Llega un cuervo y se posa en el árbol.
Me estudia.
Va a sacarme los ojos.
Mis vecinos me ofrecen todos
sus rifles. Le pego un tiro.
Herido, se desploma entre las ramas, muere,
buscando enderezarse, y aterriza en la nieve.
Pero ahora, aún vivo, empieza a caminar, se tambalea,
sus alas dejan marcas brillantes y encarnadas
como runas antiguas, signos de cantos y lamentos.
El cuervo que iba a sacarme los ojos,
predador, carroñero, ladrón
de vida.
No obstante es él, no yo, quien escribe con sangre el poema
que nadie ha de negarlo es bueno. ~
— Versión de Jordi Doce