A raíz de la nueva edición del movimiento estudiantil, ahora en el Politécnico, mientras los popes retroactivos hisopean de nuevo el viejo discurso de convertir a los estudiantes en la vanguardia de la vanguardia del proletariado, el eterno déjà-vu que gobierna México me llevó a recordar tiempos en los que la Revolución sí sabía negociar con movimientos juveniles.
Por ejemplo, en la década de los treinta, en especial durante el gobierno de Cárdenas, cuando sí que se entendía cómo conducirlos por la ruta sensata.
Por ejemplo el año en que se fundó el Poli, en 1936, el gobierno organizó y patrocinó en Mérida —con todo y traslados en un barco de la Armada— el Congreso Nacional de Estudiantes. Su antecedente, además del obvio congreso de Córdoba, Argentina fue la “Magna Convención Estudiantil pro-Cárdenas” (organizada por Cárdenas) cuyos propósitos eran “sustituir la enseñanza laica por la socialista en todos los niveles, socializar las profesiones, suprimir las escuelas particulares, implantar la educación sexual y lograr otra distribución de la riqueza”, como resume Victoria Lerner en La educación socialista (Colmex, 1979).
Ese Congreso culminó en la creación de una Confederación Nacional de Estudiantes (CNE) que —escribe Efraín Huerta— tenía como objetivos “aniquilar los últimos fragmentos de grupos católicos extremistas; terminar con la debilidad de los rezagados que siempre han adoptado una posición liberal; arrastrar a los gruesos núcleos de indiferentes, de emboscados, al verdadero movimiento de lucha por sus derechos como estudiantes, por sus derechos juveniles; persuadirlos de la necesidad vital de unificarse”.
Las ponencias fueron abundantes y especiosas (la de Huerta se tituló “¿Por qué las masas deben organizarse?”). Se reiteró desde luego la educación crítica, popular, científica, humanista y moderna (es decir, no confesional). La prensa del día señala que se propuso la creación estudiantil de “batallones de milicianos” dispuestos a “encontrar fórmulas concretas para luchar conjuntamente con las clases trabajadoras del país”, sumándose a los programas revolucionarios de Cárdenas. Huerta agregó que el Congreso juzgó que la autonomía universitaria “solo se justifica como posición revolucionaria, como garantía que preserve a las universidades del despotismo”. Los estudiantes se pronunciaron por “la participación de los obreros en las utilidades de las empresas, apoyar los movimientos de huelga y, en general, preservar a los trabajadores contra todas las ofensivas de los patrones. Apoyar la reforma agraria y, ahí donde el régimen capitalista dé lugar, sostener por todos los medios posibles la colectivización de la tierra”.
Decretada la unificación estudiantil, se aprobó entonces un proyecto que consistía en la creación de un frente único estudiantil, antiimperialista y antifascista, que apoyase la unidad del país y además se prolongara a Centroamérica. Logrado eso, todos los congresos estudiantiles de las dilatadas Américas se agruparían en la Confederación Americana de Estudiantes Antiimperialistas, que el gobierno de Cárdenas organizó en Guadalajara. En el mismo tenor, y para vigilar el correcto desempeño de los movimientos, el mismo año también se llevó a cabo la Conferencia Nacional de Estudiantes Comunistas, que anunció entre sus objetivos la unificación total de la juventud de México y su fraternidad ya no solo con América sino francamente con el mundo entero.
Esta última Conferencia parece haber sido la más emotiva. “Presidida a distancia por los jefes queridos Stalin y Dimitrov”, anota Huerta, “reímos y cantamos alborozados, encantados de nuestra filiación de jóvenes comunistas. Tenemos la alegría que desconocen los amargados y los eternamente tristes.” Una alegría que se manifestó cantando himnos y lanzando “hurras a la juventud comunista, al partido, a los estudiantes campesinos, al Frente Popular Español, a los heroicos estudiantes cubanos y centroamericanos, a los estudiantes egipcios y chinos que han demostrado su abnegación en la lucha contra el imperialismo y por la libertad de los pueblos oprimidos”.
Ante estas formas curiosas del eterno retorno, me pregunto qué significará eso de “huélum”…
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.