Hombre-lobo en la ciudad

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Desde hacía unos días las muchachas que estudian en un colegio de secretariado sito en la esquina de las calles Xamimulco y Xocoyoe de la colonia Arenal de esta ciudad capital de todos los pecados capitales (y aun de los pecados provincianos, pues la provincia emigra cada vez más a la ciudad capital) veían a un sujeto que se apostaba a unos veinte metros de la entrada al plantel para ofrecerles su estilo algo escandaloso de celebrar un rito sexual: situándose frontalmente respecto a las colegialas, les gritaba piropos tan encendidos como groseros (dicho sea por adjetivar con discreción), se abría la portañuela, o la bragueta, como dice gente menos fina, y se masturbaba apasionada y febril y desesperadamente.

Según hace unos días informó la agencia Notimex, las susodichas muchachas, que no tenían por qué soportar que el susodicho sujeto las tratara como voyeuses de su festín de un solo invitado (más bien autoinvitado), lo denunciaron a la patrulla policiaca P8310, que acudió al lugar, halló en desatada e impúdica flagrancia al exhibicionista y lo detuvo tras una breve persecución para ponerlo a la disposición de la Agencia Investigadora nº 17 del Ministerio Público, donde el detenido declaró ser oficinista y soltero y resultó tener Cid por segundo apellido. (Todo un infeliz Campeador de la lujuria solitaria.)

Nada más que una muy pequeña y vergonzosa historia de Esmógico City como de cualquier ciudad enorme y monstruosa, pero que a este cronista le recuerda que el poeta y suicida Césare Pavese más o menos decía que la ciudad (cualquier gran ciudad) es una selva artificial en la que el solitario deseoso vive un sueño desesperado, y añadía: “al conocer lo selvático verdadero hay que aullar”.

Acaso los encendidos, los desesperados, los indecentes piropos que el irrisorio burocratilla torturado por una intensa y al parecer irremediable soltería lanzaba a las colegialas eran en realidad (o en lo que creemos realidad) los aullidos de un humilde, citadino y desdichado hombre-lobo encendido de deseo en la selva que jadea escondida tras la fachada de cualquier monstruosa ciudad, por ejemplo en la inmarcesible Esmógico City.

Pobre hombre, es decir pobre lobo, a final de cuentas.

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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