Escribo esta nota fascinado por la voz de Alfonso Reyes leyendo el comienzo de su Visión de Anáhuac: “Viajero: has llegado a la región más transparente del aire”. La reproducción de la voz del mexicano tuvo lugar en la presentación de una edición digitalizada de sus obras completas. El lugar elegido para el acontecimiento fue el Instituto de México, situado detrás del Ateneo de Madrid, institución muy querida por Alfonso Reyes.
Nada que objetar a los que allí hablaron, salvo que pasaron por alto lo esencial: que Reyes es el gran olvidado de la cultura universal. Y es que aún no se han enterado los mexicanos, tampoco los hispanoamericanos, de que Alfonso Reyes es más que una literatura: es una forma de entender la inteligencia de lengua española. Una manera de universalizar otras tradiciones, otras culturas. Sin embargo, el principal culpable de este olvido, el nacionalismo revolucionario, no consiguió por fortuna quebrar el eje sobre el que aún gira una época crucial de la cultura contemporánea. Reyes sigue vivo. Reyes es el más grande humanista de la cultura hispana. Reyes es toda una biblioteca para comprender el mundo. Para vivir. Y porque así parece haberlo entendido, la editorial que publicó sus obras completas, el Fondo de Cultura Económica, ahora se atreve, junto a la Fundación Mapfre Tavera y la Fundación Hernando de Larramendi, a hacer esta edición digitalizada, acompañada de dos epistolarios.
Quizá sea verdad que el largo silencio sobre Reyes en Hispanoamérica se deba, según ha sugerido Rafael Gutiérrez Girardot, a la incapacidad para comprender una forma de pensar que no parece ajustarse al todavía triunfante estilo del “espumoso barroco”, y a que los “habituados a la vaguedad, el fárrago y la docencia pretenciosa”, como dice el propio Gutiérrez Girardot, son incapaces de comprender la concisión expresiva y la sustancia intelectual del estilo de Reyes. Pero, sin dejar de ser ciertas estas razones, sospecho que Reyes y su obra tienen también características que los hacen políticamente incorrectos para un tiempo de adocenamiento intelectual y entreguismo a los cánones de la burocracia académica. Especialmente, su afán de “escribir por escribir”, que, lejos de convertirse en una obsesión maldita por la búsqueda de un “estilo”, define un tipo de hombre íntegro, “una síntesis sui generis de ficción e ideación”, dice Gaos, capaz de mostrarnos que el pensamiento sólo surge del propio proceso de la escritura. El pensamiento que emana de la escritura, según ha insistido magistralmente Gabriel Zaid, sigue siendo el gran descubrimiento de Alfonso Reyes.
Es entonces cada vez más necesario leer a Reyes sin prejuicios academicistas, admitiendo que ese estilo surgido del “escribir por escribir” es casi todo en su obra: el estilo es ya una ética. Además, quien olvide que su prosa pertenece a un poeta no comprenderá la íntima verdad que encierra el estilo de Reyes: no hay pensamiento sin poesía, menos todavía tradición crítica sin artistas. Truncada quedará la recepción de este artista y pensador si se separan sus ideas de su prosa, la crítica de su poesía crítica. Antes, mucho antes de que T. S. Eliot ensayara sobre las vinculaciones entre crítica y poesía, Reyes ya había mostrado con perspicacia que el tiempo del pensamiento, de la crítica, es también el tiempo de la creación crítica. Alfonso Reyes escribió una primorosa poesía crítica. Sin importarle demasiado cómo llamáramos al cuento, a la narración corta, al poema, al drama, al tratado, al anecdotario, a la oración fúnebre, a la historia o, en fin, a la filosofía, su obra es todo un “canon” jovial para saber cuáles de esos “géneros” podrían alcanzar la calificación de obra de arte, o sea, de crítica creativa.
