresiones locales de una cultura universal, que nos invita a afirmarnos en su suelo si y sólo si somos capaces de hacernos merecedores de ella a la par que la leemos críticamente: “No se trata aquí de querer traducir el presente hacia el pasado, sino, al contrario, el pasado hacia el presente. El aprovechamiento de una tradición no significa un paso atrás, sino un paso adelante, a condición de que sea un paso orientado en una línea maestra y no al azar. Por lo demás, no todo lo que ha existido funda tradición” (Reyes). Reyes levanta, pues, acta del rico y plural proceso de transformación o síntesis de la cultura recibida en América que comienza a los pocos años de iniciada la Conquista. Hispanoamérica no es sólo una realidad histórica secular, o sea una configuración heredada, con presente, pasado y futuro, sino que tiene también el privilegio, la compensación de haber llegado demasiado tarde a la llamada civilización occidental, de estudiar todo el pasado de la cultura humana como cosa propia. Esta forma de integrarse en el mundo occidental es uno de los principales valores, y quizá también la mayor singularidad, aportada por América a una concepción del mundo de rango verdaderamente universal. Acaso por eso, según Reyes, tendríamos que hablar de “inteligencia americana”, de una cultura natural del espíritu, de su visión de la vida y su acción en la vida, como un “tempo” propio capaz de sintetizar “toda la herencia humana”, “la creación de un acervo patrimonial donde nada se pierda” y “una organización cualitativamente nueva y dotada de virtud trascendente”. ~