Estudiando un neblinoso mito tolteca arribé al episodio que narra cómo, luego de una espectacular ingesta de pulque que le indujo el pérfido Tezcatlipoca, el pobre Quetzalcóatl terminó incestuoso entre las piernas de su hermana Quetzalpétlatl. Degradado por su inmoralidad, con ejemplar autocrítica como cualquier político mexicano, dejó el trono de Tollan, se condenó al ostracismo, derivó hacia la costa, hizo una balsa con serpientes y se perdió en la nada.
Vacante la curul, entró Huémac como sustituto. Hay muchas interpretaciones sobre ese bipolar príncipe tolteca. Me limito a señalar que ya en el trono, aliado con el institucional Tezcatlipoca, además de hacer guerras con crímenes de lesa humanidad incluidos, Huémac protagonizó dos historias curiosas que abrevio en seguida.
Todo lector de fray Bernardino de Sahagún recuerda cómo la hija de Huémac iba un día por el mercado de Tollan y quedó prendada del magnífico órgano viril de un marchante de chiles verdes. No se sabe si ese caballero exhibía su virilidad como mera perversión o como estrategia publicitaria. La cosa es que la hija de Huémac se obsesionó a tal grado con ese órgano viril que cayó enferma y Huémac, como buen papi ricachón que era, ordenó encontrar al marchante. Cuando se lo trajeron y Huémac miró su atributo le preguntó por qué lo traía de fuera y el marchante respondió que por usos y costumbres (es en serio). Total, que lo bañaron y lo adornaron con jade y todo y se lo llevaron a la niña que se alivió ipso facto. (Me abstengo de indicar dónde sucedió esto para precaver que al edil se le ocurra encargar una escultura monumental conmemorativa.)
La otra historia viene en un texto que don Miguel León-Portilla rescató del folio 6 de la Historia tolteca-chichimeca. Tuvo el erudito el buen humor de proponer una acuciosa comparación entre textos eróticos griegos y nahuas –todos traducidos por él– que tituló “Afrodita y Tlazoltéotl”, para poner en su sitio a quienes arguyen “que ni hubo ni pudo haber erotismo en alma y cuerpo de indios”. Y ahí aparece Huémac de nuevo, ahora como protagonista del episodio francamente titulado
Deseo de anchas nalgas
Cuando Huémac fue ya un joven
ordenó entonces
que le atendieran su casa los de Nonoalco.
Luego le dijeron los nonohualcas:
–Sea así, nuestro príncipe,
haremos lo que tú quieras.
Desde entonces tuvieron ellos
a su cargo la casa de Huémac.
Enseguida Huémac les pidió,
les dijo a los nonohualcas:
–¡Conseguidme mujeres!
os exijo mujeres,
las caderas anchas, de hasta cuatro palmos.
Respondieron los nonohualcas:
–Sea así, buscaremos,
a alguna parte iremos a encontrar
a las de caderas anchas, de hasta cuatro palmos.
Y luego vinieron con las mujeres
que encontraron
de nalgas de cuatro palmos.
Pero a Huémac no le agradó su tamaño.
–Su grosor –dijo a los nonohualcas–
no es el que yo quiero.
No se acerca a los cuatro palmos.
Yo deseo nalgas mucho más grandes.
Después de esto los nonohualcas
se irritaron en extremo…
Queda claro que la familia Huémac no se detenía ante nada cuando sus gustos estaban de por medio. Ahora, si como dice la Academia, un palmo mide “unos veinte centímetros”, tenemos que para el gusto de Huémac el grosor adecuado de las nalgas era de ochenta centímetros. Eso, a fe mía, es lo que se llama un gran culo. Que los nonohualcas las encontrasen habla bien de su vista; que Huémac las rechazase, mal de la suya o bien de su exceso. Quizá Huémac tenía una idea errónea del concepto palmo, o confundía penosamente anchura con hondura, si no es que con perímetro. En todo caso, Huémac mostró ser devoto de “La Gorda”, ese “remanente arcaico del complejo materno en el hombre”, como escriben Eduard Fuchs y Alfred Kind en su clásico Die Weiberherrschaft.
Me habrían gustado más detalles. Por ejemplo, una escena en la que el jefe nonohualca sale furioso del salón del trono y les dice a los otros: “¡Que no, que las quiere más grandes!” Y ahí van de nuevo a medir nalgas en la vía pública con una regla de obsidiana o algo, y diciéndose unos a otros: “¡No, no, nonohualcas, el ancho no dan estas nalgas!” Y más la conjeturable escena en que la gente pregunta: “¿Acaso no son estos los que el pasado cuatro conejo andaban buscando un vendedor de chiles verdes encuerado?”
Un último dato: según la Historia tolteca-chichimeca, luego de la última inútil medición de nalgas, los hartos nonohualcas dijeron: “¡En verdad nos aprestaremos para la guerra!”, y sacaron sus macanas y flechas, pero los toltecas dijeron que también ellos estaban hartos, y entonces todos juntos corretearon y flecharon a Huémac. Por cuatro palmos de nalgas. ~
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.