Nadie que esté atento al pensamiento vivo, al pensamiento que no claudica ante la “norma”, podrá negar que las formas literarias utilizadas por Reyes forman parte de un “género” de larguísima tradición en la lengua española, la meditación, genuina forma de la “filosofía” en español, que el genio de Reyes convierte en ensayo, examen recurrente sobre la complejidad de lo real, descripción abierta y plural de la escisión entre arte y pensamiento provocada por el racionalismo moderno. La meditación hecha ensayo no es sino “este centauro de los géneros, donde hay de todo y cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al ‘Etcétera’ cantado ya por un poeta contemporáneo preocupado de filosofía”. Si su vida es, como versificara Borges, “pasar de un país a otros países, y estar íntegramente en cada uno”, su obra cabalga sobre un bello centauro que le permite pasar de un género a otros géneros, y vivir con pasión intelectual y esfuerzo poético en cada uno de ellos. El resultado de esa peripecia humanista es la descripción de los síntomas emancipadores de una cultura, la de Iberoamérica, que no es objetiva y real sino que pasa previamente por la experiencia personal del artista y el pensador. La obra de Reyes, como su vida, es una tentativa abierta y feliz, un ensayo de conciliación permanente entre el mundo de las imágenes y el de los conceptos, de la creación y la crítica, de la poesía y la filosofía. Culminación del humanismo hispánico de todos los tiempos, el ensayo de Reyes es, a la vez que exponente atinado de una de las biografías más ricas del siglo XX, guía espiritual de quienes antes lo han estudiado en las historias de la literatura que en las de la filosofía.
Reyes ha conquistado para América lo que él mismo consideró, en una carta a Bergson, el secreto verdadero de la cultura: la continuidad. Reyes ha logrado continuar una tradición de creación crítica que deberíamos retrotraer como mínimo a José Enrique Rodó. Gracias a ese descubrimiento, consiguió revolucionar la prosa de la lengua española a la par que consiguió hacer actual la inactualidad de las humanidades clásicas. ¡Portentoso prosista! Sus narraciones nos subyugan. Su peripecia vital no cabe en la mejor novela del siglo XX. Nadie mejor que él ha conseguido contarla. Su autobiografía es un monumento a la honestidad del oficio de escritor. Escribir, pues, con la bondad de Reyes es el primer precepto que debería figurar en el catecismo laico de los escritores de lengua española. Reyes es grande porque ha hecho de la literatura profesión. Ha convertido la profesión de literato, de escritor, en un digno destino, y ha elevado el ensayo a modelo moral de la cultura hispanoamericana. Zaid lo ha dicho con precisión poética: “El saber importante en un ensayo es el logrado al escribirlo: el que no existía antes, aunque el autor tuviera antes muchos otros saberes, propios o ajenos, que le sirvan para ensayar.” No es suficiente el especialista, el hombre cargado de recetas, el que sabe y explica una determinada asignatura, sino quien muestra los límites y vinculaciones de su asignatura con otras. La verdadera cultura requiere la figura del creador. Reivindicar a Reyes a estas alturas no es sino una bandera a favor de un estilo ético y, sobre todo, una escritura política que apuesta por la “cultura libre (frente a la cultura asalariada), la cultura de autor (frente a la cultura autorizada por los trámites y el credencialismo), y la creación de ideas, metáforas, perspectivas, formas de ver las cosas”, en palabras de Zaid. La cultura es, en verdad, integración. La especialización sin universo, sin horizonte ético, es un disparate. Dice Reyes: “¡Ay de la ciencia que olvida la integración de sus destinos humanos, y particularmente si ella es la ciencia social! Esta integración se llama ética. El especialista y hoy todos los somos, por la multiplicación de los conocimientos y las técnicas nunca debe abandonar los universales, a riesgo de engendrar monstruos y de dar pábulos a los crímenes.”
Diversos son los caminos para eludir los peligros de la especialización, pero no parece que la cultura moderna, tan “falta de nexos” como sobrada de “enmohecimiento de la brújula”, pueda prescindir del ensayo, la escritura que procura vincular un saber especializado con los destinos sociales, el arte con la ciencia. El ensayo, tal como ha sido concebido por Alfonso Reyes, nos da pues la oportunidad de liberarnos de la “joroba” del especialista, y acceder al genuino mundo de la cultura. ~
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